sábado, 30 de julio de 2022

La galleta, auténtico pan de campo en las llanuras argentinas, entre mi magdalena de Proust y el patrimonio alimentario bonaerense (Parte II)

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Este artículo tiene una revisión 

“No se cuida lo que no se ama.
No se ama lo que no se conoce.”
Esta frase atribuida a varios autores es utilizada como norma básica por la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos de la República Argentina para coordinar la restauración de la obra del Ingeniero Arquitecto Francisco Salamone.

Una novedad ha enriqueció a los mal llamados “pan de campo” porteños, la masa madre. Son realmente buenos muchos de estos panes. Sin embargo, y la pregunta cabe, ¿qué novedad hay en ellos?

Las imágenes pertenecen al autor

Ya les mostraré abajo como hacen la galleta en Lo de Coyín. Por ahora, adelantaré que, hasta hace algún tiempo, casi todas las galletas se hacían con masa madre. Pero no con la que proviene de las fórmulas alquímicas que se transmiten en nuestros días, y que han florecido experimentalmente en mucho hogares durante la pandemia; sino con la práctica milenaria naturalizada del oficio de panadero… Era así como los recortes y restos de masa de un día de trabajo, automáticamente, pasaban a usarse como pre fermento en la masa del día siguiente.

Como digo una cosa, debo decir la otra, el relato que impuso los “panes de campo con masa madre” no aseguraba una novedad, sino la recuperación de una vieja tradición, abolida por la industrialización. De este modo, lo novedoso de los panes levados con masa madre estaría en el pasado. No veo nada malo en eso, pero si me pregunto de qué pasado estamos hablando cuando afirmamos que éstos son “panes de campo”… o su concurrente en el espacio: ¿de qué campo estamos hablando?

V ¿De dónde viene la galleta, cuál es su pasado?

Hay una diferencia significativa en las tradiciones culinarias rurales de distintas regiones de nuestro país. El pan era un lujo entre las poblaciones de las llanuras pampeanas. Efectivamente en muy pocos sitios había hornos de barro caseros.


En cambio, en el Noroeste Argentino, de Córdoba para arriba, era muy frecuente encontrarlos. Se usaban para hacer bollos. ¿Bollos? Sí. Se trataba, y aún se trata, de un pan casero que se deja cocinar cuando el horno está sin brasa y empieza a enfriarse, porque, si está demasiado caliente, “el horno no está para bollos”.

Pero, de pronto, en el último tercio del siglos XIX, en la llanura se erigen innumerables poblados, como cumpliendo el sueño que Sarmiento expone en las últimas páginas de Facundo… y con ellos, aparecen necesidades que el gaucho hernandiano no tenía en su vida resignada. De modo que, entre otros servicios, numerosas panaderías empezaron a abastecer a las poblaciones más lejanas con este pan que podía guardarse por más de diez días en una bolsa. El pan dejó de ser un lujo y pasó a ser un bien necesario que se conseguía a un precio accesible.

¿Cómo surgió este pan a quién se le ocurrió? No encontré una fuente de información confiable. Pero tengo la sospecha de que, en ese fin de siglo, lo impusieron maestros panaderos franceses. Los mismos que impusieron las flautas en la ciudad. El pan de molde inglés y las facturas, italianas y españolas, corrían por otro lado; pero la flauta, el pan de cinco piezas por kilogramo, recibía también el nombre de “pan francés”.


Hay un testimonio de Emilio Daireaux que parece darnos una pista:

“La industria de la molienda, que hoy ha llegado á ser grande, hasta el punto que aprovisiona á la República entera, y ya, un poco, al Brasil, es una industria francesa. Lo mismo ocurre con la panadería, que tiene aquí una importancia especial; en efecto, no se limita surtir a los habitantes de las ciudades y pueblos de su pan cotidiano, tiene un campo más vasto que explotar, el consumo de la campaña que pide considerable cantidad de galleta que tenga iguales propiedades de conservación que las de la marina. Los panaderos que alimentan esta especie de exportación al interior, son verdaderos industriales; lo mismo los que surten de pastelería seca.

