Este artículo tiene una revisión
Con el debido agradecimiento a Enrique Mac Loughlin,
Luis Bulit Goñi y, fundamentalmente, a Carlos Marcelo Cruz, “Coyín”.
He leído en alguna parte que
Ernesto Sábato sentenció algo como esto: “quien profiere un lugar común, abriga
una esperanza”. No sé si la cita es exacta, ni si la atribución que rescato de
mi memoria es correcta. Pero a los fines de las notas presentes, me conviene
adoptar la expresión como verdadera… pero, si no fuera así, como dicen los
Tanos, “Se non e vero, e ben trovato”.
Es que, en este momento, no
me queda otro recurso que aludir a un lugar común en las reflexiones de los
gastrónomos, me refiero a la socorrida referencia que hace Marcel Proust sobre
la evocación de la infancia que le provocó una magdalena recién hecha ensopada
en un té fragante. (1)
La galleta de campo con
chorizo chacarero seco, y manteca casera, si la hay, es mi magdalena de Proust…
I
Buscando la magdalena perdida
Me hice al camino, por la
querida Ruta Nacional N° 5, precisamente para encontrarme con el sabor de esa magdalena,
la mía. Ya contaré, un poco más abajo, el cómo y el para qué. El por qué ha
sido simplemente la búsqueda de un sabor perdido en la gran ciudad. Hablo de
sabor porque no sólo se trata de la estructura aromática de este pan
inigualable, hay también una textura levemente astringente que lo caracteriza y
algunas otras cosas más.
Fue, claramente, un sabor
del verano en mi infancia. Entonces tomábamos la Ruta Nacional N° 5 hasta 9 de
Julio. Allí nos desviábamos hacia el sur por la Ruta Provincial N° 65, para
llegar a la chacra de mis abuelos cerca de la estación 12 de Octubre.
El verano solía ser tórrido,
pero a mi abuela le importaba más alimentarnos que refrescarnos. Desayunábamos
cuando la temperatura aún no era intensa. Íbamos a la cocina poblada de aromas
tan fuertes que alimentan, como dicen los españoles. Sobre la mesa nos esperaba
un enorme tazón de café con leche, galleta, chorizo seco de la carneada
anterior, algún dulce y manteca casera batida por mi abuelo, si la había.
Era un pan maravilloso que
en nuestra vida de ciudad no comíamos. En el campo se comía galleta que, por su
enorme capacidad de conservación, no era necesario comprar a Diario. En la
ciudad, comprábamos el pan todos los días. Un pan de cinco piezas por kg que se
vendía bajo el nombre “pan francés”.
¿No había galleta en las
panaderías de la ciudad? Sí que había. El recuerdo es vago, pero puedo afirmar
que, por lo menos en algunas panaderías del barrio de Mataderos, había una
galleta más pequeña. Esa que llamaban galleta trincha en el campo, pero que, en
el barrio, simplemente denominaban “pan criollo”. Pero, en casa, se prefería el
pan francés que era el que tenía el precio regulado (en los años sesenta, por
lo menos).
El pan criollo aparecía rara
vez en la mesa, cuando no se conseguía el otro. Me encantaba encontrarme con
él, aunque me parecía cosa extraña porque me evocaba la galleta del verano en
El Doce. De modo que, para mí, la galleta siempre fue el pan de campo.
¿Por qué la busco? Porque
corre el riesgo de desaparecer.
Ya desde hace algunos años
percibo que se ciñe una amenaza sobre este pan que no sólo es mi magdalena,
sino un importante elemento del patrimonio alimentario bonaerense.
Hace años que no veo pan
criollo en la ciudad. Por supuesto que en los supermercados no existe. Pero hay
algo más grave aún, desde hace varias década, ha aparecido una pan que rompe
con las formas tradicionales de la flauta francesa, el pan de molde inglés y
otras panificaciones tradicionales. Lo denominan “pan de campo”. Siempre me
pregunté de qué campo era y si había un pan de ese estilo en las llanuras
bonaerenses. Yo no lo conocía, por lo menos. Ello me permitía admitir la
denominación “pan artesanal”, pero no “pan de campo”.
