Este
libro es uno de los pocos que intentan dar cuenta de una historia
integral de la gastronomía nacional. Por carecer de profusos
antecedentes posee la gran virtud de iniciar un camino con más
entusiasmo que sistema. Si bien, uno de sus mayores defectos es la
escasa erudición con que se soportan los hechos con que se compone
el relato central, posee otra virtud que es necesario destacar:
intenta desplegar los hechos sobre un marco teórico conceptualmente
consistente. Los capítulos se suceden como si se tratara de
artículos escritos aisladamente y dispuestos cronológicamente;
corriendo por cuenta del lector, lograr que el marco teórico
produzca la inteligibilidad del conjunto. Dicho de otro modo, se
parte de una elaboración teórica sólida; pero no se disponen las
piezas de modo tal que nos permita tener una idea de comprensiva del
conjunto. En el sentido inverso, si lo que se busca es identificar
aspectos parciales de nuestra historia culinaria, aún con estas
limitaciones, su lectura es el insoslayable punto de partida.
El
marco teórico
El
Prólogo de la obras consiste en la reproducción parcial de “El
consenso del sabor”, artículo del autor publicado por la Cátedra
Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de La
Plata en ¿Qué
comemos cuando comemos?.
En una apretada síntesis de definiciones sustanciosas, realiza un
aporte interesante en materia de gastronomía. Comparto muchas de las
visiones que Ducrot posee, por lo que me limitaré a describir su
pensamiento y subrayar alguna divergencia.
El
punto de partida es la siguiente definición:
“Gastronomía
es el conjunto de saberes y experiencias acumuladas y transmisibles,
mediante las cuales el Hombre tiende a convertir su necesidad de
alimentos en placer, en goce.”(2)
Esa definición se despliega en
otras más precisas, todas soportadas sobre los fundamentos de una
ética hedonista y materialista basada en el pensamiento de Michel
Onfray que puede sintetizarse en la expresión: “El regocijo del
otro induce al mío; el disgusto del otro causa el mío”.(3)
Aplicadas
estas ideas al concepto de gastronomía supone para el autor una
ampliación del habitualmente utilizado (recetas, técnicas y
crónicas sobre restaurantes, vinos y tendencias), al incluir
cuestiones de carácter cultural, política y económica. Algunas de
ellas se expresan en conceptos tales como desarrollo de un modelo
gastronómico sustentable
(políticas y conductas sociales destinadas a la preservación de los
recursos naturales) y democrático
(un ámbito político y social que permita planificar y ejecutar
estrategias alimentarias de calidad para el conjunto de la
población). Estas ideas se enlazan con pensar la gastronomía como
patrimonio
cultural intangible (costumbres,
hábitos y procesos creativos de la población que no ofrecen
materialidad, pero que constituyen y expresan identidad). Finalmente,
utiliza el concepto de soberanía
alimentaria,
definido como el marco conceptual mediante el cual determinada
comunidad puede establecer su política alimentaria. La soberanía
alimentaria sólo es posible, para el autor, en el marco de una
democracia participativa.
La
definición ensayada de gastronomía (arriba trascripta) alude a lo
específicamente humano, en la medida en que la alimentación en la
animalidad se limita a la satisfacción de una necesidad biológica y
en el Hombre se expresa como placer y goce. Estos atributos que
transforman el acto biológico de ingerir alimentos en el cultural
que supone la gastronomía, provoca un enfrentamiento entre la
tradición filosófica epicúrea, materialista y hedonista, con el
idealismo hegemónico del capitalismo, debido a que la primera
procura el placer-goce colectivo (“el regocijo del otro induce al
mío”, lo que supone pensar un “banquete para todos”), y la
segunda lo restringe a los que tienen capacidad para disfrutar del
goce, es decir, a la elite dominante.
Aunque
es más que evidente la honestidad con que manipula los materiales
(menciona autores y libros), las citas son siempre imprecisas, no se
sabe a ciencia cierta de dónde toma exactamente las ideas que
expone. Recorre textos de Marcelo Álvarez y Patricia Aguirre,
documentos de la UNESCO y recala en las corrientes de los países
hegemónicos que ponen el acento en la sustentabilidad culinaria
(pone por ejemplo el movimiento slow food) que reacciona contra los
efectos degradantes de una cocina que no cuida el medio ambiente.
