sábado, 19 de marzo de 2022

El gusto de la cocina porteña. Lo dulce, lo suave, lo cocido

Me muevo en ámbitos donde circulan los amantes de la buena mesa. Gentes que han desarrollado capacidades de evaluación crítica de lo que come a partir de experiencias solitarias o compartidas, de viajes o de residencia en otras tierras, de lecturas e intercambios reflexivos y de una refinada percepción sensorial de bebidas y alimentos. Muchos de estos conocedores, casi todos, me provocan admiración porque sus opiniones me ayudan a comprender mejor las cuestiones relacionadas con la cocina que, no sin cierta obstinación, persigo… y, también, a abrir la cabeza a lo diferente, a lo que enriquece el cuerpo y el alma.

Referencia de la imagen (a) 

En estas notas, me propongo describir el gusto socialmente constituido del paladar de los porteños. En este sentido, debo presuponer que el gusto de los conocedores no representa el paradigma de la porteñidad porque conforman una estricta minoría. De modo que las ideas que ensayo a continuación pueden plantear una contradicción o, al menos, una cierta tensión entre dos modos de percibir la comida. Pero veamos cómo funciona y cómo puede resolverse esa tensión.

I Hipótesis: lo dulce, lo suave, lo cocido

Comencé a reflexionar sobre esta hipótesis hace ya mucho tiempo. He escrito y publicado textos sobre el gusto socialmente constituido, por ejemplo, en torno de las preferencias sobre el punto de cocción de las carnes asadas. (1) Sin embargo, una charla con un crítico gastronómico de trayectoria y mi amigo Mario Sorsaburu me impusieron la tarea de hurgar por otros sitios y obtener una imagen más comprensiva del fenómeno. Es que el primero se preguntaba por qué la cocina porteña tradicional parecía tan insípida, en tanto que el segundo afirmaba que no lo parecía, que definitivamente lo era. (2) (3)

La imagen pertenece a Mario Sorsaburu

Una simple observación nos permite establecer la certeza del epígrafe. Es de fácil constatación que las preferencias del porteño se cifran en lo dulce, lo suave y lo cocido, independientemente de los cambios que han ocurrido en ese gusto en los últimos años. Se me impuso entonces una pregunta ¿Es lícito afirmar que una comida que es dulce, suave y cocida es insípida?

No me parece. Creo que hay mucho sabor en la cocina porteña. ¿Por qué entonces no podemos reconocerlo sensiblemente?

Nadie duda de cierta influencia de la academia francesa en la cocina porteña, tanto en la restauración como en los hogares. La tomaré como parámetro de comparación con la nuestra. Les propongo, para comenzar, descomponer las tres variables para ver cómo funcionen en esa cocina. Prima facie se percibe que no abunda en estridencias pungentes en materia de picantes, especiados y acideces; aunque sí se prefieren las carnes asadas muy jugosas y se admite la presencia de sabores ácidos en comidas y bebidas. (4)

Como lo he dicho arriba, ya he escrito sobre el punto de cocción de las carnes, de modo que no hablaré aquí de esa diferencia ampliamente constatable. Me concentraré, primero en la suavidad y, más abajo en las combinaciones de lo ácido con lo dulce y lo salado, aquello que, quizás erróneamente, denominamos agridulces.

II Lo suave

El lector me dirá que hay platos de la cocina francesa que son picantes. Sí, claro. Auguste Escoffier, por ejemplo, tiene, en Mi cocina, un par de recetas de salsas picantes entre más de un centenar de fórmulas suaves. (5) Sí, claro, también existe una receta que tuvo su éxito en la cocina porteña, el lomo a la pimienta, en el que este condimento produce un picor sensible gracias a su abundante presencia. Sin embargo, la receta es aplacada con la suavidad de las papas gratinadas a la manera de Dauphine o, en la versión porteña, de papas a la crema. Otro tanto pasa con el uso, siempre moderado, de la mostaza a la antigua. Pero no hay mucho más.

Entonces, en el resto de sus fórmulas, ¿podemos afirmar que la cocina francesa no tiene gusto? La pregunta competente es ¿a qué aludimos cuando hablamos a una cocina con gusto? En el caso de la charla de marras, al uso profuso de picantes y especias. En ese sentido, la cocina francesa y la porteña no tienen gusto. Aunque, en realidad habría que exponer la conclusión señalando un matiz y decir que la cocina francesa y la porteña no tienen ese gusto.

