En 2013, mi
amigo Rubén Flores me acercó una verdadera joya, un recetario manuscrito que
llevaba estampada una fecha que lo hacía provenir de 1891. Es una libreta que
se ha conservado en la familia desde hace muchísimos años. Por esto le di el
nombre de Recetario de la Familia Flores.
Todo parecía
claro y evidente, salvo por el hecho de que Rubén desconocía como había llegado
ese texto a la familia. Una simple cuestión aritmética me hizo pensar que bien
podía ser la compilación de recetas de su bisabuela a punto de casarse, pero no
había como comprobar la hipótesis que, a la postre, tuvimos que descartar.
Cuando
escribí mis artículos sobre el texto, experimenté otra dificultad adicional, pero
esta vez enteramente personal. Las recetas estaban redactadas de manera que
pareció confusa a mi entendimiento y la colección ponía en evidencia un cierto origen
ecléctico de ellas que no me pude explicar.
De modo que, en
ese momento, mis escritos aportaron muy poco al conocimiento de la cocina de la
época.
Una
circunstancia me hizo volver a él, la lectura del recetario publicado por Juana
Manuela Gorriti(1) que, afortunadamente, es estrictamente coetáneo al de la
Familia Flores. Era maravilloso comparar un recetario de la burguesía criolla
con el de una familia de inmigrantes.
Como es
esperable, la relectura me permitió encontrar más información que la que disponía
originalmente. Pude elaborar una hipótesis razonable sobre el eclecticismo,
pude encontrar la tecnología de que disponía el/la autor/a, pude entender la
escasa propensión a la didáctica que el texto exhibe.
Con una
visión más madura, decidí tomar el toro por las astas y volver a conversar con
Rubén acerca del origen del librito. Afortunadamente, estaba en Buenos Aires su
hermano, el Padre Daniel, que participó con entusiasmo de la búsqueda en los
recovecos de la memoria familiar…
…y, a partir
de allí, la necesidad de producir esta revisión se impuso en mi mente. Algunas
cosas seguirán oscuras, pero muchas van saliendo a la luz.
I Dudas sobre la identidad del autor/a
Mi hipótesis
original era que se trataba del cuaderno de recetas con que la bisabuela de
Rubén se preparaba para casarse y que había llegado a sus manos a través de las
mujeres de la familia. Agregaba a mi hipótesis que la presencia de una receta
de Filloas nos ponían frente a una mujer de origen gallego y que esta identidad
era confirmada por el profuso uso del pimentón… Aunque seguía desconcertado con
la inclusión de una receta identificable con la cocina académica francesa: Riñones a la “metre hotel”.
La primera
sorpresa que recibí en la charla con Rubén y Daniel, fue que la libreta no
pertenecía a su madre, sino a su padre, don Domingo Flores a quien tuve el
placer de conocer a principios de los años setenta del siglo pasado. Rubén y
Daniel, completando el relato, me informaron que la familia Flores era de
origen andaluz y que había tenido un periplo por nuestro país que ubicaba a la
abuela en la Provincia de San Luis y a su padre llegado a Buenos Aires después
de haber vivido en Rufino, provincia de Santa Fe. El hecho de que don Domingo
se casara con más edad que la habitual para la época, acercó la fecha de
escritura a la edad de la abuela de mis amigos.
Don Domingo
cocinaba, poco cuando lo conocí, pero lo hacía. Llegó de Rufino habiendo
practicado el oficio de panadero. Hasta que logró instalarse en Buenos Aires,
vivió en casa de un matrimonio mayor. Según el relato familiar, Domingo
perfeccionó su oficio con un curso y aprendió a cocinar con las enseñanzas que
este hombre le proporcionó. Tal vez había entre este matrimonio y los padres de
Domingo vínculos de colectividad o parentesco, incluyendo el padrinazgo entre
estos. Sin embargo, Daniel y Rubén desconocen cuál era ese vínculo. Luego de un
tiempo, Domingo Flores fue a vivir a una pensión con un hermano que también
vino de Rufino. En ese momento, esos aprendizajes fueron muy útiles para la
vida de dos hombres solteros.
