miércoles, 27 de noviembre de 2019

La cocina paraguaya en el centro dinámico de la tradición culinaria del Área Guaraní – Parte II (revisión)



III La validez del mito del origen y la apropiación patrimonial
Ya anticipé que el libro de Margarita Miró Ibars (1) y las afirmaciones de Vidal Domínguez Díaz me llegaron tardíamente en relación con la escritura y publicación de mis artículos sobre la cocina del Nordeste Argentino, de modo que poco me sirvieron para iluminar esos textos. He morigerado en ellos algunas exageraciones de mi parte, gracias a las ideas de estos dos ilustres paraguayos, pero me debía estas líneas.
 Salvo indicación en contrario, las imágenes pertenecen al autor o a su biblioteca

Referencia de la imagen en (a)
Dejaré para otro momento la consideración del tan técnico como entrañable libro de doña Margarita y me concentraré en las ideas de Vidal porque representan las piezas de un apasionado debate que no estoy dispuesto a eludir, aún a riesgo de permitir que sus ideas modifiquen importantes aspectos de las mías. (2)
Trataré de sintetizar la frondosa argumentación de Vidal. Su afirmación central es que la cocina criolla rioplatense es enteramente paraguaya. Algunos de sus argumentos son irrefutables: sin las vacas que trajo Garay de Asunción no se habría desarrollado la cultura del asado en las pampas argentinas. Afirma también que las vacas no vinieron solas, vinieron con los asadores. No tenía dudas sobre la primera afirmación antes de leer los argumentos de Vidal, ni la tengo con relación a la segunda, después de leerlos.
Pero sí me parece una exageración innecesaria su afirmación acerca de que la cocina que practican hoy los argentinos en el Nordeste de nuestro país no es argentina, sino paraguaya. Me parece una afirmación que no explica lo que realmente ocurre. Las prácticas culinarias de un colectivo social son patrimonio de ese colectivo porque se han apropiado de ellas y han hecho que vivan de manera cotidiana. Por eso recurro a conceptualizaciones que den cuenta de intercambios, apropiaciones y desarrollos paralelos. Del mismo modo que podemos afirmar que los sorrentinos marplatenses son una creación de italianos en La Argentina, podemos hablar de una cocina del Área Guaraní.
Claro que en este punto hay que hacer una importante salvedad que, en algún sentido, termina dándole la derecha a Vidal.
Dentro del Área Guaraní, podemos hablar de la centralidad histórica de una cocina paraguaya con características definidas. Asunción, como primera ciudad argentina y madre de ciudades de lo que hoy es La República Argentina, tiene su primacía histórica en el desarrollo de cocina del Área Guaraní, es más, en el de la cocina de las Pampas Argentinas, la República Oriental y el Brasil Gaucho, también.

Es necesario morigerar esta afirmación a la luz del debate que propongo a continuación; pero es necesario reconocer, adicionalmente, que la República del Paraguay, heroica y orgullosa de sí misma, es el ámbito dinámico actual de la tradición culinaria del Área Guaraní. El hecho se desprende no sólo del libro de Margarita Miró Ibars y los argumentos de Vidal; sino también de las afirmaciones transcriptas, en la primera parte de estas notas, de la licenciada Viridiana Ramírez (3) y de los comentarios con que Patricia Zacarías explica muchas de sus recetas. (4)
Veamos, conceptualmente la idea de la apropiación patrimonial que un pueblo puede realizar sobre determinadas ideas gastronómicas. El antropólogo porteño Marcelo Álvarez alude al valor patrimonial de una tradición culinaria del siguiente modo:
“/…/: la performance culinaria se constituye en sí misma como un proceso de patrimonialización alimentaria, porque en la elección de unos platos respecto de otros se produce necesariamente un proceso selectivo de alimentos, condimentos y procedimientos de elaboración que identifican al cocinero/a y a los comensales con un determinado conjunto social, sus ritos, tradiciones, aspiraciones y posibilidades. Estas elecciones preferenciales tienen determinadas permanencias, mucho más que la obvia fugacidad de los ingredientes consumidos; el proceso de identificación se recrea necesariamente en cada nueva práctica de cocinar y comer. Por tanto, esa misma práctica cotidiana propone la posibilidad de construir e interpretar el imaginario alimentario: al mismo tiempo que las comidas parecen repetirse día a día, se sucede sin embargo una dúctil y permanente reinterpretación de los elementos en juego. La disponibilidad o por el contrario las limitaciones en el acceso a determinados ingredientes o condimentos pueden llevar –y de hecho lo hacen– a la multiplicación de las versiones de una misma receta. Sin embargo, los comensales que sean interrogados probablemente responderán que están saboreando los mismos pucheros o las mismas empandas de siempre. El cambio se ha producido, pero no ha sido registrado por los actores. ¿Por qué? La respuesta debe buscarse en la permanencia del valor semántico, del significado y la posición en la estructura alimentaria, por sobre la percepción gustativa. De este modo se produce la apropiación, la patrimonialización de un nuevo ingrediente alimentario, anteponiendo su posición a la estructura de su sabor. /…/.” (5)
El fragmento, como puede verse, está lleno de sugerencias. Dos quiero exponer. La primera, este mecanismo de apropiación de ingredientes nuevos perfectamente como las colectividades de migrantes logran desarrollos que sienten como propios, que terminan siendo divergentes con relación a la cultura culinaria que les dio origen. Pondré dos ejemplos de la cocina de los italianos en La Argentina: los sorrentinos y la bagna cauda. Las nuevas generaciones de napolitanos y piamonteses que arriban a nuestro país no pueden reconocer en esos platos como propios porque no respetan la ortodoxia peninsular.
