sábado, 23 de abril de 2022

Los viajeros en la ciudad de Córdoba (1884)

Eduardo Gutiérrez (1851-1899) fue un prolífico escritor argentino. Sus textos contaron con gran número de lectores porque eran publicadas en los folletines de los periódicos porteños. Sus obras más reconocidas fueron: Juan Moreira (1879) y Hormiga Negra (1881).


Un viaje infernal relata las aventuras y desventuras de dos amigos militares que se dirigen desde La Rioja a Buenos Aires. Son acompañados por dos comerciantes ingleses y otros pasajeros circunstanciales. Es una de las obras menos conocidas y menos estudiadas del autor. Fue publicada como folletín en el diario La Crónica de Buenos Aires (1) y, como libro, en el año de la muerte del autor. Los fragmentos que transcribo a continuación pertenecen a ella.

El relato ficcional describe un viaje entre La Rioja y la Ciudad de Buenos Aires. El autor pone énfasis en la caracterización de la vida rural en parajes alejados de una imprecisa geografía de las provincias de la Rioja y Catamarca que contrasta con la vida en las grandes ciudades argentinas, Córdoba, Rosario y Buenos Aires. La comida popular y criolla, la que se come en el campo es valorada, más por los ritos de comensalidad que por sus atributos organolépticos, frente a la cocina de fonda a la que puede accederse en las ciudades modernas. En este juego de contrastes, la ciudad de Córdoba aparece como un espacio de transición entre los dos mundos considerados. (2)

El viaje se desarrolla en tres etapas, diferenciadas por el medio de transporte utilizado, a saber: mula desde La Rioja hasta la estación de ferrocarril San Pedro (Provincia de Santiago del Estero); tren hasta las ciudades de Córdoba y Rosario y vapor hasta Buenos Aires. Los fragmentos incluidos en este artículo corresponden al segundo tramo del viaje. Los personajes viajeros son cinco. Los oficiales Lagos y Herrera, los ingleses Ireloir y don Ricardo y el relator, que también es soldado.

Nuestros viajeros llegan a la ciudad de Córdoba. Los fragmentos que siguen describen la cena que tomaron en una casa de huéspedes que pertenecía a una mujer de edad avanzada. La propietaria cocinaba manjares caseros y guardaba formas de refinamiento y recato provinciano. Descomedidamente, los anti héroes patoteros devoran toda la comida sin guardar el más mínimo cuidado de las formas, provocando la ira de la propietaria y un escándalo público. Interesa ver los platos que estaban a disposición de los viajeros.

Cena en una casa de huéspedes en la ciudad de Córdoba

“Cuando llegamos á Córdoba era ya de noche, algo tarde, los hoteles estaban cerrados, en sus departamentos de restaurant, lo que nos puso de un humor de todos los diablos.


”Traíamos una hambruna estupenda, puede decirse que no comíamos desde que salimos de la Rioja y en Córdoba nos habíamos prometido nuestro primer banquete.

”Pero, ¿cómo comer, si no había donde?

”Nos echamos en busca de Thirsit, el hombre más conocido de Córdoba y el francés más travieso que haya pisado tierra americana; una especie de Felipe Augusto Picot, pero más estudiantil y menos pesado.

”Encontrando á Thirsit habíamos encontrado buena comida, y así sucedió.

”En un café, hablando por ochenta y arrancado á su auditorio alegres risotadas, estaba el gran Thirsit, que en cuanto nos vió nos saltó al cuello y nos dió un par de canchadas: hacía diez años que no nos veía.

”Al escuchar nuestra demanda, nos hizo una seña con la mano, y se despidió de su círculo, que lo vió alejarse con la pena de que le han arrebatado una alegría y semejante á un tambor mayor se colocó á nuestra cabeza, iniciando una marcha triunfal en busca de comida.

”En Córdoba había entonces, no sé si existirá todavía, la buena costumbre de las casas de huéspedes.

”Éstas, tenidas por señoras viejas, en su generalidad, ofrecían al viajero comodidades inapreciables.

”Allí se encontraba siempre esquisita comida criolla preparada con todo aseo y esmero, y un catre cuya blancura de ropas arrebataba la vista.

”Por una cantidad módica el pasajero comía y dormía allí como no lo hubiera hecho en el mejor hotel, siendo despertado á las horas de partida, si es que no iba á demorarse en la ciudad.

”Fue á una de estas casas de huéspedes donde nos llevó el gran Thirsit, seguro de que encontraríamos allí cuanto pudiéramos desear.

”Aquello nos pareció una especie de Paraíso que nos hizo saltar al cuello del francés, sacudiéndole, en prueba de nuestra mayor satisfacción, una buena dosis de moquetes.