El colmo llegó en la Feria
de Mataderos, en unos recorridos que realicé hace siete u ocho años. (2) En
algunos puestos dedicados a distintas panificaciones, exhibían con orgullo
estos “panes de campo”. Pregunté a la encargada del puesto de qué campo era ese
pan. Es que la Feria siempre pretendió reunir y exhibir tradiciones argentinas.
Pero ella me respondió que era el único “pan de campo” que ella conocía. Me indigné
y dije que ese pan no debía recibir esa denominación, que el pan de campo
argentino era mi bien amada galleta.
Señalé entonces el último
puesto de la Feria y dije “Zunino es el único que vende pan de campo argentino”.
El lector se preguntará
quién es Zunino. Un mercedino que ofrecía salame quintero, queso de chancho y
otros productos de la factura de cerdo y quesos caseros. Para completar la
oferta de su puesto, llevaba siempre algunas galletas.
Fue en ese instante que
sentí que era hora de romper lanzas por la galleta. No podemos perder este bien
patrimonial. Me propuse dar batalla. Como siempre voy a luchar contra molinos
de viento, me dije… o, a lo mejor, en favor de ellos.
II
Diendo pa’ Suipacha
Con el propósito de conocer
algo de la intimidad de este pan de curiosos lóbulos inflados, me hice el
propósito de asistir a una panadería que lo hiciera, a verlo sobar, a verlo
hornear. Creyendo dar con la persona indicada para encarar la aventura,
consulté a Luis Bulit Goñi quien, en una cadena de amabilidades me conectó con
Enrique Mac Loughlin que vive en la pequeña y bella ciudad de Suipacha y conoce
el paño, y sabe tocar el timbre en la puerta adecuada.
Enrique me dijo que conocía
a un panadero local que horneaba una galleta maravillosa en una panadería
centenaria. Habló con él y le respondió que le encantaría recibirnos. Todo esto
fue en la primavera de 2019. Pero una serie de circunstancias, pandemia
incluida, retrasó el proyecto hasta mediados de diciembre de 2021.
Suipacha, yo te explico cómo
llegar, me dijo Enrique. Recomendame un alojamiento y decime dónde nos
encontramos, respondí, sé perfectamente donde queda Suipacha… conozco de
memoria el hilo de ciudades y pueblos cuya siesta es enhebrada por la querida
Ruta Nacional N° 5.
El
14 de diciembre emprendí el camino a Suipacha, donde me encontré con Enrique a
mediodía. Te voy a llevar a la panadería “Lo de Coyín”, su dueño nos espera a
las 17…
Suipacha es un sitio apacible.
Mientras charlábamos un poco, le conté a Enrique que el paisaje que más me seda
y relaja es el de la Llanura Pampeana, su inmensidad verde y sus pueblos son
una invitación a una vida tranquila y amable. Estábamos en el bar Garrison que
está en una esquina frente a la plaza y frente a un gran colegio de monjas (Instituto
Nuestra Señora del Carmen). Quedamos en encontrarnos allí a las cinco de la
tarde y nosotros marchamos a dormir un poco porque la jornada iba a ser
extenuante por los horarios que nos implicaría la visita.
Cuando volvimos, Garrison
estaba cerrado, todavía era la hora de la siesta y, a la vez, de la salida de
pibes de la escuela. La ciudad no tiene semáforos, pero sí un dispositivo
policial para dar seguridad vial a los escolares y familiares que van a
buscarlos. Entonces el vértigo quebró la calma y por diez minutos se adueñó de
la esquina… los pibes se fueron, la policía también y la ciudad recuperó su
melodía apacible.
