sábado, 29 de agosto de 2020

Provisiones que se pueden obtener en una pulpería de la campaña bonaerense (1819)

 

José Luis Busaniche fue un notable historiador argentino. Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de la Provincia de Santa Fe, en 1892 y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, en 1959. Sus obras más importantes están relacionadas con los bloqueos franco – británicos de 1838 y 1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe en esas circunstancias, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción del federalismo argentino. En 1938 publica un libro de lecturas históricas argentinas que reedita en 1959 con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.



Emeric Essex Vidal fue un marino inglés que entre 1808 y 1837 prestó servicios en Brasil y el Río de la Plata. Estuvo varias veces en Buenos Aires. Pintó acuarelas con un gran número de escenas urbanas y rurales rioplatenses que poseen un gran valor documental. En 1820 publicó, en Londres y en una lujosa edición, una serie de acuarelas acompañadas de explicaciones de su propia pluma. (2)

El fragmento describe las pulperías bonaerenses de principios del siglo XIX, bastante más pobres y limitadas en productos para vender que las que se irán transformando en almacenes de ramos generales a fines del mismo siglo y principios del siguiente. Además de las provisiones que se pueden adquirir en ellas, el autor describe su función social y subraya su similitud con las tabernas españolas de la época.

Pulperías en la ciudad y la campaña de Buenos Aires en 1819

“Las pulperías son unas chozas de lo más miserables y sucias, donde puede comprarse un poco de caña, o sea un derivado de la caña de azúcar; cigarros, sal, cebollas tal vez, y pan de la ciudad, pero, más al interior, este último artículo no puede conseguirse, de manera que el viajero, si no lleva pan con él, debe alimentarse, como la gente de campo, con carne solamente.

”Estas chozas tienen dos compartimientos, uno que sirve para negocio y otro para vivienda. Generalmente están construidas sobre un terreno alto y tienen un trozo de género de color colgado de una caña a modo de aviso; también hacen las veces de casa de posta y tienen una docena de caballos pastando al fondo, cerca de la casa. Cuando llega un viajero, deja allí su caballo; el pulpero, con un lazo, sale en su caballejo, que siempre está dispuesto tras la vivienda, hasta el pantano donde pasta la tropilla, y enlazando a uno, lo atrae, coloca la montura y, sea manso o bravo, allá va el viajero al galope, hasta la próxima posta, cuatro o cinco leguas más lejos…

”Las pulperías son el punto de reunión de las gentes del campo, que no dan valor ninguno al dinero y lo gastan solamente en bebidas y en el juego. Es costumbre entre ellos invitar a todos los que se hallan presentes a que beban con ellos; se hacen servir una jarra llena de caña (porque no les agrada el vino), la cual va pasando de mano en mano. Mientras les queda un penique en el bolsillo repiten esta ceremonia y consideran como una afrenta que cualquiera rehúse la invitación. En cada pulpería hay siempre una guitarra y cualquiera que la toque es invitado a costa de todos los presentes. Estos músicos nunca cantan más que yaravís, canciones peruanas que son las más monótonas y tristes del mundo. La música es lamentosa y la letra versa siempre sobre el amor frustrado y los amantes que lloran sus penas en el desierto; pero nunca tratan de asuntos agradables, animados o aun indiferentes.

”Después de todo, estas pulperías, miserables como parecen, no son muy inferiores a algunas tabernas de la misma España.” (2)

Notas y Bibliografía:

(1) 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.

(2) Busaniche, José Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 200-201.

 

Comodidades en una estancia (1815)

José Luis Busaniche fue un notable historiador argentino. Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de la Provincia de Santa Fe, en 1892 y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, en 1959. Sus obras más importantes están relacionadas con los bloqueos franco – británicos de 1838 y 1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe en esas circunstancias, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción del federalismo argentino. En 1938 publica un libro de lecturas históricas argentinas que reedita en 1959 con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.



Parish Robertson, Juan y Guillermo, fueron dos hermanos ingleses que vinieron a hacer negocios en La Argentina entre 1811 y 1815. Estuvieron en Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y, fundamentalmente, en Asunción, de donde fueron expulsados por el Presidente Francia. Entre otras cosas, publicaron Letters on Paraguay (1838), traducido por Carlos Aldao y publicado como La Argentina en la época de la Revolución. Los fragmentos que se exponen a continuación corresponden a ese libro. Como nota de color, es necesario decir que los hermanos Parish Robinson son fueron testigos directos de la Batalla de San Lorenzo.

En el fragmento se hace una descripción de una de las estancias de Candioti en territorio de la actual Provincia de Entre Ríos en 1815. La estancia tiene humildes construcciones, pero la estructura de las mismas y su funcionalidad ya prefiguran los grandes establecimientos rurales de principios del siglo XX que describe Güiraldes en Raucho y en Don Segundo Sombra. Llama la atención el contraste entre la precariedad de las habitaciones y el lujo de unos pocos muebles y de una limitada vajilla (mantel bordado, cubiertos plata y jarra de cristal). Manda la austeridad en los edificios, en la comida y en los modos del propietario de la estancia.

En una estancia en la Provincia de Entre Ríos

“Al fin de mi segunda jornada llegué a una de las mejores estancias de Candioti, en Arroyo Hondo, y me detuve para pasar la noche. Al presentar las credenciales del gaucho veterano, fui recibido por uno de sus numerosos vástagos, con toda la desbordante hospitalidad del país. Él habitaba solamente un rancho de quincho con tres piezas, que formaban, con otras dos o tres construcciones aisladas, el costado de un cuadro inconcluso. Otro lado y medio estaba ocupado por las chozas pequeñas y bastante bajas de cuarenta y cinco peones que cuidaban las treinta mil cabezas de ganado y cincuenta mil caballos y mulas de la estancia. Alrededor de esta pequeña colonia, había cuatro enormes corrales para ganado y un chiquero.

