24 y 25 de octubre de 2014
“Renace con emoción
el recuerdo de mi adiós
nostalgias de mis ríos,
del valle mío, ceibos en
flor.
…
”Bajo tu cielo estaré,
Salta cuna de mi ser
como en aquellos tiempos,
cuando era chango, quiero volver
y sentir en el aire
aromas de albahacas pa'l
carnaval.”
(Tames, Burgos, Moreno, “Recuerdos
salteños”)
I Otra vez Salta.
El
camino a Salta prometía excitantes aventuras. Antes de viajar, la sola idea de
transitar la Cuesta del Obispo, daba un poco de temor, un temor único que
permaneció en mi espíritu aún después de haber trepado el Abra del Infiernillo.
Ocurre que las condiciones climáticas, en especial la frecuente presencia de
una nube a ras del suelo, en la bajada hacia el Valle de Lerma adquieren
ribetes legendarios en los relatos de los viajeros. Lo cierto fue que,
finalmente, atravesamos ese paisaje maravilloso en un día soleado. El disfrute
fue único, disipó este temor primitivo.
Las imágenes pertenecen al autor
Sobre
el final de la Cuesta del Obispo, ya nos creíamos en el Valle, cuando aún
debimos sortear la Quebrada de Escoipe. Un paisaje nuevo, un bosque subtropical
más parecido a la yunga que a la aridez vallista y un nuevo disfrute en un
camino verde que me trajo a la memoria los versos de Manuel J. Castilla.
Por
fin, llegamos al Valle de Lerma ya en horas del mediodía. Yo venía con una
obsesión. De manera que le propuse a Haydée, y ella consintió, que
abandonáramos la ruta y transitáramos los 3 kilómetros que nos iban a dejar en
la plaza de Chicoana.
Rápidamente
identificamos un restaurante y nos dispusimos a almorzar. Quería yo comer
tamales de chicoana en Chicoana... y lo conseguí. La moza me recomendó que además probara los
que estaban hechos con cabeza de vaca. Pedí uno y uno. El recomendado estaba
bueno, pero el de charqui era sublime... Único, como las empanadas de El Portal
en San Miguel de Tucumán y la humita en chala de Pepe en La Poma.
Le
dije a la moza que habíamos ido al pueblo sólo a comer esos tamales y que el
restaurante estaba muy lindo, muy bien puesto. En fin, un lugar agradable donde
comer bien... Me respondió con una sonrisa “Chicoana también es muy linda más
allá de sus tamales, por esos vale la pena venir.”
II La ciudad de Salta renace con emoción frente a nuestros ojos.
Llegamos
a la ciudad de Salta con las últimas imágenes de los bellos pueblos de la
provincia que nos ofreció la plaza verde y florida de Chicoana (realmente vale
la pena ir solo por ir).
Pero
ya estábamos en la ciudad de Salta. Ha sido algo
complicada nuestra estadía en ella. Bueno, en realidad estuvimos poco tiempo
para dedicarle porque debimos ocuparnos bastante tiempo al auto, teníamos
que dejarlo en condiciones para devolverlo. De todos modos, el tiempo nos
alcanzó para ver el enorme crecimiento que ha tenido el área metropolitana. Sin
ir más lejos, Cerrillos ya forma parte del Gran Salta.
También vimos cómo ha crecido el comercio en todos los niveles. Un
sistema de peatonales se despliega desde la Plaza 9 de Julio hacia el sur y
hacia el oeste llenas de locales comerciales. Llegan hasta la Avenida San
Martín que se ha transformado, en el entorno del Mercado San Miguel, en un
verdadero centro comercial a cielo abierto que se parece mucho al barrio porteño del Once.
Es
necesario reconocer lo obvio, el crecimiento tiene sus dificultades cuando no
logra encajar en un orden. No nos gustó, por ejemplo, que en edificio colonial
que linda con el Cabildo se haya instalado un McDonalds. Intuyendo este tipo de
situaciones controvertidas, decidimos aprovechar la primera noche de nuestra
estadía para asistir a las guitarreadas de la Casona del Molino. Allí
disfrutamos de la música folklórica en grande con empanadas de charqui y papas
fritas gratinadas con queso de Amblayo... ¡Ah! Y un buen torrontés del Valle Calchaquí.