”La mesa estaba puesta con un mantel de exagerada blancura.

”Las copas brillaban como piedras preciosas y las dos jarras de vino colocadas en ambas cabeceras, parecían dos enormes topacios.

”Los platos, los cubiertos, las servilletas, todo allí era de un aseo arrebatador y de un brillo extraordinario.

”En cada cabecera de la mesa había dos enormes fuentes llenas de bacalao en aceite y vinagre, cubierto por una capa de rebanadas de tomate, ajíes y huevos duros.

”Aquello debía estar exquisito, á juzgar por el tumbo formidable que el deseo dió en nuestros estómagos.

”No pudimos contenernos y dimos á las dos fuentes el más estruendoso viva que haya salido de pulmones humanos.

”Todavía hay caldo de gallina, nos dijo la buena vieja al ver nuestro entusiasmo, unos pollitos asados y unos lomitos que no hay más que pedir.

”–Si hay caldo de gallina, dijimos, suponemos que habrá gallina también.

”También hay gallina, pero esa se guarda para hacerla salpicón en el almuerzo de mañana.

”Nuestro entusiasmo era inmenso; semejante comida casera, después del ayuno forzado que llevábamos, era algo de celeste que no había entrado en nuestros cálculos.

”Y entonamos una letanía en honor al gran Thirsit, á quien debíamos la descubierta.

”¡A la mesa!, gritamos, ¡á la mesa!, tenemos un hambre infernal, ¡un hambre espantosa! ya no podemos esperar un segundo más.

”Desgraciadamente hay que esperar un poco más, dijo la vieja, todavía no ha llegado el tren del Rosario, que ahí viene silbando, y no es cosa que los pasajeros marchantes se queden bajo la mesa.

”Pero los pasajeros del Rosario comerán así que vengan llegando, sin que nosotros perdamos un tiempo precioso.

”Tengan paciencia dijo la señora, un poco de paciencia así todos quedan satisfechos.

”Mi casa es muy conocida en el Rosario y de allí me viene mucha gente recomendada.

”¡Qué figura quieren que haga yo si me pongo á hacerles comer sobras!

”Ya llegó el tren, ahora nomás llegan mis huéspedes, y todos se sientan á la mesa al mismo tiempo.

”Hicimos á Thirsit una seña llena de desesperación, pero el miserable se puso al lado de la vieja, exhortándonos también á tener cinco minutos más de paciencia.

”–Yo mismo voy á hacer apurar á los que vengan para acá, nos dijo, salió á la calle con ese vértigo de actividad que le es característico.

”La vieja se quedó en la puerta como si quisiera atraer á sus clientes con sus ojos de Lampalagua, y nosotros quedamos presos en el comedor por el olor exquisito de aquel bacalao con tomate.

”Esto es mucho amolar, dijo don Ricardo, estirando á la fuente dos dedos como dos pinzas, y sacando dos dedos como dos pinzas, y sacando una tajadita de huevo cocido se la llevó á la boca.

”–¡Mucho amolar! agregó Ireloir, sacando otra tajada de huevo, pero acompañada de otras dos de bacalao, y echándoselas también a la boca.

”El mayor Herrera tomó un puñado, agregando también que era mucho amolar.

”Y tanto se repitió el concepto aquél, que en cinco minutos, y de puñado en puñado, la fuente había quedado más limpia que si la hubieran lavado.

”En eso vino la vieja y nos manifestó que si en cinco minutos más no había venido huésped alguno mandaría servir la cena.

”Nosotros nos pusimos de espaldas contra a la mesa, de modo que la vieja no pudo ver la suerte que había corrido la primera fuente de bacalao.

”Y mientras ellas volvía á la puerta, á esperar sus dichosos huéspedes, tocamos a la carga sobre la segunda fuente, pero esta vez con su correspondiente pan.

”Dábamos los últimos lambetazos, cuando apareció la vieja en el comedor diciendo que ya había mandado servir la cena.

”¡Ah! ¡groseros, mal criados! gritó, cuando vió lo que habíamos hecho, ¿quién les ha dicho que esa es manera de comer? Con la mano, y sin dejar bacalao para mí, que me gusta tanto.

”¡Tentada estoy de sacarlos á la calle por puercos, y no darles nada!

”Y que quiere señora, dijimos con la boca y parte de la cara lustrada por el aceite y el vinagre del bacalao; ya no podíamos aguantar más, era mucho el hambre que teníamos.

”¡Qué dejan para los perros entónces! Y no haberme dejado un poquito para mí, ¡puercos! ¡cochinos! miren que gente me ha traído Thirsit.