”Con Selkirk, el hijo de Candioti habría dicho: “Soy dueño de todo lo que miro.” Todos los rasgos de su bello semblante denunciaban a su progenitor. Con el mismo modo patriarcal de su padre me recibió el hijo bajo su modesto dintel. El sol se ponía, numerosos rebaños eran arreados, mugiendo, al venir de la aguada de los corrales; una incontable majada balaba a lo lejos guiada por un peón, y doce perros sagaces –ellos también– venían a su lugar de reposo nocturno.

”La alada tribu de aves domésticas cacareaba por el dormidero, y las palomas, girando en su último vuelo del día, se juntaban alrededor del palomar. Las voces profundas de peones a caballo que rodeaban el ganado, llegaban desde lejos ondulando en la brisa; mientras la nota quejumbrosa de la perdiz, que abundaba en todas direcciones, trinaba y formaba parte de la armonía rural del final del día.

”Muchas fueron las víctimas que se ordenaron sacrificar para proveer la cena. Una ternera gorda fue matada para asarla con cuero; se sacrificaron tres pollos para la olla y el asador; tres yuntas de pichones recién emplumados fueron destinados a la cacerola; un cordero mamón fue atado a la estaca. “Y ahora, dijo el hijo de Candioti, vamos a agarrar unas perdices”. Habéis oído que las perdices se cazan con perdigones, pero quizás no sospecháis cómo se agarran en aquellos países. Caminamos unas quinientas yardas desde la casa, seguidos por dos gauchos a caballo. Cada uno tenía en sus manos un rebenque. Luego vimos veintenas de perdices atisbando con sus cabecitas por encima del pasto. Los gauchos se dirigieron al primer par que vieron, e inclinándose hasta la mitad del costado del caballo, comenzaron a describir (con sus rebenques) un gran círculo alrededor de las aves, mientras éstas, con ojos ansiosos, seguían el movimiento. Gradualmente el mágico círculo se estrechaba y las perdices, encantadas, se asustaban más y más de intentar escaparse. Quedaron estupefactas, y los peones, acercándose a ellas, con un súbito y diestro golpe de rebenque les dieron en la cabeza. Las pequeñas inocentes fueron entonces, no metidas en el morral (porque los gauchos no tienen tal chisme de caza), sino colgadas, una por una, de un tiento; luego de tomar así seis yuntas, aproximadamente en quince minutos, retornamos a las casas…

”Una mesa de pino fue cubierta con un espléndido mantel bordado; la mayor parte de los útiles de comer eran de plata; agua cristalina brillaba en una garrafa de cristal; vino, sandías, duraznos, miel y cigarros estaban en una mesa contigua; y, después de un refrigerio de dos horas, me estiré sobre el lujoso lecho, aunque sin cortinas, y dormí profundamente hasta la madrugada.

”No debéis, sin embargo, abrigar la idea de que estábamos sentados en nada parecido a comedor inglés. El piso de nuestra habitación era de barro y también los muros. La paja del techo era bien visible. Aquí, en un rincón, estaba mi cama, y allí, en otro, desparramados, los engorrosos aperos de tres o cuatro caballos. Dos tinajones contenían agua y los criados cobrizos que nos servían, semidesnudos con candor indio. No habíamos cambiado cuchillos, platos, ni tenedores. Candioti, su capataz principal y el cura de la capilla vecina comieron del mismo plato. Los asientos eran sillas anticuadas de vaqueta con respaldo de cinco pies desde el suelo. La puerta permanecía abierta y en sus cercanías estaban media docena de caballos ensillados atados al palenque. No había cuadros que adornaran las paredes ni ventanas con vidrieras, ni siquiera postigos para protegerlas.

”Todo a nuestro derredor, inclusive el sabroso y abundante festín, demostraba que cenábamos con un jefe nómade. Su bienvenida era primitiva y cordial; su riqueza consistía en ganados y rebaños, y los arreglos domésticos eran rudos y sencillos como los hábitos del señor. Todo evidenciaba la distancia a que nos encontrábamos del lujo y refinamiento modernos. La jofaina en que, como los judíos, nos lavábamos las manos después de comer, fue pasada por una china sirviente; y un mulato alto, llevando afuera mis botas, sacó con un palo la arcilla que tenían adherida, y las puso junto a mi cama, a guisa de prevención de que era todo cuanto podía esperar en punto de limpieza. Apenas empezaba a aclarar el día, mate y cigarro me fueron traídos por el joven Candioti, los aperos fueron sacados y puestos sobre el lomo de varios caballos magníficos que estaban ya prontos a la puerta para ser ensillados; y en diez minutos, Candioti, su capataz, mi sirviente y ocho peones, seguidos por seis perros grandes, estuvieron montados y listos para recorrer toda la estancia, a fin de que viera algo de la manera de administrarla y tuviera una idea de la extensión de su superficie.” (2)

Notas y Bibliografía: 

(1) 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.

(2) Busaniche, José Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 187-190.


jueves, 27 de agosto de 2020

El acarajé de Brasil

 

Por Guillermo César Gómez (1)

Lo primero que me llamó la atención al llegar a Salvador, Bahía, Brasil fue una exótica comida que vendían las negras en las veredas, lo hacían vestidas todas de blanco. Al poco tiempo descubrí que el nombre del alimento que ofrecían se llamaba acarajé.

No paso mucho tiempo contemplando la costumbre de un folclore o de un hábito gastronómico, sin impacientarme, entonces, inmediatamente busco su origen. Esta obsesión por las génesis, la adquirí en mi adolescencia leyendo a Voltaire.

La imágenes pertenecen a Guillermo Gómez

Para llegar a la fuentes de ese alimento, tuve que encerrarme en la biblioteca en los tiempos en que no tenía tantas horas de internet, así viajé hasta al primer siglo del imperio romano.