Considera que estas propuestas se aproximan sólo en apariencia al
concepto de soberanía
alimentaria,
porque se trata de un movimiento elitista que limita su propuesta a
la educación de la población en las sociedades ricas. La soberanía
alimentaria está asociada, en cambio a un modelo contra-hegemónico,
que se constituye para producir una nueva hegemonía, un nuevo
consenso social. En este marco, a lucha entre los dos modelos es
presentada como antagónica.(4)
Finalmente,
después de señalar que el consenso social es un concepto clave en
materia de definir una identidad gastronómica, concluye el prólogo
con la siguiente definición:
“¿Cuál es el plato de los
argentinos (o de los chinos, no importa)? Planteado de otra forma,
¿cuándo un plato, un comer, un sabor puede identificarse con una
cultura, con una sociedad en particular?
“Cuando
entre los integrantes de esa cultura, de esa sociedad, existe un
consenso de que el plato, el sabor en cuestión, les es propio.
“¿El asado y las empanadas, son
platos argentinos?
“Por supuesto que sí. No porque
sean comeres que se concibieron y produjeron por primera vez en la
Argentina, sino porque generaciones de argentinos construyeron el
consenso de que se trata de platos propios, de sabores propios.”(5)
Comparto
vis a vis esta última conceptualización y, aunque sostengo que
puede accederse a ella desde otras corrientes de pensamiento, los que
creemos en la existencia real de una gastronomía nacional, podemos
tomarla como punto de partida.
Bases
de una divergencia
No
es necesario recurrir a una tradición materialista para sostener el
concepto humanista de la gastronomía. En contra del idealismo
capitalista también se erige otra tradición que no es materialista,
sino espiritualista. No soy un especialista, ni siquiera un modesto
lector de filosofía; pero recuerdo que Antonio Negri, por tomar a un
autor reconocido, en su libro Imperio,
rescata algunos pensadores que proyectan esa dirección. Así, por
ejemplo, coloca en un lugar destacado a Baruc Spinoza.(6)
En
otro andarivel, para los católicos la gran celebración religiosa
asume la forma de un banquete de humildes trabajadores que comparten
el pan, lo que los transforma en compañeros, y el vino que
representan el acceso a una vida llena de gozos y esperanzas. En el
mismo sentido la constitución Pastoral Gaudium
et spes
(Concilio Ecuménico Vaticano II), comienza diciendo: “Los gozos y
las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a
la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos
de Cristo.”(7)
El
hedonismo materialista del autor, muy respetable por cierto porque ha
sido expuesto en su dimensión ética, conduce a un antagonismo
fundamentalista que nos pone en una actitud irreconciliable con
expresiones intermedias que pueden coincidir, aunque más no sea
parcialmente, con nuestros conceptos y que tienen un desarrollo
histórico más consistente que las tendencias gastronómicas de
moda. Por otra parte, esta posición lleva de suyo, también, en mi
modesta opinión una reducción de la capacidad crítica que se
evidencia cuando el autor reflexiona acerca del movimiento slow food
que también promueve una idea de gastronomía sustentable. Decir que
ese movimiento se diferencia de la idea de soberanía alimentaria por
su condición de elitista es una reducción abstracta que nos impide
realizarle otras críticas, como por ejemplo, el extremo dogmatismo
sobre las distancias en las que deben conseguirse los productos que
se habrá de cocinar, distancias inaplicables en América porque
fueron concebidas para la Europa occidental. No señala tampoco una
idea que me parece central que es que el impacto fundamental de estas
tendencias foráneas no reside en ellas, sino en la apropiación
acrítica de las mismas por parte de las clases medias urbanas (esta
falencia crítica del autor está matizada por la definición final
que he transcrito).
En
ese sentido, acuerdo plenamente con el concepto de gastronomía
argentina (patrimonio cultural intangible democráticamente
constituido) y la definición final que establece claramente el
sentido que busco con estos escritos: la gastronomía argentina está
constituida por todas aquellas preparaciones que, en un consenso
intuitivo y transgeneracional, consideramos tales.
¿Cuándo
comienza la historia de la gastronomía argentina?
La
pregunta se responde respondiendo otra: ¿cuándo comienza lo que
podemos llamar con propiedad la historia de La Argentina?
