sábado, 9 de agosto de 2014

San Carlos de Bariloche

10, 11, 13 y 23 de octubre de 2013
Piñonero, de Moquehue
vengo al pueblo. 
¡Cuántas leguas 
pa llegar a Aluminé! 
Con mi carga que no es mucha 
y vale poco, 
piñonero de la tierra del pehuén.
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”) 
I Dos impresiones iniciales condicionaron nuestra estadía en la Ciudad Bariloche. La primera fue el estado de deterioro de la ruta que va desde el aeropuerto hasta el centro. La segunda, la degradación del paseo de la costanera. No hay veredas bien definidas, limpias y reparadas; la iluminación nocturna no existe en el tramo de las avenidas 12 de Octubre y Juan Manuel de Rosas. Más allá, ya en la avenida Exequiel Bustillo, cuando todavía no se ha abandonado el término urbano, no hay veredas y las banquinas no están claramente difinidas. El tránsito de peatones es, por allí, casi impracticable. Es como si San Carlos de Bariloche hubiera decidido vivir con la cara sucia.
Las imágenes son propiedad del autor
Apremia la necesidad de una intervención estatal directa e indirecta para que la ciudad tenga una costanera digna, puesta en valor, y un acceso que atraiga a quienes viajan hasta ella con la finalidad de descansar. Se necesitan un diseño urbano preciso  de esas áreas (ignoro si lo hay y no se aplica), obras públicas y ejercicio del poder de policía para que los frentistas tengan una actitud acorde con estas necesidades. Las ramblas de Montevideo o la reconversión de la costanera y de las áreas ferroviarias en Rosario son buenos ejemplos para seguir.
El detalle más desagradable lo tuve en la catedral. Conocí esa iglesia hace más de cuarenta años. En aquella oportunidad, estuvo cerrada durante todo el tiempo en que permanecí en la ciudad. Entonces, me pareció bellísima en el encanto del edificio de piedra y su fuerte evocación de la tradición gótica europea. En esta oportunidad encontré una gran cantidad de defectos. Las paredes exteriores se ven enmohecidas, descuidadas. Las puertas de madera abiertas muestran que para acceder al templo, hay que atravesar una puerta de blindex. La imagen que da esta combinación me pareció feísima. En el barrio, diríamos que es una berretada, que ni siquiera exhibe una presuntuosa fanfarronería de deconstrucción postmoderna. En el interior, se ve una combinación confusa y desprolija de estructuras de hormigón desnudas, paredes de ladrillo y paredes de piedra. Todo muy feo, y descuidado.      
Después, nos internamos en el Centro Cívico, caminamos por las calles Mitre y Moreno, nos dirigimos por la ruta, en auto, en dirección del Circuito Chico y la ciudad nos devuelve algo del glamour que supo tener y que su cara desmiente.
Conversamos sobre la ciudad con algunas personas. Una de las encargadas de la conserjería del hotel se lamenta del estado en que están tanto el acceso a la ciudad como la costanera. Para ella, la ciudad se sostiene como centro de interés turístico, y como lugar digno para vivir, por la belleza del paisaje natural y no por la amabilidad que exhibe el ambiente urbano. Atribuye la causa de esta situación, en parte, al gran crecimiento que tuvo en los últimos diez años. Sus palabras nos dejan la sensación de estar frente a una ciudad que ha crecido muy rápidamente en un desorden casi incontrolable.
También recogimos la opinión de la dueña de una zapatería. Nos cuenta que la catedral está sin terminar y que eso explica las fealdades en su interior (de las puertas de blindex no dice nada). Nos dice que no se hace nada sobre la costanera porque hay un debate acerca de qué hacer con ella. En tanto que unos proponen utilizarla para emprendimientos gastronómicos que le agreguen atractivo, otros defienden el paseo tal y como fue concebido hace más de setenta años, cuando Bariloche era una pequeña aldea. Esta charla completa la visión. Tal vez no es que la ciudad haya descuidado el tema, es que aún no ha decidido cómo resolverlo.    
II Es difícil evaluar la gastronomía de esta ciudad con tan pocos días de estadía. Hemos ido a comer a un par de cervecerías y a un restaurante de pastas y hemos probado el curanto que Víctor Goye ofrece en Colonia Suiza.