”Señora, exclamó Ireloir algo amostazado, pagando lo que se ha comido, no hay nada que decir; cobre lo que quiera, pero déjese de estarnos insultando que no hemos venido á eso sino á comer.

”Y apoderándose de una de las jarras de vino se sirvió un gran vaso.

”Siéntese, pues, á la mesa, añadió, dando él el ejemplo, y sigamos comiendo.

”Ni un bocado más, grandísimos puercos, exclamó la vieja completamente enfurecida, no les doy ni un bocado más de comida.

”En aquel momento entraba al comedor una chica, trayendo una enorme fuente de pollos asados, cuyo olor esquisito nos hizo dar un brinco.

”¡Llévatela, llévatela, gritó la vieja, que estos angurrientos tienen bastante con lo que han devorado! No les doy más.

”Iba la chica á dar media vuelta cuando saltamos sobre la fuente; ¿cómo era posible dejar que se llevaran aquellos esquisitos pollos?

”Ya repetía la vieja la orden de llevarse la fuente, cuando cada uno estiró las garritas sacando por las tostadas canillas uno cada uno.

”Puede llevarse la fuente, dijimos, pero lo que es los pollos no hay Cristo que nos lo saque de las manos.

”Esta última acción puso en su colmo la indignación de la vieja, que después de insultarnos como le dió la gana, empezó á gritar á la policía pidiendo favor, que la robaban, que la asesinaban.

”Acudiendo unos cuanto serenos que nos hallaron plácidamente sentados á la mesa, devorando la última cachirla de pollo.

”En aquel momento entraba de la calle Thirsit, á quien la vieja imponía de la insolencia nuestra y se quejaba de la clase de bandidos que le había llevado á su casa.

”El francés no sabía ya como hacer para ocultar la risa que retozaba a todo su cuerpo.

”Los serenos querían llevarnos presos á toda costa, pero nosotros no estábamos dispuestos á movernos de allí antes de haber dado fin con todos los platos anunciados por el programa de la vieja.

”¡Ni un bocado más! gritaba ésta, quiero que los lleven á la policía y los hagan vomitar lo que han comido.

”Y mientras Thirsit y nosotros discutíamos con la vieja y los serenos, don Ricardo é Ireloir enfilaron á la cocina de donde volvieron un poco después con la fuente de lomitos entonando el poderosos god sabe the Queen.

”Habíamos triunfado en toda la línea.

”¡No quiero que coman los lomitos! gritó la vieja, ¡son míos, yo los he hecho y no quiero que los coman! serenos, hagan respetar mi propiedad.

”Don Ricardo, que era hombre que entendía la vida, había alcanzado un enorme vaso de vino al sereno que parecía hacer cabeza, quien lo apuró de un trago haciéndose nuestro amigo.

”Señora, dijo entonces el sereno, nosotros no podemos hacer nada, son huéspedes que comen sin ofender á nadie y no podemos hacerles nada.

”Es preciso que usted lleve la queja á la jefatura.

”¡Pícaros, vendidos! les gritó entonces la vieja, ¡ya me quejaré como es debido!

”Y arremetió contra Thirsit, principal culpable de aquella invasión de indios, á quien puso peor que un trapo de cocina.

”Entónces, nosotros todos, ingleses y criollos, entonamos un majestuoso coro, el god save the Queen, en expresión de gracias á nuestras barrigas bien llenas.

”Y dimos á cada sereno su correspondiente vaso de vino, con lo que concluimos de tenerlos á nuestro lado.

”Thirsit escuchaba impasible los denuestos de la vieja y con la paciencia de un santo le decía que tuviera paciencia porque un hombre hambriento no era responsable de sus actos.

”¡Qué reviente! Esclamaba la vieja, que revienten todos, ojalá la cena se les volviera piedras en el estómago.

”Los serenos se retiraron dejándonos dueños del campo y limpiando á miga de pan una fuente de dulce de higo, maestralmente hecho.

”Así como habíamos tomado la comida al asalto, al asalto tuvimos que tomar los catres, porque la vieja los había hecho doblar, negándonos el derecho de dormir en ellos.

”Usted cobre lo que quiera, dijo Ireloir; pero usted no tiene el derecho de privar á nuestros lomados huesos que tomen la posición horizontal.

”La vieja tuvo que ceder, desde que no podía hacer otra cosa y al compás del más entusiasta canto tucumano de don Ricardo, cada cual se puso á tender su catre, porque la vieja había hecho sacar hasta las cobijas.

”Y despidiéndonos de Thirsit que no podía tenerse de pie de pura risa, nos preparamos á pasar la más deliciosa noche de la vida.

