“Empanadas
y vino en jarra,
una
guitarra, bombo y violín,
y
unas cuantas mozas bizarras
pa'
que la farra pueda seguir,/.../.”
Carmona,
Virgilio,
“Al jardín de la República”.
“Al jardín de la República”.
III
Lo
que encontré en los restaurantes.
Me
interesa más la comida cotidiana que la restauración; pero, en un
viaje, la puerta principal a la cocina de un sitio está en los
restaurantes. De modo que me demoraré en lo que comí en algunos de
ellos algunos de ellos.
Las imágenes pertenecen al autor
En
el viaje que hicimos con Haydée al Valle Calchaquí en octubre de
2014, quería comprobar el estado en que se ofrecen los platos
consagrados de la cocina del noroeste argentino, es decir, el locro,
las empanadas salteñas y tucumanas, los tamales y las humitas.
Quería ver como se los sirve en las grandes ciudades y en el Valle
Calchaquí. Pero iba por más. Quería probar además aquellos
productos que aún hoy son exóticos en Buenos Aires: quinoa, chuño,
charqui y carne de llama o algunas formas en que se consume el maíz
(maíz pelado, frangollo, etc.). Los quería preparados en cocción
igualmente exóticas para el paladar porteño: picantes y guisos como
la calapurca, el charquicán o el huaschalocro. La cosecha fue magra,
pero interesante, tal vez en invierno mis expectativas hubiesen
tenido una satisfacción mayor.
En
la ciudad de San Miguel de Tucumán, a pesar de las recomendaciones,
nos
costó mucho encontrar buenas empanadas. El hotel en que nos alojamos
estaba en la calle 24 de septiembre a media cuadra de la Plaza
Independencia en dirección a la Iglesia de la Merced. Pedimos al
botones que nos indicara el mejor lugar para comer empanadas en la
ciudad. Nos respondió que había muchos, pero que podíamos ir con
confianza el restaurante que estaba en la vereda de enfrente.
Esa
fue la circunstancia en que tuvimos la fortuna de comer las empanadas
de El Portal. El local tiene el estilo de los restaurantes con
parrilla, sencillo y criollo. De hecho, la cocina es básicamente una
parrilla y un horno de barro. Las empanadas son deliciosas, están
hechas con carne sancochada. El dato no es menor porque ésta suele
ser una técnica menospreciada en el momento de pensar en empandas de
carne. Fueron las mejores que probé en todo el viaje. Le siguieron
una muy digna que comí en un puestito en el Mercado del Norte, en la
misma ciudad de San Miguel de Tucumán. En la Provincia de Salta,
sólo comí buenas empanadas en La Casona del Molino, pero eran de
charqui, es decir, calificaban en otro rubro.
También
pedimos recomendaciones en la oficina de turismo frente a la Plaza.
Allí nos dieron un folleto que bajo el título “Ruta de la
empanada” disponía una lista de casi 40 locales que las vendían
en la capital de la provincia y en las localidades de Yerba Buena y
Famaillá. Nos recomendaron un restaurante cuyo nombre prefiero
olvidar. Allí comimos empanadas secas y una humita a la olla
insípida e indigerible. Probamos en un par de restaurantes más y,
de la empanada tucumana, ni noticias. Llama la atención que en la
lista no figuren los humildes puestitos del Mercado del Norte donde
la dignidad en la materia se destaca. ¿Dónde estarán las famosas
empanadas tucumanas?
Con
los tamales me fue bastante mejor, pero recién al llegar al Valle
Calchaquí. En San Miguel de Tucumán, comí uno que parecía polenta
con pajaritos. Mi experiencia fue modesta, por cierto, pero, por lo
que vi, creo que esta ciudad debiera reencontrase con la cocina
regional... ya me he referido a la dificultad que tuve para conseguir
un recetario local.
En
nuestra primera noche en Cafayate, fuimos al restaurante Orujo, a
media cuadra de la Plaza. Leo en la carta que ofrecen Tamales de
chicoana. Pregunto por ellos, por qué se llaman así. Me responden
que porque es Chicoana donde fueron creados. En qué consisten, digo.
Están rellenos de charqui. Este fue mi primer encuentro con el
charqui y con los buenos tamales en el viaje. Deliciosos. Me quedé
con ganas de probarlos en su ciudad de origen.
El
viaje siguió. Probé muy buenos tamales, por ejemplo, en
Churrasquería y Catering, en la ciudad de Santa María de Yocavil en
Catamarca y en otros sitios más. Días después, emprendimos la
última etapa de nuestro viaje. Salimos de Cachi a una hora
razonable. Disfrutamos la bajada hacia el Valle de Lerma. Primero la
cuesta del Obispo, luego la Quebrada de Escoipe. Unos kilómetros
antes de llegar a la Ruta Nacional 68, se encuentra la entrada a la
bella ciudad de Chicoana. Son tres kilómetros que recorrí con
ansiedad. Frente a la plaza, en un local sencillo, hay un restaurante
muy bien puesto... Allí me di el gusto, comí un sabrosísimo Tamal
de chicoana en Chicoana.