III
Lo de Coyín
Enrique llegó y fuimos a Lo
de Coyín. Allí, el vértigo se repetiría por con armonía racional, casi como en
un concierto barroco. Estuvimos tres horas, Coyín y Darío, su ayudante, no
dejaron de trabajar siguiendo un guión preestablecido, pero silencioso. Las tareas
se sucedían sin solución de continuidad y sin que hubiera órdenes de por medio.
Yo tomaba imágenes de video con mi teléfono celular y Coyín explicaba con
amabilidad y llaneza cada cosa que yo le preguntaba, todo sin detenerse.
Allí estábamos en una
barraca de trabajo con su horno centenario y un equipamiento acumulado a lo
largo de las décadas. Una extensa mesada, que los panaderos llaman torno, dos
amasadoras, una sobadora y… un horno eléctrico. Algunos objetos eran muy
modernos, como el horno eléctrico. Otros, muy viejos, como la balanza que Coyín
usa para medir los ingredientes que deben ser pesados. Otros.
¿Un horno eléctrico? Sí,
hace algo más de tres años el horno de leña estaba tan deteriorado que fue
necesario repararlo. Quedó impecable, pero Coyín está esperando la mejor
oportunidad de volver a encenderlo, porque ello supone quemar leña por un mes y
medio antes de poder usarlo. Con el horno eléctrico no es exactamente lo mismo,
me dice, pero el resultado es razonablemente bueno.
Me explica también que para
usar el horno de leña es indispensable el trabajo de dos personas, el palero y
el maestro palero. El palero acomoda los panes sobre las palas de madera. Me
las muestra, están guardadas sobre unos tenderos frente al horno viejo. El
maestro palero va introduciendo y sacando los panes en el horno, siguiendo los
ritmos que le dicta su conocimiento… su sabiduría.
Mientras Carlos, Coyín, me
cuenta que empezó a trabajar como ayudante en esa panadería hace casi cuarenta
años. Su relato me permitió advertir que el oficio de panadero tiene una
tradición milenaria y un cursus honorum tan antiguo como el de los obreros de
la construcción.
Empecé
como ayudante, fui aprendiendo todo lo necesario para amasar el pan, fui
palero, maestro palero y ahora, desde hace ya unos cuantos años, estoy a cargo
de la panadería. Casi sentí que me estaba hundiendo en la Edad Media.
Una
vida dedicada al noble oficio. Coyín contaba su historia y yo veía su maestría
a cada paso. Sobaba la masa la cortaba para hacer distintos panes y la
preparaba para que levaran toda la noche en la “estufa”, un pequeño cuarto que
está al costado del viejo horno.
Entre
los panes que preparó estaba la galleta en tres formas distintas, galleta
grande y pequeña y galleta de puño.
Yo,
no sólo filmaba y preguntaba, también probaba una deliciosa galleta de puño. De
la otra, de la lobulada, de la que me traería sabores y sensaciones de la
infancia, nada quedaba… la que fue horneada ese día se había vendido toda. (3)
IV
¿Qué es la galleta de campo bonaerense?
Es un pan amasado y
fermentado a la manera francesa que se ha horneado y consumido mucho a lo largo
y a lo ancho de la Provincia de Buenos Aires por un siglo y medio. Ha tenido
mucha popularidad debido a que conserva su frescura por varios días. Se la
distingue por su forma característica compuesta por sus dos lóbulos abiertos,
aireados en el interior, su gran corteza firme y crocante, su miga escasa y
sutil y su leve tono astringente en el gusto, semejante a la sensación que
produce tomar un té.
En las últimas décadas, se
ha producido una tendencia en las panificaciones horneadas y consumidas en la
ciudad, con la aparición de panes, algunos de ellos artesanales, que no siguen
los formatos clásicos. Se los suele denominar “pan de campo”.
