No
hago crítica de restaurantes en El
Recopilador de sabores.
Es una especialidad para la que no me siento capacitado. Sin embargo,
no me privo de hablar de ellos en otros géneros que ensayo, como por
ejemplo en las notas de viaje. Pero no se trata de una crónica de
restaurantes en sentido estricto, porque sólo me propongo rescatar
lo que he sentido en ellos, lo que he encontrado para sumar a mis
recopilaciones. De modo que estas críticas resultan más emotivas
que racionales. Es como si hablara de una persona a la que quiero que
me invita a comer a su casa y prepara unos platos con dedicado amor.
De este modo es que restaurantes y casas de familia aparecen en mis
artículos...
Las imágenes pertenecen al autor
En abril
y en julio de 2014 he andado por los barrios de mi ciudad con mirada
de extranjero. En algunos artículos que compuse hablé de mis
recorridos por San Telmo, Colegiales, Belgrano, Mataderos, Liniers y
Flores. Allí conté como, casi insensiblemente, mis caminatas se
fueron inclinando hacia los rincones de la ciudad en donde las nuevas
colectividades de inmigrantes han sentado sus reales. Antes, durante
y después de estos paseos he comido en diversos restaurantes
característicos de esos barrios. Los artículos mencionados recogen
mis experiencias en estos locales de restauración durante los
recorridos; éste recopila aquéllas que he vivido fuera de mis
vacaciones, yendo explícitamente a comer a los restaurantes que, me
pareció, completaban una idea y un ciclo. Es por eso que me salgo de
mi actitud general frente a la crítica, pero sólo en apariencia
este artículo no respeta otra lógica que la de los sentimientos.
I
En
Colegiales.
Es
un placer andar las calles de Colegiales y descubrir que hay una muy
interesante oferta gastronómica. Pasé varios días pensando cómo
definirlos con un adjetivo que los caracterice de conjunto. Pensé en
la palabra simpático, y la usaría si no fuera porque adquiere un
matiz peyorativo cuando es pronunciada con aire de superioridad por
algún burgués de pacotilla... No sé... ¡Ah! Sí, sí, ya sé...
Los restaurantes de colegiales son amables. Tal vez les falte un
largo trecho para alcanzar la profesionalidad que uno busca en los
restaurantes del centro o de los llamados polos gastronómicos de la
ciudad, pero tienen la afinidad espiritual que uno busca en los
restaurantes del barrio.
Algunos
hay que lucen estilos más tradicionales, como es el caso de El Cano
Grill (Elcano a 30 metros de Martínez). Una ambientación sin
pretensiones, música orquestal de los años sesenta (en un volumen
compatible con lo que entonces se llamaba “música funcional”),
una atención llena de compinchería y una cocina porteña clásica
(carnes asadas, minutas, pastas, etc.). Los bocadillos de acelga son
excelentes, los panes son únicos (suelen tener un pan francés
relleno de aceitunas a la manera italiana). No tiene pretensiones de
alta cocina, pero los puntos de las carnes respetan el deseo del
comensal con maestría... y siempre hay algo más que el mozo suele
anunciar con un guiño y la expresión “hoy hay...”. A veces,
lechón frío... otras, zapallitos rellenos hechos por la madre del
dueño... incluso, he comido “hoy hay wan tan a la plancha”.
Sólo
tiene un problema, uno de los dueños. Suele haber un encargado de la
adición con el que hemos construido una relación que conlleva la
compinchería que se deben los vecinos del barrio. Pero hay otro, que
aparece ocasionalmente, que exhibe una soberbia digna de mejor causa.
Hace varios años me trencé con él en una discusión acerca de lo
qué era un buen servicio a partir de una nueva práctica de atención
que había implementado en el local. El señor pretendía que el
cliente, en este caso yo, no tenía capacidad para discernir qué era
un buen servicio y qué no. Recientemente tuvimos una acalorada, y
agresiva de su parte, discusión sobre política. Desde entonces nos
volvimos al lugar. No tiene ninguna importancia quién tenía razón
en los temas que se discutieron, lo que tiene importancia es que la
discusión la inició él y que omitió la regla principal de quien
ejerce el comercio: “el cliente siempre tiene razón” (al menos,
se debe ir del local con la sensación de que se la dieron). Este
señor, se sale de la regularidad que encuentro en los restaurantes
del barrio, y en el resto del personal de su establecimiento... no
hemos vuelto porque este lugar ha dejado de ser amable para nosotros.