Por la mañana siguiente,
mientras continuábamos con nuestra dedicación al vehículo, decidimos llegarnos
hasta el museo de Antropología al pie del Cerro San Bernardo. Ya lo conocíamos,
lo habíamos visitado en 2006; pero con la experiencia del viaje, aprovechamos
muy bien la colección expuesta y las infografías que, con cuidado didáctico,
nos informan sobre el poblamiento de la Provincia de Salta desde las épocas más
primitivas hasta la conquista española. El museo es una construcción modernista
que fue inaugurada en 1974. La ubicación en la ciudad y el aprovechamiento de
la luz natural hacen de él un lugar muy disfrutable con independencia del
interés científico por los objetos expuestos. Sin embargo, el deterioro del
edificio, lo afea de manera significativa. Nos aseguraron que a fines de
octubre, el museo se cerraba por cuatro meses con la finalidad de realizar las
refacciones necesarias. Espero que así sea y que, cuando vuelva a Salta quede
satisfecho con visitarlo.
Está claro que, en esos dos
días, no nos dedicamos a una esmerada recorrida gastronómica por la ciudad.
Pero lo que comimos dejó bastante que desear. A la Casona del Molino fuimos a
escuchar música, aunque las empanadas no desentonaron, no constituyeron el
objetivo de nuestra visita. Fuimos a la Cava del Madero frente a la Plaza 9 de
Julio. En 2006, nos había impresionado muy bien su propuesta gastronómica de
cocina novo andina, sostenida por un buen servicio y una carta de vinos
interesante. Hoy está en decadencia, comí una carne de llama que no estaba
demasiado mal, pero no era destacable. No pudimos tomar un vino digno (los
mejores blancos estaban en un estante soportando el calor del ambiente y me
sirvieron uno que estaba viejo y pasado y que tuve que devolver). Ni hablar del
deterioro del local. El único lugar interesante fue el Café de Antes, donde
pudimos almorzar en un local agradable (una vieja esquina de almacén muy
parecida al local en donde se encuentra la pizzería Grappa de Buenos Aires).
Pero, claro, no ofrecía comida regional. Comí una pasta excelente.
III Visitas a la hora del té.
Un compromiso familiar nos llevó a la casa del ingeniero Daniel
Fernández y de su esposa Elsa en la tarde del sábado. Daniel es cuñado de
Haydée. Siempre me han gustado estos encuentros que otras personas consideran
la consagración del tedio y la melancolía. No sé, algo de la infancia deben
movilizar en ellos.
Pero, además, este no fue un encuentro común. Daniel y Elsa son
tucumanos, pero por cuestiones de trabajo viven en la ciudad de Salta desde
hace muchos años.
Rápidamente descubrí en la charla con Daniel de que se trata de un
hombre sabio. Trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA). Su trabajo lo ha llevado a recorrer constantemente la Provincia de modo
que sus conocimientos académicos se intersectan con su conocimiento del
terreno, es decir, de la tierra y de los actores en la producción y
comercialización de productos agropecuarios.
En la charla hablamos, entre otras cosas, de los vinos y los
pimentones del Valle Calchaquí. Hablamos de cuestiones genéticas, culturales y
comerciales. Hablamos y hablamos, hasta que en un determinado momento yo no hacía otra cosa que preguntar. Por
supuesto que la charla y el intercambio por correo electrónico que mantuvimos
después aportaron mucha información para el artículo sobre la gastronomía del
Valle Calchaquí que publico aparte. Pero lo más interesante de todo es que esa
charla, la fina sensibilidad de Elsa y la condición de grandes anfitriones que
ambos exhibieron hicieron de esa visita familiar una tarde memorable.
Estimado Mario, Leí el artículo de los sorrentinos y estoy deseando que no sueltes el hilo que ojalá te lleve hasta el origen,. Mis mejores deseos para ti en este año que se inicia, que sigas regalándonos tus interesantes artículos y que abunde buena salud y trabajo. Un gran abrazo
ResponderEliminarGracias, Pamela, por tus comentarios.
EliminarDeseo que tengas un gran año y que sigas enriqueciendo tu blog delicioso y entrañable.