Salvo indicación en contrario, las imágenes pertenecen al autor o a su biblioteca

Una constatación simple nos permite responder que la cocina francesa y la porteña tienen gusto, mucho gusto. Por ejemplo, muchas preparaciones francesas comienzan con una guarnición aromática denominada mirepoix. Se trata, generalmente, de una combinación básica de puerro, cebolla, apio y zanahoria que, por cierto, admite algunas variaciones. Esta combinación produce aromas sutiles, pero claramente reconocibles. Un caldo hecho con estas verduras puede dar un sabor a un arroz blanco que no se obtienen con uso exclusivo de agua. Lo mismo ocurre con un guiso de lentejas.

La cocina francesa también suele utilizar un ramillete de hierbas denominado bouquet garni (aunque admite variantes, suele estar compuesto por perejil, tomillo y laurel envueltos en una penca del verde de puerro)… de modo que podemos seguir sumando aromas y sabores.

Estas bases aromáticas fueron también propias de la cocina popular porteña de los años sesenta del siglo XX. Cuando las doñas de un barrio popular iban a comprar vegetales, solicitaban que el vendedor les diera “verdurita” (generalmente una zanahoria, un ramillete de perejil y una penca de apio, también había alguna que otra variante). Mi madre lo hacía en el barrio de Mataderos. Si no recuerdo mal, la verdurita oficiaba de “yapa” (curioso uso de una palabra quechua por inmigrantes italianos). ¿Para qué se usaba la verdurita? Mi madre la echaba en olla cuando era hora de preparar un guiso. Sí, funcionaba como la mirepox y el ramillete de hierbas.

III Combinaciones agridulces

El recetario porteño es parco en la presencia de fórmulas con gusto ácido y en combinaciones de salado y dulce. Los muy hispánicos escabeches, los ajíes en vinagre de procedencia italiana, las carnes mechadas con ciruela pasas y panceta y esa joya que es el carré de cerdo con puré de manzanas de clara inspiración francesa… y muy poco más. Incluso, la preferencia por estas fórmulas no gozan de la adhesión mayoritaria. Tal es la propensión a rechazar sabores pungentes que hasta denominamos escabeches a preparaciones que sólo se conservan en aceite.


Sin embargo, lo que resulta verdaderamente curioso es el término que se usa para clasificar estas recetas, la palabra agridulce. Ella reúne dos términos que señalan nuestra contradicción frente a esos gustos, por un lado nuestra pasión por lo dulce, por el otro la palabra que señala la corrupción indigesta de lo ácido, lo agrio. Tal vez debiéramos hablar de lo acidulcesalado que es lo que estas recetas realmente son.


Me dirán que usamos el medio ácido en muchas partes (v. g., las ensaladas, el chimichurri, etc.), pero en ninguno de estos casos, aparece como sabor dominante. En ellos, es más un ingrediente de reparto que un protagonista.

Otro tanto ocurre con los vinos. La profusa utilización de las cepas de malbec y bonarda en los vinos masivos de hace unos años funciona como constatación. Los porteños imaginábamos que nos gustan los vinos muy secos, pero nos quedábamos con los taninos dulzones esos vinos que solíamos denominar abocados… Tal vez ello explique la masiva difusión del malbec en el mercado interno luego de que la apuesta marquetinera lo transformara en bandera de los vinos argentinos que se exportan.

Sostengo que ese gusto persiste en la a actualidad a pesar de los cambios significativos que tuvo la cocina porteña en los últimos cuarenta años.

IV El gusto común del porteño

¿Por qué creemos entonces que la comida porteña no tiene gusto? Es difícil de responder a una pregunta que la mayoría de los porteños no se formula, seguramente porque están cómodos en lo heredado, con lo de toda la vida. Ese gusto social constituido a lo largo de los años en la Ciudad de Buenos Aires, como vengo diciendo, prefiere lo suave, lo dulce y lo cocido… y esos son gustos verdaderos, no ausencia de sabor.

Quien más, quien menos, entre los que sí nos formulamos la pregunta de marras, conocemos a muchísimas personas de nuestra cercanía que sostienen esas preferencias.

Pero, para poner blanco sobre negro, quiero tomar un ejemplo que me resulta paradigmático. Hay un programa en Canal de la Ciudad que se llama Pantagruélico. Ha tenido varias temporadas, siempre conducido por el actor Diego Pérez. Suele haber repeticiones de los distintos episodios. El conductor no sólo no hace alarde de un gusto gourmet, sino que manifiesta ignorar el ABC de productos e ideas gastronómicas que resultan tan obvia a los conocedores. Dicho de otro modo, es tan dueño de su gusto personal que ejerce el derecho a la ignorancia.