Esta forma de producir el alimento fritado nació en la época de los césares, en lo que era la parte más extravagante del imperio.

Todas las fuentes escritas llevan a pensar que el origen del acarajé es el primitivo falafel de oriente, que recorrió en camellos y a pie con los beréberes el África, hasta transformarse en el acarajé de los negros islamitas.

El falafel son bolas elaboradas de garbanzos o habas aglutinadas como una albóndiga, para después ser freídas en aceite hirviendo.

El origen de su extraño nombre ‘’falafel’’ proviene de la palabra flayfel, que significa pimienta en árabe.

Solo en Egipto se hace el falafel con habas, pero en el Líbano, Israel, Turquía y Siria se hace con garbanzos.

Pero volvamos al acarajé que vi siendo vendido en las calles de Salvador.

Hoy el atavío de las mujeres vendedoras de acarajé es un vestido anacrónico, es una vestimenta europea de los siglos XVIII y XIX, impuesta como símbolo civilizatorio por la clase dominante portuguesa a las esclavas negras. Era aquella vestimenta una forma de presunción adinerada, donde las esclavas al caminar por las calles, hacían visible (en los ambientes urbanos) el poder adquisitivo y el lujo de sus propietarios.

Algo parecido sucedió con la vestimenta de las cholas en el altiplano boliviano, o de las indígenas mexicanas, que se vestían como damas españolas por exigencia monárquica, y esta costumbre se mantiene hasta el día de hoy en las comunidades indígenas.

La vestimenta de las vendedoras de acarajé es una amalgama de tres continentes: los collares enrollados coloridos son de origen africanos; los grandes turbantes que cubren la cabeza vienen del islam de oriente y el vestido blanco de las damas portuguesas europeas.

Pero hoy nadie recuerda los vestigios de la cultura islámica, para las mujeres de Salvador el acarajé perteneces a los yorubas del África Occidental (Togo, Benín, Nigeria, Camerún) y es preparado con una pasta de garbanzos triturados y fritos.

En la lengua yoruba, “Àkàrà” significa “bola de fuego”, mientras que “je” significa “comer”, es decir, “acarajé” es una palabra compuesta que significa comer bola de fuego.

En la literatura brasileña, se hace la primera referencia escrita el acarajé en 1802, donde consternado, un educadísimo profesor de griego denuncia escandalizado, la existencia de un consumo callejero de deleites africanos.

Ahora les enseño la preparación del manjar africano que nació en el imperio de los cesares, para ser primero reconocido como islámico y más tarde como puramente africano.

El principal producto utilizado son los frijoles de ojos negros, estos deben ser depositados en agua para ser ablandados e hidratados, la idea es que suelten las cáscaras.


Esta antedicha operación se realiza cambiándole el agua en varias intervenciones, siempre se los friega, después la cáscara queda flotando en el agua y al cambiarle varias veces el agua se consigue retirarla, dado que la cáscara al ser más liviana flota.

Después el frijol hidratado y descascarado se muele para hacer una pasta o masa.

La masa se aglutina y con una cucharada de madera, se lo deposita en el aceite hirviendo de palma, una vez cocido se le agregan la cebolla rallada y la sal.

El aceite de palma es un aceite de origen vegetal que se obtiene del mesocarpio de la fruta de la palma, y que ya era conocido en el antiguo Egipto. La palma es una planta africana, especialmente de Guinea Occidental.

El acarajé va acompañado de una salsa, preparada con ají seco, cebolla y camarones.

Las esclavas en la época de Don Pedro II (al vender en las calles) estaban obligadas a pagar una determinada cantidad a sus dueños, pudiendo quedarse con una pequeña cantidad de los que comerciaban.

Este comercio callejero proporcionaba en muchas mujeres esclavas el sustento de sus familias e, incluso en algunos raros casos, la compra de su propia libertad.


Con el fin de la esclavitud, y el pasar de las décadas, hoy es una fuente importante de ingresos en los ‘’terreiros del Candomblé’’, a través del trabajo de sus hijas de santo.

Algunas matronas bahianas, sin embargo, creen que el acarajé es un alimento sagrado de Iansã y Xangô.

Las actividades del acarajé bahiano incluyen mucha fatiga diaria.

Las mujeres se levantan con la luz del sol para comprar los ingredientes en la feria, después enfrentan problemas con la ubicación de sus tiendas desmontables en las estrechas veredas. Después resisten a una fatigosa exposición ante las inclemencias del tiempo, como son el sol ardiente del verano y la persistente lluvia de invierno.

Notas y referencias:

(1) Guillermo Gómez nació en la Provincia de Mendoza. Vive en Salvador de Bahía, Brasil, desde 2004. Es escritor, historiador y artista plástico. Autor de Sobre vinos antiguos y entes egregios. El lector puede comunicarse con él a través de la página de Facebook “Salvarroco Wine” (https://www.facebook.com/salvarroco.cultura)

 

sábado, 15 de agosto de 2020

Bodegones Buena Morfa y Lo Rafael.

Por Mario Sorsaburu
(publicado inicialmente en “Buena Morfa Social Club”,
Grupo Privado de la red social Fecebook,
el 2 de agosto de 2018)

Para fines de los años cuarenta es que los bodegones se afianzaron, con el advenimiento de una gran población de clase media trabajadora que debía comer al medio día, y muchos a la noche; oficinistas, periodistas, profesionales, incipientes ejecutivos y vecinos nuevos que iban llegando. Paso intermedio entre la fonda/almacén barrial y los restaurantes que iban poblando la ciudad desde el centro a los barrios y con un precio más acomodado respecto de esos restaurantes de la época, se nos metieron en el alma para siempre.