”Estas industrias, como las demás, las ejercen pequeños patrones obreros, que trabajan con utensilios y elementos modestos. Por excepción, dos de ellas se han transformado en grandes fábricas, una pertenece á un Francés, otra á un Norte-Americano; ambas han adquirido ya una extensión considerable y cada día la tomarán mayor.” (1)

El testimonio parece concluyente, pero no lo es. Las flautas de pan francés no servían en el propósito de conservación, exigía una adquisición casi diaria en las panaderías. La galleta, como ya dije, podía y puede conservarse. Sin embargo, las panaderías porteñas hacían otro tipo de galleta, muy diferente a la que es objeto de estas notas, que recibían precisamente el nombre de “galletas marineras”.

VI La galleta de Coyín

Coyín trabaja en la que ahora es su panadería desde hace casi cuarenta años. El local tiene más de cien años de funcionamiento continuo. Coyín no tiene registro de quiénes fueron sus propietarios anteriores al español que lo empleó como ayudante. Desde muy joven entonces, nuestro maestro panadero aprendió el oficio y fue creciendo en la jerarquía (ayudante, palero, maestro palero, etc.).


No fui a Suipacha por una receta. De modo que no la pedí y no la obtuve. Sólo diré que Coyín la hace con la misma masa del pan y que lleva agua, harina, sal, levadura y un adictivo permitido. El formato se obtiene a partir del corte. Una vez sobada la masa, hace un pliegue sin apretar. Luego usa un cortante circular para dividir cada pieza. Finalmente, la galleta recibe una presión sobre el centro del lado superior que se hace con la mano. El proceso de levado que lleva casi doce horas, logra que se formen los lóbulos con mucho gas en su interior que en los panes que Coyín también elabora (baguette, flauta y mingones). El horneado completa el proceso, dando las esperadas corteza crujiente y miga muy aireada.

Ignoro si es la forma la que dará durabilidad al pan. Lo cierto es que una de las galletas de Coyín que traje a Buenos Aires quedó abierta y, a pesar de que se secó un poco, conservó las propiedades descriptas en la corteza y la miga por cinco días, que es el tiempo que me duró hasta terminar de comerla. La conservé en un lugar aireado cubierta con una servilleta de papel.

Mientras observo y registro su trabajo, (2) Coyín cuenta de algunas variantes que hubo en la composición de la masa a partir de noticias que tuvo y de su propia experiencia. Habla de un mejorador que llevaba la masa y que ahora está prohibido y de la necesidad de agregar el adictivo que está permitido para evitar que la pieza decaiga en su fermentación, hecho que ocurre cuando la harina no es demasiado fuerte, es decir, cuando no tiene el gluten necesario.


He oído hablar de recetas en las que se incluye grasa, producto que Coyín no usa en elaboración de la galleta. Sí la usa para hacer cuernitos y cremonas, claro está.

El concepto de masa madre está presente en Lo de Coyín, pero de un modo limitado (la usa para la elaboración de un pan sanguchero y para algunas facturas). Sabe bien que, hace más de cuarenta años, se utilizaban los recortes de masa del día anterior como pre fermento para el día siguiente, pero el maestro panadero que fue su antecesor, el mismo que le enseñó el oficio, ya había dejado de usarla, confiando el levado al uso de levaduras industriales y al mejorador (luego reemplazado por el ya mencionado adictivo).

VII ¿Qué tenemos los porteños contra la galleta?

Yo, nada, es mi magdalena de Proust. Pero, para ser más precisos, debo decir que muchos porteños no se sienten atraídos por este pan.

¿Por qué ocurre esto? Las razones seguramente son varias. Desconocimiento, tilinguería y escasa instigación por parte de la oferta parecen ser las principales. Puede que haya otras, pero me detendré unos instantes en considerar sólo éstas.


Muchos, y en especial, las generaciones más jóvenes no la conocen, y este no es un dato menor. ¿Cómo puede atraernos lo que no está en nuestro campo visual, lo que no es una promesa, lo que ni si quiera se constituye en una presencia amenazante, digo por ponerme didácticamente en situaciones extremas?

Sin embargo, me pregunto ¿qué pasa en el resto de la sociedad urbana que tiene o ha tenido algún contacto con estas panificaciones? Existen, en la ciudad, amplios sectores de la población que, indefectiblemente, rechazan lo propio que consideran, entre otras cosas, insignificante o vetusto. Son gentes que se sienten atraídas por lo novedoso que generalmente encuentran fuera del terruño.