Referencia de la imagen (b)

Prueba una croissant que le ofrece Oliver Hanocq y exclama, lleno de admiración, “¡qué suave!”. Concurre a La Mar, prueba un trago peruano y dice “¡Qué rico, no es tan fuerte, parece medio dulce!”. Va a probar un ceviche que le sirve Antony Vázquez y le reclama, “No será picante, ¿no?”. Va a una parrilla de barrio y pide que el asado esté bien cocidito. Medio que se deja convencer que la carne debe comerse más jugosa cuando Gastón Rivera le dice que él mismo aprendió a comer la carne asada jugosa en catas a ciegas que hizo en Francia… parece que se deja convencer, pero medio, nomás.

En un episodio, el actor está sentado a la mesa en Los Chachitos. Su objetivo es probar las milanesas que allí se ofrecen a los clientes. Su interlocutor la exhibe una botella de vino con marca propia y le dice “Es un vino hecho para nosotros por una bodega de Maipú, Mendoza”. Le sirve y Diego amaga con que va hacer girar la copa, pero se contiene y afirma “No voy a hacer estas giladas porque no entiendo nada de vinos”. Finalmente lo prueba y dice: “¡Qué rico! ¡Qué suave!”

El conductor del programa tiene la obligación de decir “¡Qué rico!” cuando prueba algo, pero no es necesario que agregue “¡Qué suave!”, “Es dulce” o “Para mí, esa carne está demasiado jugosa”. Eso es, en mi modesta opinión, la representación del gusto medio socialmente constituido de los porteños.

V Constataciones adicionales sobre el gusto argentino en vinos

En primer lugar, voy a transcribir aquí un texto de Miguel Brascó incluido en el anuario de vinos para el año 2006, escrito por el autor en colaboración con Fabricio Portelli. El fragmento lleva un título sugestivo “Champagnes argentinos, El célebre field work de Chandon” y reza:

“Por tan célebre ya casi mitológico, a la vez que super reservado se mantuvo siempre el sagaz estudio sobre realidades y preferencias del paladar local en materia de vinos que mandó hacer Chandon de Reims a fines de los años cincuenta, previo a su irrupción en los antagonismos competitivos del mercado doméstico argentino.

”Yo lo tuve en mis manos cuando Bertrand de Ladoucette me contrató para hablar en el Plaza al periodismo presentando al high level Baron B.

”Leí el estudio muy por encima, una carpeta de cuerina azul tipeada en Olivetti eléctrica. Tenía profusos números y tediosos blablaísmos, pero dos conclusiones entendibles, muy claritas. Una, que los argentinos no apreciamos para nada lo sabores ácidos. Dos, que en cambio sí nos gustan las botellas que en la etiqueta se declaran super secas pero llevan adentro una champaña easy going y envueltita con un leve tenue gusto demi-sec. Mirá vos, me dije para adentro; tengo que leer más a fondo este estudio de mercado.

”Devolví la carpeta a Ladoucette quien la metió en su attaché de Louis Vuiton y nunca más se supo, chau. Cada vez que nombran nuevo presidente de Chandon yo voy, bien tipo fesa, y le pido que me muestre aquel informe de la carpeta azul tipeada en Olivetti. Todos me miran (Thibaud, Tommy Achaval, Maggie Enríquez) con cara de absolutamente nada y me preguntan ¿cuál Informe?

”Pero hicieron su espumante desde el vamos bien conforme a aquellas dos pautas, con lo cual el consumo de champaña en Argentina trepó hasta el noveno puesto mundial de burbujas per cápita y Chandon se mantuvo líder del mercado en la franja de mayores ventas. Creando entre otras cosas la categoría Extra Brut, usada solamente en Argentina durante bastante tiempo. Un prodigio de marketing son estos franceses de Pedriel.

”Su éxito comercial convocó a fuerte competencia, desde dos estrategias diferentes: una primera, de grupos extranjeros (Piper Heidsieck con Henri Piper y Seagram’s con el Mumm) proponiendo champagnes europeos aciditos y secos tipo sekt alemán o el methode clasique francés; la segunda estrategia son opciones amables, redonditas y fáciles de boca, inspiradas sin demasiadas vueltas, en el perfil Chandon.

