“Cuando crucé primero las Pampas iba con un
carruaje, y aunque estaba acostumbrado a cabalgar toda mi vida, no podía seguir
a los peones, y después de galopar cinco o seis horas me veía obligado a entrar
al carruaje; pero después de andar montado tres o cuatro meses, y alimentándome
de carne y agua, me encontré en un estado que solo puedo describir diciendo que
sentía que ningún esfuerzo me mataría.” (Head, 1826(1))
Es
notable como se ha ido formando el gusto argentino en torno del punto en que debe
comerse las carnes asadas. La contradicción entre el gusto socialmente
constituido actual y punto deseado por la ortodoxia gastronómica parece
hacernos dueños de una originalidad que seguramente tiene sus amarras en el
pasado. Bastaría, entonces, con leer los textos de los cronistas para
asegurarnos que hasta los gauchos comían la carne extremadamente cocida. Hice
ese recorrido, pero el hallazgo fue sorprendente. El gusto social parece
haberse constituido tardíamente, lo mismo que el uso de la parrilla en el
utillaje de los asadores criollo.
I Crónicas
del pasado colonial y de los primeros años de la independencia
Los padres
Gaetano Cattaneo y Angelino Gervasoni, ambos militantes de la Compañía de
Jesús, dejaron testimonios sobre lo que vieron en la tierra de su misión
datados en 1729.
El
Primero, en su relato sobre el viaje que lo condujo las misiones guaraníticas a
través del Río Uruguay, no deja de manifestar su asombro por la voracidad de
los indios que conducían las balsas en que era transportado. Veamos como
describe el asado que los indios comieron:
“En seguida encienden en la playa una fogata y con palos se hace
cada uno un asador, en que ensartan tres o cuatro pedazos de carne, que, aunque
está humeando todavía, para ellos está bastante tierna. En seguida clavan los
asadores en tierra alrededor del fuego, inclinados hacia la llama y ellos se
sientan en rueda sobre el suelo. En menos de un cuarto de hora, cuando la carne
apenas está tostada, se la devoran por dura que esté y por más que eche sangre
por todas partes.” (2)
El fragmento nos
da tres indicaciones que veremos repetirse hasta casi fines del siglo XIX.
Estas son: el uso del asador (lo que hoy solemos llamar cruz y, en otras
latitudes de la hispanidad, espetón) improvisado con ramas, la carne comida
inmediatamente después de muerta y la ingesta de un asado tostado por fuera y
muy jugoso por dentro, casi crudo.
Por
su parte, el padre Angelino nos cuenta:
“/.../ Lo que me
asombraba y confundía era ver cómo se lo pasan estos indios o mestizos (es
decir hijos de españoles e indias) que casi todos son carreteros. /.../. ¿Y la
comida? Mataban por la tarde, sueltos los bueyes, uno o dos animales, lo que
bastase por la tarde y el día siguiente, y todavía caliente lo desollaban.
Tomaba cada uno la parte que le agradaba y, chorreando sangre, la ensartaban en
un palo que clavaban en el suelo, de modo que la carne tocase la llama que
estaba debajo, en el centro. Así volviéndola a un lado y otro, se la comían medio
churrascada. /.../ Su bebida habitual es
agua pura, y por delicia echan adentro cierta yerba. /.../”(3)
Este fragmento,
como puede verse es muy rico porque, además de reiterar los tópico del Padre
Gaetano, agrega otro. Da testimonio de la existencia de un tipo social de
mestizos integrados al sistema productivo como carreteros y el consumo del mate
cebado. Estos paisanos, los veremos en otros testimonios, son parte de un
colectivo social al que luego se le asignará el nombre de gauchos.
Claro
que la palabra “churrascada” puede llevarnos a confusión. Ahora bien, veamos
que significa en el diccionario de la lengua:
“churruscar.
”(Voz onomat., con infl. de chamuscar).