El
relato de Ducrot comienza con las invasiones inglesas, ¿y el período
anterior? Le dedica un pequeño capítulo, el segundo de la serie,
que plantea casi como una digresión. Solicita permiso para dejar un
rato a la Buenos Aires prerrevolucionaria para “iniciar un viaje a
vuelo de pájaro por el tiempo y el espacio del Nuevo Mundo que
conquistaron los españoles”.
Registrar
el hecho no es ocioso, porque otros autores enlazan la historia de la
gastronomía con la historia de la de España (Dereck Foster, por
ejemplo).(8)
Si bien, el autor reconoce una filiación entre la gastronomía
rioplatense de principios del siglo y la española; señala la
ruptura que las invasiones inglesas provocaron en ese continuo y las
primeras influencias francesas sobre la burguesía porteña. Se
demorará, por ejemplo, en las capacidades de Ana Perichon, la amante
del Virrey Liniers, como anfitriona y cocinera y el talento de
Monsieur Ramón, primer maestro de cocineros de Buenos Aires (pp.
56-61).(9)
Escasa
erudición.
El
principal defecto de la obra es la escasa erudición sobre la que se
sostiene el relato. Esta fallas se expresa de distinta manera. Es
probable que ellas estén relacionadas con la condición de
periodista del autor. El periodista tiene derecho a la reserva de sus
fuentes de información, en cambio el historiador debe revelarlas con
la mayor precisión posible. En el caso del periodista, esta reserva
está relacionada con posibles perjuicios que pudieran ocasionarse al
informante o a terceros. Esa reserva constituye una de las garantías
básicas de la libertad de expresión. En el caso del historiador, la
precisión de las citas es la única base posible para establecer la
veracidad de los hechos. Esta diferencia es posible porque puede
darse por supuesto que el transcurso del tiempo disuelve la amenaza
de posibles perjuicios. Es por esta lógica divergente que a los
periodistas les cuesta tanto la producción historiográfica, aunque
sus procedimientos sean tan éticos como los del historiador. Como
consecuencia de todo ello, cuando se leen los informes periodísticos
la confianza en la honestidad del periodista es fundamental. En el
caso que nos ocupa, Ducrot aparece a todas luces como un periodista
honesto que sustenta sus opiniones en una diversidad de lecturas.
Algunos de los libros consultados aparecen en la bibliografía
general que, aunque escueta, es ilustrativa de los recorridos
intelectuales del autor. En los siguiente párrafos propongo una
clasificación de las imprecisiones y en los siguientes parágrafos
intento aprovechar esta clasificación para extraer lo más valiosos
de la obra.
Aparecen expresiones atribuidas a
distintos personajes, sin que se sepa o se puede intuir siquiera las
fuentes de donde las obtuvo. Por ejemplo, en la pag. 21, leo que
Mariquita Sánchez de Thompson “dijo muy suelta de cuerpo, que los
invasores británicos habían empezado a pagar sus culpas comiendo lo
malo que aquí se comía.” También la apreciación de Sarmiento
que sostenía que la sociedd porteña todos eran gordos y
culonas.(10)
En el mismo sentido, hace referencias históricas sobre determinadas
circunstancias políticas o gastronómicas sin que podamos
identificar sus fuentes. Por ejemplo, sostiene que los platos
principales de los porteños en el 1800 era el puchero que entonces
era conocido como “olla podrida”, la carne asada y la
mandioca.(11)
En
otros casos, se puede intuir la fuente si se consulta la bibliografía
que se incluye en la páginas finales de la obra. El ejemplo más
claro es que dedica mucho espacio a Ana Perichon de O'Gorman. Casi
todo el capítulo 3 que va desde la página 42 a la 61 gira en torno
de la relación de esta mujer con la cocina y con las intrigas
políticas. Entre los libros que se citan en la bibliografía
encontramos mencionado el libro Liniers
de Bernardo Loizier Almazán,
editado por EMECE en Buenos Aires en 1989. Resulta una tentación
inevitable asociar ese capítulo del libro de Ducrot con el contenido
de este libro. Sin embargo, tendría que leerlo en su integridad para
establecer el vínculo indudable porque, como se verá abajo, puede
que el recurso bibliográfico sea tomado parcialmente por el autor
Nos
encontramos, en otro formato posible, con autores citados en el
texto, sin que se haga referencia a la obra que sirvió de fuente
(algunas de las citas, incluso, son transcritas), ni en el texto ni
en el listado de bibliografía consultada. Ejemplificaré con el caso
que me resultó más significativo: transcribe párrafos del capitán
Alexander Gillespie sobre la primera invasión inglesa a Buenos Aires
sin mencionar la obra.(12)
Finalmente
debo señalar que existen casos en donde el autor y la obra son
identificados en el texto, sin ninguna referencia de edición, como
es el caso de las citas del libro Viaje
al Río de la Plata
de Ulrico Schmidel (pag. 23, 36, etc.).(13)
Conceptualización
limitada
Si
bien el libro se inicia con un marco teórico que ya hemos analizado,
su utilización en el texto es abstracta y no permite una intelección
comprensiva de la historia gastronómica argentina como sí leemos en
otras autores (el caso emblemático es el de la antropóloga Patricia
Aguirre). Podré un ejemplo para que mis apreciaciones críticas
dejen de transitar el estéril desierto de la abstracción:
“/.../ ingleses y criollos fueron
testigos y víctimas del mal comer que reinaba en aquella capital de
Virreinato asomada a la revolución. ¿Por qué ese goce tan pagano
como sagrado que es la buena cocina y el de la mejor mesa se había
convertido en un fruto prohibido para los porteños, si como se
asegura desde el tiempo de los primeros cronistas, el extremo sur de
la América colonizada por los primeros españoles fue tierra de
comidas abundantes y baratas.