Por la avenida Juan Manuel de Rosas, a unas pocas cuadras del Centro Cívico, está el restaurante El Origen. Nos atrajo el cartel que anuncia que allí hay un patio cervecero, a la vez que una casa de té y un mate bar. La puerta de acceso se abre a una escalera que desciende a una planta. La vista es maravillosa. A partir del último peldaño se abre un salón casi cuadrado decorado con sencillez y buen gusto. Frente a la escalera hay una pared que ha sido reemplazada por un enorme ventanal que ofrece una vista majestuosa del lago Nahuel Huapí. Esto que vimos nos incitó a quedarnos con buena predisposición. Pero no sería lo único que nos invitó a volver, la atención y la oferta gastronómica resultó tan interesante como esa vista y aquel cartel... además de historias de vida por demás interesantes...
Fuimos en la tardecita del primer día y en la última noche de nuestro viaje.
Esa tardecita invitaba a tomar cervezas. Fue una verdadera iniciación a las cervezas artesanales de ese rincón de la Patagonia. Allí empezamos a descubrir que San Carlos de Bariloche tiene un gran desarrollo de este tipo de bebidas, luego veríamos que lo mismo ocurre, aunque en menor escala, en todas las localidades en donde estuvimos. Claro está que en todos esos lugares, además de la cerveza local, había cerveza de la marca El Bolsón.
En El Origen, probamos algunas de las cervezas que producen La Cruz y Berlina. La situación incitaba al picoteo y elegimos acompañar las bebidas con unos bocadillos de lentejas y unos anillos de cebolla cocidos en tempura de cerveza. Un detalle nos hizo ver que ese local tenía una excelente oferta gastronómica. Se trata de las salsas que, a la manera de los dips norteamericanos, acompañaban los platos. Por un lado, nos trajeron una crema criolla que consiste en una salsa criolla tradicional mezclada con queso untable. Por otro lado, la salsa El Origen compuesta por mostaza, mayonesa y miel en proporciones que el maestro de cocina se reserva.
El local es un emprendimiento de la familia Linardi. Los hermanos Lucas y Emilia están a cargo del servicio, mientras que su padre es el maestro de cocina. Me pareció muy original la crema criolla, pregunté por su procedencia... de algún lugar la habrá sacado el cocinero, dijo Emilia con humildad y como restando importancia a la creación de esa salsa. Sin embargo, y hasta que los hechos me desmientan, tengo para mí que esa salsa es un invento del equipo de cocina de El Origen.
La humildad de Emilia no se limitó a restarle importancia a la deliciosa crema criolla, nos recomendó que fuéramos a la que para ella es la mejor cervecería de Bariloche: Manush.
En nuestro segundo día, seguimos esa recomendación. No dejó de sorprendernos que, en el trayecto, unos cien metros antes de llegar, hay un local de Antares, la cervecería artesanal de Mar del Plata. Manush estaba atestada de parroquianos. Daba la impresión de contar con una profusa lista de habitués locales que bebían sus cervezas acompañándolas con pizzas y picadas y charla veraniega aunque todavía fuera primavera. Se veían las mesas, unas muy cerca de otras y las personas que las sobre ocupaban y se escuchaba un bullicio constante... el lugar no era demasiado apacible, por cierto. La oferta de cervezas era muy buena, pero la gastronomía muy pobre... lo dicho, pizzas y picadas (y en estas, sólo fiambre y queso).
La verdad, es que la pasamos mucho mejor en El Origen. Sobre todo a nuestra vuelta, cuando decidimos probar sus platos preparados en el disco de arado (Haydée una burgignone y yo un ojo de bife a la criolla).   
El otro lugar notable en donde comimos fue el restaurante de Víctor Goye en Colonia Suiza. Dedico un artículo a relatar la experiencia del curanto en hoyo que allí comimos. No sólo probamos un plato único, participamos de toda la ceremonia: el encendido del fuego, el retiro de brasas y leños ardientes, el montaje de los alimentos sobre el curanto caliente, el retiro de los alimentos cocidos, su servicio... Todo montado sobre el relato de una historia familiar. La familia Goye forma parte de un grupo de inmigrantes suizos que se instalaron en Chile y luego se dirigieron a La Argentina, donde finalmente echaron raíces. A principios del siglo XX, fundaron la Colonia Suiza. En el relato familiar, ellos mismos habrían traído el curanto desde Chile porque esta técnica de cocción que nos remonta al mesolítico, no era practicada al oriente de la Cordillera de Los Andes. La historia no es enteramente cierta en términos fácticos, pero encierra símbolos veraces.          
