11 de
octubre de 2014
Todo
es hermoso en ella,
La
mazorca madura
Que
desgrana en noches
De
vientos campesinos,
El
mortero y la maza
Con
trenzas sobre el hombro
Que
entre los granos mezcla
Rubores
y suspiros
(Agüero,
Esteban Antonio, “Digo la mazamorra”)
I
Otro viaje que se inicia con ilusión de morosas recompensas.
Las imágenes pertenecen al autor
Vamos
a conocer una tierra en donde la historia indígena de La Argentina
ha tenido su mayor desarrollo cultural, si es que por ello entendemos
la presencia de técnicas sofisticadas de producción económica
(agricultura, ganadería, urbanismo, vestido, alfarería) y
espiritual (música, costumbres religiosas). Una tierra en donde el
mestizaje indio hispano seguramente se expresa con mucha intensidad.
Haydée y yo nos ponemos a andar nuevamente... necesito un poco de
introspección para expresar lo que siento ahora... porque vamos a andar las bellas profundidades del Valle Calchaquí.
II
Reflexión
desde el prejuicio
Después
de haber hecho muchos recorridos temporales y geográficos,
generalmente librescos, por la historia de nuestro país, vamos a
llegar a un sitio en el que esperamos encontrarla, a la historia,
digo, a flor de piel.
Intento
llevar la mirada más amplia que pueda conseguir en mi interioridad.
Quiero ver que queda de la cultura calchaquí, del Tihuantisuyo y el
paso de los funcionarios incaicos, del imperio español en su
esplendor renacentista y en su decadencia barroca en esta tierra
criolla que ya lleva 200 años de argentinidad.
Sin
embargo, a pesar de la amplitud que me propongo, hay algunas ideas y
valoraciones que no puedo eludir porque me integran como individuo.
No puedo dejar de ver el carácter positivo del intercambio, de la
fusión, del mestizaje, a veces construido sobre ríos de sangre,
pero siempre deseable como sitio en donde anclar una identidad
colectiva. Tampoco el carácter negativo de todas las prepotencias
imperialistas. El primer punto es un duro dato de una realidad
fraterna, el segundo un ideal que vale, fundamentalmente, en la
energía libertaria e igualitaria que promueve.
Sé
que, en ese cúmulo de tradiciones vitales que espero encontrar, me
voy a enfrentar a diversos relatos. Un prejuicio auténtico me
conduce a esperar un relato dominante que atribuyo a lo peor de la
herencia hispánica. Hablo con orgullo el idioma de los castellanos y
escribo su eñe con embelesado entusiasmo, profeso con amor la fe
católica, aunque soy un poco anticlerical. Pero no me banco la
complacencia colonialista.
No
me refiero a una condición jurídica, y mucho menos a los entresijos
del poder de los capitalistas que pulcramente conceptuara Lenín, con
dudoso cientificismo, hace más de un siglo. Me refiero a una actitud
mental.
Una
actitud mental que lleva a aceptar la necesidad de un pensamiento
tutelar que reemplace la desconfianza sobre las ideas propias, la
necesidad de suponer que todo lo que viene de un imperio ordenador
será siempre mejor, sin importar si se trata del Imperio de España
o del Tihuantisuyo. Prefiero pensar con José Larralde que “la
idea, aunque a veces chica, / de que el otro es superior / obliga a
ser inferior / y a que haga carne la pica”.
Prefiero pensar pobre, incompleto y confuso; pero pensar yo. ¿Encontraré algo que perviva de esta autonomía del pensar en americano en los Valles Calchaquíes? ¿Podré descartar el prejuicio que llevo a partir de lo que escuche y vea? ¿Hasta dónde, el mestizaje ha sido capaz de desarrollar su propio equilibrio y su autonomía? ¿Hasta dónde me darán los ojos para poder ver en todo lo que mire?
Prefiero pensar pobre, incompleto y confuso; pero pensar yo. ¿Encontraré algo que perviva de esta autonomía del pensar en americano en los Valles Calchaquíes? ¿Podré descartar el prejuicio que llevo a partir de lo que escuche y vea? ¿Hasta dónde, el mestizaje ha sido capaz de desarrollar su propio equilibrio y su autonomía? ¿Hasta dónde me darán los ojos para poder ver en todo lo que mire?
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