”¡Oh! ¡qué placer inmenso es poderse meter entre un par de sábanas limpias y frescas, después de haber andado vagando una semana sin poder siquiera sacarse la botas para dormir!

”No hay nada comparable al placer de una cama en esas condiciones, en que el cuerpo se rejuvenece y se siente que la sangre circula en las venas de una manera más amplia.

”Y nos dormimos arrullados por el crudo que don Ricardo no había dejado de cantar un momento, y los rezongos de la vieja que se sentían en el cuarto que ocupábamos como el zumbido de una enorme caldera a vapor.” (3)

Notas y Bibliografía: 

(1) 1884, Gutiérrez, Eduardo. Un viaje infernal, Buenos Aires, Juan Schürer – Stolle, 1899, publicado originalmente como folletín en el periódico El Correo de la ciudad de Buenos Aires.

(2) 2012, Tuninetti, Ángel T., “De tortillas y asados: Literatura de viaje y cocina nacional en La Argentina del siglo XIX”, en Cincinnati Romace Review, Winter 2012, pp. 164-174.

(3) 1884, Gutiérrez, Eduardo, Op. Cit., pp. 76-83. He decidido conservar la ortografía impresa en la edición citada que exhibe reglas vacilantes en algunos casos.


Viaje en tren desde Córdoba a Rosario (1884)

Eduardo Gutiérrez (1851-1899) fue un prolífico escritor argentino. Sus textos contaron con gran número de lectores porque eran publicadas en los folletines de los periódicos porteños. Sus obras más reconocidas fueron: Juan Moreira (1879) y Hormiga Negra (1881).


Un viaje infernal relata las aventuras y desventuras de dos amigos militares que se dirigen desde La Rioja a Buenos Aires. Son acompañados por dos comerciantes ingleses y otros pasajeros circunstanciales. Es una de las obras menos conocidas y menos estudiadas del autor. Fue publicada como folletín en el diario La Crónica de Buenos Aires (1) y, como libro, en el año de la muerte del autor. Los fragmentos que transcribo a continuación pertenecen a ella.

El relato ficcional describe un viaje entre La Rioja y la Ciudad de Buenos Aires. El autor pone énfasis en la caracterización de la vida rural en parajes alejados de una imprecisa geografía de las provincias de la Rioja y Catamarca que contrasta con la vida en las grandes ciudades argentinas, Córdoba, Rosario y Buenos Aires. La comida popular y criolla, la que se come en el campo es valorada, más por los ritos de comensalidad que por sus atributos organolépticos, frente a la cocina de fonda a la que puede accederse en las ciudades modernas. En este juego de contrastes, la ciudad de Córdoba aparece como un espacio de transición entre los dos mundos considerados. (2)

El viaje se desarrolla en tres etapas, diferenciadas por el medio de transporte utilizado, a saber: mula desde La Rioja hasta la estación de ferrocarril San Pedro (Provincia de Santiago del Estero); tren hasta las ciudades de Córdoba y Rosario y vapor hasta Buenos Aires. Los fragmentos incluidos en este artículo corresponden al segundo tramo del viaje. Los personajes viajeros son cinco. Los oficiales Lagos y Herrera, los ingleses Ireloir y don Ricardo y el relator, que también es soldado.

El relato subraya el contraste entre la ciudad de Córdoba y la de Rosario. Esta última dueña de un cosmopolitismo cimentado sobre la presencia de una gran cantidad de trabajadores inmigrantes recién llegados, carecía del atractivo de la primera. La comida consistía “en el eterno carnero con papas, de todas las fondas del mundo”.

Viaje en tren desde Córdoba a Rosario

“Dejamos á don Ricardo ventajosamente reemplazado por Carlitos Campos, y seguimos al Rosario, última estación de aquel viaje cuyos malos momentos empezábamos ya á olvidar con la proximidad á Buenos Aires.


”De Córdoba al Rosario, el viaje cambió completamente en todos sus accidentes y episodios.

”Es un viaje monótono, pesado, sin ningún encanto y sin ningún contratiempo.

”Por compañero de viaje teníamos á un señor cordobés, que se había estirado en dos asientos, á leer un libro de antigüedad remota á juzgar por su añeja encuadernación.

”En las oficinas de Córdoba al Rosario, todo era distinto.

”Por allí no se vendía quesadilla, ni el chocolate con leche de cabra, ni naranjas á “dos pares y una á medio”, ni guarapo, y había agua tan abundante que se podía beber en cualquier parte sin la menor economía.

