15,
16 y 26 de octubre de 2014
“Los
hijos de Jujuy y Salta que nos han acompañado, los de Santiago del
Estero y los tucumanos que desde mi llegada a esta Ciudad me dieron
las demostraciones más positivas de sus esfuerzos y empeño de
libertar la Patria comprometiéndose
a que Tucumán fuese el Sepulcro de la Tiranía
han merecido mucho, y no hallo como elogiarlos: a todos parecía que
la mano de Dios los dirigía para llenar sus justos deseos.”
(Belgrano,
Manuel, Parte de la Batalla de Tucumán, 29 de septiembre de 1812)
I
San Miguel de Tucumán es una mina
difícil.
Es
una ciudad que no se entrega con facilidad. Hay que trabajar bastante
para arrancarle alguna sonrisa. Debo confesar, para ser justo, que
tal vez hemos llegado a la ciudad con demasiadas expectativas... y
esto, a veces, juega en contra.
Las imágenes pertenecen al autor
La
ruta que la comunica con el aeropuerto nos conduce por un sector de
barrios populares. Para un turista que sólo desea contemplar la
belleza, esta vista parece abrirnos camino a una ciudad sin glamour.
Si a eso le agregamos el tremendo calor fuera de temporada (35º C) y
que las calles del centro, extremadamente trajinadas, no descuellan
por su limpieza... la primera impresión no es demasiado agradable.
Para colmo, llegamos hasta el hotel, nos instalamos y salimos raudos
para visitar la Casa de la Independencia de Suramérica y estaba
cerrada por desinfección.
Luego
de probar unas riquísimas empanadas bajo las enredaderas del
restaurante El Portal (por la calle 24 de setiembre de 1812, a media
cuadra de la plaza) y de tomar un vino de Colalao del Valle, podemos
ensayar otra mirada. La ciudad se muestra como es, un gran
conglomerado urbano con barrios que hierven de hombres y mujeres de
trabajo... Además, sus calles no están más sucias que las del
micro centro porteño.
Todo
ese primer día nos duró esa ambivalencia.
Haydée
y yo caminamos por la calle Congreso henchidos de emoción. Nos
íbamos a encontrar con la Casa Histórica donde se declaró la
independencia de toda Suramérica. Cuadra y media de una peatonal
bastante bien conservada. Cruzando la calle Crisóstomo Álvarez,
vimos la casa. Casi corrimos hasta ella, pero nos creció un
sentimiento de frustración al verla cerrada.
Recorrimos
la primera cuadra. Muesos e instituciones culturales siguen el
lateral de la catedral (Biblioteca Domingo Faustino Sarmiento, Museo
de Arte Sacro y Museo Histórico Provincial). Ya en la cuadra
siguiente, la Casa. En los solares lindantes de la misma, se disponen
áreas cubiertas por ferias artesanales. En el último solar de la
esquina con la calle San Lorenzo, se ha construido un anfiteatro. En
la vereda de enfrente se encuentra el edificio del Tribunal de
Cuentas de la Provincia y a su lado una galería con un restaurante.
Completan la cuadra negocios que venden artesanías, souvenires y
confituras tucumanas.
El
conjunto promete un lugar de interés, pero nos pareció desalineado.
Una de las ferias artesanales remata en un pañol construido con
paredes de canto sin revocar, en el otro se ven depositados
materiales de construcción en un rincón. La frustración no nos
permitió ver lo mejor. Al día siguiente, es más, esa misma noche,
todo estaba mejor en la ciudad y en ese rincón preciso. Sin embargo,
seguimos pensando que ese rincón de esa ciudad es muy importante
para los argentinos y hay que cuidar más esos detalles.
De
regreso hacia la Plaza, ingresamos en el Museo de Arte Sacro. El
edificio es muy interesante y posee, en mi modesta opinión, algún
interés patrimonial. La colección es abigarrada y recoge piezas de
su especialidad que van desde imágenes talladas y cuadros
pertenecientes a la denominada Escuela Cuzqueña que floreció en el
siglo XVIII, hasta el reclinatorio que utilizó Juan Pablo II en su
visita a la ciudad en abril de 1987. La colección es interesante y
está bien presentada, pero adolece de información que ponga las
piezas en contexto. Además, nada se dice del edificio que constituye
su sede. El museo es bueno, pero le falta un poco de trabajo para
transformarlo en un gran museo. Pareciera ser la tónica de esta
ciudad, un gran patrimonio que no alcanza a ser exhibido como
corresponde.
Unas
infografías muy interesantes se disponen por todo el Centro. En
ellas se pueden revivir los hechos más importantes que tuvieron a
ésta, la quinta ciudad del país como escenario propiciatorio, la
Batalla de Tucumán que decidió la guerra de la independencia para
toda la América del Sur y la declaración del nuevo estatus de
nación independiente para todo ese ámbito territorial. La
información suministrada en ellas es inobjetable desde el punto de
vista historiográfico. Dicho de otro modo, puede ser opinable, pero
no se desliza por el resbaladizo terraplén de las leyendas o de las
invenciones escolásticas edulcoradas.