De modo que
se abren dos hipótesis sobre la identidad del autor del recetario: una) fue escrito
por la abuela andaluza en San Luis o dos) compuesto por alguien en la familia
que prohijó a Domingo en Buenos Aires. Nada de lo que charlamos desmiente la
autenticidad del Recetario de la Familia Flores, haya tenido su origen en el
seno de la familia o no, ni la datación que se desprende del texto. Dos
cuestiones menores, fueron descartadas rápidamente: la caligrafía y las
direcciones estampadas en el texto (“Alsina 111” y “Tucumán 30”).
No somos
expertos en caligrafía, pero todo parece estar escrito por la misma persona,
aunque en algún pasaje pareciera acosada por cierto apuro. Por otra parte, el
hecho de que algunas recetas estuvieran escritas por otras personas, nada nos
dice acerca de la autenticidad y la datación. La libreta puede ser originaria
de 1891, aunque tenga agregados posteriores, como se pone en evidencia con una
hoja que seguramente se ha despegado y que intercalada por error en otra
posición, y por una receta escrita sobre la guarda que, además, está mejor
expuesta en el interior.
La duda de
Daniel se refiere a que la dirección de Alsina 111 no existe en Buenos Aires.
Es evidente para cualquiera que lea un mapa que la prolongación de Alsina a esa
altura, está ocupada por el Edificio Libertador; pero este edificio se levantó
45 años después de la fecha registrada en la libreta. Sin contar que esas
direcciones pueden no referirse a la ciudad de Buenos Aires.
En cuanto al
eclecticismo de la colección, es habitual que los recetarios personales
contengan múltiples influencias. Ocurre, por ejemplo, con mi colección de
recetas. Sólo incluyo, en ella, las recetas que he practicado por lo menos una
vez, aunque provengan de las más diversas búsquedas, hallazgos y
recomendaciones. Abajo vuelvo sobre el tema.
II Reconsideraciones sobre el estilo
En
mis primeras lecturas, detecté una serie de falencias en las recetas que puedo
clasificar en dos grupos: las que son explicables en este tipo de textos, un
recetario personal para consulta de su autor, y las disrupciones en los indicios
que iba relavando acerca de la identidad del autor.
Aunque
no me pareció en la primera lectura, es fácil entender por qué no se indican
las cantidades en los ingredientes y no se exponen con claridad las técnicas
utilizadas. La mayoría de las mujeres que cocinan aprendieron en el seno
familiar por lo que las técnicas se adquirían en la práctica y las cantidades
se estimaban intuitivamente. La inclusión de cantidades y especificaciones
técnicas vienen más de la mano de dos fenómenos que puedo calificar de tardíos.
Por
un lado, tenemos el deseo de muchas mujeres por incorporar novedades al acervo
adquirido (esto explica el éxito, por ejemplo, del Libro de doña Petrona(2)).
Por el otro, las necesidades de quienes han tenido que aprender, especialmente
hombres, por fuera de la maquinaria didáctica milenaria de abuelas a nietas
(esto explica la profusión de recetarios más modernos, de academias de cocina y
de programas de televisión que se han ido incrementando en el último siglo).
La
autora, o el autor, del Recetario de la Familia Flores, sólo necesitaba un
recordatorio de ingredientes y de algunas menciones sencillas de las técnicas a
utilizar. La expresión “cebolla preparada” que leemos en la receta de
Zapallitos rellenos, parece un claro ejemplo. Leyendo como trata las cebollas
para preparar rellenos con picadillo de carnes, podemos inferir a que se
refiere; pero como no hay referencias explícitas, también puede identificarse la
expresión con alguna jerga familiar que la autora conocía y no consideró
necesario aclarar en ese momento.