Esta actitud persiste en nuestra ciudad desde por lo menos fines del siglo XVIII. Sólo hay que leer lo que dice Mariquita Sánchez de Thompson y de Mendeville sobre la cocina en la ciudad de Buenos Aires de su época. (3) Por cierto que su actitud no le quita mérito a su adhesión a la novedosa revolución política que se vivió a partir de mayo de 1810.



No deja de haber algún contrasentido en este comportamiento. Los amantes de la masa madre, por ejemplo, les parece interesante esta forma de panificar, precisamente porque les resulta novedosa. ¿No advierten que no se trata de una forma nueva, sino en recuperar una forma tradicional para levar la masa? Seguramente, sí; pero resulta que lo novedoso parece ser ese rescate de tradiciones parisinas con las que está informada esta manera tan atractiva, por lo menos para mí, de hacer el pan.

Puede que a estas muestras de tilinguería porteña se sume alguna cuestión relacionada con barreras organolépticas que refuerzan la falta de interés por la galleta. Mi amigo Odino Ciai tiene una teoría muy interesante. Sostiene que al poblador urbano le gusta más la miga que la corteza en un pan y que la galleta representa todo lo contrario a esa preferencia con su mucha corteza y poca miga. Seguramente no le falta razón.

Con todo, ¿se podría lograr, de todas maneras, que la galleta resulte atractiva para un sector importante de la población urbana?

VIII ¿Tenemos algo en su favor?

Sí, claro, la galleta tiene muchas cosas a favor.

Puede ser ofrecida a los consumidores que no la conocen como una novedad, como un producto exótico. Parece una incongruencia, ¿no? ¿Cómo vender el exotismo en algo que es tan nuestro? Sólo diré un par de cosas aquí.


El porteño en general, y los jóvenes en particular, ama la novedad y el exotismo. Así fue como, por ejemplo, se puso de moda el sushi, ¿por qué no hacer lo mismo con la galleta? ¿Nadie se preguntó cómo fue que nos zambullimos en esa especialidad japonesa? ¿Nadie advirtió que muchas veces fue a partir de la oferta de distinguidos restaurantes peruanos? En ese caso, un cierto desconocimiento jugó a favor porque el atractivo de la novedad, traída por unos pocos viajeros desde Nueva York, fue demasiado intenso.

La galleta ha tenido otro atributo no carente de atractivo que se debe subrayar. Tradicionalmente se hacía con masa madre. Los recortes de masa de un día, servían como pre fermento de la masa del día siguiente. Pero no se trataba de una masa madre de laboratorio, como la que se impuso en muchos hogares porteños en tiempos de pandemia. Sino el resultado de una práctica milenaria que llegó a nuestro país hace unos ciento cincuenta años, echando raíces en las llanuras argentinas.


Ofrecer un pan exótico de las Pampas Bonaerenses hecho de masa madre puede que sea poco y difícil de comunicar, pero puede que sea un comienzo. Alguna vez, los argentinos tendremos que entender que el mundo capitalista se mueve a partir de una vieja sentencia que ya tiene doscientos años: “Toda oferta genera su demanda”.

Lo demás, corteza crujiente, miga escasa y esa deliciosa sensación astringente, resultará más fácil.

IX Patrimonio alimentario bonaerense

La galleta de campo es una pieza fundamental del patrimonio alimentario bonaerense. No porque lo diga yo… para mí, en lo personal, es sólo mi magdalena de Proust… sino porque ha contribuido sensiblemente en la buena alimentación de las poblaciones rurales bonaerenses desde hace, por lo menos, un siglo y medio. La presencia en las panaderías de La Provincia sigue siendo importante. Suipacha es sólo una de las ciudades en las que se puede encontrar y el esforzado amigo Coyín es sólo uno de los muchos maestros panaderos que las siguen haciendo. Coyín es un ejemplo de maestría y perseverancia… y muchos de los otros, también.



Sí, ya sé que una declaratoria por parte del Gobierno que establezca esa condición patrimonial no resulta indispensable; pero tal vez ayude.