III Todo se nos manifiesta como historias de vida en Bariloche. Cada negocio, cada familia se encuentran habitados por estas historias.
Esta es una ciudad de inmigrantes internos y externos. Rapa Nui es un negocio de chocolates que pertenece a integrantes de la familia Fenoglio. En sus vidrieras, se exhiben pancartas que relatan la vida y la trayectoria chocolatera de Aldo e Inés Fenoglio que llegaron a La Argentina en 1948. Se los muestra jóvenes, recién casados y proclamando un sueño de futuro, imposible de realizar en la Italia de la postguerra. Encontraron su lugar en el mundo en San Carlos de Bariloche que, por entonces, era una pequeña aldea enclavada en un paisaje extremadamente parecido al Piamonte de donde los Fenoglio habían partido. Se cuenta que este nuevo negocio está a cargo de nietos del matrimonio; pero no se cuenta por qué la familia vendió su marca.
Historias, historias y más historias, la familia Fenoglio, la familia Goye, la familia Linardi. No estoy en condiciones de elaborar una teoría acerca de la necesidad que parecen tener los patagónicos para asociar sus actividades a una historia familiar única y relevante. Pero, tal vez será porque, además de migrantes, estas familias son las pioneras... son las primeras que se asentaron en una tierra sin historia.
De todos los relatos recogidos, elijo contar uno, la de la familia Linardi. ¿Por qué? Porque no se trata de una familia ilustre de esta ciudad. Porque cuando muchos apostaron al desaliento, esta familia salió adelante rescatando el espíritu de los pioneros, de los inmigrantes que les dieron origen en La Argentina y porque, a pesar de que Bariloche ya no es un lugar sin historia, ellos viven a la manera de los pioneros cuando la poblaron en medio de la nada, si se me permite el lugar común.   
Mientras disfrutamos de las cervezas locales, pregunto por qué el restaurante se llama El Origen. En respuesta, primero Emilia Linardi y después Lucas, su hermano, la relacionan con la historia de la familia. En el origen, la familia Linardi fue migrando en busca de mejores condiciones de vida. El bisabuelo de los chicos llegó de Italia e instaló el primer local de Kodak en La Argentina. Fue en la ciudad de Lanús, en la Provincia de Buenos Aires. Los padres, a su vez, vivieron muchos años en el Alto Valle del Río Negro, donde nació Lucas, y terminaron afincándose en San Carlos de Bariloche, donde nació Emilia, la única “nyc” de la familia (nacida y criada en Bariloche). Los vemos ahora encarando este proyecto gastronómico en familia y vemos que en cada gesto asumen toda esta historia.
El escudo de la familia preside el local y exhibe una diseño curioso: en el centro vemos un castillo sobre el que se dispone una corona; pero el edificio no está sólo, se encuentra sostenido por leones rampantes que se ubican a ambos lados. La imagen me evoca instantáneamente el vínculo entre León y Castilla, aunque el apellido sea italiano. Lucas me dice que, hasta donde él sabe, o sospecha, la familia es de origen español. Ensayo que Linardi debió ser, en algún momento, Linares, Lucas asiente y yo me quedo perplejo... ¿Es que acaso esta familia no abandonará nunca la trashumancia?
Cuando nos fuimos del restaurante la última noche de nuestro viaje, me llevé un calorcito espiritual, ya en lo material, en la calle, hacía mucho frío para la época del año... Siento haber vivido unos días maravillosos, percibo que Haydée siente lo mismo... haber conocido gente muy valiosa como Lucas y Emilia y como otros que iré nombrando en estas notas contribuye en buena medida a esa maravilla. Es que la gente de trabajo es la única gente que valoro... me fui a dormir casi soñando los versos de Antonio Machado... y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan cuando pueden... Nunca, si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan... Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan... Estas experiencias hacen que la vida valga la pena.


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