”1. tr. Asar o tostar demasiado algo, como
el pan, un guisado, etc. U. m. c. prnl.”(4)
Nada
dice la definición acerca de cómo queda el interior de una carne churrasqueada,
pero todo parece indicarnos que no demasiado cocida. Es lo que hasta hace algún
tiempo los argentinos habríamos denominado asado arrebatado o lo que alguna
receta tardía definiría, como veremos abajo, un auténtico churrasco.
Cincuenta
años después, Concolorcorvo definirá así a los gauchos (a los que en su obra
denomina gauderios):
“Éstos son unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos.
Mala camisa y peor vestido procuran encubrir con uno o dos ponchos, de que
hacen cama con los sudaderos del caballo, sirviéndoles de almohada la silla. Se
hacen de una guitarrita que aprenden a tocar muy mal y a cantar
desentonadamente varias coplas, que estropean, y muchas veces sacan de su
cabeza, que regularmente ruedan sobre amores. Se pasean a su albedrío por toda
la campaña y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a
su costa y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero cantando y
tocando. /.../”(5)
Esta
imagen del gauderio, indolente y disoluto, y la otra, la de los carreteros
semibárbaros, serán retomadas por Domingo Faustino Sarmiento en sus célebres Facundo,
Civilización y Barbarie y Recuerdos de Provincia. Pero no me
interesa aquí detenerme demasiado en la descripción del gaucho de Concolorcorvo,
sino dar cuenta de su existencia en la sociedad colonial y de su manera
particular de asar la carne. Porque es precisamente, desde la estatura mítica
del gaucho, de donde los argentinos hacemos descender con orgullo nuestra
asado. Veamos como testimonia Concolorcorvo el punto del asado y las
preferencias de los gauchos:
“Muchas veces se juntan de éstos, cuatro o cinco, y a veces más,
con pretexto de ir al campo a divertirse, no llevando más previsión para su
mantenimiento que el lazo, las bolas y un cuchillo. Se convienen un día para
comer la picana de una vaca o novillo; la enlazan, derriban y bien trincado de
pies y manos, le sacan, casi vivo, toda la rabadilla con el cuero, y haciéndole
unas picaduras por el lado de la carne la asan mal, y medio cruda se la comen,
sin más aderezo que un poco de sal, si la llevan por contingencia. Otras veces
matan sólo una vaca o novillo por comer el matambre, que es la carne que tiene
la res entre las costillas y el pellejo. Otras veces matan solamente por comer
una lengua que asan al rescoldo. Otras se les antojan caracuces, que son los
huesos que tiene tuétano, que revuelven con un palito, y se alimentan de
aquella admirable sustancia; /.../”(6)
Ignoro a qué
refiere el término “Picana” en la pluma de Concolorcorvo (¿será el cuarto
trasero?). Sin embargo, el texto contiene datos reveladores. Nuevamente se come
la carne del animal recién muerto y, nuevamente, casi cruda. Pero prestemos
atención a dos novedades del texto: los cortes preferidos (la lengua, el
matambre y los huesos con tuétano) y técnicas diferentes a la del asador, el
asado con cuero y la cocción al rescoldo.
Los soldados ingleses que participaron de las invasiones
sobre Buenos Aires en 1806 y 1807, también dieron testimonio del asado criollo.
Sus opiniones resultan doblemente interesantes porque expresan el gusto argentino
socialmente constituido y la predilección por las carnes asadas que han
manifestado los hijos de Albión en los testimonios que dejaron a lo largo de
muchos años.