Notas y referencias:

(1) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane, tomo II, pag. 127-128. 2018, Aiscurri, Mario, “La industria panadera francesa (1887)”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2018/08/la-industria-panadera-francesa-1887.html el 10 de enero de 2022. Nuevas lecturas y hallazgos me llevan a reconocer que la galleta ha tenido un origen más complejo que la simple presencia de molineros y panaderos franceses y una aparición en el Río de la Plata muy anterior a la estipulada aquí. Esto será motivo de una pronta revisión, pero la idea que nos da el texto de Daireaux es válida en el contexto del poblamiento agrícola la Pampa Húmeda.

(2) 2021, registros en videos caseros en propiedad del autor.

(3) 1953, Sánchez, Mariquita, Recuerdos de Buenos Aires virreinal, Buenos Aires, ENE.


sábado, 23 de julio de 2022

La galleta, auténtico pan de campo en las llanuras argentinas, entre mi magdalena de Proust y el patrimonio alimentario bonaerense (Parte I)

Este artículo tiene una revisión

Con el debido agradecimiento a Enrique Mac Loughlin, Luis Bulit Goñi y, fundamentalmente, a Carlos Marcelo Cruz, “Coyín”.

He leído en alguna parte que Ernesto Sábato sentenció algo como esto: “quien profiere un lugar común, abriga una esperanza”. No sé si la cita es exacta, ni si la atribución que rescato de mi memoria es correcta. Pero a los fines de las notas presentes, me conviene adoptar la expresión como verdadera… pero, si no fuera así, como dicen los Tanos, “Se non e vero, e ben trovato”.

Las imágenes pertenecen al autor

Es que, en este momento, no me queda otro recurso que aludir a un lugar común en las reflexiones de los gastrónomos, me refiero a la socorrida referencia que hace Marcel Proust sobre la evocación de la infancia que le provocó una magdalena recién hecha ensopada en un té fragante. (1)

La galleta de campo con chorizo chacarero seco, y manteca casera, si la hay, es mi magdalena de Proust…

I Buscando la magdalena perdida

Me hice al camino, por la querida Ruta Nacional N° 5, precisamente para encontrarme con el sabor de esa magdalena, la mía. Ya contaré, un poco más abajo, el cómo y el para qué. El por qué ha sido simplemente la búsqueda de un sabor perdido en la gran ciudad. Hablo de sabor porque no sólo se trata de la estructura aromática de este pan inigualable, hay también una textura levemente astringente que lo caracteriza y algunas otras cosas más.


Fue, claramente, un sabor del verano en mi infancia. Entonces tomábamos la Ruta Nacional N° 5 hasta 9 de Julio. Allí nos desviábamos hacia el sur por la Ruta Provincial N° 65, para llegar a la chacra de mis abuelos cerca de la estación 12 de Octubre.

El verano solía ser tórrido, pero a mi abuela le importaba más alimentarnos que refrescarnos. Desayunábamos cuando la temperatura aún no era intensa. Íbamos a la cocina poblada de aromas tan fuertes que alimentan, como dicen los españoles. Sobre la mesa nos esperaba un enorme tazón de café con leche, galleta, chorizo seco de la carneada anterior, algún dulce y manteca casera batida por mi abuelo, si la había.

Era un pan maravilloso que en nuestra vida de ciudad no comíamos. En el campo se comía galleta que, por su enorme capacidad de conservación, no era necesario comprar a Diario. En la ciudad, comprábamos el pan todos los días. Un pan de cinco piezas por kg que se vendía bajo el nombre “pan francés”.

¿No había galleta en las panaderías de la ciudad? Sí que había. El recuerdo es vago, pero puedo afirmar que, por lo menos en algunas panaderías del barrio de Mataderos, había una galleta más pequeña. Esa que llamaban galleta trincha en el campo, pero que, en el barrio, simplemente denominaban “pan criollo”. Pero, en casa, se prefería el pan francés que era el que tenía el precio regulado (en los años sesenta, por lo menos).


El pan criollo aparecía rara vez en la mesa, cuando no se conseguía el otro. Me encantaba encontrarme con él, aunque me parecía cosa extraña porque me evocaba la galleta del verano en El Doce. De modo que, para mí, la galleta siempre fue el pan de campo.

¿Por qué la busco? Porque corre el riesgo de desaparecer.