”Ya desaparecía la inocencia y la buena fe de la gente, y los que en otras estaciones eran negociantes honestos y comedidos, eran aquí especuladores con el alma echada á la espalda, que calculan el precio que han de pedir por un trago ó un mendrugo, con arreglo al hambre ó la sed que ven transparentarse al que pidió la primera vez.

”Todo especulación, ya nada se da de balde al pasajero, porque todo tiene su precio, así es que el que no lleva dinero puede morirse de hambre que nadie ha de darle lo que necesita.

”El extranjero, que sólo por excepción se veía de Córdoba adelante, empieza á abundar ya de Córdoba al Rosario.

”Todos los negocios son suyos; con excepción de una que otra pulpería donde no se vende más que caña con limonada ó sangría de vino francés.

”Por fin llegamos al Rosario, después del cansado viaje del tren, donde tanto habíamos echado de menos á don Ricardo y sus exquisitas canciones.

”No alojamos en un hotel, donde levantamos un coro de agradables recuerdos á favor del hospedaje de Córdoba, de aquella comida tan criolla y de aquellas camas tan limpias y cuidadas.

”Allí volvíamos al eterno carnero con papas, de todas las fondas del mundo, y el mismo tufo espantoso que se desprende de todos los platos.

”Ah! por qué no había en el Rosario casa de huéspedes!

”Al día siguiente no salía vapor, viéndonos forzados entónces á permanecer en el Rosario un día y una noche más.

”Nos acostamos después de una intentona de comida para matar el tiempo descansando el cuerpo, pero bien pronto otros huéspedes más antiguos de la casa, nos sacaban de la cama como ratas por tirante.

”Aquello era una especie de venta de don Diego, pero con chinches más astutas y civilizadas que aquellas, porque apenas de prendía la luz, desaparecían de la cama por encanto.

”Por esos es que nos lancearon los matambres, encendimos la luz para buscar á que familia lanceante pertenecían los depredadores, pero no vimos nada.

”Al mayor Herrera se le ocurrió entonces levantar una punta del colchón, dando con un verdadera y numerosa colonia de chinches atorrantes, que con una rapidez asombrosa se escondían en cuantos sentían el frotar del fósforo en la pared.

”Tuvimos que ganar el suelo donde cada cual hizo su cama como en campaña, es decir, con las pilchas de sus recados.

”Á la mañana siguiente, y con el cuerpo algo molido, porque no es lo mismo el lecho de tierra que es desigual y lleno de tolondrones que forma el de ladrillos, salimos a dar un paseíto dirigiéndonos al puerto.” (3)

Notas y Bibliografía: 

(1) 1884, Gutiérrez, Eduardo. Un viaje infernal, Buenos Aires, Juan Schürer – Stolle, 1899, publicado originalmente como folletín en el periódico El Correo de la ciudad de Buenos Aires.

(2) 2012, Tuninetti, Ángel T., “De tortillas y asados: Literatura de viaje y cocina nacional en La Argentina del siglo XIX”, en Cincinnati Romace Review, Winter 2012, pp. 164-174.

(3) 1884, Gutiérrez, Eduardo, Op. Cit., pp. 92-. He decidido conservar la ortografía impresa en la edición citada que exhibe reglas vacilantes en algunos casos.


sábado, 9 de abril de 2022

Ochenta leguas al sur, sobre una galana costa, Mar del Plata cocina

“Los sorrentinos eran una pasta redonda, rellena, que había inventado Umberto, el hermano mayor de Chiche, bautizada en homenaje a la ciudad de sus padres. El sorrentino no tenía el borde de masa de los pansotti, ni el relleno de carne de los agnolotti, ni llevaba ricota como los cappelletti. Era una media esfera con cuerpo, hecha con una masa secreta, suave como una nube, rellena de queso y jamón.”
Higa, Virginia, Los sorrentinos (1)

He sostenido, más de una vez, que existe una identidad culinaria común en la cocina de las pampas rioplatenses en el período de la cocina neo criolla (1870-1980, aproximadamente). La región comparte un recetario con similares productos, aliños, ideas gastronómicas y ocasiones para comer cada plato, desde Santa Rosa a Porto Alegre, desde Rafaela a Bahía Blanca.

Las imágenes pertenecen al autor, salvo indicación en contrario 

También he señalado que suele haber diferencias de matices entre las ciudades y el campo, entre el oriente y el occidente definidos por el Río Uruguay. He expuesto estos matices en las recopilaciones asociadas al recetario que Gladys Rojo y Luis Molinari fueron compilando en Montevideo y Buenos Aires (2) y en los platos que cocina Elizabeth Sponton en la costa de Rocha. (3)

¿Es lícito preguntarse si podemos hablar de una cocina tan local como marplatense con suficientes matices diferenciadores? En estas notas intentaré demostrar que sí.