La otra cuestión es que, en el sentido inverso, la apropiación de una receta extraña por una determinada comunidad la transforma en parte de su identidad culinaria. Es el caso de ciertas recetas estandarizadas por la codificación francesa. Los canelones de humita de doña Petrona son un claro ejemplo, se preparan con masa de creppes y llevan salsa blanca. (6)
La probabilidad de que los actores no adviertan estos procesos es altísima. Pero los investigadores curiosos por el pasado y el presente de la cocina de nuestros países, Vidal y yo lo somos, podemos detectar los cambios, si tenemos la fortuna de juntar el número de piezas necesario para ello. Puesto blanco sobre negro, el proceso nos da una idea clara de los momentos por lo que atraviesa una receta o un recetario en su evolución.
Así veremos, si llegamos a encontrarlo el momento del origen, de la creación de un plato y los momentos en que un colectivo social se los ha apropiado. También podemos ver las sucesivas transformaciones por las que la idea gastronómica se ha ido modificando en fórmulas diferenciadas.
¿Cuál es el momento en que una cocina adquiere su identidad colectiva, cuándo los platos se crean o cuando se recrean a partir de una apropiación patrimonial como dice el licenciado Álvarez?
Vidal se centra en la creación de los platos. Si este fuera el momento decisivo, tendría toda la razón. Yo elijo el momento de la apropiación. Los platos argentinos del Nordeste Argentino tienen clara identidad argentina porque los practican argentinos desde que esas fórmulas salieron del Paraguay. ¿Quién tiene razón? Sinceramente pienso que los dos, porque ambos momentos son importantes en el desarrollo de una tradición.
Ahora bien, con los platos de la cocina Paraguaya, del Nordeste Argentino y del Sudoeste del Brasil, no ocurre que la divergencia sea tan abrupta como la de los migrantes que viene en una tierra extremadamente alejada de su Patria. Los tres países están en contacto y tiene muchos puntos de convergencias e intercambios culturales, es más comparten un punto de frontera tripartita.
En este sentido, el concepto de cocina del Área Guaraní es mucho más comprensivo que el de cocina Ítalo Argentina. En el primero, la interacción es constante, en el segundo se limitó a encrucijadas temporales acotadas. De modo que considero que el concepto es válido, siempre y cuando estemos dispuestos a considerar que el mayor dinamismo de preservación de la identidad de esa tradición, se encuentra en la República del Paraguay, en relación con la República Argentina, por lo menos.
IV Los textos publicados y la cocina paraguaya
El clérigo y poeta Martín del Barco Centenera llegó al Río de la Plata en 1573, año en que Juan de Garay fundó la ciudad de Santa Fe de la Veracruz. Regresó a Europa en 1594. En 1602, publicó en Lisboa su poema La Argentina y la conquista del Río de La Plata. La gran trascendencia del poema es que dio nombre a nuestra tierra. Pero, ¿qué era La Argentina en 1594, cuando Centenera regresó a Europa? La ciudad de Asunción, madre de ciudades argentinas, y las pequeñas villas que, desde ella fueron fundadas (entre ellas, las actuales ciudades de Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires).
La imagen pertenece a Patricia Zacarías
Está claro que La Argentina que el poeta celebró no se refería a Buenos Aires y su hinterland pampeano; sino a la Asunción y su área de expansión hacia el Río de la Plata.
El tema no es menor. Es verdad que la actual capital paraguaya fue madre de ciudades en términos materiales y espirituales. De allí partieron, por ejemplo, los fundadores de Buenos Aires (la gran mayoría, hijos de la tierra, es decir, criollos). Ellos también trajeron, desde Asunción, ganando, maderas para construir viviendas y otros bienes materiales. Pero lo más interesante es que trajeron la manera de vivir en argentino que se había desarrollado y consolidado en Asunción. Ello incluye una manera de comer, como bien afirma Vidal Domínguez Díaz.
