domingo, 4 de diciembre de 2011

1806 - La gastronomía porteña a principios del siglo XIX


El capitán Alexander Gillespie intervino en la invasión inglesa de 1806. Fue tomado prisionero e internado hacia Córdoba. Escapó de su reclusión y se dirigió a la Banda Oriental, llegando en los momentos en que se producía en Buenos Aires la capitulación británica en julio de 1807. En 1818 escribió un libro en el que relata su experiencia en La Argentina. Los textos resumen su experiencia gastronómica en la ciudad de Buenos Aires. El fragmento que se trascribe habla de la actitud política de las mujeres porteñas y se desarrolla en el escenario de una fonda de principios del siglo XIX. Casi el único “restaurante” de aquella Buenos Aires.
La fonda de los Tres Reyes(1)
Después de asegurar nuestras armas, instalar guardias y examinar varias partes de la ciudad, los más de nosotros fuimos compelidos a ir a buscar algún refrigerio. Había muchos guías prontos a nuestro servicio para conducirnos, entre una cantidad de changadores haraganes que importunaban numerosos por las calles. Nos guiaron a la fonda de los Tres Reyes, en la calle del mismo nombre. Una comida de tocino y huevos fue todo lo que nos pudieron dar, pues cada familia consume sus compras de la mañana en la misma tarde, y los mercados se cierran muy temprano. A la misma mesa se sentaron muchos oficiales españoles con quienes pocas horas antes habíamos combatido, convertidos ahora en prisioneros con la toma de la ciudad, y que se regalaban con la misma comida que nosotros. Una hermosa joven servía a los dos grupos, pero en su rostro se acusaba un hondo ceño. La cautela impidió que por un tiempo ella echase una mirada, esa chismosa de los pensamientos femeninos, sobre su objeto, y consideramos causado por nosotros. Ansiosos de disipar todo prejuicio desfavorable, que podía naturalmente provenir de que se pagase una recompensa inadecuada por tanto hostiles extranjeros voraces, tan seriamente empeñados en devorar el contenido de la despensa paterna, le expliqué, valiéndome del señor Barreda, criollo civil que había residido algunos años en Inglaterra y estaba presente, los usos liberales de los ingleses en tales casos, y le rogué que hiciera confesión franca del motivo de su disgusto. Después de agradecernos por esta declaración honrada, inmediatamente, se volvió a sus compatriotas, que estaban en el otro extremo de una larga mesa, dirigiéndose a ellos en el tono más alto e impresionante. “Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado a los ingleses a pedradas.” Este heroico discurso aturdió a aquellos guerreros y agradó no poco a nuestro amigo criollo. Después de pronunciarlo, ella asumió de nuevo su buen humor y gracias naturales. Ese posadero resultó bondadoso amigo de nuestra nación, proporcionando asilo gratuito a muchos prisioneros comerciantes caídos en manos del enemigo después de la reconquista, que fueron olvidados y abandonados. /.../.
Cuando después se nos ordenó ir al interior del país, todos los oficiales comieron en la fonda el mismo día y por unanimidad les dejaron una carta redactada en eficaces términos de recomendación para aquel ejército conquistador, que esperábamos volviera a izar nuestra bandera y enmendar nuestros yerros.”
Notas y bibliografía:
(1) 1818, Gillespie, Alexander, Buenos Aires y el interior, Hyspamérica, 1986, pp. 47-48.


3 comentarios:

  1. Siempre me pregunté si las polleras kilt formaban parte del uniforme del regimiento 71 que invadió Buenos Aires en 1806. De ser así, ¿qué habrían pensado las porteñas de sus hombres derrotados casi sin disparar un tiro por unos pollerudos?
    Este fragmento no dice nada acerca de ello, pero el enojo de la posadera es significativo.

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  2. Lo interesante del relato también es que siempre hubo cipayos argentos prestos a jugar para los gringos...

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