I Condiciones para el desarrollo de una cocina específica

La ciudad de Mar del Plata, o el Cabo Corrientes y las Sierras de los Padres por lo menos, ha estado asocia a la ciudad de Buenos Aires desde su propia fundación acaecida en 1580 bajo la acción jurisdiccional de Juan de Garay.

Referencia de la imagen en (a)

Si bien, la zona había sido explorada con anterioridad, Garay realizó una expedición en línea recta hacia el sur de la Ciudad de La Trinidad. Luego de una andadura de más de 70 leguas (aproximadamente 400 km), se topó con lo que caracterizó como una “muy galana costa”. (4)

Casi tres siglos después, el nombre de Mar del Plata lo impuso Patricio Peralta Ramos en 1874, fundador a la sazón de la nueva villa frente a esa costa. Quizás quiso señalar, nuevamente la vinculación con Buenos Aires. Así lo entiende Roberto Cova para quien el sentido de la denominación reside en que se trata de un sector del Mar Argentino cercano al Río de la Plata. (5)

Independientemente de estas elucubraciones y de que la ciudad balnearia se ha convertido, con los años, en lugar de veraneo preferido de los argentinos en general, muchos porteños hemos considerado la Ciudad Feliz como un barrio de Buenos Aires junto al mar. Esta consideración ha tenido singular influencia sobre la cocina marplatense, como mostraré abajo.


Enumeré las variables para considerar la identidad de una cocina en relación con un espacio territorial más o menos delimitado y un colectivo social auto determinado como tal. Dije también que estas cocinas cuya identidad se distingue de las otras, contiene variantes de detalle en ciertas áreas internas.

¿Cuáles son las variantes de detalle que nos permiten hablar de una cocina marplatense?

La cocina de Mar del Plata comparte ideas gastronómicas, en especial recetas, y sazones con el conjunto de la cocina de las llanuras rioplatenses; pero se diferencia, escuetamente por cierto, en dos aspectos, los productos a los que se puede acceder y el status simbólico de los alimentos.


Desde el punto de vista de los productos, la cercanía del mar y la existencia de una marinería especializada en la pesca facilitan el acceso a una profusa cantidad de pescados y mariscos frescos. Además la calidad del agua de vertientes sobresale sobre otras de la región, lo que permite acceder a verduras y hortalizas de singular calidad que se producen en el cinturón verde de la ciudad y a una panificación que es, en algunos casos, notable.

No es que estos productos no se puedan obtener en otras áreas de la región, sino que aquí la calidad, la frescura y la profusión de productos destacan sobre el resto. La pesca y la industrialización de los productos del mar sobrepasan significativamente la de otros puertos locales.


La última variable a considerar es quizás la más importante. La Ciudad Feliz cuadriplica su población en la temporada veraniega. Esta situación es propicia para un estilo de comida asociadas al verano, la recreación y el descanso.

Adicionalmente, en el siglo y medio de vida de la ciudad, ha variado el componte social de quienes toman vacaciones en ella. En los últimos años del siglo XIX, en especial desde que se implementó el transporte ferroviario, era una exclusiva ciudad de descanso para la élite de la sociedad argentina. Pero, a partir de los años treinta del siglo XX, se transformó en destino turístico social que abarcó a las clases medias y trabajadoras.

Esta nueva conformación que se afianzó en los años cincuenta del mismo siglo, sigue siendo la característica central de la ciudad. Aquella vieja élite ha ido buscando otros sitios más exclusivos, pero hasta por lo menos fines del siglo XX, muchos de sus miembros siguieron eligiendo Mar del Plata para sus vacaciones de verano.

Esta característica ha hecho de Mar del Plata una ciudad única. La convivencia de hoteles sindicales con palacetes de la belle epoque configuró un ambiente urbano muy interesante.


La cocina, y en especial los servicios de restauración, acompañaron este proceso. Tenemos así que comida propicia para un ambiente de recreación para todas las clases sociales que acceden a la ciudad es la señal de identidad de la cocina marpaltense. La decadencia de este estilo de vida, de esta complejidad en los últimos años del siglo XX no ha hecho desaparecer esta cocina que todavía es reconocible como dominante en la Feliz.