Ya desde hace algunos años percibo que se ciñe una amenaza sobre este pan que no sólo es mi magdalena, sino un importante elemento del patrimonio alimentario bonaerense.

Hace años que no veo pan criollo en la ciudad. Por supuesto que en los supermercados no existe. Pero hay algo más grave aún, desde hace varias década, ha aparecido una pan que rompe con las formas tradicionales de la flauta francesa, el pan de molde inglés y otras panificaciones tradicionales. Lo denominan “pan de campo”. Siempre me pregunté de qué campo era y si había un pan de ese estilo en las llanuras bonaerenses. Yo no lo conocía, por lo menos. Ello me permitía admitir la denominación “pan artesanal”, pero no “pan de campo”.

El colmo llegó en la Feria de Mataderos, en unos recorridos que realicé hace siete u ocho años. (2) En algunos puestos dedicados a distintas panificaciones, exhibían con orgullo estos “panes de campo”. Pregunté a la encargada del puesto de qué campo era ese pan. Es que la Feria siempre pretendió reunir y exhibir tradiciones argentinas. Pero ella me respondió que era el único “pan de campo” que ella conocía. Me indigné y dije que ese pan no debía recibir esa denominación, que el pan de campo argentino era mi bien amada galleta.


Señalé entonces el último puesto de la Feria y dije “Zunino es el único que vende pan de campo argentino”.

El lector se preguntará quién es Zunino. Un mercedino que ofrecía salame quintero, queso de chancho y otros productos de la factura de cerdo y quesos caseros. Para completar la oferta de su puesto, llevaba siempre algunas galletas.

Fue en ese instante que sentí que era hora de romper lanzas por la galleta. No podemos perder este bien patrimonial. Me propuse dar batalla. Como siempre voy a luchar contra molinos de viento, me dije… o, a lo mejor, en favor de ellos.

II Diendo pa’ Suipacha

Con el propósito de conocer algo de la intimidad de este pan de curiosos lóbulos inflados, me hice el propósito de asistir a una panadería que lo hiciera, a verlo sobar, a verlo hornear. Creyendo dar con la persona indicada para encarar la aventura, consulté a Luis Bulit Goñi quien, en una cadena de amabilidades me conectó con Enrique Mac Loughlin que vive en la pequeña y bella ciudad de Suipacha y conoce el paño, y sabe tocar el timbre en la puerta adecuada.


Enrique me dijo que conocía a un panadero local que horneaba una galleta maravillosa en una panadería centenaria. Habló con él y le respondió que le encantaría recibirnos. Todo esto fue en la primavera de 2019. Pero una serie de circunstancias, pandemia incluida, retrasó el proyecto hasta mediados de diciembre de 2021.

Suipacha, yo te explico cómo llegar, me dijo Enrique. Recomendame un alojamiento y decime dónde nos encontramos, respondí, sé perfectamente donde queda Suipacha… conozco de memoria el hilo de ciudades y pueblos cuya siesta es enhebrada por la querida Ruta Nacional N° 5.

El 14 de diciembre emprendí el camino a Suipacha, donde me encontré con Enrique a mediodía. Te voy a llevar a la panadería “Lo de Coyín”, su dueño nos espera a las 17…

Suipacha es un sitio apacible. Mientras charlábamos un poco, le conté a Enrique que el paisaje que más me seda y relaja es el de la Llanura Pampeana, su inmensidad verde y sus pueblos son una invitación a una vida tranquila y amable. Estábamos en el bar Garrison que está en una esquina frente a la plaza y frente a un gran colegio de monjas (Instituto Nuestra Señora del Carmen). Quedamos en encontrarnos allí a las cinco de la tarde y nosotros marchamos a dormir un poco porque la jornada iba a ser extenuante por los horarios que nos implicaría la visita.


Cuando volvimos, Garrison estaba cerrado, todavía era la hora de la siesta y, a la vez, de la salida de pibes de la escuela. La ciudad no tiene semáforos, pero sí un dispositivo policial para dar seguridad vial a los escolares y familiares que van a buscarlos. Entonces el vértigo quebró la calma y por diez minutos se adueñó de la esquina… los pibes se fueron, la policía también y la ciudad recuperó su melodía apacible.