Hay
otros locales más descontracturados, como El Cocilón del Clú
(Conesa y Virrey Arredondo) y La Prometida (Delgado y Virrey
Arredondo). Ambos se ubican en locales de esquina, de esos típicos
de almacenes de barrio que hace tiempo han desaparecido en la ciudad.
Ambos han preservado esta característica en los locales y las han
reforzado con detalles de decoración.
El
Cocilón conserva, en una de las ventanas, un enrejado de carnicería
de la primera mitad del siglo pasado y un cielo raso de machimbre. En
la terraza la ambientación se completa con una guirnalda de bombitas
de colores. La atención es excelente por parte de mozos, algunos de
ellos colombianos que se llevan muy bien con la música de
ambientación, generalmente caribeña. Las pastas son la especialidad
de la casa. No pretende más que ofrecer, como dice su lema, comida
de barrio.
La
Prometida completa su decoración con mobiliario kisch. La atención
también es buena y la música más ecléctica que en los otros
casos. Sin alcanzar la pretensiones de cocina de autor, su carta
expresa la búsqueda de una cocina latina que incluye platos que
evocan una procedencia iberoamericana y otros que aluden a los
inmigrantes italohispanos. Los panes son especialidad de la casa. La
panadería se ubica en un local adjunto al que se accede por el patio
o a través de una puerta lateral que da a la vereda.
The
Oldest es el pub irlandés del barrio (Elcano y Martínez). Tiene una
sucursal en Caballito, pero ésta de Colegiales posee cocina y ofrece
una carta ecléctica de platos que incluyen cerdo cocido a la manera
norteamericana y variedades de cocina oriental. La oferta de cervezas
y tés es razonable. El local se encuentra instalado sobre lo que
fuera una casa antigua del barrio decorado en estilo que podríamos
llamar vintage. Está abierto casi todo el día. La única contra,
para mi gusto, es que por la noche se torna un poco ruidoso por el
volumen de la música, el hacinamiento de mesas y la carencia de
materiales con capacidad de absorber sonido. Las mozas que atienden
son amables y dispuestas y no sienten una distancia jerárquica con
el comensal, hacen sus comidas en el tiempo laboral en las mismas
mesas que sirven. Una bartender profesional prepara excelentes
tragos.
Dulce
Buenos Aires (Martínez y Virrey Avilés). Aunque siempre hay algunos
platos para las comidas, la especialidad de la casa es el té, los
panes y las tortas. En este lugar, como en ningún otro se aprecia
estilo Colegiales, la exclusión de comportamientos pretenciosos y la
amabilidad del clima que se vive. La carta reza que los panes,
facturas y tortas son de elaboración propia, con excepción de las
medialunas que provienen de La Argentina (prestigiosa cadena de
panaderías de Belgrano) que son, para mi gusto, las mejores del
barrio.
También
tengo en Colegiales, un restaurante que abre mis sentidos hacia la
cocina china: Ding Sheng (Freire a pocos metros de Elcano). Desde
luego que no tiene la pretensión de alcanzar la estatura de los
restaurantes del barrio chino (v. g., China Rose o Hong Kong Style);
pero, aunque soy casi lego en la materia, puedo afirmar su
originalidad casi sin dudarlo. La salsa de pulpa de tamarindo con
jugo de naranjas no la he probado en ningún otro restaurante.
Almacén
Secreto Club es un restaurante de puertas cerradas que se ubica en
las inmediaciones de Zabala y Conde (se reserva sólo por teléfono y
allí te dan la dirección... es fácil de encontrar en la Internet).
Llegué a este lugar gracias a la ignorancia de las publicaciones del
grupo de medios gráficos que rodean el diario La
Nación.
Un artículo muy respetuoso de la cocina boliviana en la LNR, es
incapaz de reconocer que esa culinaria es compartida por las
poblaciones rurales de La Puna (provincias de Catamarca, Salta y
Jujuy), el Valle Calchaquí y la Quebrada de Humahuaca. En el mismo
sentido, un artículo de Brando caracteriza Almacén Secreto como un
restaurante boliviano. Nada de eso es cierto. La característica
central de este local es que ofrece una auténtica comida argentina.
