“Un
plato con comida siempre será un representante de la configuración
de nuestras relaciones sociales, de nuestra capacidad productiva, de
nuestra cosmovisión y de nuestra cultura. Sobre una modesta mesa o
en un banquete de platos de una región nos ofrecen un mapa colorido
en el que la distribución de la riqueza es vista, olida y
consumida.” (Eva Piccolo (1))
En
octubre de 2014, con Haydée, recorrimos el Valle Calchaquí de punta
a punta, es decir, desde Santa María de Yocavil hasta La Poma.
Llegué a esta tierra con mucha expectativas. Esperaba encontrarme en
el lugar en donde la cocina indio hispano criolla tiene el sitio más
destacado en la gastronomía nacional. Esta expectativa también
informaba algunos prejuicios(2) que cargué en la valija, porque la
presencia de esa cocina en ese sitio se percibe ya desde Buenos
Aires. Tenía la certeza que no iba a encontrar el vacío que percibí
en aspectos significativos de la cocina patagónica en 2013; pero iba
por más...
Las imágenes pertenecen al autor
Estas
notas son el resultado de lo que vi, viví y probé en los distintos
rincones del Valle Calchaquí por donde anduvimos y de las
reflexiones que pude desplegar en largas charlas en Payogasta con
Alejandro Alonso y en la ciudad de Salta con Daniel Fernández,
conocedores profundos y protagonistas activos en la materia...
Un
pequeño relato les permitirá reconocer la entidad de mi prejuicio.
Hacia fines de los años cuarenta del siglo XX, las parrillas de
carbón empezaron a adueñarse de la ciudad Buenos Aires en una ola
cultural que desde los barrios llegó hasta el Centro. La presencia
de esos “humitos” que emergían en las casas suburbanas y la
incomprensión de los porteños de entonces alimentaron leyendas como
la del uso del parket para conseguir las mejores brasas. El proceso
no se detuvo a pesar de esta reticencia legendaria y, a principios de
los años sesenta, el asado se había transformado, en Buenos Aires,
en la comida con que se debían celebrar las fiestas patrias...
aunque también fuera la comida de los albañiles que elevaban la
ciudad hacia los cielos con su esfuerzo cotidiano. El asado era un
regreso de las pampas a la ciudad, del hinterland a su puerto
metropolitano... su presencia daba sentido de permanencia a la tierra
que iba quedando oculta bajo el manto de cemento.
Más
allá, en La Argentina profunda, sin embargo, se cocinaban otros
caldos que venían a retaguardia del asado, buscando también una
consagración en la ciudad. En esta encrucijada, la cocina del
noroeste argentino fue adquiriendo una presencia en Buenos Aires como
ninguna otra cocina regional. En la segunda mitad del siglo XX,
formaba parte de una combinación de valores culturales que incluía
la literatura, la música popular, las artes plásticas y las
artesanías locales. Dos provincias fueron señeras en la difusión
de estos bienes culturales en la gran capital cosmopolita, Santiago
del Estero a partir de los años cincuenta y Salta a partir de los
sesenta.
Entraron
primero las empanadas algo diferentes de las que ya se consumían en
la metrópoli. Este aperitivo excelente para los asados familiares
que rivaliza con la picadita ítalo hispana (vermout y soda, salamín
y papas fritas), se expresó en una nueva forma: la empanada salteña.
Luego aparecieron el locro y la carbonada en la restauración
porteña. La ciudad, a principios de los setenta, tenía una
importante cantidad de restaurantes salteños o que vendían cocina
salteña, primero, y de negocios de ventas de empanadas, básicamente
salteñas y tucumanas, después. Tanto los restaurantes como los
locales con servicio de envío a domicilio de empandas empezaron a
ofrecer humitas en chala y tamales. No eran platos ignotos, sus
recetas estaban en libros clásicos de la cocina nacional, como por
ejemplo en el de doña Petrona, desde época muy temprana; pero
vieron la luz de la moda y se instalaron como señas de una cocina
regional auténtica que era asumida como argentina.
Lo
cierto es que hoy por hoy, el asado es una comida de frecuencia
semanal en muchas familias, pero el locro pasó a ocupar el lugar del
plato de la celebración de la Fiestas de Mayo y Julio.
Ese
es el escenario que esperaba encontrar; pero, como dije arriba, iba
por más... quería probar preparaciones con charqui y guarniciones
de mote, chuño o frangollo.
Pero
había otro lado en mi juicio previo que me resultaba algo sombrío.
La identidad de una cocina nacional o local se basa en tres pilares:
la tierra y la historia de los hombres que la habitan, el producto
que ambos nos ofrecen y las ideas gastronómicas que se han ido
desarrollando a lo largo de los años en la práctica culinaria (v.
g., una determinada combinación de condimentos, las técnicas de
cocción y las preparaciones de alimentos más utilizadas, las
bebidas que acompañan, etc.).