De modo que de Asunción partieron muchas de las ideas gastronómicas que desarrollaron las primeras etapas de la gastronomía de lo que actualmente representan las regiones de la Pampas y del Nordeste de la República Argentina.
Pero la cocina asunceña no nació aislada en el continente. Los vínculos con el Área Andina Meridional llegan a ser prehispánicos. La expansión del maíz desde el altiplano a los valles y llanuras, hacia el sur y el este, ha sido progresiva, como los muestran los hallazgos arqueológicos expuestos por Marta Santoni y Susana Torres, en el texto citado en la primera parte de estas notas. (7) También se pueden rastrear el resultado de estos recorridos en los relatos de los cronistas. Uno de ellos, Luis Ramírez, por ejemplo, da cuenta en 1527 de la existencia del pueblo timbú que cultivaba maíz cerca de la desembocadura del Río Carcarañá en el Paraná. Leamos:
“Todos (se refiere a los grupos indígenas que habitaban cerca del fuerte Sancti Spiritu) vinieron a hablar y a ver al Señor Capitán General: es gente muy bien dispuesta; /.../: de éstos los Carcarais y los Timbúes siembran abatís (se refiere al maíz) y calabazas y habas, y todas las otras naciones no siembran y su mantenimiento es carne y pescado.” (8)
El Paraguay y la Cuenca del Plata tampoco han estado aislados del Área Andino Meridional en los últimos cuatro siglos y medio. Los desarrollos culinarios en La Argentina han tenido mayor o menor intercambio según las oportunidades que se fueron dando en ese tiempo. En la Región de las Pampas, a la cocina proveniente de Asunción se han ido sumando influencias, como la francesa que aportó el funcionariado enviado a Buenos Aires a fines del siglo XVIII, las migraciones de Noroeste del Virreinato que se afincaron en zonas rurales de la Provincia de Buenos Aires y las inmigraciones europeas de fines del siglo XIX y principios del XX. En relación con el segundo momento, los pasteles de carne que llamamos empanadas, por ejemplo, se parecen más a los de las provincias andinas de nuestro país que a los del Paraguay.
Deben sumarse, además, que la distancia entre Asunción y Buenos Aires ha impedido el intercambio fluido que se da en las zonas fronterizas (Posadas-Encarnación, triple frontera, etc.) y que, extrañamente, la importante colectividad paraguaya residente en nuestra ciudad, proveniente de migraciones de fines del siglo XX y principios, del siglo XXI, no ha expresado una clara vocación por difundir su gastronomía como ha ocurrido con las colectividades coreana y peruana y, en menor medida, la boliviana. De hecho, en Buenos Aires no conocemos las chipas, sino los chipás que es como denominan los correntinos a las deliciosas panificaciones de mandioca, tan generalizadas en la comida callejera porteña.
En el Noreste Argentino, la cosa es distinta. Se ha desarrollado una cocina muy cercana a la paraguaya. Esta cocina tiene desarrollos propios desde la misma selección de recetas, e incluso de productos. Claro que la cocina paraguaya está presente, muy presente. Así, por ejemplo, cuando se practican platos que no han estado presentes en la tradición, hogareña de Misiones o Formosa, se los reconoce, no sin cierta admiración, como paraguayos. Esa admiración se percibe claramente en los comentarios con que Patricia Zacarías introduce la receta de la sopa de porotos peky en su blog, (9) y en el citado y transcripto texto de la licenciada Viridiana Ramírez. (10)
Pero además, la cocina del Nordeste Argentino ha recibido múltiples influencias migratorias europeas. Así encontramos, por ejemplo, varénikes y ñoquis de yuca.
Agrego una percepción final a esa admiración generalizada. El pueblo paraguayo ha tenido una larga historia de perseverancia y sacrificio, atravesada por heroicas gestas que le permitieron sobreponerse a circunstancia trágicas. Esta templanza ha infundido en los paraguayos un orgullo justificado sobre su propia existencia y sobre las creaciones y realizaciones que fueron capaces de desarrollar a lo largo de los siglos. La defensa de su comida no escapa a las generales de la ley… me provoca una sana envidia ese orgullo del que los argentinos no somos capaces.
V La fraternidad que nos debemos
Los sudamericanos, los que vivimos entre el Río Bravo, y un poco más al norte también, hasta el Cabo de Hornos, somos de sangre caliente y hemos tenido enfrentamientos crueles y sangrientos. Pero nos debemos una reconciliación.