En
cuanto a la identidad del/la autor/a, hemos considerado poco probable su origen
gallego. Sin embargo, subsiste el misterio acerca de la presencia de la receta
de Filloas. No tengo una explicación clara para ello y es probable que deba
inscribirse en mi explicación acerca del contenido ecléctico de la colección. Con
todo, debo decir que habría que indagar en el contexto y buscar el origen de
los panqueques en La Argentina, preguntándose, por ejemplo, por qué se utiliza
esa denominación para referirse a las Creppes francesas y no al plato
norteamericano del que proviene ese nombre. En una búsqueda rápida, no encontré
esta preparación en recetarios de la época con los nombres que hoy usamos (los
ya mencionados “Panqueque” y “Creppes”). De modo que, su inclusión puede
explicarse por la influencias que el autor o la autora tuvo en la composición
de su recetario personal.
Otra
carencia importante que tuve en la primera lectura fue la de identificar la
tecnología de cocina de que disponía el/la autor/a. En la receta de Riñones a la metre hotel, se despeja la incógnita. Allí habla de una cocina económica.
Esto supone una cocina moderna frente a la que dispone de varias hornallas y un
horno… y, a veces, hasta de un recipiente con agua que se conserva siempre
caliente.
El
recetario tiene una composición bastante ecléctica. En algún sentido, todos los
recetarios personales lo son, el mío también, ya lo he dicho. La inclusión de
cada receta en la colección es un hecho enteramente individual que obedece a
búsquedas personales de quien la compone. De modo que eso no debe llamarnos la
atención.
A
lo que sí debemos prestar debida atención es que en las recetas de esta
colección se pueden detectar por lo menos dos influencias. Una de ellas es más
casera y da lugar a recetas más genéricas. La otra parece más académica.
Podemos darle ese nombre porque supone unas recetas que no podríamos encontrar
como tales en el acervo popular (como los ya varias veces mencionados Riñones a la metre hotel que usan manteca como materia grasa) y otras que tienen un
desarrollo técnico más explícito que sólo puede provenir de una capacitación
específica. Los cursos de cocina basados en el academicismo francés son una
tradición en La Argentina desde fines del siglo XVIII (como ejemplo, pondremos
a los que impartía Monsieur Ramón en Buenos Aires en la época pre-revolucionaria(3)).
Para
que se vea con claridad voy a poner el ejemplo de dos recetas de guiso. En una,
se rehogan las cebollas, se las condimenta, se agrega la carne, sin dejar que ésta
dore, se agrega el caldo y el arroz y se cocina todo junto (Guiso de arroz). En
la otra se dora la carne y se la reserva aparte, se hace una salsa con cebolla
rehogada a la que se agrega tomate, se condimenta y, finalmente, se repone la
carne, se agregan papas y caldo (Modo de hacer guiso de papas).
En
síntesis, podemos afirmar que no hay nada en el texto que impida afirmar la
hipótesis de que estamos frente a al recetario de una ama de casa y que fue
compuesto en la fecha apuntada en sus páginas. Es altamente probable que la
autora fuera una inmigrante de origen español, o perteneciera a una familia de
tales (la presencia del pimentón como condimento predominante en las
preparaciones saladas parece decisiva en este punto). También es evidente que
ha recogido las recetas sirviéndose de varias fuentes e influencias y que
disponía de una cocina económica o aspiraba a tenerla para realizar sus tareas
culinarias.
Algunos
misterios subsisten; pero, lo que tenemos es suficiente para tener una visión
de la cocina popular de inmigrantes establecidos e integrados a la sociedad
argentina a fines del siglo XIX, constituidos en una incipiente clase media de
trabajadores (el dato de que estemos frente a un manuscrito en una libreta de
tapas duras, no es menor en ese sentido).
Notas y bibliografía:
(1) 1890,
Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix Lajouane
Editor (Librairie Générale), 1890. Leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011.
(2) 1934,
Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona, Buenos Aires.
(3) 1998,
Ducrot, Víctor Ego, Los sabores de la patria, Buenos Aires, Grupo
Editorial Norma. 2008, 2° edición corregida y aumentada, pag. 56 y ss.
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