Las imágenes pertenecen a Mario Sorsaburu

Las familias, las parejas de novios, los grupos de amigos, como una moda, comenzaron a frecuentarlos hacia los setentas, en que una ola de recuerdos y fantasías de las comidas caseras del ayer prendió fuerte en toda la población de la Capital y las áreas suburbanas. Esa nostalgia se mantiene hasta hoy, haciéndonos frecuentadores de esos lugares mágicos y dilectos, dónde se come bien, platos servidos con ganas, sin pretensiones pitucas, de manera satisfactoria. El bodegón es para mí sinónimo de humanos con ganas de juntarnos mientras comemos algo rico y nuestro, sin pose ni relato.

Por esas cosas de la edad, de mi viejo y de un tío amado, ambos salidores y conocedores de fondas, parrillas, bodegones, copetines y cafés/bares de aquellos tiempos 1930/1957, en plena expansión de la clase media. Llegué a disfrutar algo de esos primeros tiempos entre 1951 y 1957, digamos, fecha en que mi viejo murió, y como sabemos, todo aquello compartido con felicidad por un pibe y sus viejos, se pega en el ADN para siempre. Desde luego que para adelante con mi madre, tías, amigos, primos la continuidad se dio de manera normal. Lo único distinto en mi caso fue la pizza y pizzerías, a las que se les daba poca bola en mi casa y no frecuentábamos, más allá de algunas porciones de chico, al salir de la función matiné de los cines Avellaneda, Rivera Indarte o el Pueyrredón en Flores con mi primo y luego en el 25 de Mayo, 9 de Julio o Edén en Urquiza. En casa no se comía pizza, y de muchacho casi nunca iba a una pizzería. Sí, compraba alguna para llevar, pero para mí, frecuentar pizzas y pizzerías, excepto un par por el Centro, por Flores o Boedo cada tanto, comenzó con Mora.


Mi viejo era un hombre culto, sabio y conocedor, sabía contarme y explicarme esos fenómenos culturales sociales al tiempo que los vivíamos, lo mismo que sobre el tango, el bolero o el jazz. De manera que conocía bien esos lugares, sus dueños, mozos y algunos clientes habitué, y desde luego sus amigos de riguroso traje y moño, volanta o corbata que sabían caer a comer, y no pocas veces en la trastienda había barajas para pasar el rato. La relación permitía llegar un rato con ¨el purrete¨ y sentarme al lado de ellos, siempre callado y atento a comer algo o tomar una bebida con un plato de queso y jamón crudo, el cocido llegó más tarde, y riquísima mortadela en dados, rodajas de salame y, a veces, fetas de matambre casero finito, y siempre, mis preferidos maníes, que eran tostados con cáscara que había que frotar y soplar para dejar que caiga en el plato para no ensuciar. Luego mi padre me hablaba de algunas cosas que sabía me habían quedado sin comprender y de esa manera al morir él yo parecía alguien de veinte y no de doce.

El bodegón era ese olor a piso de madera y vino, barra de estaño con pico cervecero, mantel de papel, cuenta sobre el mismo (nadie estaba atento a si pagaba impuestos) con el lápiz del mozo/dueño muchas veces. Hombres solos comiendo, clientes diarios, ventiladores de techo de hierro negro, algunos con baños exteriores, aserrín sobre los pisos, donde al costado se apilaban cajones de cerveza, sifones y botellas de vino vacías, cuando no alguna bordelesa. La cocina con alguna mujer que aportaba el toque femenino, el sello de ¨casero¨ que no se veía, en general, en bares ni confiterías.

El olor a comidas reconocibles a distancia. Aquellas milanesas grandes y una fuente de fritas de secciones enormes y algo aceitosas, cuando la doble cocción era inexistente (pues las freidoras recién a fines de los cincuenta fueron de la partida generalizada), escabeches, bife ancho con puré, sopa todos los días, zapallitos rellenos, albóndigas con arroz o puré, hígado a la veneciana, guisos de lenteja y mondongo, lasagnas, canelones y cintas, o tallarines, con salsas que casi siempre eran modestas y regulares, en algunos, bolognesa.

En Pippo, nació la combinación con el pesto que hasta 1965/6 tenía albahaca. Cuando también aparecerían los vermicelli, foratti, forattini, moños y mostacholes (hoy penne rigate o lisce), todavía los fideos se compraban en paquetes de diez kg y/o sueltos en el almacén, guardados en cajoneras con frente de vidrio y eran largos, de 60 cms, en dos o tres variedades. Más tarde, a principios de los cincuenta, llegarían los paquetes de ½ kg y de medidas que conocemos hoy, con más variedades, y los de sopa (letras, ave maría, municiones y dedalitos, entre finos y nidos).

El aceite de oliva era en latas e importado y recién a mediados de los cuarenta comenzaba la venta de aceite nacional de girasol puro, en botellas, que sus productores (la mayoría inmigrantes judíos) lo traían casa por casa y regalaban unos vasos a quienes compraran. Así de artesanal fue la introducción y cambio de paladar; desde luego a un décima parte del costo que el otro.


También en latas de 5 kg venían las galletitas en el almacén (bizcochitos Dujo, las de Maizena, cabellos de ángel, alfajorcitos y palmeritas) y se compraban por ¼ o ½. Hasta 1952/3, eran de media calidad industrial, sin grandes selecciones, excepto un par de Bagley y, luego del éxito arrasador, las Lola que lideraron el mercado durante años y que por ello, mi abuela paterna siempre fue Mamá Lola, porque traía esas galletitas a mi primo mayor y a mí. Con Terrabussi comenzarían la gran lucha, que casi deja a Bagley knock out, pero logró recuperarse y fueron siempre parejas en calidad y pioneras del packaging (Criollitas, Manón, Ópera, Melba, Boca de dama, y Boca de dama recubiertas de chocolate Kokoa), que eran lo más y que yo comía ¼ o más de una sentada. Algo después conocimos el marshmallow cuando aparecieron las Merengadas.