“Sucede que ese extremo sur de
nuestra América siempre formó parte de la Historia, y esta enseña
que los principios de verdad son mitos. En el sur de aquellos
tiempos, como en el sur del presente, algunos pocos gozaban mientras
otros muchos trabajaban para el disfrute ejeno.”(14)
Este
párrafo, en donde se refleja la idea de consensos antagónicos que
se expone en el Prólogo, es absolutamente abstracto porque nos se
identifican los actores. No podemos saber quiénes eran esos pocos
que gozaban en una ciudad en las que todos comían mal, hasta los
invasores.
Hallazgos
significativos
Tengo
razones para impulsar la idea de que el soporte erudito es
indispensable en la historiografía gastronómica, y aún en la
crítica, y otras para criticar su ausencia concreta en el libro de
Ducrot. Pero antes de exponerlas quiero aclarar que no debe
confundirse erudición con citas bibliográficas académicamente
formuladas. Cuando se habla del pasado, el lector debe tener la
opción de estar al tanto de las fuentes, aunque no haya citas a pie.
Una bibliografía minuciosa incluida sobre el final del libro y leves
alusiones en el texto pueden ser el camino cuando un autor elige una
exposición con la intención de divulgar la información
masivamente. Borges, en Evaristo
Carriego, es un
claro ejemplo de cómo se puede hacer para dar cuenta del soporte
erudito sobre el que se ha trabajado sin resentir la calidad de la
prosa.(15)
En
primer lugar, es necesario tener en cuenta que la erudición no sólo
respalda la veracidad de lo que se cuenta; es también la fuente en
la que abrevan otros tantos interesados en seguir indagando en el
pasado. Es que ninguna obra debe concebirse como punto culminante y
definitivo. En segundo lugar, cuando se va en la búsqueda de una
identidad, la aproximación al pasado no es ociosa, es indispensable.
La distinción racional de las notas de una identidad comienza por la
búsqueda de como las cosas han llegado a ser lo que son.
No
voy a reflexionar sobre la importancia de búsqueda del origen de las
cosas, no sólo porque nos apartaríamos del tema, sino porque
carezco de solvencia para encararlo con seriedad. Sin embargo, quiero
dejar apuntado que en este tiempo en que la globalización nos induce
a vivir en la superficie de las cosas, el tema no es menor. El texto
de Víctor Ego está directamente dirigido a oponer profundidad
propia a esa superficialidad, por eso es su deber mejorar la
exposición del soporte erudito sobre el que trabajó. Tiene una
responsabilidad de ejercer una actitud solidaria con quienes queremos
profundizar estos temas y una obligación formal por pertenecer a una
cátedra libre en la Universidad Nacional de La Plata, una de las más
prestigiosas del mundo.
Con
toda esta crítica, ¿tengo algo que rescatar de la obra? Sí... y
mucho. Por empezar, la obra misma y el esfuerzo de dar cuenta de una
identidad asociada a una fuerte vocación de justicia social (saludo
que el autor, el arroyo de la sierra lo atraiga más que la mar).