El siguiente fragmento,
pertenece al diario personal de un
soldado ingles del Regimiento N° 71 de Glasgow que invadió Buenos Aires
en 1806(7):
“/.../ son de corta
estatura (se refiere a los habitantes de Montevideo), fornidos y de fuertes
coyunturas. Son valerosos, pero indolentes hasta el exceso. Los he visto
galopar aquí y allá sobre sus caballos, casi en cueros, con espuelas de plata
en sus desnudos talones y si acaso una raída manta sobre sus espaldas. No
tienen miedo al dolor; los he visto con heridas horribles de mirar, aun cuando
nunca parecían preocuparse por ellas. En lo que respecta a su indolencia,
/.../. Prefieren la carne a cualquier otro alimento y la comen casi cruda y en
cantidades que un europeo creería imposible.”(8)
El capitán Alexander Gillespie
intervino también en la invasión inglesa de 1806. Fue tomado prisionero e
internado hacia Córdoba. Escapó de su reclusión y se dirigió a la Banda
Oriental, llegando en los momentos en que se producía en Buenos Aires la
capitulación británica en julio de 1807. En 1818, escribió un libro en el que
relata su experiencia en La Argentina. ¿Qué nos dice sobre el asado de los
gauchos? Veamos:
“/.../
La tarde del 13 de octubre las acompañamos a caballo (a las carretas) e hicimos
alto en un campo ilimitado de trébol durante la noche. Pronto se encendieron
fogones por los carreros, se carneó algún ganado de una pequeña tropa que se
nos había unido y se preparó la cena. Nuestros domésticos rondaban las
osamentas con ojos de buitres, prontos a lanzarse a los primeros pedazos
favoritos, que eran traídos al asador temblando en todos sus tendones. Nuestro
refrigerio esa noche se compuso de algunas tajadas delgadas que, ensartadas en
un palito con punta en ambos extremos, se clavaba en el suelo y ocasionalmente
se invertían las puntas, hasta que la carne se asaba, o, más propiamente, se
quemaba. /.../.”(9)
Creo que ya tenemos una idea de cómo era el gusto
socialmente constituido de los gauchos
por el asado jugoso, casi crudo, por dentro, a veces quemado por fuera. Gillespie,
también da testimonio de la técnica del asado con cuero y de los asadores
improvisados que estaban en las preferencias de estos paisanos argentinos.
Completemos este recorrido con el
testimonio de Un Inglés (así firmó su libro) que vivió en Buenos Aires entre
1820 y 1825. Sus observaciones no hacen más que confirmar lo dicho en relación
con el gusto de los gauchos. En contraste con esta visión agrega una crítica a
cómo se comía la carne en la Ciudad de Buenos Aires. Veamos:
“La carne de vaca es buena, pero inferior a la nuestra, y la
manera de prepararla le confiere un sabor semejante al del carbón y leña,
bastante insípido por cierto. No les pasa por las mientes que pueda usarse un
espetón. Mr. Booth, un inglés dueño de un almacén, es celebrado por los
almuerzos al estilo inglés.
”La carne no se conserva en buen estado durante el verano y las
reses deben ser carneadas el mismo día en que se consumen; en invierno se
carnean la noche anterior. En Inglaterra se dejan pasar dos o tres días para
que la carne se vuelva más tierna; aquí se emplea le procedimiento contrario (según
me dicen) pues como no he sido dueño de casa no tengo experiencia en estas
cosas.
”/.../.
”El “beef-steak es un plato tan inglés que conserva su nombre
original en todos los idiomas. Se puede encargar en los cafés pero, como el
“biftec” francés, no vale gran cosa.
”Los gauchos de la campaña se alimentan de carne: el pan es para
ellos un lujo. Como no tienen hornos se ven obligados a asar la carne en
estacas clavadas en el suelo. Me agradaría que hiciesen lo mismo en Buenos
Aires: comería yo la carne entonces con más apetito. El verdadero “roast-beef”
es el que aderezan los gauchos.
”La carne con cuero y el matambre son apreciados aquí por muchos
(entre los cuales no me cuento).
”Me gustarían las salsas si no fuera por el
horrendo ajo con que son aderezadas.”(10)
Hay más testimonios
sobre el tema, pero creo que con lo expuesto es suficiente. ¿Hasta cuándo duró
este gusto por la carne jugosa casi cruda?
II La
receta del churrasco
Los testimonios
siguen, repitiendo los mismos tópicos. Head, el autor del epígrafe de este
artículo, afirma en 1826 que los gauchos cuentan de asadores y que, en días de
invierno, los llevaban al interior de sus ranchos(11). Lucio Mansilla, en 1867,
da testimonio de otras técnicas, como del uso de rescoldos de leña para asar
choclos que los indios ranqueles comían como guarnición de la carne asada(12). Georges
Clemenceau insistía, en 1910, que hubiese querido “ensalzar sin restricciones el puchero y el
asado, de los que ya he hablado anteriormente. Pero no podré hacerlo hasta que
el argentino haya perdido la costumbre de entregar la carne al cocinero
inmediatamente después de muerta, lo que exige un poder de masticación superior
al que la debilidad europea puede facilitar”(13).