Lo mismo ocurría con el azúcar, la yerba, las legumbres, todo suelto x kg. Al peso, y el café que se vendía en casas de café, recién molido ¨a la vista¨ y no se tomaba casi en ninguna casa de trabajadores. Luego llegarían los paquetes envasados a los almacenes y como una locura novedosa, cerca de 1957/8, el Nescafé. La costumbre citadina era “café con leche” en el desayuno o merienda y el té con leche, aunque menos. Cocoa, Toddy, Vascolet, para los pibes, en mi caso Ovomaltina; también mate cocido y cascarilla en casa de laburantes algo más humildes.

Hago esta introducción intentando que sea corta, ya que podría escribir un libro al respecto, como para que se den cuenta qué me dispara un bodegón, que revolución del alma y los sentidos significa para un hombre que conoció todo eso de primera mano y tiene los recuerdos tan frescos como el postre del vigilante que servían en todos sin excepción y casi en exclusividad, salvo alguna ensalada de frutas en verano. Después apareció el budín de pan, el flan y la tarantela. Los hombres, mayoritaria clientela, no comían postre.

El monopolio de los postres los tenían las confiterías y algunas pizzerías de nombre: tortas de ricota, pasta frola de membrillo, suppa inglesa bien cremosa y borracha, merengues con chantilly o dulce de leche, flan mixto y alguna variedad cremosa con el nombre del lugar.

Un buen mix de bodegones, cantinas y comederos en que criollos, españoles e italianos acriollados, capaces de preparar con buen gusto y amor recetas sencillas y cotidianas, favorecidos por la abundancia de nuestra geografía y el precio barato de los productos en general, sumado a la nueva costumbre de “salir a comer afuera”. Las clases sociales más modestas ascendientes, ya empleados, trabajadores de oficina y ejecutivos que almorzaban cada vez en mayores cantidades en Capital y áreas suburbanas, fueron la leña que alimentó ese fuego nuevo que pobló el Centro y los barrios, y las estaciones de trenes suburbanos.

Bodegones, cantinas, parrillas y bares al paso trajeron a consideración, sin lujos y a buen precio, las recetas familiares para compartirlas con el pueblo, y, desde aquel momento, se han convertido en lugares dilectos por ser casi extensión de nuestras cocinas fuera de casa. Todo parecido, pero servido y atendido, sin demasiado precio agregado, fórmula de éxito, especialmente debido a ese devenir de una nueva clase social con mayor poder adquisitivo de manera masiva, que hizo abandonar las fondas/almacén, último escalón de comida para el trabajador.

Bodegones que, junto a las pizzerías, tuvieron entre 1947/8 y 1990 sus momentos de máximo brillo. Y que ahora volvemos a buscar cada tanto, para encontrarnos con el ayer, con la comida con los viejos, con abuelos y amigos, con cierta verdad sin vueltas ni truco. Esos lugares sin pompa que existen, siempre nos hacen sentir y creer que el tiempo se detiene, que la vorágine que nos apabulla, llevándonos de la escala humana a la escala cibernética, no nos alcanza, y que podemos detener el tiempo, volver al ayer, a los afectos del pasado, a los olores y presentaciones de esas horas felices, que la evocación agiganta.

En ese sentido, la convocatoria por la semana de Los Bodegones y Vía Pietro Sorba, en Buena Morfa Social Club por intermedio del boss no podía ser más atractiva.

Todo esto y algunas cosas más nos hicieron volver, con Mora, la noche del domingo, luego de una función a beneficio de la orquesta de niños de la Isla Maciel, con muchos artistas de nombre, entre los que Javier Malosetti trío, tocando y zapando jazz se destacó, nos emocionó, y llenó de gozo.

Reservé en uno muy dilecto que frecuentábamos a menudo entre 1990 y el 2005, dónde siempre comimos muy bien, riquísimo todo, espléndidamente atendidos, Lo Rafael. Méjico al 1500.

La reserva era para las 21:30 hs. Llegamos puntuales. El salón a medio llenar, la mesa reservada con un cartelito, el de la promo, sobre la mesa y nuestro nombre. La camarera atenta y eficaz como pocas nos contó las opciones mientras nos traía una panera completa y una cazuela con queso crema para untar, la botella de Valentín Lacrado y agua sin gas.

Matambre con rusa para mí y mozzarela a la milanesa con un coulis de tomate para Mora. Ambos cumplían sin aplausos. El vino que hacía años no tomaba, estaba muy bien, en verdad precio calidad en góndola muy atinado.

Ambos pedimos los sorrentinos Lo Rafael. Muy ricos, bien elaborados, muy caseros, la salsa espesa que los hacía untuosos y perfumados daba gusto.

Los postres bien dentro del esquema bodegón; brownie con helado, Mora y flan mixto, yo. Ambos en el promedio rico y abundante, fresco, casero, como en casa de Tía Porota.

Había de bonus una botella chica de vino para llevarse, que regalé a la camarera por su actitud y buena predisposición. El costo de $760 con vinos y aguas, es desde todo lugar un regalo. Si hay tiempo y espacio veremos de ir a alguno más, para traer recuerdos y emociones de ayer, más que para comer.

Salute.

Notas y referencias:

(1) Leído el 14 de enero de 2020 en https://www.facebook.com/groups/buenamorfa/search/?query=Lo%20Rafael&epa=SEARCH_BOX 

 

Juana Manuela Gorriti y la cocina salteña

Ya he publicado un artículo sobre el libro Lo Íntimo de Juana Manuela Gorriti, publicado en 1893, poco después de la muerte de la autora. (1) Hablé sobre los registros que Gorriti dedica a la composición y edición de Cocina Ecléctica (publicado en 1890). Describí, entre otras cosas, los motivos que tuvo la escritora para componer un recetario y cómo fue acogida la idea en el ambienta literario iberoamericano, en espacial en Lima, Buenos Aires y Madrid. (2)


Dejé afuera de ese artículo, un registro de 1887, en el que la autora define el ámbito identitario de las recetas contenidas en la obra. En ese ámbito no incluye a La Argentina, pero sí a la Provincia de Salta.