Estaba
encontrando lo que había ido a buscar. Los platos de la cocina
regional que no se encuentran en Buenos Aires. En Cachi comí una
sopa de quinoa y unos sorrentinos rellenos con carne de llama. En la
Sala de Payogasta, comí un locro excelente en nuestra primera visita
y, cuando volvimos un par de días después, comimos con Haydée una
cazuela de cabrito muy bien oficiada. Sumada a la amable charla con
Alejandro Alonso, uno de los dueños del emprendimiento, y al buen
vino Viñas de Payogasta configuró un almuerzo verdaderamente
nutricio para el cuerpo y el alma.
El
viaje era intenso y fue en torno a Cachi que descubrí que el cabrito
local merecía una consideración especial. Al que comimos en
Payogasta, debo sumar el que probamos en La Poma. Pepe, el cocinero
de la Hostería Municipal nos lo sirvió cocido al horno con una
guarnición de papas andinas. Debo reconocer, a fuerza de ser
sincero, que como entrada, el cocinero pomeño nos sirvió las
mejores humitas en chala de todo el viaje.
Finalmente,
en la ciudad de Salta comí una carne de llama grillada con romero.
Su sabor y punto de cocción eran razonables a pesar de encontrarme
en el decaído salón del restaurante Madero frente a la Plaza 9 de
Julio.
En
la Casona del Molino comimos unas empandas de charqui y unas papas
fritas gratinadas en queso de Amblayo. Pero no fue solamente por la
comida que esta visita nos dejó un sabor muy agradable...
IV
La
música en los restaurantes y en las radios del camino.
Tal
vez sea un tema menor, aunque para mí no lo es. Una buena comida
tiene ingredientes imprescindibles en la calidad de las recetas, los
productos que se usan y la ejecución de los platos. Sin embargo, los
buenos vinos, las compañías adecuadas y el ambiente son también
muy importantes en el aprovechamiento nutricio de lo que se come...
y, dentro del ambiente, la música, cuando la hay, es primordial.
Fuimos
a la Casona del Molino en búsqueda de una panzada de música
folklórica local porque, salvo en Cafayate y en Chicoana, se nos
negó sistemáticamente en la ambientación de los restaurantes. En
la mayoría de los lugares se escucha cumbia. No es que piense o que
crea que la cumbia no es folklore hispanoamericano y mucho menos que
la considere un género menor. Sólo pienso que, así como me
disgustaría estar en Bogotá y no escucharla, no la disfruto cuando
quiero escuchar zambas y chacareras.
Ignoro
la razón, pero en Tucumán no escuchamos otra cosa en los
restaurantes. Es más, cuando no había cumbia, tampoco había
folklore. Así como en Neuquén en 2013 no pudimos escuchar las
canciones de Marcelo Berbel en los restaurantes a los que fuimos, en
Tucumán no escuchamos ni las canciones de Atahualpa Yupanqui ni la
voz de Mercedes Sosa.
En
los restaurantes de Cachi, nada. En la ciudad de Salta, en el
alicaído Madero Restó pasaban cumbias. Cuando pedí si podían
poner música local, me dijeron que allí no la pasaban.
En
Cafayate, por suerte, la cosa fue bien diferente. En la entrada del
museo, se escucha “La Arenosa”, famosa cueca de Leguizamón y
Castilla, casi como un motu perpetuo y, en los restaurantes sólo se
escuchaba folklore... incluso en un bar de tragos, ambientado muy
posmo y cosmopolita, sólo escuché folklore.
Habría
que preguntarse por qué ocurre esto en dos grandes ciudades que
tendrían que ser el megáfono por donde la tierra se expresa en
lugar de constituirse en la imitación de las metrópolis centrales
de nuestro país... Por suerte era cumbia, y no ese ruido atronador
que se escucha en las fiestas y recepciones en Buenos Aires.
V
En
síntesis.
Soy
un reconocido amante de los bienes culturales generados por los
hombres y las mujeres del noroeste argentino. De la música y la
poesía, del hombre y su vínculo con el paisaje, de su cocina y de
sus vinos. Celebro que la impronta regional tenga un lugar tan
visible en Buenos Aires. Fue por esto que me sentí con derecho a ir
por más. Quería probar lo que sé que sale de las ollas familiares
y aún no ha llegado a la gran metrópoli platense para su
consagración. Es verdad que fui con una lista enorme... no alcancé
a encontrarme con todo, pero me declaro satisfecho con haber probado
la quinoa y la carne de llama, las preparaciones con cabritos y
charqui, los quesos de Tafí y Amblayo y los vinos de la Provincia de
Tucumán.
En
la folletería de información turística que me dieron en la ciudad
de Cachi, había un calendario de actividades culturales organizadas
por el municipio a lo largo de 2014. Entre ellas, hubo una feria de
comidas locales que se llevó a cabo en julio. Ignoro si es un
encuentro que se realiza todos los años; pero me parece que es una
fecha ideal para comer esos guisos calóricos que forman parte de la
cocina que fui a buscar... habría que pensar que allí tengo la
posibilidad de justificar un regreso pronto a este rincón entrañable
del planeta de los seres humanos
Mil gracias por compartir tus jugosas experiencias a través de tus atinadas reseñas Mario. Me dieron ganas de visitar nuevamente esa hermosa región norteña de nuestro país para disfrutar de su gente, sus paisajes y su gastronomía.
ResponderEliminarGracias, Diego, por tus comentarios.
EliminarEl Valle Calchaquí es un lugar ideal para estar EN CONTACTO CON LO DIVINO.