Estoy un poco cansado de una actitud frecuente en los
porteños que consideran que nada tenemos que sea propio o que lo
poco que tenemos de identidad es despreciable. No soy de esa partida,
por supuesto. ¿Qué ganamos envidiando a uruguayos y chilenos y
sosteniendo que somos una m.....? ¿Qué culpa estamos pagando
rezando arrodillados sobre semejante vidrio molido? ¿Por qué no
confiamos en el valor de lo que nosotros mismos producimos en la
cotidianeidad que nos da el simplemente vivir en argentino?
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Entrando un poco en tema, ¿sólo se puede hablar de
identidad en aquellas tradiciones culinarias que están arraigadas y
tienen antecedentes en el terruño en que se consolidan? ¿Y qué hay
de la capacidad de intercambio en los grandes puertos de mar, de los
aportes de las migraciones y algunos etcéteras más?
Profiero una osadía, deseándola un conjuro: La cocina
porteña, esa que alimentó mi infancia, pero también las
anteriores, las de hoy y las que vendrán configuran una identidad
sin raíces propias, pero firme y gorda. En realidad, no se trata de
una ocurrencia enteramente propia. Algo significativo nos dice Víctor
Ego Ducrot con su concepto de cocina cocoliche(1)
o nos deja entrever Dereck Foster porque su escepticismo radical se
sostiene sobre inconsistencias conceptuales que ponen a la luz lo que
parecen ocultar.(2)
Negar la identidad de la cocina porteña es como negar
la identidad del tango, una música sin raíces autóctonas en el
suelo en donde se desarrolló con total plenitud, la Ciudad de Buenos
Aires. Nuestra música ciudadana, es producto de un variado abanico
de influencias: la habanera y el candombe, primero, la lírica
nostalgia de los italianos, después, el jazz y las fusiones urbanas,
recientemente. ¿Dónde está la identidad del tango? En esa
capacidad permanente de recrearse, con cada influencia que lo
roza, en una mezcla nueva. ¿Dónde encontrar, dónde palpar esa
identidad? En la cintura de la compañera cada vez que suena un tango
concreto y uno sale a la pista.
¿Por qué no pensar que con la comida porteña pasa
otro tanto? La pizza, oriunda de Napoles, reinterpretada por un
gallego de A Coruña... notable, ¿no?
Tomemos un ejemplo que veneramos: la gran identidad de
la cocina peruana. ¿Acaso esa cocina representa una única tradición
culinaria con exclusivas raíces aborígenes? Caramba, si así fuera
¿qué haríamos con el chaufa?
Esa identidad se ha ido construyendo en el tiempo y,
como el tango, resulta de experiencias de fusión que se balancean
entre un tradicionalismo conmovedor por su estéril pertinacia y la
expresión constante de una vocación tilinga de apertura
internacional que sólo ama la novedad y las modas. ¿Quién puede
afirmar hoy que el sushi que vemos proliferar en todos los rincones
de la Ciudad no adquiera, en ciertas formas específicas, en un
futuro indeterminado, carta ciudadanía porteña, como ocurrió con
la pizza y el Shepherd's pie?
Notas
y bibliografía:
(1)
2010, Ducrot, Víctor Ego, Los
sabores de la patria,
Buenos Aires, editorial Norma.
(2)
2001, Foster, Dereck, El
gaucho gourmet,
Buenos Aires, EMECÉ.
¿La cocina como un tango?
ResponderEliminarYo estoy convencido de que Buenos Aires es (parafraseando a Leon) una esponja. NO repele nada. Todo lo toma, lo procesa, y lo adopta.
ResponderEliminarY esa es la base de su identidad.
Una ciudad que aceptó una avenida española (Av. de Mayo), reminiscencias francesas (barrio norte, Recoleta) y un tren inglés (basicamente el ex-Roca). Y que como para diferenciarse, surante años vivió de espaldas a su río.
Si eso no hace a su identidad...
entonces, como la cocina que se desarrolla bajo su manto no va a tener identidad... cada plato tiene su toque diferente. Hasta un sandwich al paso en cualquier bar...
Estimado Natxus, tu comprobación empírica es ruda, nos da cuenta de la cualidad devoradora de nuestra capital. No sólo toma todo, lo procesa y lo adopta; sino que también, agregaría yo, lo adapta y lo estructura en nuevos contextos.
ResponderEliminarTu exposición, sin embargo, plantea un enigma, un interrogante difícil de responder. Está claro que esta calidad de "esponja" que tiene Buenos Aires es consecuencia de su condición de puerto. ¿Por qué tenemos, entonces, esa conciencia de una ciudad que le da la espalda al río?