José Fernández
Erro
A la mesa se
sienta la Argentina de los hombres que labran el centro más humilde de su
dolorida historia.
Trae su pan de
trigo nuevo cocho en el horno de barro por la abuela pobre de cenicienta trenza
y vestido con florcitas silvestres casi.
Y su vino trae en
el que avenan los rumorosos ríos cordilleranos redondeados ya uvas sus cantos
rodados que mineralmente navegan en guitarras.
Cantan cantos
rodados en cacán-huarpe-guaraní-mapudungún-español esos vinos.
La mesa tiene un
mantel de gruesa lana merino con nieve y cielo australes tejido allá por puente
Colte en el telar que se olvidó el Tero Guzmán cuando partió lejos.
Hay unos vasos
de vidrio como lentes para miopes y unos cuchillos como arbolitos encabados en
varetos que perdieron los ciervos huidizos del Veintiuno monte cerrado adentro más
allá de Toay.
La Argentina
pone la mesa de sus hijos.
Y a la mesa pone
lo que sus hijos han ido cosechando siglo a siglo anónimamente casi sin saberlo
salvo en las fiestas de patio de tierra y zamba bailada.
Así las
empanadas que si salteñas son como una luna cuando crece del arenoso silencio
de Angastaco acunada por el viento
O el locro
pulsudo de Ignacio en un bar de la calle España de aquella ciudad que todavía
era un pueblo a los pies verdes del San Bernardo
Pies tan verdes
como la cebolla de verdeo con la que el hombre coronaba su espesa sopa.
También dice lo
suyo con palabra embravecida por locotos contrabandeados de la Bolivia
hermanísima el picante de gallina que es como un cerro de azufre en el plato
purmamarqueño de barro de siete colores.
No se puede
comer un país en una sola cena pero se pueden seguir los pasos sucesivos de su
geografía en anuncios salidos de la tierra como una cabeza guateada o un
curanto.
Se lo puede
embutir muy criollo de tan gringo en los salames de Caroya si se viene de la
Villa de María con poeta al hombro como un poncho.
O llamarlo pacú
para pescarlo en el agua paranasera donde se alimenta de los frutos silvestres
de la orilla que tiene chamamés por olas.
Otrosí digo es
lo que la Argentina trae de Cuyo dulce y alegre como un cogollo que hace
brillar los ojos negros de la dueña de casa bajo el parrón agujereado por los
puñalitos del sol en los mediodías.
Son las manos de
esa dueña las que aliñan las aceitunas sajadas o confitan las mínimas cebollas
Y también nacen
de sus manos como palomas los aromas durazneros de la carbonada que apacigua
las fatigas de la vendimia después de que las cortadas melescas han ido
anticipando el patero de la casa.
El dueño de esa casa
no siendo menos hacha un inverosímil jamón cuyas astillas rojas caen sobre la
tabla como si de quebracho o de atardeceres en Uspallata.
El mar es otro
nombre de la mesa cuando el viento malvinero arrima nostalgioso las corvinas que
rubias y negras son una suma de razas o los camarones que de lo gris florecen
en rosáceas auroras de odiseas navegantes.
Alguien entretanto
aprende los nombres y colores del sotobosque lacustre para cocer sus dulces de
damasca sensual como la piel de una alemana aquerenciada o de grosella sangrante
como tierras que esperan redenciones.
En esas montañas
los mapuches de Lonco Luan asan piñones cuando en otoños de oro el arisco
pehuén es azotado y suelta su tesoro como un granizo frutecido.
Entre el
atardecer cuyano y el alba patagónica está la noche sin horizonte de la llanura
galopada por caballos que se pierden en el olvido de Don Segundo resero de
nuestra memoria a mate dulce.
Allí la
Argentina enciende sus quetrales y en sanlorenceñas parrillas prefigura sus
asados acariciados tiernamente por las brasas
O en los discos
que antes hicieron surcos de arado va arrojando la plata palpitante de los
pejerreyes arrebatados a las lagunas que son como los ojos de la pampa con
pestañas de totoras y cortaderas
O clava la cruz
del sur en algún patio popular de Quilmes Oeste con un cordero colgado de ella
y asperjado por la salmuera bendita que aroma a albahaca y ajo.
Así sucede todo
esto cuando un país es una eternidad puesta a la mesa
Y la mesa
entonces es una rosa de los vientos que lleva y trae músicas profundas casi
antiguas
Para que la
Argentina reúna hermanos en estas celebraciones de pan preñado horneado y vino
encinto tinto.
Notas y referencias:
(1) Este poema recibió en tercer premio en el “Concurso
Barracas al Sur”, 2017.
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