Los
textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Viaje a caballo por las provincias
argentinas que William Mac Cann publicó en Londres en 1853. La primera
edición en castellano es de 1939, traducida y prologada por José Luis Busaniche.
(1)
El autor era un comerciante británico que vivió en
Buenos Aires entre 1842 y 1845. De regreso a su país, publicó un folleto que le
dio crédito como conocedor de la vida y costumbre en el Río de la Plata. A partir
de un proyecto traer colonos británicos a La Argentina, se le encomendó la
tarea de que realizara un viaje exploratorio para obtener información
indispensable para evitar el fracaso del proyecto. Realizó el viaje en 1847.
Los fragmentos que se transcriben a continuación relatan
el momento en que Mac Cann y sus compañeros llegan a una estancia, en el camino
de Dolores a Tandil, en la que pueden pasar la noche gracias a la hospitalidad
de los dueños. Describe la cocina como edificio separado de la casa principal,
tal y como Rosas recomendara a los estancieros. La descripción de la cena es
muy interesante. Se compone de cordero al asador que es condimentado con
salmuera y acompañado con zapallo al rescoldo.
Descripción
de la cocina de una estancia
“En las primeras horas de la tarde divisamos, a
lo lejos y en lo alto de una loma, una casa de buena apariencia y decidimos
llegarnos allí para pasar la noche.
”Habitaban la casa un hombre soltero y su
hermana, que eran los propietarios de la estancia. Como de costumbre, nos invitaron
a pasar, ofreciéndonos todo cuanto necesitábamos. La estancia comprendía una
legua cuadrada y tenía ganado en abundancia. Como ya nos hallábamos lejos del
lugar donde habíamos comprado los caballos, pensamos que podríamos, sin
peligro, dejarlos sueltos, y así lo hicimos, pero atamos uno de ellos a soga
larga, cerca de la casa. El dueño nos pidió que lleváramos lo recados y otros
pertrechos a la cocina; era un rancho abierto en sus dos extremos de manera que
el viento corría libremente por su interior. En la mitad del piso había un
espacio cuadrado, como de cuatro pies, formado con huesos de patas de oveja
hundidos en el suelo y que sobresalían como tres o cuatro pulgadas. Allí ardía
un fuego que se alimentaba con leña, yuyos secos, huesos y grasa. A lo largo de
la pared había unos postes bajos, como
de dos pies de altura, sobre los que descansaban estacas sujetas con guascas y
cubiertas por un gran cuero de buey. Este aparato nos sirvió de cama.” (2)
La
dieta de los indios
“Arreglamos nuestros bagajes y antes de
entrarse el sol, salí a dar un vuelta por los alrededores. Encontré hasta doce
perros muy grandes, todos pertenecientes a la casa y no fue poca mi sorpresa al
encontrarme también un indio que, según supe después, formaba parte de un grupo
llegado de las inmediaciones de Tapalquén para comprar yeguas destinadas al
consumo. La carne de ese animal es el alimento preferido de los salvajes y
pueden comprarla muy barata, sobre todo tratándose de yeguas viejas, porque los
nativos no se sirven de ellas para montar y el gobierno exige una licencia
especial para matarlas. Los indios traen sal, que recogen en las salinas, y
también ponchos, riendas y otras manufacturas con que trafican. Cambian de
ordinario un saco de sal de treinta libras, por una yegua; por un poncho suelen
obtener hasta quince o veinte de esos animales. Estos indios habían hecho ya su
negocio y se apresuraban a volver a sus toldos con unas doscientas cincuenta
yeguas de toda clase.” (3)
Asado
de cordero y zapallo al rescoldo
“Después de hacer un paseo a pie, que es el
mejor descanso cuando se ha viajado mucho a caballo, volví a la cocina; la
dueña de casa se ocupaba de preparar la cena. En el fogón había dos asadores
inclinados sobre el fuego con sendos costillares de oveja. Uno a uno iban
entrando los huéspedes y las personas de la casa; nosotros nos sentamos cerca
del fuego sobre unos trozos de madera para observar cómo preparaban la comida.
La mujer cortó en dos partes un zapallo muy grande colocando las mitades boca
abajo sobre la ceniza; después llenó cada mitad con ceniza caliente, asándolas
con mucha precaución. Por último limpió de cenizas el zapallo con una cuchara
de metal y clavó los dos asadores en el piso, en ángulos opuestos del fogón, de
manera que cuatro personas de las que allí estábamos podíamos comer cómodamente
de un asador. Pusieron un poco de agua con sal en un asta de buey, y rociaron
la carne. Una vela, colocada en una botella, alumbraba el festín. Cuando todo
estuvo listo, sacamos los cuchillos y atacamos el asado y el zapallo con mucho
apetito. Los indios que estaban en sus toldos, muy cerca de ahí, despacharían
sin duda a esa misma hora uno de sus potros. Después de comer tomamos mate,
bebida tan necesaria a esta gente como el té a los ingleses. En seguida, los dueños
de casa, dándonos las buenas noches, se retiraron a dormir. Los peones se
fueron bajo una ramada, al extremo de la casa principal. Nosotros viéndonos
dueños del refectorio, sala de banquetes o cocina, como quiera llamársele,
pensamos también en descansar. /…/.” (4)
Notas
y Bibliografía:
(1)
1853, Mac Cann, William, Viaje a caballo
por las provincias argentinas, traducido y prologado por José Luis
Busaniche (1939), Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.
(2)
Ídem, pp. 65-66.
(3)
Ídem, pag. 66.
(4)
Ídem, pp. 66-67.
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