La cocina regional argentina, según mi experiencia personal (desde la segunda mitad del siglo XX), tiene escasa presencia en Buenos Aires, a excepción de algunos platos del Noroeste Argentino (empanadas al estilo salteño, tamales, humitas y, fundamentalmente, locro).


Siempre pensé que esa presencia se debía al éxito de la música de proyección folklórica de esa región de nuestro país que yo mismo disfrutaba en los años sesenta. La Provincia de Salta desembarcó entonces en Buenos Aires con una generación de poetas y músicos de notables.

He percibido un fenómeno, también me pareció notable. Las Fiestas Patrias se celebraron siempre con un asado en mi casa de la infancia. Pero, siendo ya un adulto, vi como el locro salteño reemplazaba paulatinamente al asado en esas celebraciones.

No pude más que asociar los dos fenómenos. En tren de sentirnos argentinos, preferíamos que esa tradición cultural salteña que se expresaba en voces, guitarras y zambas notables, nos diera la señal de la identidad.


Pero, si era así, ¿por qué no acompañábamos ese sentimiento con chipa guazú y mbejú o con pastel de papas, tomaticán cuyano y carbonada en zapallo?

Un cocinero salteño de renombre en Buenos Aires tiene una teoría muy razonable al respeto. Salta pudo llevar su cocina a la Capital Federal, porque la identidad culinaria provincial es compartida por todos los sectores sociales. Muy interesante, ¿no?

Comía las deliciosas empanadas que ofrece en su restaurante mientras masticaba sus palabras y las acompañaba con un torrontés de damajuana, como se acostumbra en la ciudad de Salta. También pensaba en que Viridiana Ramírez nos cuenta cómo, en Posadas, la cocina local y tradicional, asociada a la chacra paraguaya, es de consumo popular, pero no es reconocida como propia por la burguesía misionera. (3)

Todo quedó allí hasta que leí un fragmento de Lo Íntimo que nos induce a sostener la idea de nuestro cocinero salteño. Lo transcribo in extenso porque además nos da una idea de cómo Gorriti escribió su recetario:

“Aunque bastante achacosa y muy mucho cansada de la vida, estoy ocupándome de dos trabajos literarios: Perfiles Contemporáneos y Salta. Siguiendo un consejo de De Amicis, el literato italiano, escríbolos simultáneamente, descansando del uno en el otro.

”Y para que este descanso en la variedad sea mayor, lo tercio confeccionando un libro de… ¡cocina!

”¿Por qué no?

”Todas las mujeres tenemos un cachito de cocineras y la mesa es siempre, y ahora sobre todo, la mitad de la vida.

”Con grande aplauso de todos, tengo ya escritas más de doscientas recetas de los bocados más exquisitos que contienen las cocinas peruana, boliviana y salteña.

”Salteña digo y no argentina, porque de nuestras catorce provincias solo Salta tiene una cocina propia.

”Santiago Estrada me ofrece un prólogo que yo seguiré con una introducción en qué diré que de todo cuánto he escrito, nada estimo como el libro que ofrezco al público dado al delicado comer.” (4)

¿La única cocina argentina? Gorriti, ¿manifiesta una verdad fáctica o apuesta a una “venta marketinera” de su añorado terruño? ¿Importa esta última pregunta? Hay otras provincias de La Argentina que tienen cocina propia, pero la diferencia es que Juana Ya he publicado un artículo sobre el libro Lo Íntimo de Juana Manuela Gorriti, publicado en 1893, poco después de la muerte de la autora. (1) Hablé sobre los registros que Gorriti dedica a la composición y edición de Cocina Ecléctica (publicado en 1890). Describí, entre otras cosas, los motivos que tuvo la escritora para componer un recetario y cómo fue acogida la idea en el ambienta literario iberoamericano, en espacial en Lima, Buenos Aires y Madrid. (2)

Dejé afuera de ese artículo, un registro de 1887, en el que la autora define el ámbito identitario de las recetas contenidas en la obra. En ese ámbito no incluye a La Argentina, pero sí a la Provincia de Salta.

La cocina regional argentina, según mi experiencia personal (desde la segunda mitad del siglo XX), tiene escasa presencia en Buenos Aires, a excepción de algunos platos del Noroeste Argentino (empanadas al estilo salteño, tamales, humitas y, fundamentalmente, locro).

Siempre pensé que esa presencia se debía al éxito de la música de proyección folklórica de esa región de nuestro país que yo mismo disfrutaba en los años sesenta. La Provincia de Salta desembarcó entonces en Buenos Aires con una generación de poetas y músicos de notables.

He percibido un fenómeno, también me pareció notable. Las Fiestas Patrias se celebraron siempre con un asado en mi casa de la infancia. Pero, siendo ya un adulto, vi como el locro salteño reemplazaba paulatinamente al asado en esas celebraciones.

No pude más que asociar los dos fenómenos. En tren de sentirnos argentinos, preferíamos que esa tradición cultural salteña que se expresaba en voces, guitarras y zambas notables, nos diera la señal de la identidad.

Pero, si era así, ¿por qué no acompañábamos ese sentimiento con chipa guazú y mbejú o con pastel de papas, tomaticán cuyano y carbonada en zapallo?

Un cocinero salteño de renombre en Buenos Aires tiene una teoría muy razonable al respeto. Salta pudo llevar su cocina a la Capital Federal, porque la identidad culinaria provincial es compartida por todos los sectores sociales. Muy interesante, ¿no?