Pero
hay un testimonio que no puede dejarnos ninguna duda acerca del punto en que
los gauchos comían la carne asada, tópico central de estas reflexiones. En
1891, la escritora salteña Juana Manuela Gorriti publicó su célebre Cocina
Ecléctica, se trata de una recopilación de recetas que solicitó a sus
amigas, familiares y conocidas de toda la América del Sur. Una de ellas,
Mercedes Torino de Pardo, de Buenos Aires, le envía la receta de churrascos. Vale
la pena detenerse unos minutos y leerla:
“Más de una vez he sonreído, oyendo dar este nombre a retazos de
carne a medio asar en la plancha o en la parrilla, y servidos sangrientos,
horripilantes.
”El verdadero churrasco, bocado exquisito para el paladar,
nutritivo para los estómagos débiles y de calidades maravillosas para los niños
en dentición, helo aquí, cual hasta hoy lo saborean con fruición sus
inventores, los que poseen el secreto de la preparación de la carne: los
gauchos.
”Se le corta cuadrilongo y con tres centímetros de grosor, en el
solomo, o en el anca de buey o cordero. Se le limpia de pellejos, nervios y
grasas; se le lava en agua fría, se le enjuga con esmero, se le da un
ligerísimo sazonamiento de sal, se le golpea en la superficie con una mano de
almirez, y se le extiende sobre una cama de brasas vivas, bien sopladas.
”Al mismo tiempo de echar el churrasco al fuego, se hace al lado,
otra cama de brasas vivas, en las que, cuando comiencen a palidecer los bordes
del churrasco se le vuelve con presteza, y se le extiende del lado crudo,
apresurándose a quitar del otro, las brasas a él adheridas: pues basta el corto
tiempo de esta operación para que el churrasco esté a punto.
”Este asado se sirve sin salsas, la que la quitaría el apetitoso
sabor que le da el contacto inmediato del fuego.
”Los niños en lactancia gustan con delicia la succión del sabroso
jugo que con la lengua, los labios, y la presión de sus tiernos dientecitos,
arrancan al churrasco.”(14)
He hecho la
experiencia y estoy en condiciones de afirmar que asados de este modo, los
churrascos quedan sellados, muy cocidos por fuera y extremadamente jugosos, casi
crudos, por dentro.
III Algunos
registros del cambio
¿Cómo es,
entonces, que ese gusto por la carne churrasqueada se transformó en el de la
carne bien cocida?
Ensayaré
mis explicaciones en la segunda parte de estos escritos; pero ahora dejaré
testimonio de un registro que encontré en donde parecen las primeras
variaciones. Se trata de un relato que publicó Elías Carpena en 1982. Veamos el
texto, que luego haremos una lectura
crítica sobre él:
“El
cuidador les previno urgencia a los reseros:
”-Apuren,
vamos, que en la cocina los aguarda el plato de locro y unos churrascos a la
parrilla.
”El
cuidador de la casa vieja, le pidió al resero Florindo.
”-Hágame
el bien, resero, acérquese a lo de la china y vea si está necesitando algo; en
tanto yo aso los churrascos y los choclos, porque me asusta esto de venir el
perro de ella y pegar aquí los aullidos. Escuchen el aullar: ¿no parece un
cristiano echando clamores?
”Choclos
y churrascos se asaban de a poco. Enseguida estuvo de vuelta el resero con la
seguridad de que la china se encontraba feliz, envuelta en un manto de humo de
chamico para no ser atacada por los mosquitos. /.../.”