La
carta está muy bien pensada. Divide al país en tres zona. La del
norte incluye el noroeste y el noreste argentinos. Para ella, se
sugieren vinos de Salta. La zona del centro incluye las pampas y Cuyo
y se reconoce acompañada por vinos de Mendoza y San Juan. Finalmente
la Patagonia para la que se recomiendan vinos de Nuequén y La Pampa.
Influidos por mis búsquedas culinarias y por el reciente viaje que
hicimos con Haydée al Valle Calchaquí, nos concentramos en la zona
norte. Pedimos una cazuela de charqui (casi un charquicán) que
estaba sublime. El mozo me comentó que el charqui lo traían de
Salta. Completamos con un correcto seco de carne de llama
(deconstruido y presentado en el estilo de la nouvelle cuisine) y una
cazuelita de hongos (plato del sur que incluimos transgresoramente en
nuestra selección). El postre fue un delicioso quesillo de leche de
vaca en una presentación curiosa, por un lado dulce de cayote,
nueces y miel de caña y, por el otro, arrope de chañar. Acompañamos
todo con un tannat orgánico de la bodega Nanni del Cafayate.
Al
acierto del menú (tanto en la búsqueda culinaria como en la
ejecución de los platos que comimos) hay que agregar la buena
atención y las características del local. Se trata de una casa de
barrio que tiene una galería de artes plásticas en las primeras
habitaciones, un gran salón comedor y un enorme jardín donde se
come plácidamente si el clima acompaña. Hasta ahora es el
restaurante más completo que he visto en relación con la búsqueda
de una auténtica cocina argentina, una cocina que no sólo suponga
productos de buena calidad, sino también ideas gastronómicas
propias del gusto argentino. La convivencia del locro, las costillas
de cerdo a la riojana y la trucha patagónica es un gran acierto y la
presencia de un plato con charqui, lo más.
Hay
muchas más casas de restauración en el barrio, pero estas son mis
favoritas. Seguramente tienen muchos defectos que no he apuntado en
esta nota (v. g., no todos tienen tarjetas de crédito como medio de
pago), pero son amables. Es placentero comer en ellos y, aunque no
todos sus platos logren el mayor nivel culinario (incluso, he
probado algunos fallidos), están hechos con la única pretensión de
satisfacer al parroquiano y lo logran.
II
En
el Barrio Chino de Belgrano.
Desde
hace muchos años he frecuentado, con escasa asiduidad, por cierto,
algunos restaurantes chinos en Buenos Aires. He ido a uno en el
barrio de Boedo (el de la esquina de México y Avenida La Plata), a
otro en el Centro (uno que está sobre la calle Yrigoyen, entre
Piedras y Chacabuco), también en el barrio de Villa del Parque (uno
que había en la calle Beiró) e, incluso, en el barrio chino de
Belgrano (he ido a Budda Bah cuando tenía servicios de comida por
las noches. Hoy sólo se puede ir a beber té. Queda en la esquina de
Arribeños y Olazábal). Pero no le he prestado atenta dedicación a
esa tradición culinaria hasta hace muy poco. En este sentido, el
modesto Ding Sheng, en Colegiales, ha sido un lugar iniciático. A
partir de él, y de mi recorrido por el barrio chino, decidí prestar
más atención. Aquí mis experiencias en 2014...
China
Rose (Mendoza entre Arribeños y Montañeses) tiene un salón amplio
e iluminado de un estilo minimalista que invita a entrar sin
sobresaltos a casi cualquier persona con un poco de interés, o
curiosidad, por esta cocina milenaria. Sin embargo, ya en su
interior, un aroma característico, tal vez, la salsa de soja, es lo
primero que nos impresiona (como cuando entramos en un local con
parrilla al carbón, y percibimos ese olorcito de grasa quemándose
en la brasa). Sobre el fondo del salón, unos grandes ventanales
comunican con un deck en el que hay un jardín con una cascada
artificial. Todo es placentero en este lugar. En el primer piso, hay
salones más pequeños amueblados con mesas para ocho o diez persona,
todas equipadas con un plato giratorio en el centro. No es difícil
adivinar que están destinados a los parroquianos chinos y sus
descendientes.