Tengo para mí que cuando,
algo recibe el atributo “de campo”, debe referir a algo habitual en las áreas
rurales que rodean la ciudad en la que uno vive. Yo, por ejemplo, vivo en la
ciudad de Buenos Aires y he recorrido bastante la provincia homónima, lo
suficiente como para saber que ninguno de los panes de campo que ofrecen las
panaderías porteñas refiere a un algo habitual de las panificaciones
bonaerenses. ¿De qué campo será, entonces, ese “pan de campo”?
En cambio, he visto galleta
en todo el territorio de La Provincia. Ella ese algo habitual que se panifica
en el territorio y, por tanto, es el auténtico y genuino pan de campo… ¿Por qué
será, entonces, que las panaderías porteñas no lo ofrecen?
Notas
y referencias:
(1) ¡Ah! La asociación entre
Sábato y Proust en estos párrafos ha sido puramente casual.
(2) 2016, Aiscurri, Mario,
“La Feria de Mataderos – índice”, en El
Recopilador de sabores entrañables, leído el 8 de enero de 2022 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2016/06/la-feria-de-mataderos-indice.html.
(3)
2021,
videos caseros tomados el 14 y el 15 de diciembre y conservados por el autor.
Leo esta entrada en el blog desde Santa Rosa, La Pampa, la otra punta de la Ruta 5.
ResponderEliminarLeer esto me hizo acordar cuando de chicos ibamos a lo de mis abuelos en El Triunfo, partido de Lincoln y comprabamos la galleta en lo de Nogueira, una panaderia que siempre recuerdo, piso de parquet, un olor inconfundible a pan, al horno, y los Nogueira ya entrados en años. Y teniamos un ritual casi calcado, cafe con leche, chorizo, alguna bondiola o jamon de la carneada.
Por suerte por estos lados aun queda, al menos que yo conozco, una panaderia que hace una galleta como aquella. Lo de La Campa.
Saludos.
Gracias, Facundo, por sus comentarios llenos de recuerdos entrañables.
EliminarAmo la Ruta Nacional N° 5 que comunica su ciudad con la mía; pero también amo aquellos viejos carnavales de Lincoln con sus carrozas chacareras.
Gracias Mario por tu generoso aporte. Todavía puedo seguir probando las "galletas de campo" en un pueblito rural, a 100 kms de CABA. No se cuánto tiempo seguirán haciéndolo pero, al menos, tendré el aliciente de saber que lo podré hacer con esta receta y en su momento,
ResponderEliminartrasmitirla a mis hijos. Un fuerte abrazo!!
Muchas gracias, Anónimo, por sus comentarios entrañables.
EliminarQuerido Mario; soy un fanático de la galleta de campo ; cuando pibe se hacía mucho en el suburbano , Morón ,San Justo y La Plata donde vivían tíos , abuelos y bisabuela , lugares donde comí las primeras veces y muchas más , luego cuando a los 17/18 años empecé a ir de caza a Pcia de BsAs Entre Ríos y Corrientes comía siempre , en Entre Ríos , Villaguay ,estaba la mejor , al llegar a la charca de un amigo lo primero era comprar una bolsa con 15 kg de galleta un queso o dos de campo tipo gouda y 10 kg de carne casi recién carneada que dejábamos para los 4,5 días que estaríamos cazando además del chancho y algún cordero ; éramos 4,5 muchachos . Aquellos amaneceres con mate cocido y galleta con queso casi fresco fueron de los mejores desayunos 5 estrellas de mi vida . La galleta a lis cinco días estaba crocante y sabrosa como el primer día. Ahora lo que llaman pan de campo es un amasijó igual que el del pan común con otra forma , casi siempre redondo y lleno de miga que es solo bueno para hacer tostadas grandes “ como se estila para bruschetas” Ojalá las panaderías supieran y volvieran a hacer mis viejas y queridas galletas de campo y las mismas cara sucias o tortitas negras de ayer , las de hoy dan pena. Cuando volvía de cazar me traía 2 kg de galleta. Abrazo
ResponderEliminarQuerido amigo, gracias por tus comentarios que comparto enteramente.
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