Pero además un puñado, o dos, de hallazgos valiosos que incitan mis
búsquedas. Como no son pocos, señalaré los más significativos.
La
referencia imperfecta al capitán Alexander Gillespie me condujo a
leer su libro. El capitán Gillespie formó parte de las tropas
inglesas que invadieron Buenos Aires en 1806. Fue tomado prisionero e
internado en el país. Con otros camaradas llegó hasta las estancias
de los jesuitas en el Valle de Calamuchita. En 1818 escribió un
libro que se publicó en castellano con el nombre de Buenos
Aires y el interior.(16)
El texto contiene ricas impresiones políticas, sociales, culturales
y, dentro de ellas, gastronómicas. Ducrot sostiene que el texto da
cuenta de la connivencia del dueño de la Fonda de los Tres Reyes,
el señor Bonfiglio, con los soldados británicos; pero no dice nada
del enojo de su hija con la cobardía de los oficiales españoles que
no supieron defender la ciudad. La lectura de Gillespie, me condujo a
indagar en otros viajeros.
En
el capítulo 3, como ya lo he expuesto, cuando habla de Ana Perichon
y de Monsieur Ramón, da cuenta de la influencia francesa en las
mesas de la burguesía porteña en la primera década del siglo XIX.
Es un tema para investigar de sumo interés porque la constitución
de un afrancesamiento culinario se puede rastrear en las costumbres
de la clase alta de la ciudad entre por lo menos 1851 (cuando José
Mármol publica su novela Amalia)(17)
y 1946 (cuando José Eyzaguirre publica su recetario, El
libro del buen comer)(18).
El gesto de José Mármol no puede haber nacido ex nihilo, debe tener
sus antecedentes y Víctor Ego arroja una pista nada despreciable.
Algunos
temas que han despertado mi interés para indagaciones futuras:
Afirma que Buenos Aires tenía provisión de pescado de mar en los
primeros años del siglo XIX,(19)
no da indicios de donde sacó la información ni detalles de cómo se
abastecía la ciudad de tales productos. Asegura que los
revolucionarios de Mayo y sus seguidores, los jóvenes de la
generación del '37, no le dieron la importancia a la gastronomía
que sí le dieron los burgueses de Francia, desde la revolución
hasta Luis Felipe.(20)
Esta apreciación se contradice con algunas ideas de Patricia Aguirre
y con algunos textos que conozco (la “Apología del matambre” de
Esteban Etcheverría(21)
y algunos pasajes de Amalia,
la ya citada novela de José Mármol).
Con
todo, el hallazgo más notable lo tenemos en el Capítulo 12 “Evita
cocinera... papas y asado urbano”. Evita quería que el gobierno
instruyese a las amas de casa en el buen hacer de la cocina y tomó
la iniciativa, en 1951, promoviendo la publicación de un folleto que
contenía recetas con papa. El autor sostiene que fue una “ocurrencia
oportuna en lo político si se tiene en cuenta que ya habían
comenzado los tiempos del desabastecimiento y de las restricciones al
consumo de carnes”.(22)
Lo cierto es que el folleto fue publicado por el Ministerio de
Asuntos Agrarios de la Provincia de Buenos Aires. Los ficheros de la
Biblioteca del Congreso Nacional adjudican la autoría de la obra a
Eva Duarte de Perón.
Ducrot
señala como antecedente del folleto los escritos de Parmentier,
alentado y apoyado por Luis XVI, sobre la papa y la alimentación
popular. Seguramente hay otros antecedentes. Nos cuenta Apicius, por
ejemplo, que “En
el tercer año de la república aparece un recetario "La cuisiniere republicaine" que aunque es anónimo, parece que fue
escrito por madame Merigot, esposa del editor del libro. Una cosa
curiosa de este libro es que en el aparecen casi todas las
preparaciones hoy conocidas de la patata, desde las patatas al
rescoldo, en ensalada, con mayonesa (lo escribió un francés), o
salsa blanca, pasando por el puré de patatas hasta las patatas a la
polaca.”.(23)
Una
tesis central: cocina cocoliche
El
autor sostiene que la verdadera revolución en el comer de los
argentinos fue producida por la presencia de la inmigración
italiana a fines del siglo XIX y principios del XX. El idea de cocina
cocoliche como expresión de una identidad culinaria nacional es un
gran aporte de la obra, diría además el eje sobre la que se
construye. El término cocoliche alude al impacto de la mencionada
corriente migratoria, aunque no desconoce la influencia de las demás.