”Los primeros no funcionaron porque la gente local, para champagnes ácidos, elige los chilenos –más baratos– o los Pommery importados. En cambio las opciones amables, de perfil argentino sí tienen amplio consumo, compitiendo con Chandon por packaging o por precio, como cualquier otro vino tranquilo del mercado. /…/.” (6)

La imagen pertenece a Elisabeth Checa

Elisabeth Checa siempre cuenta una anécdota que vivió con Philippe Coulon, en momentos en que era enólogo de Moet Hennesy. La historia confirma la impresión que me deja el texto de Brascó. Transcribo el relato tal y como Checa me lo contó:

“Emprendí varias veces placenteros tours por los viñedos que rodean a Reims y Epernay para entender el champagne, percibir las diferencias del Chardonnay de Ay o el Pinot Noir de la Montagne de Reims. Algunos de estos viajes los compartí con periodistas amigos. Uno de ellos se quejó en una comida porque encontraba a algunos de los champagnes probados demasiado ácidos. Nuestro anfitrión, en ese momento enólogo de Moet Hennesy, que hablaba muy bien español, Philippe Coulon se mostró comprensivo. Dijo: Entiendo, los argentinos amantes apasionados del dulce de leche, no pueden apreciar la acidez…” (7)

VI El capital cultural y la vanguardia esclarecida

El que forma parte de la sociedad en la que vive y no se cuestiona el gusto en la comida tiene derecho a la ignorancia y a vivir la felicidad en ella. Pero hay otra manera de disfrutar la comida. Abriendo la cabeza, podemos acceder a otros gustos y tener nuevas preferencias. Esto supone aumentar nuestro capital cultural en materia culinaria, aceptando lo que es propio de un lugar que conocemos en algún viaje o lo que proviene de modas y tendencias. Entonces, podemos disfrutar, por ejemplo, de sabores especiados o picantes que no son propios del gusto social en que nos hemos formado.

Nos transformamos así en “conocedores”, “sibaritas” o “gourmets” porque sumamos conocimientos a los saberes culinarios que adquirimos desde la infancia. Es maravilloso ver crecer nuestro gusto personal, pero hay un riesgo, el de suponer que hay un gusto verdadero y otro que no lo es. La consecuencia más frecuente es que frente a ese riesgo tomemos por bueno el gusto adquirido voluntariamente y por malo el socialmente constituido, en lugar de armonizar ambos continentes de sabores. En este conflicto interior es donde ha nacido muchas veces el juicio de considerar que la cocina porteña no tiene gusto.


Deslumbrados por estos juicios solemos participar de una especie de sentimiento vanguardista porque los conocedores somos un grupo relativamente reducido y creemos ser dueños de una verdad absoluta.

Con todo, la vanguardia tiene ventajas y desventajas. Los gustos adquiridos suponen un entrenamiento que acrecienta nuestro saber intelectual y sensorial sobre el tema. Adicionalmente, la vanguardia puede tener una vocación didáctica (como la de Gastón Rivera con Diego Pérez). Pero a veces, la vanguardia se aísla y termina teniendo una actitud elitista.

Estoy descartando, por cierto, el camino inverso, el de una elite que elige la acumulación de capital culinario para diferenciarse del resto de la sociedad, fenómeno que también existe pero que debiera ser objeto de otras reflexiones.

Suelo pensar que la vanguardia (no la elite) siempre tiene razón; pero, parafraseando a don Alfredo Zitarroza, suelo sentir que no es el ánima del rumbo seguro.

VII Nada es inmutable, pero

Nada es inmutable en materia de identidad culinaria. Los cambios que, en otros aspectos de la cultura pueden demorar siglos, en materia culinaria, resultan sensibles en el término de pocos años y, sobre todo, en nuestros siglo.

He publicado recetas de tía Maruca de los años sesenta del siglo pasado. (8) He hecho lo propio con algunos platos del recetario que fue armando a partir de mediados de los ochenta de siglo XX. (9) Sus cambios de preferencias se ven claramente. Pasó, por ejemplo, de las frituras a los horneados, de las milanesas y los buñuelos, a la carne rellena y las tartas… sobre todo las tartas. Con todo, su gusto, su manera de condimentar se mantuvo bastante estable.

Esos no fueron solamente cambios personales, ocurrieron en un contexto de cambios en la cocina porteña que le dieron las herramientas para hacerlo en casa.

¿Cómo se fueron produciendo esos cambios? A partir de diversas influencias, modas, nuevas costumbres y tendencias difundidas a través de los medios gráficos, audiovisuales y redes sociales; pero también, a partir del intercambio de experiencias con otras personas. Estas influencias suelen originarse, a veces, en cuestiones académicas o sanitarias; e incluso en campañas marketineras de productores que quieren imponer sus novedades.