Mar del Plata tuvo, hasta la última década del siglo XX, un atractivo especial para muchos porteños, el Casino Provincial. Hasta esa época este tipo de establecimientos con juegos de azar estuvieron prohibidos en la Ciudad de Buenos Aires y en sus alrededores. En algún momento, ese casino fue denominado, en la jerga popular, “la casa de piedra”. Se trata simplemente de un juego de palabras que alude tanto al material utilizado en el frente de su imponente edificio junto a la Rambla, como a la buena o mala fortuna que los jugadores suelen tener frente a la ruleta o las mesas de punto y banca. Las casas de empeño por la calle Buenos Aires, apenas cruzando la Plaza Colón, y los bares en la planta baja del mismo edificio completaban un paisaje urbano que sólo existía, y aun parcialmente existe, en La Perla del Atlántico.

II Preparaciones más significativas

Nada mejor que pasar revista a los platos más importantes para verificar la validez o no de mis asertos.

Salsa golf. Cuenta la leyenda que, en los años veinte del siglo pasado, un grupo de jóvenes porteños veraneaban en Playa Grande, cuando Mar del Plata era aún un balneario exclusivo para las clases encumbradas de la sociedad argentina. Se reunían en el Golf Club, cercano a la mencionada playa, a la hora del copetín. Tomaban algo y comían adocenados langostinos con mayonesa,

Parece ser que la combinación les resultaba insípida, o por lo menos aburrida. Entonces, algunos de ellos, le pidieron a un joven estudiante de química que formaba parte del grupo, que inventara algo más interesante para disfrutar de ese momento tan grato en la vida veraniega.


Parece ser que este joven solicitó a los camareros que le trajeran todos los aderezos que hubiera en la cocina. Con estos elementos hizo varias combinaciones que fueron probando los cofrades hasta que dieron con una fórmula que dejó a todos satisfechos. A partir de entonces está salsa fue un clásico en el Golf Club de Mar del Plata, establecimiento que le dio el nombre. Luis Federico Leloir, nuestro Premio Nobel en Química, se lamentó siempre de no haber patentado su creación, se lo escuchaba decir que si lo hubiera hecho, habría contado con más recursos para la investigación científica.

La leyenda tiene los visos de tal en las piezas que contiene el relato, pero la creación atribuida a Luis Federico Leloir está bien documentada más allá de los detalles anecdóticos. (6)

Éste es, acaso, ejemplo paradigmático de lo que vengo diciendo, la combinación de un producto fresco con la actitud diletante de unos jóvenes porteños que es propia de esas circunstancia, las vacaciones.

Pescados y mariscos. Frituras de mar (rabas, cornalitos, calamaretis, etc.) eran plato obligado en Mar del Plata. Una excursión imprescindible era ir a comerlos a la banquina del puerto.


El desarrollo de restaurantes especializados en pescado ha sido un clásico en la ciudad, tanto en el puerto como en el centro. Sigue siéndolo en nuestros días. Hay tres a los que suelo volver, el clásico Sur y los más modernos Lo de Tata y Sarasanegro. No les hago publicidad, ya he hablado de ellos en El Recopilador de sabores entrañables. (7)

Los platitos de la Rambla. He hablado del casino y del edificio colosal que lo contiene. El conjunto arquitectónico, concebido y ejecutado por Alejandro Bustillo, se compone de dos edificios que balconean sobre la Ramba que da al mar. Entre ambos hay una escultura de José Fioravanti que representa un lobo marino, símbolo de la ciudad.

Ese espacio urbano fue el lugar propicio para desarrollar una experiencia gastronómica identitaria de los porteños, la picada servida en platitos. Los platitos tuvieron tal vez su máxima expresión en los bares de la Rambla marplatense, en aquellos establecimientos que ocupaban la plata baja de la casa de piedra.

La picada porteña nació en los almacenes con despacho de bebidas de Buenos Aires y en las pulperías cercanas a la ciudad. En ella se concentra una influencia múltiple de tradiciones criollas, españolas, italianas y francesas. Comer algo con el vermut o el copetín es una costumbre de momentos relajados antes de almorzar o al atardecer.


Con el tiempo, la picada fue creciendo y se fue separando del camino tomado por las tapas españolas o el aperitivo italiano. Llegó un momento en que se transformó en una costumbre enteramente argentina, la picada dejó de ser un entremés para ser una comida. (8)

Ya he escrito sobre su evolución y composición. Aquí sólo quiero subrayar que, en los bares de la rambla marplatense, alcanzó una de las cumbres de su desarrollo como idea gastronómica. Mar del Plata fue, es y será el lugar más indicado para una comida relajada. Las vacaciones no sólo lo permiten, a veces lo exigen, y nada más relajado que comer de los platitos.

Los sándwiches de El Gran Monarca. Hay una larga historia de sándwiches de la ciudad, otra especialidad gastronómica muy al propósito del estilo de comidas relajadas. Se ha destacado siempre los de la tradición criolla de sándwiches de miga, tan buenos o mejores que los de la ciudad de Buenos Aires, y los de pebete, con un pan extraordinario.

