4 a 9 de noviembre de 2015
I Por el Pays de la Cassoulet
Finalmente, saliendo de Perigueux, tomamos la autopista hacia la
Occitania, pasaríamos cerca de Toulouse, su capital histórica; de Cahors, la
cuna de nuestro malbec, y de la ciudad amurallada de Carcassone o Carcasona, según
el idioma que elijamos.
Las imágenes pertenecen al autor
Las
autopistas, en Francia, tienen carteles de diseño homogéneo para indicar que
estamos en algún sitio de referencia histórica (son grandes, de color marrón y
llevan el nombre del sitio, un dibujo alusivo y un breve epígrafe). Poco antes
de llegar a Carcassone, vimos uno que tenía impreso un dibujo con un castillo y
una cazuela con algún potaje. La indicación decía: Castelnaudary y el epígrafe
Pays de Cassoulet.
Caramba,
me dije, ¡qué importante es este plato en esta región! Debería probarlo. Pero,
¿cómo? De Ille sur Tet hasta Catelnaudary debe haber como 180 km. ¿Vale la pena
ir y volver en el día por un plato de porotos? Tal vez, sí; pero se hay otra
opción, mejor…
II La cocina de Jean Louis y Antonin
Isabel,
mi cuñada, y Jean Louis, su marido, nos esperaban en la Cataluña francesa con
el afecto de siempre.
Jean
Louis cocina muy bien. Para recibirnos preparó un Potaje a la manera de
Auvernia. Es una especie de de puchero que lleva carnes (éste tenía jarrete de
cerdo, tocino y salchichas frescas) y verduras locales (en este caso, puerros,
zanahorias, papas, nabos y repollo blanco). Acompañó el plato con un vino local
del Roussillon que compra en Ille sur Tet a granel. Fue un disfrute
inigualable. Al impacto inicial, siguieron comidas oficiadas con maestría que
nunca decayeron en sabor y buen gusto.
En la
sobremesa, le comenté el cartel que había visto en la Autopista al pasar por
Catelnaudary. Me dijo que esa localidad y Toulouse se disputaban la paternidad
sobre la Cassoulet; pero que, en la vieja capital occitana, nos se hace con porotos,
sino con habas… la diferencia parece menor, pero no lo es, ¿verdad?
Jean Louis no fue el único que nos
deslumbró con su cocina en la Cataluña francesa. Antonin, su yerno, nos invitó
a un almuerzo de amigos de día domingo. Preparó una pata de cerdo allo spiedo
(sus ancestros sicilianos, felices) con un aparato casero diseñado y construido
con practicidad creativa.
III Las murallas Carcassone
Carcassone
es una ciudad medieval amurallada, en los límites del Pays de Occ, en la
Francia cercana a la Cataluña pirenaica. La primera impresión que nos causa es
su semejanza con la ciudad de Ávila en Castilla.
Pero,
a poco de andar, se perciben las notables diferencias (muy visibles, además,
por la forma y el estilo en que ambas ciudades han sido restauradas, y son
mantenidas, en el último siglo y medio). Ávila es luminosa… Carcassone,
sombría… Trataré de explicarme a partir de las impresiones que me provocaron
ambos sitios (sólo son impresiones recogidas por un viajero, claro está, y ese
es el único valor que tienen).
En
Ávila, la muralla es luminosa y protege claramente la ciudad de las amenazas
externas. En Carcassone, la piedra es más sombría y el recinto mayor tiene un
pequeño castillo interior con una visible barbacana construida para protegerlo
de las amenazas que provienen de la ciudad misma.
Es
verdad que ambos sitios fueron atravesados por las crueldades políticas de la
Edad Media intensa en lealtades y deslealtades, en persecuciones religiosas y
guerras civiles y nacionales.
Sin
embargo, Ávila fue siempre fiel a sus reyes y a sus convicciones religiosas que
andaban por el delicado filo que separa la ortodoxia de la herejía. En Ávila, Prisciliano
fue condenado a muerte por hereje, San Juan de la Cruz encarcelado y Santa
Teresa reconvenida en su permanente rebeldía (por eso emociona ver, en el museo
dedicado a la santa, el original del decreto de Paulo VI que la nombra Doctora
de la Iglesia ya muy avanzado el siglo XX). Pero, bueno es reconocerlo, ninguna
de esas amenazas y atrocidades provenían de los barrios de la ciudad.
Las
murallas de Carcassone están teñidas con la sangre de Cátharos y Albigenses que
en ella vivían.
La
diferencia no es poca. Con todo, Carcassone tiene un lado luminoso, volvió a la
vida a partir del siglo XIX. A mediados de ese siglo, el arquitecto
Eugène-Emmanuel Violet-le-Duc soñó con que podía reconstruir la ciudad medieval
que se encontraba en estado de abandono desde el siglo XVII.