La vanguardia trata de insertarse críticamente en esa dinámica, valorando y exaltando lo mejor de ideas gastronómicas y productos. Tiene, en ese gesto, una oportunidad extraordinaria para clavar su pica didáctica en Flandes.

A veces logra buenos resultados. Pero hay que tener en cuenta una dialéctica que forma parte de la dinámica. Los cambio nunca son totales y absolutos, la incorporación de la novedad están condicionada por intercambios y adaptaciones que, generalmente, produce una asimilación híbrida de lo nuevo. El caso más emblemático, es el éxito del sushi. Se incorpora toda una novedad de textura y sabores; pero el porteño prefiere, mayoritariamente, claro está, aquellas fórmulas que contengan la suavidad del queso untable y la dulzura del salmón.

La vanguardia no debiera desalentarse con este resultado.

Notas y referencias:

(1) 2016, Aiscurri, Mario, “El punto del asado criollo (Give my curry). Parte I”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 30 de mayo de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2016/01/el-punto-del-asado-criollo-give-my.html; “El punto del asado criollo (la culpa la tuvo Dembo). Parte II”, en ídem, leído el 30 de mayo de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2016/03/el-punto-del-asado-criollo-la-culpa-la.html y “El punto del asado criollo (un “aguante” para el gusto argentino). Parte III”, en ídem, leído el 30 de mayo de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2016/03/el-punto-del-asado-criollo-un-aguante.html.

(2) La charla fue sostenida en un almuerzo que mantuvimos a fines de 2020 en la vereda del restaurante Aleppo mientras disfrutábamos de las especialidades árabes que el establecimiento nos ofrecía.

(3) En oportunidad de leer los borradores de este artículo, Mario Sorsaburu me envió una nota aclaratoria de sus dichos a través de la aplicación Messenger. La misma fue remitida el 10 de junio de 2021 y reza: “Me encanta, todo bien, en el parágrafo que me toca agregaría, que “definitivamente lo era porque era muy poco el uso de aromáticas, saliendo del ajo, perejil, tomillo y albahaca y de especias varias, saliendo de orégano, ají molido, sal y pimienta hasta fines del siglo XX; ya comenzado este siglo de las nuevas ideas, la mayor relación con el mundo, las lectura y las camadas de nuevos cocineros empezaron a incorporar variedades de todo aquello y hoy, veinte años después, la comida porteña pegó un gran salto, la fusión ya es con la japonesa, china, latinoamericana, norteamericana, cambiaron los paladares con la pura influencia francesa, italiana y española, y con ello las maneras de condimentar, las formas de cocción, las salsas preparadas agregadas, en casi ninguna casa falta un wok, una vaporiera, salsa de soya, de pescado, de ajíes picantes, mirín u otros. Definitivamente la cocina porteña hoy es mucho más universal.” Es mi mirada, hipótesis y tesis.”

(4) La influencia académica sobre la cocina argentina no sólo proviene la cocina francesa. Las cocinas renacentista y barroca de España han puesto también lo suyo en la constitución del gusto porteño. La elección por la cocina francesa en el texto obedece a una simplificación para evitar que el desarrollo de mis ideas resulte engorroso. De ambas tradiciones, elegí la que al lector le resultará más evidente.

(5) 1934, Escoffier, Auguste, Mi cocina, Barcelona, Plutón Ediciones X, S. L., s/d.

(6) 2005, Brascó, Miguel, “Champagnes argentinos. El célebre field work de Candon”, en Brascó, Miguel y Portelli, Fabricio, Anuario Brascó 2006 de los vinos argentinos, Buenos Aires, Brascó&Portelli, pag. 432.

(7) 2021, Checa, Elisabeth a Aiscurri, Mario, correo-e del 9 de junio.

(8) 2012, Aiscurri, Mario, “El eco de la Pampa Gringa (doña Maruca Pugliese)”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 05 de junio de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2012/01/el-eco-de-la-pampa-gringa-dona-maruca.html.

(9) 2017, Aiscurri, Mario, “Las recetas de tía Maruca”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 05 de junio de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/11/las-recetas-de-mi-tia-maruca.html.

(a) https://www.buenosaires.gob.ar/noticias/martin-fierro-de-cable-para-pantagrue

(b) https://www.buenosaires.gob.ar/noticias/martin-fierro-de-cable-para-pantagruelico


sábado, 5 de marzo de 2022

Ambrosía

Está claro que es el nombre de un postre tradicional argentino. Se trata de una preparación con yemas de huevo, azúcar y, muchas veces almendras. Se parece mucho a tantos otros postres creados en los conventos españoles. ¿Qué es lo que lo hace argentino? Por un lado, que se practique en nuestro país desde hace más de un siglo y medio y que se atribuya su denominación a un Presidente de La Nación Argentina, precisamente nacido en Cuyo.