Comía las deliciosas empanadas que ofrece en su restaurante mientras masticaba sus palabras y las acompañaba con un torrontés de damajuana, como se acostumbra en la ciudad de Salta. También pensaba en que Viridiana Ramírez nos cuenta cómo, en Posadas, la cocina local y tradicional, asociada a la chacra paraguaya, es de consumo popular, pero no es reconocida como propia por la burguesía misionera. (3)

Todo quedó allí hasta que leí un fragmento de Lo Íntimo que nos induce a sostener la idea de nuestro cocinero salteño. Lo transcribo in extenso porque además nos da una idea de cómo Gorriti escribió su recetario:

“Aunque bastante achacosa y muy mucho cansada de la vida, estoy ocupándome de dos trabajos literarios: Perfiles Contemporáneos y Salta. Siguiendo un consejo de De Amicis, el literato italiano, escríbolos simultáneamente, descansando del uno en el otro.

”Y para que este descanso en la variedad sea mayor, lo tercio confeccionando un libro de… ¡cocina!

”¿Por qué no?

”Todas las mujeres tenemos un cachito de cocineras y la mesa es siempre, y ahora sobre todo, la mitad de la vida.

”Con grande aplauso de todos, tengo ya escritas más de doscientas recetas de los bocados más exquisitos que contienen las cocinas peruana, boliviana y salteña.

”Salteña digo y no argentina, porque de nuestras catorce provincias solo Salta tiene una cocina propia.

”Santiago Estrada me ofrece un prólogo que yo seguiré con una introducción en qué diré que de todo cuánto he escrito, nada estimo como el libro que ofrezco al público dado al delicado comer.” (4)

¿La única cocina argentina? Gorriti, ¿manifiesta una verdad fáctica o apuesta a una “venta marketinera” de su añorado terruño? ¿Importa esta última pregunta? Hay otras provincias de La Argentina que tienen cocina propia, pero la diferencia es que Juana Manuela que provenía de una familia aristocrática local, puede reconocerla como propia.

Notas y referencias:

(1) 1893, Gorriti, Juana Manuela, Lo Íntimo, Córdoba, Editorial Buena Vista, 2012

(2) 2020, Aiscurri, Mario, “Íntimas, Juana Manuela Gorriti y su Cocina Ecléctica”, en El Recopilador de sabores, leído el 26 de junio de 2020 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2020/02/intimas-juana-manuela-gorriti-y-su.html

(3) 2005 Ramírez, Viridiana, “Comida regional como comida de pobres” en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp. 125-138. Leído el 13 de octubre de 2019 en https://www.folkloretradiciones.com.ar/literatura/temas_6.pdf

(4) 1893, Gorriti, Juana Manuela, Cit., pp. 78-79.

 

sábado, 1 de agosto de 2020

Coctail y otras recetas de Doris

El pueblo judío ha peregrinado por siglos a través de la tierra. Llevaba consigo su identidad religiosa que permitió a sus integrantes reconocerse entre sí en cualquier lugar del planeta. Con todo, en varias oportunidades, amplios sectores del pueblo lograron permanecer en ciertos territorios durante un largo tiempo. En esas ocasiones, pudieron estabilizar una formación cultural que se implantaba en la que la tradición milenaria como una forma específica devenida del intercambio local con otros colectivos sociales.


Las imágenes pertenecen al recetario de Doris (porpiedad de Alexis Choclin)

Las formaciones culturales del judaísmo más desarrolladas fueron la asquenazi, en el este europeo, y la sefardí, en España. Generaron dialectos específicos de las lenguas hegemónicas en los sitos que habitaban (el idishe del alemán y el ladino del castellano, respectivamente) y sus propios acervos culinarios. Las migraciones judías en La Argentina contaron con numerosas familias provenientes de ambas tradiciones.

I La cocina asquenazi en La Argentina

He dedicado muchos artículos a la recopilación de recetas de la cocina asquenazi que tomé del recetario que Hedy Pundik dejó como legado a su hijo, mi amigo Alexis Choclin. He mostrado como la endo-cocina asquenazi no se volcó decididamente en el caldo común de la cocina neo criolla argentina, ni se dejó ver sino tardíamente. He expuesto algunos porqués basado en las reflexiones de Alexis. La razón principal es que la colectividad judía en La Argentina adoptó el patrón alimentario criollo, reservando la cocina tradicional para las celebraciones íntimas, religiosas y familiares. A su vez, se dejó ver en la cocina argentina a partir de dos fenómenos: la vocación de muchos jóvenes judíos por mostrar su tradición a los goyim en los años ochenta del siglo pasado y el atractivo de las cocinas étnicas que se manifestó como tendencia gastronómica desde los años noventa del mismo siglo.

Mi amigo Alexis me pasó copia del recetario de su madre y me trajo una vieja libreta con recetas de su abuela Doris, escritas de puño y letra por ella misma. La libreta, una entre cinco o seis que Alexis posee, tiene algunas peculiaridades en las que me voy a detener abajo. Pero antes quiero señalar que las recetas de Doris han influido notablemente en la cocina de Hedy, incluso en aquellas preparaciones que ella misma utilizaba en el emprendimiento de catering que llevó adelante a partir de la última década del siglo pasado.


Efectivamente podemos encontrar las siguientes recetas en la colección de Hedy Pundik: “Bizcochitos Doris”, “Knishes – strudel (Doris)” y “Torta de zapallitos Doris”. Pero la influencia de Doris sobre Hedy no se limita a las recetas que llevan su nombre en el título. Alexis reconoce la huella de su abuela en otras fórmulas, por ejemplo, en la receta de kreplaj que la colección contiene. La receta dice que el relleno de esta pasta debe hacerse con carne barata. Alexis reconoce que la expresión da cuenta de que la receta original era de Doris.