III Lo de Coyín

Enrique llegó y fuimos a Lo de Coyín. Allí, el vértigo se repetiría por con armonía racional, casi como en un concierto barroco. Estuvimos tres horas, Coyín y Darío, su ayudante, no dejaron de trabajar siguiendo un guión preestablecido, pero silencioso. Las tareas se sucedían sin solución de continuidad y sin que hubiera órdenes de por medio. Yo tomaba imágenes de video con mi teléfono celular y Coyín explicaba con amabilidad y llaneza cada cosa que yo le preguntaba, todo sin detenerse.


Allí estábamos en una barraca de trabajo con su horno centenario y un equipamiento acumulado a lo largo de las décadas. Una extensa mesada, que los panaderos llaman torno, dos amasadoras, una sobadora y… un horno eléctrico. Algunos objetos eran muy modernos, como el horno eléctrico. Otros, muy viejos, como la balanza que Coyín usa para medir los ingredientes que deben ser pesados. Otros.

¿Un horno eléctrico? Sí, hace algo más de tres años el horno de leña estaba tan deteriorado que fue necesario repararlo. Quedó impecable, pero Coyín está esperando la mejor oportunidad de volver a encenderlo, porque ello supone quemar leña por un mes y medio antes de poder usarlo. Con el horno eléctrico no es exactamente lo mismo, me dice, pero el resultado es razonablemente bueno.


Me explica también que para usar el horno de leña es indispensable el trabajo de dos personas, el palero y el maestro palero. El palero acomoda los panes sobre las palas de madera. Me las muestra, están guardadas sobre unos tenderos frente al horno viejo. El maestro palero va introduciendo y sacando los panes en el horno, siguiendo los ritmos que le dicta su conocimiento… su sabiduría.

Mientras Carlos, Coyín, me cuenta que empezó a trabajar como ayudante en esa panadería hace casi cuarenta años. Su relato me permitió advertir que el oficio de panadero tiene una tradición milenaria y un cursus honorum tan antiguo como el de los obreros de la construcción.


Empecé como ayudante, fui aprendiendo todo lo necesario para amasar el pan, fui palero, maestro palero y ahora, desde hace ya unos cuantos años, estoy a cargo de la panadería. Casi sentí que me estaba hundiendo en la Edad Media.

Una vida dedicada al noble oficio. Coyín contaba su historia y yo veía su maestría a cada paso. Sobaba la masa la cortaba para hacer distintos panes y la preparaba para que levaran toda la noche en la “estufa”, un pequeño cuarto que está al costado del viejo horno.


Entre los panes que preparó estaba la galleta en tres formas distintas, galleta grande y pequeña y galleta de puño.

Yo, no sólo filmaba y preguntaba, también probaba una deliciosa galleta de puño. De la otra, de la lobulada, de la que me traería sabores y sensaciones de la infancia, nada quedaba… la que fue horneada ese día se había vendido toda. (3)

IV ¿Qué es la galleta de campo bonaerense?

Es un pan amasado y fermentado a la manera francesa que se ha horneado y consumido mucho a lo largo y a lo ancho de la Provincia de Buenos Aires por un siglo y medio. Ha tenido mucha popularidad debido a que conserva su frescura por varios días. Se la distingue por su forma característica compuesta por sus dos lóbulos abiertos, aireados en el interior, su gran corteza firme y crocante, su miga escasa y sutil y su leve tono astringente en el gusto, semejante a la sensación que produce tomar un té.


En las últimas décadas, se ha producido una tendencia en las panificaciones horneadas y consumidas en la ciudad, con la aparición de panes, algunos de ellos artesanales, que no siguen los formatos clásicos. Se los suele denominar “pan de campo”.

Tengo para mí que cuando, algo recibe el atributo “de campo”, debe referir a algo habitual en las áreas rurales que rodean la ciudad en la que uno vive. Yo, por ejemplo, vivo en la ciudad de Buenos Aires y he recorrido bastante la provincia homónima, lo suficiente como para saber que ninguno de los panes de campo que ofrecen las panaderías porteñas refiere a un algo habitual de las panificaciones bonaerenses. ¿De qué campo será, entonces, ese “pan de campo”?


En cambio, he visto galleta en todo el territorio de La Provincia. Ella ese algo habitual que se panifica en el territorio y, por tanto, es el auténtico y genuino pan de campo… ¿Por qué será, entonces, que las panaderías porteñas no lo ofrecen?