Tenemos diferencias que a veces nos parecen más notables de lo que verdaderamente son. Tenemos enormes afinidades que no siempre estamos dispuestos a percibir. ¿Afinidades? Sí, claro, empezando por el idioma. El castellano uno de los idiomas que más ha crecido en el mundo en los últimos años nos hermana y la afinidad lingüística con el portugués, también… Cuando escucho hablar en mi idioma, siento estar en casa. Me ha pasado en Montevideo y en Madrid; pero también me ha pasado en Curitiba y Lisboa.
La música también me conmueve. Si escucho una cumbia, una guarania o un joropo la siento tan propia como una chacarera o un tango… ni hablar cuando escucho un chamamé.
Vidal Domínguez Díaz me ha comentado, en cierta oportunidad, que tengo una visión de la nacionalidad un tanto amplia para su gusto. Es verdad que personalmente envidio el nacionalismo y el orgullo por lo propio que los paraguayos tienen; pero amo reconocer los elementos identitarios de ese rincón de nuestra América en el caldo común del sentido de nacionalidad que el continente mismo me inspira.
Creo que los americanos del sur nos debemos una apuesta a la fraternidad porque es la condición necesaria para que nuestros pueblos prosperen. Sé que esa apuesta debe superar enconos seculares. Para ello, será necesario que todos reconozcamos nuestros errores y procuremos aceptar al otro en un marco de integración y justicia.
En relación con la República del Paraguay, los argentinos hemos tenido que soportar por años el peso que nos provocó haber llevado adelante una guerra genocida contra nuestros hermanos. ¡Qué fue hace muchos años! Sí, claro; pero las heridas provocadas por las atrocidades cometidas contra un pueblo, no se curan sencillamente, pueden llevar siglos y exigen actitudes espiritualmente reparadoras (no es posible devolver la vida a los muertos).
Hubo un presidente argentino que hace poco más sesenta años devolvió al Paraguay los trofeos mal habidos durante la Guerra de la Triple Alianza. El gesto tal vez haya sido reparador. Ese presidente fue nombrado general honorario del heroico Ejército Paraguayo (como él mismo lo calificaba). Ese gesto me ha hecho sentir en carne propia el orgullo de vivir en una ciudad bellísima, Buenos Aires, que fue fundada por asunceños.
¡Cómo me gustaría que estos textos que escribo lleguen a tener la misma misión!
Notas y bibliografía:
(1) 2004, Miró Ibars, Margarita, Karu reko, antropología culinaria paraguaya, Asunción, edición al cuidado de la autora.
(2) Cuando escribí este texto, el libro de Vidal no había sido publicado. En la actualidad es imposible de conseguir en Buenos Aires De modo que me basé en el intenso intercambio de ideas que mantuvimos, públicamente y en privado, para escribir este artículo. Del libro del cocinero asunceño hablaré en otro artículo.
(3) 2002, Ramírez, Viridiana, “Comida regional como comida de pobres. Prácticas y representaciones culinarias en sectores populares de la ciudad de Posadas (Misiones)”, en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pag. 126
(4) Por ejemplo: 2017, Zacarías, Patricia, “Plato típico de Paraguay. Sopa de poroto, fideos y queso. (Kumanda peky kesu)”, en PatriciaZacariasMChef, leído el 27 de agosto de 2018 en http://patriciazacariasmchef.blogspot.com.ar/2017/07/plato-tipico-de-paraguay-sopa-de-poroto.html?m=1.
(5) 2002 Álvarez, Marcelo, “La cocina como patrimonio (in)tangible” en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pag. 17.
(6) 1942, Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona, Buenos Aires, 1942, edición 11° (1° edición de 1934), pp. 106-107.
(7) 2002 Santoni, Mirta, y Torres, Graciela, “El sabor de los pucheros. Los patrones alimentarios del Noroeste” en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp. 95-96.
(8) La carta de Luis Ramírez fue publicada en Madero, Eduardo, Historia del Puerto de Buenos Aires. Yo la tomé de 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, pp. 23-24. La publique en 2012, “Descripción de los indios del litoral del Paraná (1527)”, El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/07/descripcion-de-los-indios-en-el-litoral.html, el 13 de agosto de 2017.
(9) 2017, Zacarías, Patricia, “Plato típico de Paraguay. Sopa de poroto, fideos y queso. (Kumanda peky kesu)”, Cit.
(10) 2002, Ramírez, Viridiana, Cit.
(a) Leído el 27 de noviembre de 2019 en https://es.wikipedia.org/wiki/Mart%C3%ADn_del_Barco_Centenera

sábado, 16 de noviembre de 2019

Restaurantes de Europa 2018

III Francia
Poca experiencia en restaurantes en Francia. En dieciocho días que estuvimos, comimos casi siempre en casas de familia.