Referencia de la imagen (a)
El resto, pertenecen a la biblioteca del autor

Todo parece evidente… y sin embargo…

I Sobre su denominación

Como suelo hacer habitualmente, consulté el Diccionario de la Lengua Española y me encontré con lo que esperaba. La referencia al alimento de los dioses del Olimpo (1° acepción). En un uso moderno, no refiere a ningún postre del orbe hispano, se limita a decir que es una “vianda, manjar o bebida de gusto suave o delicado” (2° acepción). Dicho de otro modo, el término tiene un alcance general y su sentido puede ser un atributo de cualquier comida que cumpla con los requisitos indicados. (1)

En La Argentina, se atribuye el uso para denominar este postre a Domingo Faustino Sarmiento. La historia tiene todas las trazas de una leyenda, como casi siempre que se trate de establecer el origen de una receta o idea gastronómica determinada. Pero, en esta oportunidad, está documentada por escrito por una persona real. Adicionalmente, el testimonio fue publicado poco después del fallecimiento del sanjuanino ilustre.


Veamos. Élida Ortiz envía una receta de ambrosía a Juana Manuela Gorriti para su Cocina Ecléctica (1890). Luego de transcribirla, agrega un párrafo que reza lo siguiente:

“El general Sarmiento, que a pesar de sus preocupaciones intelectuales, era un excelente gourmet, adoraba este plato, que su nieta, artista hasta en las regiones culinarias, preparaba algunas veces para regalarlo, y que él bautizó con el poético nombre que lleva.” (2)

La receta le fue remitida a la escritora salteña desde la ciudad de Buenos Aires. Otra receta contemporánea a esa, y tal vez algo anterior, es la que se encuentra en el cuaderno que María Varela de Beccar comenzó a compilar en San Isidro alrededor de 1880. (4)

II En los recetarios argentinos

En los recetarios españoles que suelo consultar no aparece un postre que lleve ese nombre. Francisco Abad Alegría (4) no realiza ninguna mención de esta preparación. Está claro que no hurgué en recetas específicas que llevaran yemas de huevo y azúcar, sino en si alguna de ellas recibía la denominación de marras.

De modo que doy por supuesto lo que anticipé arriba, su origen debió estar en los monasterios españoles en los que se registran muchas preparaciones que llevan yemas de huevo y azúcar (por ejemplo las natillas castellanas y las yemas de Santa Teresa). A su vez la denominación parece Argentina o, por lo menos sudamericana. La atribución a Sarmiento que expuse arriba, tiene respaldo documental, aunque no es concluyente.


La presencia de este postre en los recetarios argentinos tradicionales que suelo consultar es casi unánime. En los recetarios publicados entre fines del siglo XIX y mediados del XX sólo se encuentra ausente en el Almanaque de la cocinera argentina para 1881. (5) En los recetarios del siglo XXI está ausente. La receta parece haber desaparecido en el último tercio del siglo XX. Habría que indagar cuál fue la influencia de las prescripciones médicas que hacían anatema de las yemas de huevo sobre fines de ese siglo.

Encontré un par de excepciones. Una en el libro que Choly Berreteaga (6) dedicó a la mujer moderna. Su versión de “Ambrosía de fruta” es una reformulación de la receta original y puede que tenga algún tipo de influencias diferente a la tradición criolla argentina. Volveré sobre ella, sobre el final del artículo, después de publicar las recetas cuyanas. La otra, en la receta de Sabores cuyanos (2010c) que publico abajo.

En los recetarios de cocina criolla, se encuentran recetas en el ámbito de la región pampeana y cuyana.


El postre no ha sido excluido en el libro de cocina criolla de Juan Carlos Martelli y Beatriz Spinosa. (7) Por su parte, Choly Berreteaga (8) y Margarita Elichondo (9) la incluyen entre las especialidades pampeanas.