”Se hacía de noche. En tanto los reseros
y el cuidador cenaban unos churrascos y unos choclos asados. No había palabras,
pero discurría en tristes soliloquios.”(15)
Conocí
a Elías Carpena en 1973 en la Escuela Normal de Profesores Nº 2 “Mariano
Acosta”, era el bibliotecario. Luego, ya en el barrio de la ciudad que nos
hacía paisanos, supe algo más de él. Por ejemplo, supe de su compromiso con el
Museo Criollo de los Corrales y con la Junta de Estudios Históricos del Barrio
de Mataderos. Su larga vida (1897-1986), dedicada a la literatura, culminó con
su designación como académico de número de la Academia Argentina de Letras,
ocupando el sillón “Juan Cruz Varela”, al que luego accedería mi maestro Ángel
Mazei y, más recientemente, el gran estudioso Pedro Luis Barcia.
En 1972,
escribió Cuentos de reseros que logró publicar 10 años más tarde.
Sugiere, en el “Testimonio preliminar” de la obra, que los cuentos que
conforman el volumen se basan en relatos que los mismos reseros proferían en
momentos de descanso. Don Elías los habría recogido en sus andanzas juveniles
como cantor y guitarrero en la Casa Vieja (Batlle y Ordóñez y Escalada, donde
hoy se encuentra la Escuela de la Policía Federal) y en el bar Oviedo de
Avenida de los Corrales y Lisandro de la Torre. Las referencias temporales son
muy vagas; pero las circunstancias en que los reseros relataban sus cuentos,
los ubican entre los años 1910 y 1940.
Los textos
trascritos refieren a las circunstancias en que los reseros se dedicaban al
descanso en la Casa Vieja y eran alimentados por el cuidador (el negro Venancio
Palomeque). Lo que no he podido dilucidar es cuánto habrá influido en la
memoria del autor la experiencia personal acumulada a través de muchos años de
vida. Don Elías centra su atención sobre el recuerdo de las anécdotas referidas
cincuenta años atrás por aquellos esforzados trabajadores. En esos relatos, la
comida que preparaba Palomeque aparece como un dato de color, como un simple
adjetivo. De modo que no podemos afirmar la precisión de ese recuerdo.
Con
todo, me parece que esa carne cocida con morosidad sobre una parrilla es un
testimonio aceptable sobre los cambios operados obre la manera de hacer los
asados; tanto como la diferencia que hay, en materia de vínculo laboral, entre
los reseros de fines del siglo XIX y principios del XX y los gauderios que
viera, en Montevideo, Concolorcorvo a fines del XVIII. De modo que los cambios
parecen producirse entre el último tercio del siglo XIX y el primero del XX.
Una reflexión adicional permitiría conjeturarlo. Bien puede explicarse el
énfasis de Mercedes Torino por señalar la ortodoxia de la receta que publicará
Juana Manuela Gorriti, por el hecho de estar dando testimonio de una práctica
en franca retirada en la preferencia de los trabajadores rurales.
¿Son el gaucho
nómade que se ha transformado trabajador rural, el uso de la parrilla, la
mejora en la calidad de las carnes y la racionalidad de los cortes, algunas de las
variables que explican la transformación en el gusto socialmente constituido?
¿Qué lugar tuvo en este cambio la creación del Estado moderno a partir del
pensamiento de la Generación del Ochenta y la presencia de grandes contingentes
de inmigrantes europeos? Intentaré alguna explicación en la Segunda Parte de
estas notas.
Notas y Bibliografía:
(1)
1926, Head, F. B., Las Pampas y Los Andes, Buenos Aires, Hyspamérica,
1986, pag. 39.
(2)
1729, Cataneo, Cayetano, Cartas publicadas en Moratori, Luis Antonio, Chistianesimo
Felice, traducción al castellano por Estrada, José Manuel, por la Revista
de Buenos Aires, Año IV, N° 43, t. XI. En 1959, Busaniche, José Luis,
Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Buenos Aires, Hyspamérica,
pp. 67-71.
(3)
1729, Carta del Padre Gervasoni al señor Angelino Gervasoni, su hermano, en Revista
de Buenos Aires, Tomo X. En Busaniche, José Luis, Op. Cit., pp. 130.
