sábado, 8 de agosto de 2015

Tafí del Valle y el acceso a los calchaquíes

17 y 18 de octubre de 2014
Ay, lunita tucumana,
tamborcito calchaquí,
compañera de los gauchos
en la senda del Tafí.
...
En algo nos parecemos,
luna de la soledad,
yo voy andando y cantando
que es mi modo de alumbrar.”
(Yupanqui, Atahualpa, “Lunita tucumana”)


I Una amonestación proferida con justicia
Me gusta planificar los viajes. Busco información, imagino qué quiero encontrar, procuro no perderme nada de lo que me interesa (luego, claro está, viene el momento de congeniar mi interés con el de Haydée). Después el viaje dicta su verdadero itinerario, te sorprende con cosas que no habías previsto y te lleva indefectiblemente a la conclusión de que le hubieses dedicado más días a cada lugar para tenerlo todo. La pretensión es vana, por supuesto, no se puede tener todo lo que se desea de un viaje. ¿Cómo dejar de enfrentar el atisbo de una frustración? Simplemente, pensando que no se puede correr tras el viento y que lo que quedó pendiente nos llevará a desear otro viaje por los parajes maravillosos que vamos dejando atrás.
 Las imágenes pertenecen al autor 
Aunque llevo siempre estas prevenciones en mi equipaje, esta vez me pasó algo curioso. En los preparativos que hicimos con Haydée para recorrer los Valles Calchaquíes, busqué información en las oficinas de turismo de las casas de las provincias de Tucumán, Catamarca y Salta. Una buena técnica de promoción turística es preguntarle al viajero que ha decidido pasar sólo por unas horas por un determinado sitio “¿Cómo no se va a quedar una noche en él?”. Lo tomo como eso, como una buena técnica de marketing que impacta sobre esa vana pretensión de la que hablé arriba... pero esta vez tenían razón...
II La yunga nos conduce a un paraíso inesperado
Entre las bellezas del paisaje tucumano, se encuentra ese monte subtropical que se denomina yunga. Se asienta sobre las primeras estribaciones orientales de las sierras precordilleranas argentinas, desde la provincia de Tucumán hacia el norte, y se extiende hasta Bolivia. Este monte cercano a la ciudad de San Miguel de Tucumán, quiero imaginar, es el escenario propicio para que se considere a esta provincia El Jardín de la República. Los folletos turísticos señalan un recorrido por la yunga hacia el oeste y norte de la capital provincial; pero nosotros planificamos ir primero al sur y luego al oeste con destino a Cafayate. De modo que este jardín quedaría para otro viaje... o tal vez para nuestro regreso, ya previsto, desde la ciudad de Salta.
Pero no, fue para éste, porque el cordón selvático sigue hacia el sur y llega casi hasta la provincia de Catamarca.
Cuando llegamos a la ciudad de Acheral y nos dirigimos hacia el oeste, sólo estábamos prevenidos de que para llegar hasta Tafí del Valle, había que ascender la Quebrada de Sosa (ese camino que Athualpa Yupanqui hizo tantas veces a caballo acompañado por la lunita tucumana). Nos preparamos para un ascenso que ofrece dificultades al conductor de la llanura, pero nos encontramos, inesperadamente, con un paisaje verde y relajante, con ese bosque chato y bello, con ese jardín maravilloso que esperábamos recorrer en otro viaje.
Luego de un intenso ir y venir, siempre subiendo, de pronto, el camino propone una curva y la yunga desparece de golpe. Nos enfrentamos a un paisaje árido que, sin embargo, deja entrever que un poco más abajo, hay un valle fértil en el que la ciudad de Tafí del Valle se despliega con plácido e insolente desparpajo. Estuvimos tres horas en esta ciudad y la voz de la guía de turismo tucumana que me había atendido en Buenos Aires empezó a resonar en mi mente como un sonsonete: “¿Cómo no se va a quedar una noche en Tafí del Valle?”
A través de la avenida Perón por algo más de cinco cuadras, trascurre el centro Tafí del Valle. Más allá y más acá los barrios se vuelcan irregularmente por los suaves faldeos. Sólo estuvimos tres horas en la ciudad, pero bastó para darnos cuenta de su belleza, y de la del valle en la que se asienta. Los vecinos dicen que no vimos lo mejor, que después de las primeras lluvias a finales de la primavera, un verde intenso desborda el paisaje. El paisaje propicio para transformar la ciudad en la villa veraniega predilecta para huir, si se puede, del infernal verano que azota a la ciudad de San Miguel de Tucumán.
Aleccionados acerca de cómo llegar, nos dirigimos a La Banda en donde se encuentra el Museo Histórico Capilla Jesuítica. Se trata de una construcción de adobe que forma un cuadrado en el que dos de sus alas fueron construidas por la Compañía de Jesús a principios del siglo XVIII como asiento de la misión fundada en ese lugar en 1718.