En algunos de los recetarios cuyanos específicos se encuentran fórmulas para preparar ambrosía. Son las que transcribo a continuación. Sin embargo, Julia Zuccardi no la incluye entre las recetas que practicaba su abuela Emma. (10)

En síntesis, las primeras recetas publicadas o practicadas en Buenos Aires son posteriores a 1880. Llama la atención que su presencia en las mesas con anterioridad a esa fecha no haya sido registrada por los cronistas (en este punto sigo a la arquitecta Fugardo). (11) Con todo, la receta más temprana que encontré pareciera ser mendocina. Está incluida en el recetario de las González y Videla. Sin embargo, la datación de las recetas que componen la colección es dudosa en grado extremo. Las autoras aseguran que transcribieron literalmente recetas de 1850. Sin embargo, encontramos recetas que proponen usar cocina a gas y heladeras modernas. De modo que o bien las recetas están intervenidas o se incluyeron recetas de avanzado el siglo XX (12)

III Dos recetas cuyanas

En primer término, voy a publicar a receta de las González y Videla.



Ambrosía

Fuente (fecha)

González Videla de Segura, M.A. y González Videla de Cavanagh, F. C., Sabores de la antigua Cocina Cuyana… (1870c)

Ingredientes

Azúcar 1,700 kg.

Huevos 12.

Clara 1.

Leche cruda 10 vasos.

Canela en rama.

Limón 1.

Agua c/n.

Preparación

1.- Poner en una cacerola el azúcar y el agua para el almíbar, y una clara batida para clarificar.

2.- Batir 6 huevos y 6 yemas.

3.- Una vez que esté el almíbar por dar punto, se le echan los huevos batidos con la leche.

4.- Se le exprime el limón echándolo bien desparramado encima de la preparación sin revolver (se le pueden echar las cáscaras del limón).

5.- Echar por último la canela en rama.

6.- Se deja hervir hasta que todo esté bien unido.

7.- Después se da vuelta y prosigue hirviendo hasta dar punto.

Comentarios

1) La receta no establece la proporción de agua y azúcar, ni describe el almíbar que se desea obtener.

2) La receta tiene una redacción confusa, de modo que no se puede establecer si los huevos y la leche se echan crudos y fríos al almíbar o no. Exactamente reza “/…/ una vez que esté el almíbar por dar punto, se le echan los huevos batidos con la leche, 6 huevos enteros y 6 yemas. Luego se le añade a esta preparación el almíbar /…/”. De modo que la redacción del paso 3.- obedece a una interpretación personal que me pareció ajustada al sentido de la receta.

3) En el paso 7.-, la expresión “Después se da vuelta” debe entenderse como “Después se le da unas vueltas” ó “Después se revuelve”.

4) La receta no indica cómo es el servicio.

Expongo ahora la receta publicada en Sabores Cuyanos alrededor de 2010. Lleva la autoría de los integrantes del comedor “Virgen del Carmen” de la localidad Alto de Sierra, poco más de 15 km de la ciudad de San Juan de la Frontera. (13)

¿Debe llamarnos la atención que la receta más moderna que encontré publicada sea sanjuanina? Le recuerdo al lector, que la receta desaparece de los recetarios en el último tercio del siglo XX y no existe en los correspondientes a lo que va del XXI

Ambrosía

Fuente (fecha)

Sabores Cuyanos (2010 c)

Ingredientes

Yemas 11.

Huevo entero 1.

Leche 3 tazas.

Azúcar 1kg.

Ralladura de limón a gusto.

Agua.

Chaucha de vainilla 1. (opcional)

Preparación

1.- Colocar en un bol las 11 yemas y el huevo entero. Batir a blanco.

2.- Agregar las 3 tazas de leche.

3.- Aparte preparar el almíbar con el azúcar, la ralladura de limón o la chaucha de vainilla.

4.- Agregar la preparación anterior.

5.- Dejar hervir durante  3 horas a fuego mínimo.

6.- Enfriar bien y servir.

Comentarios

1.- La receta no establece la proporción de agua y azúcar, ni describe el almíbar que se desea obtener.

2.- Que la receta haya sido publicada alrededor de 2010, nos permite pensar que en San Juan aún se cocina ambrosía.

IV La otra ambrosía

He dicho que la presencia de este postre en los recetarios argentinos tradicionales es casi unánime y que desaparece a partir de fines del siglo XX, salvo, claro está, en las nuevas ediciones de recetarios más antiguos, donde sí permanece (v. g., en el Libro de Doña Petrona).

Con todo, hay una excepción, la “Ambrosía de frutas” incluida en el recetario que Choly Berreteaga escribió para las mujeres modernas en 1976. Sólo tengo la edición 2010, de modo que no puedo saber si la receta ya estaba en la de 1976. El dato no es significativo para descontar la rareza. Es más, si su inclusión hubiese sido tardía, sólo aumentaría la curiosa singularidad de esta fórmula.

