El
capitán Alexander Gillespie intervino en la invasión inglesa de
1806. Fue tomado prisionero e internado hacia Córdoba. Escapó de
su reclusión y se dirigió a la Banda Oriental, llegando en los
momentos en que se producía en Buenos Aires la capitulación
británica en julio de 1807. En 1818 escribió un libro en el que
relata su experiencia en La Argentina. Los textos resumen su
experiencia gastronómica en la ciudad de Buenos Aires. El fragmento
que se trascribe habla de la actitud política de las mujeres
porteñas y se desarrolla en el escenario de una fonda de principios
del siglo XIX. Casi el único “restaurante” de aquella Buenos
Aires.
La
fonda de los Tres Reyes(1)
“Después
de asegurar nuestras armas, instalar guardias y examinar varias
partes de la ciudad, los más de nosotros fuimos compelidos a ir a
buscar algún refrigerio. Había muchos guías prontos a nuestro
servicio para conducirnos, entre una cantidad de changadores
haraganes que importunaban numerosos por las calles. Nos guiaron a la
fonda de los Tres Reyes, en la calle del mismo nombre. Una comida de
tocino y huevos fue todo lo que nos pudieron dar, pues cada familia
consume sus compras de la mañana en la misma tarde, y los mercados
se cierran muy temprano. A la misma mesa se sentaron muchos oficiales
españoles con quienes pocas horas antes habíamos combatido,
convertidos ahora en prisioneros con la toma de la ciudad, y que se
regalaban con la misma comida que nosotros. Una hermosa joven servía
a los dos grupos, pero en su rostro se acusaba un hondo ceño. La
cautela impidió que por un tiempo ella echase una mirada, esa
chismosa de los pensamientos femeninos, sobre su objeto, y
consideramos causado por nosotros. Ansiosos de disipar todo prejuicio
desfavorable, que podía naturalmente provenir de que se pagase una
recompensa inadecuada por tanto hostiles extranjeros voraces, tan
seriamente empeñados en devorar el contenido de la despensa paterna,
le expliqué, valiéndome del señor Barreda, criollo civil que había
residido algunos años en Inglaterra y estaba presente, los usos
liberales de los ingleses en tales casos, y le rogué que hiciera
confesión franca del motivo de su disgusto. Después de agradecernos
por esta declaración honrada, inmediatamente, se volvió a sus
compatriotas, que estaban en el otro extremo de una larga mesa,
dirigiéndose a ellos en el tono más alto e impresionante.
“Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de
sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi
vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado
unánimemente y rechazado a los ingleses a pedradas.” Este heroico
discurso aturdió a aquellos guerreros y agradó no poco a nuestro
amigo criollo. Después de pronunciarlo, ella asumió de nuevo su
buen humor y gracias naturales. Ese posadero resultó bondadoso amigo
de nuestra nación, proporcionando asilo gratuito a muchos
prisioneros comerciantes caídos en manos del enemigo después de la
reconquista, que fueron olvidados y abandonados. /.../.
“Cuando
después se nos ordenó ir al interior del país, todos los oficiales
comieron en la fonda el mismo día y por unanimidad les dejaron una
carta redactada en eficaces términos de recomendación para aquel
ejército conquistador, que esperábamos volviera a izar nuestra
bandera y enmendar nuestros yerros.”
Notas
y bibliografía:
(1) 1818,
Gillespie, Alexander, Buenos Aires y el
interior, Hyspamérica, 1986, pp. 47-48.
Siempre me pregunté si las polleras kilt formaban parte del uniforme del regimiento 71 que invadió Buenos Aires en 1806. De ser así, ¿qué habrían pensado las porteñas de sus hombres derrotados casi sin disparar un tiro por unos pollerudos?
ResponderEliminarEste fragmento no dice nada acerca de ello, pero el enojo de la posadera es significativo.
Lo interesante del relato también es que siempre hubo cipayos argentos prestos a jugar para los gringos...
ResponderEliminarGracias por tu aporte, Natxus.
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