jueves, 21 de septiembre de 2017

Un país a la mesa (1)

José Fernández Erro

A la mesa se sienta la Argentina de los hombres que labran el centro más humilde de su dolorida historia.
Trae su pan de trigo nuevo cocho en el horno de barro por la abuela pobre de cenicienta trenza y vestido con florcitas silvestres casi.
Y su vino trae en el que avenan los rumorosos ríos cordilleranos redondeados ya uvas sus cantos rodados que mineralmente navegan en guitarras.
Cantan cantos rodados en cacán-huarpe-guaraní-mapudungún-español esos vinos.


La mesa tiene un mantel de gruesa lana merino con nieve y cielo australes tejido allá por puente Colte en el telar que se olvidó el Tero Guzmán cuando partió lejos.
Hay unos vasos de vidrio como lentes para miopes y unos cuchillos como arbolitos encabados en varetos que perdieron los ciervos huidizos del Veintiuno monte cerrado adentro más allá de Toay.
La Argentina pone la mesa de sus hijos.
Y a la mesa pone lo que sus hijos han ido cosechando siglo a siglo anónimamente casi sin saberlo salvo en las fiestas de patio de tierra y zamba bailada.

Así las empanadas que si salteñas son como una luna cuando crece del arenoso silencio de Angastaco acunada por el viento
O el locro pulsudo de Ignacio en un bar de la calle España de aquella ciudad que todavía era un pueblo a los pies verdes del San Bernardo
Pies tan verdes como la cebolla de verdeo con la que el hombre coronaba su espesa sopa.
También dice lo suyo con palabra embravecida por locotos contrabandeados de la Bolivia hermanísima el picante de gallina que es como un cerro de azufre en el plato purmamarqueño de barro de siete colores.

No se puede comer un país en una sola cena pero se pueden seguir los pasos sucesivos de su geografía en anuncios salidos de la tierra como una cabeza guateada o un curanto.
Se lo puede embutir muy criollo de tan gringo en los salames de Caroya si se viene de la Villa de María con poeta al hombro como un poncho.
O llamarlo pacú para pescarlo en el agua paranasera donde se alimenta de los frutos silvestres de la orilla que tiene chamamés por olas.

Otrosí digo es lo que la Argentina trae de Cuyo dulce y alegre como un cogollo que hace brillar los ojos negros de la dueña de casa bajo el parrón agujereado por los puñalitos del sol en los mediodías.
Son las manos de esa dueña las que aliñan las aceitunas sajadas o confitan las mínimas cebollas
Y también nacen de sus manos como palomas los aromas durazneros de la carbonada que apacigua las fatigas de la vendimia después de que las cortadas melescas han ido anticipando el patero de la casa.
El dueño de esa casa no siendo menos hacha un inverosímil jamón cuyas astillas rojas caen sobre la tabla como si de quebracho o de atardeceres en Uspallata.

El mar es otro nombre de la mesa cuando el viento malvinero arrima nostalgioso las corvinas que rubias y negras son una suma de razas o los camarones que de lo gris florecen en rosáceas auroras de odiseas navegantes.
Alguien entretanto aprende los nombres y colores del sotobosque lacustre para cocer sus dulces de damasca sensual como la piel de una alemana aquerenciada o de grosella sangrante como tierras que esperan redenciones.
En esas montañas los mapuches de Lonco Luan asan piñones cuando en otoños de oro el arisco pehuén es azotado y suelta su tesoro como un granizo frutecido.

Entre el atardecer cuyano y el alba patagónica está la noche sin horizonte de la llanura galopada por caballos que se pierden en el olvido de Don Segundo resero de nuestra memoria a mate dulce.
Allí la Argentina enciende sus quetrales y en sanlorenceñas parrillas prefigura sus asados acariciados tiernamente por las brasas
O en los discos que antes hicieron surcos de arado va arrojando la plata palpitante de los pejerreyes arrebatados a las lagunas que son como los ojos de la pampa con pestañas de totoras y cortaderas 
O clava la cruz del sur en algún patio popular de Quilmes Oeste con un cordero colgado de ella y asperjado por la salmuera bendita que aroma a albahaca y ajo.     
Así sucede todo esto cuando un país es una eternidad puesta a la mesa
Y la mesa entonces es una rosa de los vientos que lleva y trae músicas profundas casi antiguas
Para que la Argentina reúna hermanos en estas celebraciones de pan preñado horneado y vino encinto tinto.


Notas y referencias:

(1) Este poema recibió en tercer premio en el “Concurso Barracas al Sur”, 2017.

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