Salvo
la Casa Histórica, el resto de los edificios han sido construidos
con posterioridad a la Revolución de Mayo. No hay rastros del viejo
Cabildo. En su lugar, se destaca el edificio afrancesado del palacio
del gobierno provincial. La Catedral es de 1852. La iglesia de San
Francisco de 1885, el convento aledaño fue construido en 1902. La
iglesia conserva un claro estilo neoclásico de influencias italianas
(como ocurre con la iglesia que la congregación tiene en la ciudad
de Salta). En el caso del convento el edificio con ladrillos a la
vista recuerda las construcciones inglesas de principios del siglo
XX.
Otros
edificios embellecen la plaza. Por la calle San Martín se encuentran
el Jockey Club, el edificio en donde estuvo el hotel plaza y un
edificio que reproduce un estilo morisco español en donde se
encuentra la Federación Económica. Por la calle 24 de setiembre,
hay una vieja casona de fines del siglo XIX en la que tiene su sede
el Ente Tucumán Turismo. Poco a poco la ciudad nos va conquistando
con un paisaje urbano digno de su estatura de gran capital del norte
argentino.
Fue
algo frustrante acceder a la Iglesia de San Francisco. El claustro
del convento está separado por una pared, de modo que no se puede
acceder a él. Es razonable, pensamos, porque aún está habitado por
monjes... y, sin embargo, crecía en nuestro interior la idea de que
el patrimonio histórico que posee la ciudad juega a las escondidas
con el visitante.
Entramos
en la Iglesia que prometía mostrarnos muebles que usaron los
congresales de 1816. Vimos paredes deterioradas y no encontramos
nada. Salimos. Fuimos a la sacristía y nos dijeron que había que
acceder al altar mayor y que, sobre la izquierda los muebles estaban
detrás de una reja... ah, y que había que encender una luz para
poder verlos. Allí fuimos. La luz natural no hizo necesario que
encendiéramos la luz... Allí había escritorios y sillas
verdaderamente antiguos. Pero tuvimos que ver ese amontonamiento
ininteligible a la distancia y contentarnos con un cartel que
anunciaba que esos eran los muebles propiedad de los Frailes Menores
que habían sido cedidos en préstamo para las sesiones del Congreso.
Hacia
el noroeste de la Plaza, las calles Muñecas y Mendoza ofrecen un
distrito de peatonales en las que se puede percibir el movimiento de
gran urbe que expresa San Miguel. Las recorremos por la tarde, vemos
negocios de toda índole, incluso locales enormes que alojan grandes
tiendas como las que había hace muchos años.
De
pronto, en la esquina de Mendoza y Maipú, aparece la gran figura del
Mercado del Norte. El frente algo deteriorado deja entrever un enorme
edificio construido con un estilo que evoca el art decó... o tal vez
al futurismo italiano de los años treinta del siglo pasado (carezco
de elementos para definirlo con certeza). En su interior puestos que
ofrecen los más diversos productos alimenticios frescos, incluso
algunos con elaboración artesanal (por ejemplo, humitas y tamales
listos para llevar a la olla). Hay un área de puestos de comidas al
paso (empanadas, pizzas, humitas, tamales, etc.) y otra de prolijas
pescaderías.
De
nuevo la sensación de ambivalencia. El frente desconchado, algunos
vidrios rotos y los papeles por el piso deslucen el atractivo de un
mercado que me ha hecho acordar al de la Boquería en Barcelona. Con
algo de cuidado y una escasa inversión, San Miguel de Tucumán
contaría con un sitio de atracción turística muy interesante.
Probé las empanadas de uno de los locales... muy dignas, por cierto.
Abundan
los bares en las peatonales. Aunque muchos de ellos huelen a café
quemado, otros hay que están muy bien puestos. Decidimos tomar una
cerveza en uno que está en la esquina de Mendoza y 25 de Mayo (se
llama Filipo). En ese lugar, muy agradable por cierto, descansamos un
poco de las fatigas del día y disfrutamos del momento en tanto que
la noche caía sobre la ciudad.
Estábamos
parando en el Hotel Mediterráneo. Dista mucho de ser el mejor hotel
de la ciudad, pero su ubicación en la calle 24 de setiembre de 1812
a media cuadra de la Plaza Independencia y a dos de la casa Histórica
es inmejorable. De regreso al hotel, como resulta obvio, atravesamos
la Plaza. Los edificios públicos y privados estaban iluminados con
buen gusto. La calle Congreso que conduce a la Casa Histórica,
también... Todo nos pareció bello por primera vez en San Miguel...
La ciudad empezaba a conquistarnos. ¿Será que su fuerte es la
noche?
Por aquí estuvieron mi tatarabuelo, otro de mis bisabuelos y un tío abuelo por parte de padre haciendo las américas en distintas épocas...
ResponderEliminarTambién he tenido familia por Puerto Rico, Santo Domingo en la República Dominicana de Trujillo. Actualmente tengo familia en Paraguay y en Montana USA...
Preciosa América.
Gracias, Alba, por tus comentarios.
EliminarToda mi familia proviene de La Rioja española.