Casi
todos los actores en el desarrollo y la difusión de la cocina
nacional, estoy hablando de cocineros profesionales, están de
acuerdo en la valoración de la tierra y el producto argentinos. Pero
son timoratos a la hora de buscar la alta cocina en la práctica
cotidiana de los hombres y mujeres enraizados en ese terruño y
generadores de los productos por ellos valorados. Prefieren siempre
aplicar ideas gastronómicas foráneas para cocinarlos. Tal es el
caso del último libro de Dolli Irigoyen (un libro maravilloso e
indispensable en la biblioteca de cualquier amante de los fogones)(3)
o de los programas de televisión de Soledad Nardelli(4). Ambas
maestras nos traen los mejores productos de La Argentina, pero a mí
me dejan con las ganas de un poquito más.
Los
ejemplos prestigiosos de Gastón Acurio o Ferrán Adriá sólo
parecen servir para tomar las hojas del rábano por el rábano mismo.
Toman los resultados en lugar de tomar la inspiración. Dos
argumentos ensayan para expresar la imposibilidad de una cocina
nacional con ideas gastronómicas propia. Por un lado, la incapacidad
para vender (lo digo en el sentido amplio y no solo comercial, de
vender un libro y también de vender una idea) lo que se sale de
ciertos cánones consagrados y aceptados por el público consumidor.
Por el otro, la dificultad de competir con cocinas que se juzgan
milenarias, se suele poner el caso de la cocina peruana, con un
recetario que no es el resultado de un proceso homogéneo, sino de la
confluencia y mezcla bastante reciente, por cierto, de múltiples
influencias.
Veo
una dificultad en el emprendedor argentino, en general, con el primer
argumento (fuera de la oferta gastronómica, también). Se piensa que
sólo se puede vender lo consagrado. Esto es poner el acento en la
demanda de gustos consolidados en lugar de ponerlo en la oferta de la
novedad y de lo diferente. Esta actitud nos impide ver la importancia
de invertir en innovación y desarrollo, por un lado, y jugar el
papel de generadores de tendencias, por el otro. En algún momento, a
alguien se le ocurrió ofrecer cocina peruana en el mundo y generó
una tendencia. Casi todos nuestros emprendedores, y sobre todo los
que ocupan los lugares más expectantes, no son capaces de concebir
una idea semejante para nuestra cocina.
Detengámonos
un momento en analizar un paradigma interesante. Preguntémonos en
qué consiste la identidad de la cocina peruana que reconoce el
mundo. Es real que tiene una complejidad y enraizamiento en la
historia local que la cocina argentina parece no tener. Sin embargo,
hay un capítulo en esa tradición culinaria que algunos incluso
valoran con autonomía en relación con el conjunto que vale la pena
contemplar con algún detalle: la cocina nikei. Esta culinaria es
producto del mestizaje bastante reciente, por cierto, de la tradición
peruana con los aportes de un núcleo significativo de inmigrantes
japoneses. La nikei es una cocina tan auténticamente peruana como el
resto, sólo que se formó del mismo modo en que la cocina argentina
de la Región Pampeana, es decir, a partir de los intercambios en los
grandes puertos... ahora bien, la cocina nikei es menos compleja que
la cocina argentina, pero tiene una mayor confianza en sí misma para
llegar al refinamiento de la alta cocina y lo está logrando.
Para
concluir el razonamiento, repito dos cosas que le escuché decir a
Ferrán Adriá en una conferencia que dio en teatro Ópera de Buenos
Aires en 2011. Dijo que él, para alcanzar las cumbres creativas,
necesita de una base firme en la cocina cotidiana, necesita que esté
viva la cocina que se practica en los hogares (es bueno leer el libro
Colman Andrews para darse cuenta de lo auténticamente catalanas que
son las bases de la cocina de Ferrán Adriá(5)). Cuando alguien del
público le preguntó por dónde había que empezar en La Argentina
para llegar a las cumbres creativas; respondió que, por lo poco que
conocía de la cocina local, un buen punto de partida está en el
asado y las empanadas.
De
modo que llegué al Valle Calchaquí sabiendo que también allí
estaría en La Argentina y que muy probablemente encontraría una
restauración dedicada a repetir lo consagrado de la cocina criolla y
lo consagrado de las nuevas tendencias generadas en el foreland, con
la ventaja, claro está, de que esa consagración incluiría los
productos del camino hecho a mediados del siglo pasado.
Yo
quería una ampliación de lo consagrado, pero temía no encontrarla
en ningún lado. Con todo llevaba una pequeña esperanza, había
leído en un libro de Pietro Sorba una receta de Gonzalo Doxandabarat
que en el restaurante Osadía de la ciudad de Salta ofrecía un plato
de frangollo con charqui junto con otros como ceviche de trucha y
mollejas al torrontés(6).