 
Las imágenes pertenecen al autor
Con todo, he percibido que este país está viviendo evidentes signos de decadencia cultural. Manejo en Francia desde hace diez años. Las reglas de tránsito son claras y estrictas y los franceses solían cumplirlas a raja tabla. Sin embargo, en los últimos años, he visto cómo se han ido relajando los hábitos de cumplimientos de esas reglas. Siempre, en estos diez años, he utilizado el servicio de trenes; pero nunca, como en este último viaje, he tenido que asistir a reiteradas demoras en el cumplimiento de los horarios.
Con todo, el signo mayor de decadencia fue lo que viví la noche del domingo en que llegamos a la ciudad de Limoges. El único restaurante que encontramos abierto era de cocina japonesa, muy bueno, por cierto; pero yo esperaba asistir a un restaurante francés.
Al margen de estas cuestiones, voy a dar algunas pinceladas sobre algunas experiencias que, te todas formas, tuvimos.
La cocina bretona se caracteriza por tener algunas preparaciones muy originales. Para mi gusto, la más notable en materia de comidas saladas, son las galettes de alforfón (trigo sarraceno). (1) En este viaje fuimos al restaurante Le Taberne du Cure en la ciudad de Nates. Me han dicho que no es el mejor de la ciudad, pero quedé enteramente satisfecho. La galette que elegí iba rellena de andouille, un fiambre local de interesante factura… acompañamos con sidra bretona, claro está.
Limoges era la imagen decadente de lo inhóspito ese domingo por la noche. Sin embargo, el lunes pareció renacer. La ciudad tiene su encanto. Desde la propia nomenclatura urbana que exhibe con orgullo su papel decisivo en la Resistencia contra la ocupación alemana y el régimen de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial.
Desde el punto de vista de la restauración, sin ser un sitio deslumbrante, las experiencias que viví me insuflaron un cierto aire de reconciliación con la tierra que pisaba. Efectivamente pudimos comer en un par de restaurantes franceses. En Bitró Jourdain, donde recalamos luego de visitar la estación de trenes (Limoges – Benedictins se aparta del estilo inglés, para exhibirse casi como una catedral art decó). En ese establecimiento, pude disfrutar de un excelente beouf tartar. La felicidad estaba casi completa porque comer este plato en Francia es tan imprescindible para mí, cuando viajo, como comer una buena tortilla en España o unos tallarines a la carbonara en Italia.
Por la noche en Au Relais Louis Blanc, disfruté de una lentejas con andouille (este fiambre bretón fue la revelación de este tour por Francia). El plato no fue deslumbrante, pero si comible y agradable. Además, y por fin, pude probar un malbec de Cahors (aunque un poco herbáceo, se parece más a los vinos argentinos, dulzones y fiesteros, que a los recios tintos de Burdeos).
La gran sorpresa la tuvimos, inesperadamente, en Ille sur Tet. Allí, de visita en casa de Isabel, hermana de Haydée, y Jean Louis, su marido, disfrutamos mucho de la cocina hogareña. Jean Louis cocinó todos los días y lo hizo más que muy bien. En agradecimiento, los invitamos a comer en un restaurante del pueblo (bueno Ille sur Tet es una pequeña ciudad de 5.000 habitantes en el corazón de la Catalunya Francesa). De afuera, el local no nos informaba acerca de su excelencia; pero sentados a la mesa, pudimos disfrutar de una gran comida en Saveurs des Orges.
Buen servicio, ambientación minimalista, excelentes productos y una carta con un capítulo de excelentes vinos locales. Platos típicos de la gastronomía francesa (patés, lomos, etc.) ejecutados con maestría y personalidad, en el borde de lo que el recordado Vidal Buzzi solía denominar cocina creativa.
Así como no me gusta pasar por Francia sin comer steak tartar, tampoco puedo dejar de probar alguna botella de los delicados vinos de Borgoña (mis preferidos después de los Rioja y los vinos de Salta). La oportunidad la tenemos cada vez que visitamos a Bocha y Beatriz, lo primos de Haydée. Ellos viven en la encantadora villa de Sainte Leger sur Daune, a escasos 9 kilómetros de Mercurey, ciudad vitivinícola que constituye una prestigiosa denominación de origen local.
En esta oportunidad fuimos a Domaine de Suremain. Nos atendió su propietario que nos ofreció una degustación de cuatro vinos excelentes. Explicó las diferencias entre ellos que él atribuía a las características del suelo de cada parcela en que las vides estaban plantadas, todo en un área no mayor a 15 ha. Disfruté de la historia y la sabiduría que estos vinos encierran en cada botella, del apacible relato del bodeguero subrayado con mesurada entonación francesa… para que no creyéramos que sus palabras escondían algún secreto que no podía revelarse, nos mostró unos frascos que contenían una porción de cada suelo, seguramente proveniente de una calicata. No sé si entendí demasiado, pero disfruté de la magia de ese relato cientificista.