Fue el amor romántico por la Edad media, encarnado
en Eugène, lo que provocó el milagro. Las piedras dormidas despertaron, los
salones llenos de telas de araña, de armadura oxidadas y de abandonados terciopelos
volvieron a la vida, dejando atrás el forzado exilio en los libro de cuentos (MEW
dixit).
Pero
esta nueva vida ya nada tenía que ver con terribles y sangrientas batalla,
estaba asociada a la practicidad positiva y a la desacralización moderna. Las calles
de Caracassone ya no son transitadas por caballeros temerosos de las rebeliones
heréticas, sino por una multitud de turistas que las admiran como objetos
vacíos, como una obra de arte que perdió su historia real.
Al fin de
cuentas, yo también me senté a comer en un restaurante que nada tiene que ver
con la terrible vitalidad que esas murallas que tenía ante mi vista, tuvieron
en su momento. Yo también contemplé, desde una ubicación cómoda y privilegiada,
esa maravilla del ingenio humano, pero no sentí la vida latir en esas piedras…
miré esas murallas como si estuviera viéndolas por televisión en mi casa.
Esto no
le quita mérito a la obra de Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc; pero enaltece la
clara vitalidad de Ávila en donde el misticismo, aún hoy, forma parte de la
vida cotidiana.
Un placer
inesperado nos deparaba aún la Carcassone. Ya lo he dicho, nos sentamos a la
mesa en la terraza del restaurante Sr Jean. A nuestras espaldas, estaba la
muralla exterior. Delante nuestro veíamos las del chatteau. La obra de Eugène
se nos mostraba en todo su esplendor.
¿Qué comer allí? Consultamos la carta. Haydée
pidió pato relleno con foie gras y yo una Cassoulet. No estábamos en
Castelnaudary; pero, al final de cuentas, tampoco estábamos tan lejos (sólo a
unos 35 km por las rutas departamentales). No puedo evaluar el grado de
ortodoxia del plato que trajeron a la mesa, sólo sé que estaba oficiado magistralmente.
IV Subiendo la cordillera…
hasta Andorra
Nuestra última excusión en la Cataluña
francesa consistió en planificar un raid de Ille sur Tet hasta Andorra y
volver. No teníamos otra vocación que andar camino. El paisaje es
extraordinario y la vista de la ciudad de Andorra la Vieja, increíble, ¿por
qué?, porque sus calles estaban atestadas de españoles y francesas no haciendo
otra cosa que comprar. Me recordó las buenas épocas de Ciudad del Este o
Uruguayana.
Una
caminata por el centro, un par de compras mínimas que hicimos porque nos
encargaron y unas copas de buen vino español, en un bar muy agradable de la
ciudad, fue todo lo que hicimos… valió la pena, aunque debo confesar una
derrota…
En
ese bar en que paramos para beber una copa de vino español pedimos una ración
de ibérico y pan con tomate preparado a la manera catalana. Nos trajeron un
plato enorme con lascas de jamón de Guijuelo. En dos días, saldríamos de
Francia hacia España, pero ese plato y esas copas hicieron que ya me sintiera
en la tierra de mis abuelos.
Trajeron
un gran plato con un pan que se veía apetitoso. El pan estaba muy bien, lo
trajeron tostado, rociado en aceite de oliva y bien untando en tomate. Pero,
ay, caramba, no se percibía el más mínimo resabio de ajo en él. Le di mi queja
al mozo y, con delicadeza, le dije que el pantumaca lleva ajo. Su respuesta fue
que no le ponen ajo en ese bar porque lo comen los niños y porque hay mucha
gente que rechaza el ajo.
Yo
que rechazo las modas en la cocina, sobre todo aquellas que se comunican
subliminarmente constituyendo tendencias tan incomprensibles como inverosímiles,
sentí una enorme frustración. Estaba casi en España, es más, casi en el corazón
de Calaluña, y me servían ese plato tradicional sin uno de sus componentes
esenciales… la desazón, la sensación de derrota fue mucha.
Digo
yo, cuando en un bar ofrecen pan con tomate, ¿no es mejor preguntar al
parroquiano, si lo prefiere con o sin ajo? De este modo, podrían cometer la
herejía con la complicidad del cliente, casi como un pecado venial.
Nos
fuimos del Pays Catalane con destino a España, pasaríamos los próximos 11 días
en Andalucía. Jean Louis vivió años en Jerez de la Frontera, allí lo conocen,
simplemente, como Juanito. Desde su conocimiento, nos dio una lista muy
completa con los mejores lugares para comer en Jerez de la Frontera, Sanlúcar
de Barrameda, Cádiz y Córdoba y nos recomendó que fuéramos a escuchar flamenco
en la Peña la Bulería en Jerez… Ese papel garabateado a la ligera fue nuestra
guía en la próxima etapa del viaje… un verdadero tesoro.
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