II
El
arte de cocinar.
Busqué
que la realidad desmintiera mi prejuicio. Contaré en otro artículo
mis experiencias con la restauración y los productos locales (las
diferencias con la Patagonia fueron notables). También contaré
cuánta satisfacción encontraron mis expectativas... adelanto que me
fue algo mejor que en las librerías. Casi como en un ritual, dediqué
un tiempo a comprar libros en las grandes ciudades de nuestro
recorrido. Quiero terminar este artículo con mi experiencia en
ellas.
Entré
en La Feria del Libro, una gran librería en San Miguel de Tucumán.
Había visto en las vidrieras una importante colección de libros de
cocina entre los que pude reconocer algún recetario de Francis
Mallmann y de Yahusiro Ono. Alentado por esta observación, me
acerqué a un vendedor y pedí un diccionario bilingüe quechua
castellano y un recetario regional. Me dijo que para conseguir el
diccionario tenía que ir a Santiago del Estero y que el único
recetario regional que conocía era el que había editado la
Universidad Nacional de Tucumán, me dio las señas de cómo llegar a
un centro cultural dependiente de la Universidad donde podía
conseguirlo. En la librería universitaria, conseguí un libro
maravilloso cuya primera edición se remonta a más de noventa
años(7).
De
modo que la primera confrontación de mis expectativas y prejuicios
con la realidad resultó una contundente frustración que sólo salvó
una iniciativa de la Universidad Nacional. No me fue mucho mejor, por
cierto, en la ciudad de Salta. En la librería Rayuela, no conseguí
nada. En la librería La Feria del Libro (sí, homónima a la
tucumana), conseguí un diccionario quechua castellano editado, por
cierto, en San Salvador de Jujuy y un pequeño opúsculo de cocina
regional salteña (no alcanza a las 40 páginas)(8). También había
recetarios de Buenos Aires, pero del noroeste no había nada más...
Ni rastros de los recetarios de Topeto Díaz que quería conseguir.
Es
verdaderamente decepcionante que las grandes capitales de Noroeste
argentino, celebradas en tantas canciones y poemas, tuvieran los ojos
puestos en Buenos Aires y no en la propia tierra que encabezan.
(1)
2008, Piccolo, Eva, “Prólogo” en Álvarez, Marcelo (comp.), Las
cocinas andinas en el Plata,
Buenos Aires, La Crujía ediciones, pag. 9.
(2)
Uso la expresión prejuicio en sentido literal. Descreo de la idea de
la tabula rasa, siempre vamos a las cosas con una idea previa. Me
parece necesario rescatar la importancia y la validez del juicio
previo que, puesto en juego en una dialéctica de intercambio con lo
que se ve, puede darnos ideas más acabadas de la verdad de las
cosas.
(3)
2014, Irigoyen, Dolli, Producto
argentino,
Buenos Aires, Planeta.
(4)
Ver las recetas de sus programas “Sabores de mi tierra”, “Sabores
del litoral”, “Un viaje a Tierra del Fuego” y “Exploradora de
sabores” en
http://elgourmet.com/receta/avanzado/Titulo/programa/soledad-nardelli/ingrediente1/ingrediente2/sin-video/pagina-1,
leído el 12 de diciembre de 2014.
(5)
2011, Andrews, Colman, Ferrán Adriá: un viaje incesante por la
gastronomía, Londrés, Phaidon.
(6)
2012, Sorba, Pietro, Nueva
cocina argentina, 31 cocineros, 224 recetas,
Buenos Aires, Planeta, pag. 112 y ss.
(7)
1920(c), Congregación de Hijas de María y de Santa Filomena de
Tucumán, El
arte de cocinar,
San Miguel de Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2011, 6º
edición.
(8)
2009, Pozzi de Hinojosa, Luisa Angélica, Las
mejores recetas de la cocina regional salteña,
Salta, Editorial Hanne.
Mario querido: Me encantó y a la vez me entristeció la nota. Que el último material impreso de gastronomía norteña se haya publicado hace 90 años Sabrás que tengo una empresa de viajes Espacio Verde y estoy desde hace dos o tres años armando el circuito de Tucumán, Salta y Jujuy. Tengo algunos nombres que se especializan en gastronomía andina en Salta y Jujuy.¿Podríamos armar una salida de 4 ó de 6 por una semana a ese destino? Hace 10 años atrás, los operadores de Salta no te ofrecían el alojamiento en Tilcara o Humahuaca, porque decían que el sitio era inapropiado para el pernocte y te obligaban a realizar en un día una excursión a Jujuy de 15 horas de viaje. La seguimos el miércoles. Abrazo Pablo Lijtztain
ResponderEliminarGracias, Pablo, por tus comentarios.
EliminarLa idea me parece excelente, tendíamos que darle forma.