IV Milano y la Laguna Veneta
Al igual que España, Italia sigue siendo una fiesta a la hora de sentarse a la mesa. Estuvimos seis días, dos en Milano, tres en Venecia y uno en Murano.
De Milano, poco. No he tenido suerte en dar con un gran restaurante. En la noche de nuestro arribo, comimos en el restaurante del hotel (Ibis Milano Centro), estábamos muy fatigados por las tres horas de demora a que nos sometió el viaje en el TGV francés. Comí unos tallarines a la carbonara excelentes. El hecho me sorprendió en gran manera porque los restaurantes de estos hoteles suelen ser correctos y nada más.
El resto, fue muy poco, una cotoletta a la milanese en un restaurante de la galería Vittorio Emanuele II que estaba bien, pero no hizo la diferencia. Un detalle acobardante, los vinos de Piemonte y de la Valpolicela estaban carísimos (los Amarone no bajaban de 40 euros la botella).
En Venecia, tuve oportunidad de comer en dos restaurantes notables y en otros de medio pelo, alguno de ellos mucho más que correctos. Vamos por partes. Como es la tercera vez que fuimos a Venecia, algunos de estos sitios ya los conocíamos.
Entre otros, volvimos a Osteria y Enoteca San Marco. Un restaurante notable que se encuentra en la calle Frezzaria del sestiere de San Marco (a poco más de 100 metros de la plaza). Excelente carta de vinos y platos del Veneto. Aquí el refinamiento manda y la comida y el servicio sobresalen por su corrección académica (lamentablemente cierra los domingos). En 2012, me había quedado deslumbrado con el fegato a la venziana cuya receta me fue entregada manuscrita en un formulario de comanda por el mismo cocinero. (2). Volví a pedirlo esta vez. Estaba muy bueno, pero no tanto como aquél… además, ahora habían reemplazado la guarnición de polenta por verduras grilladas, dándole un toque adocenado que aquel plato original no tenía. Sé que son caros, pero los vinos de la Valpolicela estaban fuera del alcance de nuestro presupuesto, cosa que no había ocurrido en 2012.
El Ristorante da Querubino se encuentra también en San Marco (a poco más de 200 metros de la plaza, algo después que la calle Frezzaria hace un giro de noventa grados alejándose de ese centro). Hemos asistido varias veces en este viaje y en los anteriores. Ocurre que está abierto los domingos a la noche, la atención es excelente y la comida más que razonable; es tradicional y no se excede en alardes de creatividad. Una buena y una maso. Ofrecen un plato de pescados grillados (cuatro especies distintas) en un punto perfecto, se nota claramente que producto es fresco. La cantidad es exuberante, no se puede no compartir. La maso es que pedí ñoquis y vinieron lisos. Pregunté y me dijeron que no los hacían estriados porque demandan mucho trabajo para la cantidad de ñoquis que venden. Nicola, mozo experimentado, es un genio… su profesionalidad, y la relación precio calidad de los platos, hacen la diferencia.
Estro fue el gran descubrimiento que hicimos en este viaje. Es un restaurante y vinoteca de notables características que encontramos en el sestiere de Dosoduro, casi en el límite con los de San Polo y Santa Croce. La comida, la atención y los vinos fueron una experiencia notable. También la ambientación y la música. Destaco unos gnudi in brodo extremadamente sutiles acompañados por una recomendación de la moza que nos atendió, un vino de uva dolcetto… (3) Mientras disfrutábamos cada bocado, la voz de Lucio Dalla nos recordaba momentos buenos del pasado…
Finalmente, recalamos un día y una noche en Murano. Al mediodía comimos en Ai Frate. Una sencilla y eficaz trattoria de barrio. Ya habíamos comido allí en 2015. Repetí las sarde in saor. Sublimes… parecían hechas por las nonas del pueblo. Por supuesto que, aunque comimos en una terraza frente al canal, ingresé al salón para volver a contemplar el maravilloso mural que cubre una de las paredes.
Parábamos en el LaGare Hotel Venezia. Sobre la rambla que da al canal, el establecimiento tiene un bar que posee una terraza que da al poniente. Atardecía en Murano. Protegidos del sol por las sombrillas, decidimos tomar un spritz de Aperol. Yo, a su vez, pedí unos cicchetti, una especie de surtido de “tapas” características del Veneto. Estas traían sarde in saor, canapés de huevo duro y anchoas, canapés de salmón y un queso untable acompañado de unas galletas livianas. Algo me impide describir la cualidad organoléptica de los cicchetti… Es que el momento era tan bello que todo era armonía y nada estaba fuera de lugar. ¿Cómo dejar de sentir y ponerse a pensar racionalmente?