Alexis no puede datar estas libretas, pero parecen muy antiguas. Suponemos que pueden haber sido escritas en un período que se inscribe entre dos momentos familiares ocurridos en el siglo XX. O bien poco antes de que los Pundik tuvieran hijos en Buenos Aires (c 1940), o bien cuando nacieron los primeros nietos (c. mediados de los sesenta), o bien en algún momento impreciso entre ambas circunstancias. Personalmente pienso que, por el tipo de libreta y el estado de la misma, lo más probable es que fueran escritas en los primeros momentos de ese período.

II Una historia mínima no tan mínima

El recetario está escrito en graciosa algarabía, algunas recetas mezclan el idioma inglés con el alemán y el castellano. Alexis atribuye esta escritura al carácter itinerante de la propia vida de Doris y de Salo, su marido. Esta mezcla de idiomas puede hablarnos también de la antigüedad de la libreta, que bien pudo ser escrita cuando Doris apenas comenzaba a hablar el castellano.

¿Quiénes eran estos personajes? Dorotea Knapheis (Doris) nació en Frankfurt en 1910, a los dos meses de edad fue llevada a Inglaterra, adquirió la nacionalidad inglesa. Vino muy joven a La Argentina (c 1927). Falleció en Buenos Aires en 1984. Jaim Zelman Pundik (Salo) nació en Ucrania en 1904, fue llevado a Dinamarca a los nueve meses de edad, adquirió nacionalidad danesa. Se recibió de ingeniero civil en la Universidad de Copenhague. Vino joven a La Argentina (c 1931-1932). Falleció en Londres en 1979. (1)

Alexis recuerda que en su casa casi siempre había comida porteña en la mesa cotidiana; pero en la de sus abuelos maternos era diferente. Allí se comía cocina danesa y alemana. Debemos tener en cuenta que, si bien los Pundik eran judíos ortodoxos, su abuelo Salo solía escabullirse de la práctica estricta de las reglas de la cashrut. Alexis recuerda, por ejemplo, haber ido a comer con su abuelo picadas en Mar del Plata (los famosos y tradicionales platitos de la rambla). Allí, el señor Pundik ingería mariscos, prohibidísimos en las leyes alimentarias judías. También lo recuerda comiendo gravlax sobre tostadas untadas en manteca, infligiendo la prohibición de comer lácteos y carnes en el mismo plato. (2)


El mismo Alexis reflexiona sobre el particular. Las normas de la cocina kasher fueron elaboradas en coordenadas de tiempo y espacio específicas. Se basaron en una sistemática observación de la realidad natural circundante. Por ejemplo, cuando hubo un cuerpo consistente de observaciones en la Palestina de las doce tribus, se estableció una relación causal entre la triquinosis y la carne de cerdo. A partir de allí, se reglamentó la prohibición de su consumo.

El pueblo judío producía intercambio de ideas y hábitos gastronómicos en cada sitio en que se asentaba. Jamás perdieron el hábito de la observación sistemática, de modo que, donde veían que algunas prácticas contrarias a la cashrut, podían tomar dos caminos. Algunas familias preferían seguir con el carácter ritual de las prohibiciones, en tanto que otras adoptaban nuevos hábitos, luego de verificar que no producían los daños esperados en los pueblos que cohabitaban con ellos.

Por ejemplo, adoptaron rápidamente el patrón cárnico en nuestro país y muchos integrantes del pueblo lo hicieron, sin preocuparse demasiado por la ingesta simultánea de lácteos. Los pretzales rellenos de jamón cocido y queso, por ejemplo, eran moneda corriente en la casa de mi amigo.

III El recetario y las recetas

Este volumen del recetario de Doris (como ya dije una de las cinco o seis libretas que Alexis conserva de su abuela) contiene un conjunto abigarrado de recetas que suman poco más de treinta fórmulas desparramadas, con cierta irregularidad, en veinte hojas de pequeño tamaño, manuscritas por Doris. (3)

Muchas recetas se limitan a indicar ingredientes, proporciones de los mismos y algunas indicaciones operacionales. En muy pocos casos, se indica el proceso completo como ocurre en recetarios familiares de la época.


Con todo, lo más llamativo de las recetas es que algunas, como lo anticipé, están escritas mezclando tres idiomas (alemán, castellano e inglés). Transcribiré algunas

Coctail

“6 yemas.

”400 grm. azucar nise well

”1 litro milk cooked

”with one stick of vanilla

”cool down mix to gethes

”with eggs add ¼ litro alcohol”

Biscuit

“200 grms Maizena 1 table spoon

”Royal ½ glass oil 4 yelows

”5 table spoon sugar

”1 glass oporto

”------------------

”150 grms. flour.”

Torta de dátiles

“6 huevos. 10 cucharada

”harina. 2 cuch. Royal

”1 ½ taya ay. 1 ½ taya Nuez

”1 ½         datiles poco canela”

“batir huevos enteros con

”azucar mexclar harina con

”royal añadir nueces pie.

”y datiles picada y canela.”

Las vidas errantes de sus abuelos maternos y el pensamiento iluminista que los alimentó en su formación educativa y cultural han influido mucho en los propios hábitos de Alexis, y no sólo en sus prácticas alimentaria.

Mi amigo es cocinero profesional, por ello, tiene un gran valor para él conservar estas libretas. Son, tal vez, uno de los signos más importantes de su identidad personal… tienen la potencia de un legado.

Notas y bibliografía:

(1) 2019, comunicación de Alexis del 15 de octubre.

(2) 2018, Choclin, Alexis, entrevista grabada el 12 de mayo.

(3) Copia digital de la libreta de Doris que Alexis me prestó el 12 de mayo de 2018.