La carta
ofrece básicamente un el listado de platos típicos de este tipo de
restaurantes, Ding Sheng incluido (chau fan, chop suey, chau mien, za
mien, carnes saltadas, sopas, etc.); pero con mayor grado de
sofisticación en su elaboración (su sitio en la web define el
estilo del restaurante como cocina china tradicional y gourmet)(1).
Probamos arrolladitos primavera y wan tan a la plancha hechos con una
masa más consistente que lo habitual. Luego nuestro objetivo se
dirigió a los platos de cerdo saltados que nos dejaron ampliamente
satisfechos. Encontramos una etiqueta de torrontés en la carta que
acompañó muy bien los platos. La atención es esmerada. Los mozos,
ninguno de los que nos atendió era de origen chino, explican los
platos y sugieren bien. La dimensión del local justificaría que
contaran con diversos medios de pago, pero aquí no hay tarjetas de
crédito. En descargo debo decir que los precios son bastante
acomodados.
Hong
Kong Style (Montañeses, entre Mendoza y Juramento) no es sólo un
restaurante chino, es, para mi gusto un gran restaurante, así, sin
especificativos. Se presenta al público como cocina hongkonesa. La
ambientación del local responde a una estética de mucha actualidad,
minimalismo sin estridencias, alguna mueca controlada de caricatura
posmoderna (v. g., sillas con respaldo elevadísimo) y referencias
permanentes a un oriente lejano. En todo esto se nota la ambientación
de un restaurante de gran ciudad cosmopolita que no abandona los
signos identitarios locales. La comida es extraordinaria y sigue la
línea de una tradición metropolitana en la que múltiples
influencias se fusionan en expresiones inestables. Sólo para no
perder la onda, se ofrecen allí los platos tradicionales de los
restaurantes chinos; pero no vale la pena detenerse en ellos porque
nos impide ver la enorme riqueza que contiene el resto de la carta.
Variados aperitivos al vapor, pescados cocidos en deliciosas salsa y
langostinos del Mar Argentino saltados, todos ellos sublimes. Fueron
traídos a la mesa a partir de una elección meditada incitada por
las adecuadas referencias de los mozos. No tengo conocimientos
suficientes sobre la cocina china como para afirmarlo, pero me animo
a intuir que esta es una cocina de autor (según pude saber, los
fuegos están a cargo de Lui Cheuk Hung).
El mozo
con el que tuvimos mayor intercambio, un joven argentino de primera
generación y de claro acento porteño, no sólo satisfizo nuestras
preguntas sobre ciertos platos de la carta, sino que, además, nos
fue introduciendo en la cultura culinaria que el establecimiento
sostiene. Allí aprendimos, por ejemplo, que la identidad de la salsa
picante que se nos ofreció para acompañar los platos, no depende
tanto del tipo de ají utilizado como de la técnica de su
elaboración que supone largos procesos de fermentaciones y cuidados
posteriores. Sólo dos cuestiones tengo para objetar: que no admitan
la tarjeta de crédito como medio de pago y que no haya en la carta
una variada oferta de vinos torrontés que, en mi opinión, es una de
las opciones claves para este tipo de comidas.
Es
verdad que me serví de la guía de Pietro Sorba(2) para elegir Hong
Kong Style; pero China Rose fue un descubrimiento que hice
recorriendo el barrio chino de Belgrano, entré en este restaurante
sin recomendación previa. Por eso, cuando busqué en la Internet las
críticas disponibles sobre los restaurantes de cocina china de
Buenos Aires, me sorprendió que ambos estuvieran en el tope de las
preferencias. Debo hacer notar que Sorba incluye el restaurante de
marras en una guía de las ofertas gastronómicas de las
colectividades de inmigrantes en La Argentina y no como un
establecimiento dedicado a la cocina étnica. La diferencia parece
sutil, pero es significativa. Debo decir, finalmente que Hong Kong
Style está entre los diez restaurantes de mi preferencia en toda la
Ciudad, junto con El Mirasol, Azema, Sakis, Güerrín, Puratierra y
unos pocos más.
Notas
y referencias:
(2)
2011,
Sorba, Pietro, Restaurantes
de las colectividades de Buenos Aires,
Buenos Aires, Planeta, pp. 60 y ss.
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