Por la noche, no hay nada abierto en Murano. De modo que decidimos comer en el hotel. El restaurante está bien puesto, el clima es refinado y reposado, la atención, delicada. Alentado por lo cicchetti, decidí tomar revancha de mi experiencia en el Ristorante da Querubino, pidiendo unos ñoquis que venía con ragú boloñés. Me dije, con esa salsa, seguro que los ñoquis vienen estriados. Pero no, venían lisos y la salsa resbalaba sin tener donde agarrarse. Pregunté la razón, diciéndome que aquí no podía darme una explicación del orden sindical o económico. Aún no puedo creer lo que escuché, un relato típico de los tiempos de la pos verdad. El mozo, en correcto castellano, me dijo que ese era el estilo de los ñoquis de la casa. Protesté que esos eran unos ñoquis mal hechos, degradados y que esa salsa exigía las estrías… no logré convencerlo.
A esta altura del campeonato, si en Venecia no encontré ñoquis estriados, ¿debo dame por vencido y no seguir buscándolos en Buenos Aires
Notas y referencias:
(1) Ya he escrito sobre la diferencia que hay entre galettes y crepes. Ver 2013, Aiscurri, Mario, “Galettes y crepes”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 18 de diciembre de 2018 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2013/05/las-galettes-y-las-crepes.html
(2) 2013, Aiscurri, Mario, “Fegato alla venezia”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 15 de diciembre de 2013 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2013/03/fegato-la-veneziana.html
(3) Cepa que se cultive en el Piamonte italiano. No hay que dejarse engañar para la denominación de la uva, el vino que tomamos era muy seco.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Recetario de Gladys y Luis – epílogo


Mi amiga Edelweis Molinari, conocida por nosotros como Veis, es una gran cocinera. Le encanta enfrentar los fuegos y crear platos exquisitos para agasajar a sus amigos.
Después de disfrutar de una maravillosa comida con amigos en donde se lució como anfitriona, le pedí algunas de sus recetas para componer una recopilación de las mismas que finalmente publiqué hace algunos meses.
 Las imágenes pertenecen a Edelweis Molinari
Hablando sobre sus recetas, rescata una filiación con la cocina de su madre; pero no como continuidad, sino como un gesto de rebeldía y creatividad. Ella misma me contó que su madre le pidió que hiciera una ensalada rusa. ¿Qué hizo mi amiga? Hizo una ensalada rusa tricolor condimentando la mayonesa en distintas formas. La que yo comí tenía la siguiente estructura: un tercio estaba hecho con mayonesa común; otro, con mayonesa de remolacha y el tercero, con mayonesa de palta. Probé esa ensalada rusa de abigarra manifestación. No sólo deslumbraba por el colorido, sino también por la algarabía de sabores contrastantes. Veis me prometió que, en una nueva oportunidad ensayaría otras variantes.
En esas charlas, me contó que tenía guardado el recetario Gladys, su madre como testimonio de lo que me estaba diciendo. Que su hermana, Amanda, prepara muchas de las recetas de su madre, pero ella no.
Le pedí prestado el recetario que, en realidad, era de Gladys y de Luis, su padre. Es que Luis que no cocinaba por sí solo, colaboraba con su mujer, compilando, por un lado, las recetas que conforman la colección y colaborando, por el otro, en la mise au place, cuando Gladys cocinaba algún plato complejo.
Acabo de publicar una compilación de recetas de esta colección, tomando solamente los documentos manuscritos. Fue muy interesante percibir las reacciones de mi amiga a medida que avanzaba en la redacción de los artículos.
Una noche, en su casa, a los postre de una cena compartida, me ayudó a seleccionar las recetas. Era visible la emoción que le provocaba revisar papeles viejos, reconociendo caligrafías (de sus padres, de su hermana, de otras personas) y recordando sabores amables.
Las recetas, en general, manuscritas suelen estar incompletas. Los cocineros familiares que conocen las técnicas, no necesitan todos los detalles para oficiarlas. Las recetas de Gladys y Luis no son la excepción. Esto supuso una dificultad para componer los artículos. La mayoría de las consultas que le formulé sobré cómo hacía su madre tal o cual cosa que en las recetas no estaban claras, las contestó más por el sentido común que por el recuerdo de ver a su madre cocinando. Pero cada vez que hacía un esfuerzo por recordar el procedimiento, no podía reprimir una evocación de los sabores… como si dijera “no recuerdo cómo la hacía, pero qué rico que era.
Efectivamente, si comparamos las recetas publicadas de Gladys y Luis con las de Veis, veremos las grandes diferencias.