No
comparto plenamente la caracterización, pero mis diferencias se
basan simplemente en matices. Con todo,el concepto que ensaya Ducrot
es muy interesante porque no limita la búsqueda de una cocina
nacional en donde no se la puede encontrar más que parcialmente,
esto es en la cocina aborigen o en la cocina criolla de los
tradicionalistas (esta que se expresa, por ejemplo, en los textos que
Juan Carlos Martelli y Beatriz Spinosa.(24)
Para ellos, lo criollo aparece ligado solamente al ideal del gaucho).
Pero América es la tierra de lo hóspito, como dice Alberto Buela en
sus ensayos.(25)
Este continente ha recibido poblaciones de todas partes del mundo a
lo largo de 25 mil años, pero ha ido formando un carácter propio
con ellas. Desde este punto de vista de la construcción del
mestizaje americano, criollo y cocoliche (si matizamos la fuerte
denotación de italianidad de este último término) son sinónimos:
ambas son expresiones de cómo lo genuinamente americano se dio en
América. De ello forman parte tanto la manera de asar de los gauchos
de la primera década del siglo XIX de clara influencia árabe, como
la pizza de molde porteña de igualmente clara influencia gallega.
Víctor
Ego Ducrot tiene que aceptar que Los
sabores de la Patria
es un libro de historia y no una colección de artículos
periodísticos. Es deseable que, en las nuevas ediciones que el libro
se merece, corrija los defectos de su soporte erudito.
Notas
y bibliografía:
(1)
2010, Ducrot, Víctor Ego, Los
sabores de la patria,
Buenos Aires, editorial Norma.
(2)
idem, pag. 12, (todos los subrayados en textos del autor que se
incluyen en el parágrafo ha sido tomados de la propia obra).
(3)
2007, Onfray, Michel, La
potencia del existir,
Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
(4)
La cita reconstruida por mí es: 2005 Álvarez, Marcelo, “La
cocina como patrimonio (in)tangible”
en AAVV, La
cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio
gastronómico,
Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp.
11-25.
(5)
Ducrot, op. Cit., pp. 19-20.
(6)
2000, Negri, Antonio y Hardt, Michael, Imperio, Buenos Aires, Paidós,
2002.
(7)
Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución
Pastoral “Gaudium et spes” (Sobre la Iglesia en el mundo actual),
leída el 27/11/11 en
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html.
(8)
2001, Foster, Dereck, El
gaucho gourmet,
Buenos Aires, EMECÉ.
(9)
Ducrot, op. Cit., pp. 56-61.
(10)
Idem, pp. 26-27.
(11)
Idem, pp. 25.
(12)
Idem, pp. 22-23.
(13)
Idem, pp. 22, 36.
(14)
Idem, pp. 23-24.
(15)
1928, Borges, Jorge Luis, Evaristo Carriego,
Buenos Aires, EMECÉ, 1975 (1° edición de 1928).
(16) Ducrot, op. Cit., pp. 22.
(17)
1855, Mármol, José, Amalia,
Proyecto Biblioteca Digital Argentina,
http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/novela/amalia/b-266129.htm
(Fuente: Segunda edición,
Buenos Aires, Imprenta Americana, 1855)
(18)
1946, Eyzaguirre, José, El libro del buen comer, Buenos Aires,
Editorial Saber Vivir.
(19)
Ducrot, op. Cit., pp. 76-77.
(20)
Idem, pp. 80-88.
(21)
1837 c., Etcheverría, Esteban, “Apología
del Matambre”.
Fuente: Juan María Gutiérrez, Obras
Completas de D. Esteban Etcheverría, Carlos
Casavalle Editor, Buenos Aires, 1870-1874. Leído el 5/09/10 en
http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/matambre/matambre.htm
(22)
Ducrot, op. Cit., pp. 167.
(23)
2005, Apicius, Recetas con historia e historia
de la gastronomía,
http://historiasdelagastronomia.blogspot.com/2006/09/patata-hablando-de-la.html,
leído el 20 de agosto de 2011.
(24)
Martelli
(25)
2006, Buela, Aberto, sin título, leído el 17/09/11 en
http://www.agendadereflexion.com.ar/2008/04/14/433-el-tiempo-americano/.
Recibí los textos, enviados por el autor por correo-e en 2006.
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