31 de octubre a 4 de noviembre de 2015
I Pont-Audemer y la fiesta familiar
Llegamos pasado el mediodía, tomamos unos sándwiches y ordenamos
nuestras cosas. Al atardecer nos vinieron a buscar y nos dirigimos a la casa de
mi cuñado Hugo que vive en medio del campo, en Saint Philbert sur Risle, a unos
20 km de nuestro alojamiento.
Las imágenes pertenecen al autor
Era
sábado y, por la noche, hubo una suerte de fiesta en casa de Hugo. El domingo
intentamos almorzar en el centro de Pont-Audemer, pero se nos hizo tarde y,
cuando quisimos acordar, todos los restaurantes estaban cerrados. Es que, si
bien se trata de una ciudad de 9000 habitantes, con actividad industrial, no
deja de tener vida aldeana… Allí un domingo, no deja de ser un domingo.
De modo que seguimos el patrón que nos habíamos fijado para
nuestro recorrido por Francia. Vida familiar y algunas excursiones. El sábado,
Hugo cocinó una lasaña portentosa; el domingo, preparé un risoto simple y
sabroso.
II El cementerio norteamericano en Omaha Beach
Esta fue nuestra tercera estadía en Normandía. Conservábamos una
deuda pendiente con la región, queríamos visitar el cementerio norteamericano
de las Segunda Guerra Mundial.
Pasaron 70 años del desembarco en Normandía (quizás la última gesta
libertaria de la gran potencia militar de América del Norte). Cuando la guerra concluyó,
el mundo se organizó bajo la promesa de un orden soportado sobre la paz entre
las naciones, la justicia social entre los pueblos y la democracia para los
ciudadanos del mundo. Pero, a esta altura del Siglo XXI, nos encontramos cada
vez más lejos de ese ideal… y, sin embargo, caminar por ese cementerio
sobrecoge el alma. Respirar ese sentimiento que ese lugar sagrado provoca con
imponente a la vez que austera severidad es una promesa de reconciliación con
aquel ideal y con la idea de “humanidad” que, aunque dure sólo los minutos que
por allí caminamos, vale la pena experimentar.
Se
llega al cementerio desde la ciudad de Saint Laurent sur Mer. Una rotonda nos
dirige hacia la derecha y nos permite seguir el camino de acceso al cementerio.
Pero, si en lugar de tomarlo, se sigue derecho, uno se topa con una costanera
que ofrece la vista de varios sitios de interés. Sobre esta costanera se
levantan edificios privados y públicos, algunos pertenecen a asociaciones
culturales. Muchas de ellos se encuentran empavesados con banderas francesas y
norteamericanas. Un monumento alegórico y algunos restos escasos de las
defensas alemanas completan el paisaje. De modo que resulta muy difícil
imaginarse cómo habría sido la playa en junio de 1944. Con todo, lo que se
percibe allí no es la evocación de la batalla, sino el agradecimiento francés a
los soldados americanos caídos en combate.
Después de andar mucho la vida, Juan B.
Alberdi logró convencerme y pienso que la guerra es un crimen. Pero me fui
conmovido de ese lugar que recuerda una batalla enorme, insensata quizás como
todas las batallas, sangrienta como pocas; pero que puede lucir la bandera de
ser la última librada por un ideal global digno de atención.
Nuestro viaje se ha tornado mucho más
apacible en Francia. Hay pocas cosas para contar. Pero también cargado de
sensaciones que no se pueden contar. La vida familiar es una experiencia
intransferible que cada uno vive con íntima intensidad. De modo que, de
Normandía nos llevamos al gusto amable de la mesa familiar.
III La cocina se Hugo y el recetario de Françoise
Mi cuñado Hugo Muslera cocina en su casa como lo hago yo en la
mía. Lo hace muy bien y, como he sugerido arriba, sentarse a su mesa es
disfrutar de su hogar donde la vida familiar fluye con agitado afecto y cordial
integración. Hace
más de 40 años que vive en Francia, de modo que su cocina debiera expresar su
vida en ese país. Sin embargo, no pierde la entonación argentina.