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Notas y referencias:

(1) ¡Ah! La asociación entre Sábato y Proust en estos párrafos ha sido puramente casual.

(2) 2016, Aiscurri, Mario, “La Feria de Mataderos – índice”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 8 de enero de 2022 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2016/06/la-feria-de-mataderos-indice.html.

(3) 2021, videos caseros tomados el 14 y el 15 de diciembre y conservados por el autor.


sábado, 16 de julio de 2022

La cocina de la abuela Clara - Epílogo

Uno de los pasajes más recordados de la literatura universal tal vez sea el episodio que quedó en la historia como “La Magdalena de Proust” (Para leer el fragmento click acá).

Marcel Proust (París: 1871-1922) desarrolla en la primera novela de las siete que constituyen su obra magna “En busca del tiempo perdido”, “Por el camino de Swann”, un texto de más de 3000 palabras contando la reminiscencia que le dispara el sabor de “uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino” mojada en una taza de té caliente y que lo llevarán a recorrer toda su vida.

Las imágenes pertenecen a Aldo Barberis Rusca 

Hace más de 30 años yo viví una experiencia similar aunque de alcance mucho más limitado; aunque sus resonancias aún perduren.

Todo comenzó una vez que tenía hambre y en la heladera solo encontré un tupper con fideos, algunos huevos y un ramo de albahaca mustio. Así que sin mucha idea de lo que estaba haciendo batí unos huevos con sal y pimienta, le puse las hojas de albahaca que pude rescatar y lo mandé a una sartén con manteca y un chorro de oliva, como para hacer huevos revueltos.

A medio coagular le sumé los fideos y un buen puñado de queso rallado y, ahí mismo, de la sartén para no ensuciar me dispuse a comer.

Bastó un bocado para encontrarme en la cocina de mi abuela Clara con su radio Noblex Fabulino, su ventiladorcito y su Singer.

Era un sabor que no gustaba desde mi infancia y que tenía absolutamente olvidado el que volvía y que de pronto tenía perfectamente presente.

Rememorar para Mario estas recetas que hoy el transcribe, y otras que he perdido por completo, me trajeron esos viejos sabores, los momentos pasados en la casita del Pasaje de las Garantías y Asamblea, de los sándwiches de queso de rallar con manteca.

Así mismo me permitió darme cuenta de que era una cocina de pocos ingredientes, tres o cuatro, de sabores claros, nítidos.


Extrañamente no usaba el picante aunque cultivaba sus putaparió en abundancia y los maceraba en un frasco de Nescafé marrón en aceite que rociaba directamente sobre su plato generosamente.

Así que bueno, espero que gusten de las recetas como yo he disfrutado recordándolas.


Zapallitos rellenos de Irma

He publicado varias recetas de zapallitos rellenos; (1) pero ésta es especial… (2) bueno, en realidad, todas las recetas, en el registro de una individualidad personal o familiar, lo son… y claro, como todas las recetas familiares, ésta tiene una historia particular por detrás. Aldo la contó en el grupo privado de Facebook Buena Morfa Social Club (BMSC) (3) y me aclaró algunos detalles adicionales en un correo-e de marzo de 2022. (4)

Las imágenes pertenecen a Aldo Barberis Rusca

Esta será la última receta relacionada con la cocina de abuela Clara y de su madre Irma que publicaré en El Recopilador de sabores entrañables, por ahora por lo menos. (5) Como puede leerse en el artículo de la recopilación citado, Aldo ha venido practicando varios de los platos de su abuela que ha ido rescatando de diversos modos. Directamente de su abuela, como es el caso de las empanadas de pollo; a través de la cocina de su madre o por fortuito hallazgo, como ocurrió con los huevos a la nieve que encontró en un libro de cocina rusa. Esta receta de zapallitos y la de pollo a la francesa eran muy habituales en la cocina de Irma.

Con todo, la historia que hay detrás de los zapallitos rellenos es por demás curiosa. Aldo nunca practicó la receta por la sencilla razón de que los zapallitos no le han gustado nunca, ni cuando era niño, ni de adulto. El atractivo que tenía esta receta para él estaba en la salsa blanca que formaba parte del relleno.