Las técnicas de cocina de Veis son más modernas, su platos son más ligeros en calorías y, salvo alguna necesidad específica, cocciones rápidas. El uso profuso de pescados y mariscos y la reducción de hidratos de carbono son verdaderamente notables. Incluso sus postres, son más livianos, con mucha fruta fresca y poco azúcar.
El recetario de Gladys y Luis está lleno de tortas dulces y saladas y elaboraciones complejas y lentas. Veis dice que, en su casa, las tortas y los postres se hacía casi a diario porque eran todos muy golosos. (1) Aunque no se excluye deliberadamente y recuerda con amor los sabores de aquellas confituras, sus hábitos alimentarios han sido siempre mucho más moderados (comidas, agasajos y amigos suelen compartir su tiempo con el deporte y la vida al aire libre).
Relean las recetas y verán que tengo razón… y mientras lo hacen, traten de imaginar que la rebeldía de Edelweis estaba contrapesada fuertemente por el amor que profesaba por sus padres y profesa por su cálido recuerdo.
Notas y referencias:
(1) 2019, Molinari, Edelweis a Aiscurri, Mario, correo-e del 21 de febrero.

Torta de naranjas


Esta torta es otro clásico de la familia Molinari Rojo. Ya he publicado varias recetas que fueron compiladas por Gladys Rojo y Luis Molinari en una abigarrada colección que iniciaron tempranamente en Montevideo, pero que consolidaron decididamente a partir de su residencia en Buenos Aires desde 1976.
La imagen pertenece al recetario de Gladys y Luis
Esta receta parece ser una de las primeras de la colección. Se encuentra mecanografiada en un papel que lleva el membrete de la Administración Nacional de Combustible Alcohol y Portland (ANCAP), organismo público de la República Oriental del Uruguay en donde Gladys trabajó antes de cruzar el charco.
Esta torta es, simplemente, una torta. ¿Simplemente una torta? ¿Acaso, alguna torta, lo es? Este recopilador cree que todas las tortas, mejor dicho, cada torta tiene algo de especial, algo de alta significación en el seno de una familia. Además, claro está, de la dificultad que su realización supone.
Una torta es casi siempre sinónimo de fiesta; pero según me ha contado mi amiga Edelweis Molinari, en su casa de la infancia, no era necesario que hubiera una fiesta para que su madre cocinara esta dulzura… en su familia, eran todos muy golosos, y hacían tortas y postres casi a diario. La torta de naranjas era una de la que Gladys cocinaba con mayor frecuencia. (1)
Antes de pasar a la receta, permítame el lector una última consideración personal. Siempre fui insolvente en materia de cocinar postres y tortas. Adicionalmente, los dulces me atraen poco a la hora de comer. Pero invariablemente he profesado una fuerte admiración por las mujeres de mi familia que hacían tortas y confituras, generalmente para una fiesta; pero muchas veces también para acompañar el mate de la tarde de los domingos.
Aún recuerdo a mi madre que, a pesar de la contrariedad que le significaba manipular harina, metía manos a la obra y preparaba bizcochuelos en un perol mágico del que salía la más diversas preparaciones. Ella sólo lo hacía para nuestros cumpleaños y prefería usar el mismo perol enlozado para hacer bocadillos de acelga.
Ahora sí, la receta de Gladys:
Torta de naranjas
Fuente (fecha)
Recetario de Gladys y Luis (anterior a 1976)
Ingredientes
Manteca 150 g.
Azúcar 2 taza y ½ y 2 cucharada.
Huevos 5.
Harina 2 tazas y 1/3.
Polvo de hornear 2 cucharaditas.
Sal ½ cucharadita.
Naranjas 6 y ½.
Agua 1 taza.
Preparación
1.- Separar las yemas de las claras.
2.- Batir la manteca hasta que esté bien cremosa.
3.- Agregar 1 taza y media y 2 cucharadas de azúcar y las 5 yemas. Batir bien.
4.- Cernir juntos la harina, el polvo de hornear y la sal.
5.- Unir los secos con la manteca.
6.- Agregar el jugo y la ralladura de ½ naranja.
7.- Agregar las clara batidas.
8.- Verter la mezcla en un molde grande de tubo enharinado y enmantecado.
9.- Llevar al horno fuerte por 40 minutos.
10.- Preparar un almíbar que no quede espeso ni clarito, con el jugo de 6 naranjas, 1 taza de azúcar y una taza de agua.
11.- Sacar la torta del horno y verter sobre ella, de manera inmediata, el almíbar.
12.- Cuando se enfría, llevar a la heladera. Dejar así y desmoldar al día siguiente.
Notas y bibliografía:
(1) 2019, Molinari, Edelweis a Aiscurri, Mario, correo-e del 21 de febrero.