Hablando de estos últimos, recuerdo que en los años ochenta del siglo XX, no había viaje completo que hiciera a Mar del Plata sin comer sándwiches de El Gran Monarca. Era un local pequeño que los preparaba en el momento y los vendía sólo en la modalidad de comidas para llevar.


En la planta baja se encontraba el sector comercial (venta y entrega) y en el piso superior, comunicado por un pequeño monta cargas, se encontraba el área de producción. Estaba ubicado en una esquina de la Avenida Colón, no recuerdo bien si en su intersección con Lamadrid o con Las Heras.

Un pebete delicado y esponjoso, cargado de mayonesa o salsa golf con los rellenos más sofisticados. Invariablemente, mi preferencia se dirigía a los que llevaban langostino, jamón crudo o palmitos en múltiples combinaciones.

Los sorrentinos. Con todo, la estrella de la cocina marplatense está en plato de pasta creado en la misma ciudad, los sorrentinos.


Varias familias de inmigrantes provenientes de Sorrento se atribuyen la creación de esta pasta (Véspoli, Pérsico y D’orso), todas ellas afincadas en la ciudad de Mar del Plata. He indagado y escrito sobre el tema, de modo que no me voy a extender sobre él aquí. Me limitaré a decir que existe una disputa entre las familias sobre quien creó esta especialidad. No quise profundizar en ello, no valía la pena, sobre todo cuando Susana Pérsico se corrió de la disputa y me dijo “esta pasta en una creación de las nonnas sorrentinas de nuestras familias”. Sólo agregaré que el epígrafe de esta nota fue tomado de una novela de Virginia Higa que atribuye la creación a la familia Véspoli. (9)

Esta pasta es una fórmula ítalo argentina, es decir, creada por los italianos y sus descendientes afincados en La Argentina, en este caso, en Mar del Plata. Del mismo modo que los espaguetis con albóndigas, creación de los italianos y sus descendientes en Nueva York, no tienen su momento de creación en Italia.


Muchas personas los asocian a la cadena de restaurantes populares Montecatini. Pero los sorrentinos que allí se sirven, no tienen la delicadeza de los que se comen en la Trattoria Napolitana de la familia Véspoli o los que vende Susana Pérsico en su fábrica de pastas.

La cocina marplatense ha atravesado períodos de esplendor y decadencia, pero vaya confiado que siempre encontrará un lugar satisfactorio para comer.

Notas y referencias:

(1) 2018, Higa, Virginia, Los sorrentinos, Buenos Aires, Editorial Sigilo SRL, pag.11.

(2) 2019, Aiscurri, Mario, “Recetario recompilado entre las riberas del Plata por Gladys y Luis”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2019/09/recetario-compilado-entre-las-riberas.html el 28 de octubre de 2021.

(3) 2021, Aiscurri, Mario, “Elizabeth cocina en el extremo oriental de las Pampas Rioplatenses”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2021/10/elizabeth-cocina-en-el-extremo-oriental.html el 28 de octubre de 2021.

(4) 1582, Juan de Garay al Rey, carta fechada en Santa Fe, 20 de abril de 1582. Transcripta parcialmente en 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, vol. I, pag. 57.

(5) Cova, Roberto Osvaldo, Síntesis histórica de mar del Plata: notas para el conocimiento del origen, evolución y desarrollo de la ciudad y de la zona, pag. 8 (referencia leída el 27 de octubre de 2021 en https://es.wikipedia.org/wiki/Mar_del_Plata#Historia).

(6) 2017, Aiscurri, Mario, “Salsa Golf”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 28 de octubre de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/09/salsa-golf.html.

(7) 2017, Aiscurri, Mario, “Comer pescado en Mar del Plata. Una exploración arqueológica”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/04/comer-pescado-en-mar-del-plata-una.html el 28 de octubre de 2021.

(8) 2017, Aiscurri, Mario, “Platitos de la picada porteña”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 29 de octubre de 2021 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/08/platitos-de-la-picada-portena.html.

(9) 2015, Aiscurri, Mario, “Julio en Mar del Plata II: la misteriosa invención de los sorretinos”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2015/12/julio-en-mar-del-plata-ii-la-misteriosa.html el 29 de octubre de 2021        
y 2017, Aiscurri, Mario, “El misterioso origen de los sorretinos (final respetuoso)”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/12/el-misterioso-origen-de-los-sorrentinos.html el 29 de octubre de 2021.

(a) leída en https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_de_Garay el 9 de abril de 2022.