Doña Clara usaba la salsa blanca para muchos platos; pero Irma sólo para estos zapallitos que preparaba semanalmente, casi como llevada por el insistente ritmo de un astro errante. 

Aldo era un niño y veía a su madre cocinarlos. Cuando terminaba el armado para llevarlos a gratinar, le daba a mi amigo la olla donde había preparado la salsa blanca para que la raspara con una cuchara y se comiera los restos. Cuando tuvo siete u ocho años, le pidió a su madre que le enseñara como hacer salsa blanca y, más tarde, que lo dejara prepararla mientras ella se las arreglaba con los zapallitos. Desde entonces, se transformó en adicto confeso de la salsa blanca y, cada vez que su madre cocinaba zapallitos, la preparaba en exceso para tener una mayor cantidad de salsa residual en el momento de raspar la olla con la cuchara. Le fascinaba la textura y el sabor de esa salsa y, por supuesto, la presencia irremplazable de la nuez moscada.

Zapallitos rellenos

Fuente (fecha)

Aldo Barberis-Rusca (2022)

Ingredientes

Zapallitos redondos medianos 4.

Salchicha parrillera 1kg.

Cebolla grande 1.

Manteca 50 gr.

Aceite 1 cucharada.

Harina 0000 50 gr.

Leche 1 litro.

Queso rallado a gusto.

Sal a gusto.

Pimienta a gusto.

Nuez moscada a gusto.

Preparación

1.- Partir los zapallitos ecuatorialmente al medio

2.- Blanquear las mitades en agua con sal unos 5 minutos o hasta que estén tiernas pero consistentes.

3.- Escurrir los zapallitos, dejar enfriar un poco y retirar la pulpa con una cuchara dejando los cascos lo más finos posible sin que se rompan. Reservar la pulpa en un colador de pastas y los cascos boca abajo sobre una rejilla para que pierdan el líquido excedente.

4.- Derretir en una olla la manteca con el aceite, agregar la harina y revolver un par de minutos. Añadir la leche de a poco revolviendo constantemente hasta lograr una salsa blanca espesa. Condimentar con sal, pimienta, nuez moscada y un puñado de queso rallado

5.- Picar finamente la cebolla, la pulpa de los zapallitos y retirar la tripa de la salchicha dejando solamente el relleno.

6.- Dorar la cebolla. Añadir la salchicha desmenuzada. Cuando el conjunto esté cocido agregar la pulpa de los zapallitos. Cocinar para que pierda la humedad. Una vez que tenga la consistencia deseada agregar la mitad de la salsa blanca y unir. Debe quedar un relleno consistente. Dejar enfriar.

7.- Rellenar los cascos de zapallitos con la mezcla y acomodar en una asadera.

8.- Aligerar con leche la salsa blanca restante hasta que tenga una consistencia fluida para cubrir los zapallitos. Terminar con un puñado de queso rallado y un cubito de manteca.

9.- Gratinar y servir.

Comentarios

 

 

Notas y bibliografía:

(1) 2014, Aiscurri, Mario, “Zapallitos rellenos con stoemp de brócoli”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 29 de marzo de 2022 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2014/02/zapallitos-rellenos-con-stoemp-de.html; 2014, Aiscurri, Mario, “Zapallitos rellenos”, en ídem, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2014/06/zapallitos-rellenos.html el 29 de marzo de 2022 y 2021, Aiscurri, Mario, “Zapallitos rellenos”, en ídem, leído el 29 de marzo de 2022 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2021/12/zapallitos-rellenos.html

(2) 2022, Aldo Barberis-Rusca a Mario Aiscurri, correo-e del 22 de marzo.

(3) 2018, Barberis-Rusca, Aldo, en el grupo privado de Facebook Buena Morfe Social Club, leído el 28 de marzo de 2022 en https://www.facebook.com/groups/buenamorfa/permalink/1818822831470901/.

(4) 2022, Aldo Barberis-Rusca a Mario Aiscurri, correo-e del 28 de marzo.

(5) 2022, Aiscurri, Mario, “Aldo Rusca y una cocina legendaria”, en El recopilador de sabores entrañables, leído el 26 de junio de 2022 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2022/06/aldo-rusca-y-una-cocina-legendaria.html