Una
noche preparó lasañas, un plato típico de la cocina italiana con fuerte arraigo
en nuestro país. Otra noche, hizo milanesas de pavo. Los argentinos nos hemos
apropiado de este plato de increíble procedencia; pero, además, hemos
desarrollado una pasión por esa idea gastronómica de apanar algo a la inglesa y
freírlo. Su cocina es ecléctica. En ella, los platos
de la infancia parecen reformularse en sofisticadas mezclas, todas ellas
oficiadas con buen gusto casero. Pero, acaso este eclecticismo y esa pasión por
las milanesas, ¿no son también signos de identidad argentina de lo que Hugo
lleva a la mesa?
Françoise, su esposa, cocina poco; pero complementa perfectamente
la cocina de su marido con buenas selecciones de quesos y la elaboración de
postres delicados.
La última noche que estuvimos preparó una Mousse de chocolate cuya
receta consultó en un cuaderno personal. Este recopilador se sumergió con
intensa pasión en las páginas de ese recetario, mientras Françoise contaba que
tenía registras allí recetas de su abuela. El cuaderno tenía recetas
manuscritas que exhibían distintas caligrafías. ¿Una obra colectiva de la
familia que ella heredó?
Cómo Françoise estaba cocinando, apenas si pude hojear el
cuaderno, pero me pareció que la mayoría de las recetas eran exóticas (v. g.,
recuerdo haber visto una de Chop suey de cerdo y otra de Carne a la mexicana).
Había, además, varias recetas tradicionales italianas. En el próximo viaje
quiero consultar ese recetario con mayor detenimiento. Es una verdadera joya.
IV Perigueux
Desde Normandía hasta Perpiñán, nuestra parada siguiente, hay más
de mil kilómetros. De modo que decidimos hacer una escala para descansar por la
noche. Elegimos la bella ciudad de Perigueux, famosa por ser el paraíso de las
trufas negras.
Era
sólo una noche y sólo queríamos descansar. A priori no nos pareció que el lugar
ameritara una estadía mayor. Así lo decidimos… y, sin embargo.
El
hotel de una conocida cadena de establecimientos de tres estrellas de precios
módicos está en el casco histórico, frente al río Isle. Este sector de la
ciudad conserva el trazado medieval. En la entrada del hotel que luce moderno,
hay un edificio antiguo (una especie de cuarto elevado que, imagino, funcionó
alguna vez como granero) que se ha conservado en medio de una plaza seca que
antecede al lobbie. Cansado de tanto luchar en mi mente, y en mis escritos, con
los engendros de la arquitectura posmoderna, no quise ni imaginarme que
construcciones valiosas fueron destruidas para levantar el hotel.
Salimos a dar una vuelta cuando anochecía. Hora inconveniente un
día martes en una ciudad de provincia, los negocios estaban cerrando y los
restaurantes aún no habían abierto. Una llovizna intermitente complicaba las
cosas. Aprovechamos que la iglesia estaba abierta y la visitamos. Impresiona su
planta bizantina y el delicado cuidado de las instalaciones.
El cansancio y las inclemencias del tiempo nos llevaron a cenar
temprano en el hotel, nos levantaríamos temprano al día siguiente para llega a
Perpiñán a una hora razonable.
Así lo hicimos, pero antes de partir, y viendo que la mañana
estaba soleada, decidimos hacer una pequeña caminata por el centro y repasar de
día lo que habíamos visto de noche. Nos pusimos un límite de 20 minutos, pero lo
que vi me llenó de impotencia… Frente a la iglesia se había instalado un
mercado enorme y nosotros sin tiempo para recorrerlo… y poder ver si las famosas
trufas…
¿Tendremos que volver a Perigueux?
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