Los padres fueron expulsados de América Española en 1767. En 1830, la propiedad fue adquirida por la familia Frías Silva. El pater familiae (no he podido recoger su nombre, pero conjeturo que debió tratarse de don José Frías Silva), hacia 1890, decidió que usaría el edificio como casco de su estancia y ordenó completar la vivienda, siguiendo el estilo y la técnica de construcción original. Una pequeña diferencia permite reconocer los distintos tramos de la construcción en el ancho de las paredes. Mientras los jesuitas las levantaron con 80 centímetros de espesor, Frías Silva creyó que con 40 era suficiente.
Una guía experta nos condujo por el museo con exposiciones claras. La colección es escueta pero ilustra claramente la historia de la ciudad desde hace uno 2500 años. Las primeras salas están dedicadas a los pueblos originarios. Una pequeña colección de cerámica permite identificar con claridad las tres etapas culturales que se sucedieron en el valle: los primeros asentamientos neolíticos, la cerámica de la cultura de Santa María (diaguitas) y la influencia del Imperio de los Incas. Las salas siguientes están dedicadas al período de presencia de los jesuitas. Se destaca la capilla que tiene un pequeño sector en el que todavía se conserva el piso original de ladrillos. En el último tramo, se expone parte del mobiliario de los Frías Silva, adquirido hacia fines del siglo XIX. Este museo es un lugar de gran interés para los visitantes.
El relato que escuchamos nos da cuenta de la existencia de las estancias en Tafí del Valle. De las principales familias que, emparentadas entre sí, adquirieron la propiedad de la los jesuitas (Frías Silva, Chenaut, Zavaleta); del desarrollo actual de la ganadería en el valle y de los famosos quesos del Tafí que se siguen haciendo en las estancias con la receta “secreta” de los jesuitas.
Pedí que me asesorara sobre dónde podía comprar los quesos y me dijo que en las estancias; pero que si no tenía tiempo podía ir hasta un pequeño negocio que está sobre la Avenida Perón. Hasta allí nos dirigimos y pudimos comprar y traer a Buenos Aires un queso de la Estancia de las Carreras propiedad de la familia Frías Silva. Lo de la receta secreta de los jesuitas tiene todos los visos de una leyenda urbana, pero no quiero adelantar un prejuicio porque bien puede ser cierto... además de darle un atractivo especial a este queso excelente. En otro artículo cuento algo más sobre este queso que estaba verdaderamente delicioso.
III El Abra del Infiernillo nos abre la puerta al Valle Calchaquí
Aún nos faltaba un tramo complejo de camino para llegar a Cafayate, el Abra del Infiernillo. Se sube rápidamente a los cerros. No sabría decir si atraviesa el cordón del Aconquija o las Cumbres Calchaquíes o si se trata de un paso entre ambos. Lo cierto es que del otro lado están los Valles Calchaquíes y la ciudad de Amaicha.
El paisaje es bellísimo y contrastante con la yunga. El suelo es árido y pedregoso. Aquí dominan el churqui, la jarilla, la brea y la solemne imponencia del cardón. El ser humano ha adaptado su hábitat a este paisaje, de modo que aunque hay muchas viviendas que se construyen con hormigón y ladrillo hueco; se pueden ver otras, algunas muy modernas por cierto, construidas con piedras con clara influencia indígena o construidas con el muy hispánico adobe, cuando no una combinación de ambos...
Un detalle significativo, además de esos datos nos dan la bienvenida al reino de la tierra madre y del culto católico mariano, las apachetas que empiezan a verse regularmente a lo largo del camino. Se trata de pequeños altares improvisados donde los viajeros agregan una piedra a una pila de ellas que ya están dispuestas. En este acto piden algo a la tierra madre y prometen un sacrificio propiciatorio (generalmente piden por salud y trabajo a cambio de abandonar algún vicio mundano).
Llegamos demasiado tarde a Amaicha como para quedarnos allí. Decidimos pasar de largo porque queríamos llegar a Cafayate de día. Imaginé que, en contra posición con Tafí, nos íbamos a encontrar con un lugar muy pobre y, sin embargo... si bien, Amaicha carece del glamour de una ciudad de veraneo, pero, por lo que vimos por la ruta, es una ciudad en crecimiento (en los días siguientes, atravesamos el centro varias veces y esta imagen no varió).
Se ven construcciones particulares de viviendas y edificios en los que se mezclan las tres técnicas constructivas que veríamos a lo largo de todo el Valle Calchaquí: piedra, adobe y ladrillos. Vimos también, en las viviendas más alejadas, paneles para aprovechar la luz solar en la generación de energía.
Lo que verdaderamente nos sorprendió fue la cantidad de carteles con leyendas que declaraban el orgullo y la felicidad de pertenecer a la comunidad nativa de Amaicha del Valle.
Finalmente, por la tardecita llegamos a la arenosa y bella Cafayate.




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