Pero, ¿se trata de una auténtica ambrosía criolla?


He leído muchas recetas argentinas y todas, ensayan unas pocas variantes entre huevos y azúcar, algunas llevan leche otras se perfuman con canela o limón. Pero ésta es distinta, a la fórmula tradicional argentina, agrega frutas y reemplaza la ralladura de cáscara de limón por la de cáscara de naranjas.

He visto por la Web algunas recetas de “ensalada ambrosia” o ambrosia. Se trata de una ensalada de frutas que se prepara en el sur de los Estados Unidos para la Navidad y el día de Acción de Gracias. (14) También encontré, en el libro de M. F. K. Fisher, una receta de “ambrosía” que es algo distinta, sólo lleva naranjas, azúcar, coco rallado y jerez. (15) La receta no tiene nada que ver con la ambrosía argentina. Se trata de un caso claro de homonimia, bastante habitual en la cocina, por cierto.

La receta de doña Choly es una creación personal que parte de una ambrosía argentina tradicional que agrega algún detalle de la otra ambrosía, la del norte… ¿Nuestra entrañable maestra, tal vez, ha querido reunirlas en una síntesis? Ignoro si fue así.

Lo cierto es que estamos frente a una de las poquísimas fórmulas que encontré en los recetarios argentinos posteriores a 1970.

Notas y bibliografía:

(1) Ambrosía, leído en https://dle.rae.es/ambros%C3%ADa el 31 de octubre de 2021.

(2) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890.

(3) 2018, Fugardo, Marcela, Un recetario familiar rioplatense. Cuaderno de recetas de María Varela. Patrimonio inmaterial de San Isidro, Buenos Aires, Maizal ediciones (el cuaderno es un manuscrito escrito alrededor de 1880), pag. 135.

(4) 2017, Abad Alegría, Francisco, En busca de lo auténtico (Raíces de nuestra cocina tradicional), Gijón, Trea S. L.

(5) 1880, V. P. de P,, Almanaque de la Cocinera Argentina para 1881, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, transcripto íntegramente en 2020, Fugardo, Marcela y Caldo, Paula, La cocinera Argentina. Un recetario del siglo XIX de enigmática autoría, Buenos Aires, Maizal Ediciones.

(6) 2010, Berreteaga, Choly, Cocina fácil para la mujer moderna -edición aniversario 35°-, Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1° ed. 1976, pag 184.

(7) 1991, Martelli, Juan Carlos y Spinosa, Beatriz, El libro de la cocina criolla, Buenos Aires, Edicol.

(8) 2005, Berreteaga, Choly, La cocina de nuestra tierra, Buenos Aires, Editorial Atlántida.

(9) 1990, Elichondo, Margarita, La cocina criolla. Memoria y recetas, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 2008.

(10) 2020, Zuccardi, Julia, La cocina de Emma, recetas de una familia mendocina, Buenos Aires, Catapulta.

(11) 2018, Fugardo, Marcela, “El texto y su contexto: las preferencias de la cocina y la mesa criolla rioplatense”, en Op. Cit., pp. 18-34.

(12) 1988, González Videla de Segura, M.A. y González Videla de Cavanagh, F. C., Sabores de la antigua Cocina Cuyana. Recetario de las González y Videla, Mendoza, INCA Editorial, pag. 72.

(13) 2010(c), Presidencia de la Nación, Ministerio de Desarrollo Social, Sabores Cuyanos. Rescatando lo autóctono desde la historia familiar, Gamarra, María Liliana, Proyecto Recetarios Regionales, pag. 31.

(14) Sólo por poner unos ejemplos: 
2017, “Ensalada de frutas ambrosía”, leída el 2 de noviembre de 2021 en https://okdiario.com/recetas/ensalada-frutas-ambrosia-2529365.      
2021, “Ensalada ambrosía”, leída el 2 de noviembre de 2021 en https://www.quericavida.com/recetas/ensalada-ambrosia/d77643e3-6d85-4801-9933-094a8a394889.   
S/D, “Ensalada ambrosia”, leída el 2 de noviembre de 2021 en  https://peopleenespanol.com/recetas/3368-ensalada-ambrosia/  

(15) 1949, Un alfabeto para gourmets, en 2016, Fisher, M. F. K., El arte de comer, Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial S. A., (primera edición de 1954), pp. 595-596.

 

(a) leído el 5 de marzo de 2022 en https://elintransigente.com/2021/02/un-procer-con-todas-las-letras-domingo-faustino-sarmiento/