(5) 1773, Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos caminantes desde
Buenos Aires hasta Lima, Editorial de la Junta de Historia y Numismática,
Buenos Aires, 1908, en 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado,
lecturas de historia argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, pp. 138-139.
(6)
Ídem.
(7) Hay alguna contradicción en el texto. Ubica los hechos en
Montevideo en diciembre de 1806. El relato está a cargo de un soldado que
participó de la toma de Montevideo en la retaguardia de las tropas británicas.
Sin embargo, la toma de esa ciudad por los ingleses ocurrió en febrero de 1807.
Precisamente, en ese momento, los integrantes del Regimiento 71 que habían
tomado Buenos Aires en 1806, se encontraban prisioneros. Busaniche transcribe
el texto, expone la cita; pero no aclara estos puntos. Especulo que los hechos
que relata son de 1807 y que el autor no perteneció al Regimiento 71 de
Glasgow. Con todo, estas inconsistencias no resultan significativas en la
materia que aquí se trata.
(8) s/d, Anónimo, “Diario de un soldado del Regimiento 71, de Glasgow”,
Traducción de Rubio Egusquiza, Carlos, en Revista de la Sociedad de Amigos
de la Arqueología. t. III, Montevideo, 1929 en 1959, Busaniche, José Luis, Estampas
del pasado, lecturas de historia argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, pp.
111.
(9) 1818, Gillespie,
Alexander, Buenos Aires y el interior, Hyspamérica, 1986, pp. 106, 122.
(10)
1825, Un Inglés, Cinco años en Buenos Aires, 1820-1825, Buenos
Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 93-94, 95.
(11) 1926, Head, F. B., Las Pampas y Los Andes, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1986, pp. 18-19.
(12) Mansilla; Lucio V.; Una Excursión a los Indios Ranqueles; cap. XXXV,
3° edición, Juan A. Alsina editor, Buenos
Aires, 1890, leído el 10 de setiembre de 2011 en Proyecto Biblioteca Digital
Argentina, http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/cronicas/ranqueles/ranqueles_35.html)
(13) 1986, Clemenceau, Georges, Notas de Viaje por América del Sur,
Buenos Aires, Hyspamérica, traducido por Miguel Ruiz, pag. 140.
(14) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos
Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890. leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011
(15) 1982,
Carpena, Elías, Cuentos de reseros, Buenos Aires, Plus Ultra pp. 39-40,
50, 115.
Muy interesante! Un placer leerte!
ResponderEliminarGracias, cocinaros, por tu comentario.
EliminarMario, como siempre muy interesante tu artículo. En la prov. de Santa Fé los gringos (italianos piamonteses) aman el asado y comen la carne muy cocida, casi seca.
ResponderEliminarOtra, Angel Mazei fue mi maestro; fue profesor mio 6 años, durante toda mi secundaria, lo recuerdo con un enorme afecto.
salu2
Gracias, como siempre, por los comentarios, Héctor.
Eliminar¿Mazei, profesor tuyo? ¿Dónde en el Nacional Urquiza o en la Escuela Normal de Profesores "Mariano Acosta"?
Gran maestro, el Dr. Ángel Mazei.
me emociona el lenguaje -tan conocido y querido -y sueño con hablar mi idioma ,pero vivo taaan lejos y hablando portugues.....mil gracias por hacerme conocer un poco de nuestra historia ,y del famozo churrasco , como buena argentina ,YO carnivora, vi mis abuelos hacer carne con cuero en un hueco enorme en el suelo, (que se llenaba de brasas vivas ,la noche toda , para al otro dia bien tempranito poner la vaquilla entera en su cuero que cosida con alambre parecia una bola , ,tenia que ser mucha (mi abuelo se candidataba para intendente), y la casona se llenaba de gentes, es un recuerdo que revivo para contartelo....gracias
ResponderEliminarGracias, María del Valle, por sus comentarios.
EliminarPor lo que puedo ver en su perfil, vive cerca de El Salvador de Bahía. Si viviera en el Brasil Gaucho, todo le sería más familiar (churrasco y chamarrita incluidos).
¿Dónde que su abuelo preparaba asado con cuero?