14 a 17 de noviembre de 2017
“En primer lugar, claro está, debemos
considerar esa perpetua y patológica tara nacional que nos lleva a ignorar lo
propio en beneficio de estar perfecta (y muchas veces inútilmente) informados
de lo ajeno. No es éste el espacio ni la oportunidad para extendernos sobre el
asunto, pero no puede dejar de mencionarse, así como al pasar, que si Francia,
Alemania o Estados Unidos dispusiesen de un conjunto de obras como el producido
en apenas cuatro años por Salamone, hace décadas que habría explotado el tema ad nauseam y estarían enterados de ello
hasta los esquimales y los papúas.” Arq. Alberto Petrina (1)
La visita que
hicimos con Haydée a la ciudad de Azul cumplió el papel de un interludio entre
dos fines de semana de encuentros familiares en las ciudades de 9 de Julio y
Olavarría, todas ellas en la Provincia de Buenos Aires.
Las imágenes pertenecen al autor
Elegimos esta
ciudad por su proximidad a nuestro último destino y porque teníamos una idea
bastante formada acerca de la obra del arquitecto ingeniero Francisco Salamone
y de sus obras levantadas allí.
Estas
notas pretenden compartir más una idea de lo vivido, una serie de inestables
relaciones entre las expectativas con que fuimos y las cosas con que no
encontramos, que una relación exhaustiva de la mencionada obra y de otras cosas
que vimos en Azul.
I Azul ¿ciudad arisca?
Nuestro arribo a la ciudad no pudo ser más inhóspito. La lluvia no
se lleva demasiado bien con las instancias de un viaje previsto para ejercitar
prolongadas caminatas. Todo en la calle parece húmedo, más aún cuando el
paisaje urbano sólo puede verse sesgado por los límites del paraguas.
La
sensación de pringosa humedad se prolonga en el hotel, el Gran Hotel Azul, situado
frente a la Plaza San Martín, en el centro mismo de la ciudad. Se lo ve envejecido
en todo lo que debe ser modernizado (un ascensor de setenta años con una
botonera renovada hace algunas décadas que no ha sido acompañada con un mecanismo
automático), modernizado en todo aquello que debiera conservarse (plafones para
luz indirecta que han sido perforados para incluir apliques directos donde
luce, o deslucen, artefactos de tecnología led). Dos puertas giratorias dan
acceso al edificio. Una a la recepción. La otra al restaurante ambientado a la
moda de cuadros de hierro negro y azulejos ingleses blancos... Claro que su
nombre moderno, #Be Blue, expone inconscientemente un rechazo a esa misma
modernidad que pretende ostentar.
Caminamos
por los pasillos que conducen a la habitación asignada y nos parece que de
pronto aparecerá un detective, el cásico detective de hotel de antiguas novelas
y folletines, que traerá las trazas de un Hércules Poirot desteñido y
desangelado. Es lo que hay, reflexionamos, y nos quedamos alojados con la única
compañía de la enjundia de unos empleados que suplían con notable eficacia, la
decadencia del establecimiento… ellos lo hicieron habitable.
Dejamos
nuestras cosas, y como la lluvia había amainado, decidimos realizar una
caminata por la Plaza San Martín.
Nos
ganó el abatimiento. Caminás por la plaza y parece que estás flotando sobre un
piso que se mueve de forma ondulante. El efecto es logrado por una combinación
de baldosas de vainillas blancas grises y negras dispuestas de manera sesgada.
No sé por qué, creo que por la combinación de las tonalidades; pero me vino a
la mente la imagen de la plaza del Rossio de Lisboa… pero no, sólo fue un
instante porque en el solado del Rossio no hay rastros de chicles viejos
manchando la superficie de su empedrado, como sí encontramos en la Plaza de
Azul.
Mirás alrededor y ves que los bancos y las farolas de claros diseños
art decó, están despintados. El pedestal de la estatua de San Martín es único
en nuestro país, pero sus moldura y superficies visibles aparecen chorreadas de
óxido y sarro… y los papeles dentro de la fuente… No, no, no puede ser tanta
desidia.
¿Qué es lo que pasa en esta ciudad? Aquí hay una joya que no puede
valorarse porque el mantenimiento y la limpieza brillan por su ausencia. Me
habían dicho que Azul es una ciudad vieja. Mi primera impresión es que más que
vieja parece vetusta y decadente, sostenida sobre un descuido incomprensible.
¿Es realmente así o sólo se trata de una ciudad arisca que, en
algún momento, se pondrá frente nuestro desnudando sus auténticas bellezas?
II La pampa art decó
Ya nos ha pasado
con otras ciudades. Primero se ven oscas y difíciles, y luego, bellas y
entrañables. Nos pasó alguna vez con San Miguel de Tucumán, o con Vitoria Gasteiz.
Por eso acallamos nuestra vocación impresionista y dedicamos un tiempo intenso
a recorrer la ciudad con mirada inquisidora y oídos atentos.
Completamos
nuestra recorrida por la obra de Francisco Salamone. Preguntando, preguntando,
pudimos enterarnos, por ejemplo, que las calles cuya arboleda se compone de
naranjos terminan en alguna obra del reconocido arquitecto. Pasa con la calle
Colón que conduce de la Plaza San Martín hasta la entrada en el Parque Domingo
Faustino Sarmiento y con las calles San Martín e Yrigoyen desde la Avenida
Cipriano Catriel hasta la Plaza.
Buscamos los
naranjos en la calle Necochea a la altura de Yrigoyen y, como a primera vista
no los vimos, nos pareció que no sería por allí que llegaríamos al cementerio.
Seguimos de largo y nada vimos en la calle siguiente. Una pregunta atinada nos
devolvió a la calle Necochea. Luego de andar un trecho por ella, comenzamos a
ver los naranjos; pero su continuidad estaba resuelta, cada tanto, con árboles pertenecientes
a otras especies. Otra prueba de la desidia dominante, pero ya no nos importó
demasiado. Habíamos hablado con varias personas y nos dimos cuenta que la
desvalorización del patrimonio local no era generalizada.
Ya habíamos
ojeado el libro editado por la Universidad Nacional de Mar del Plata en qué se
expone el relevamiento que esa casa de altos estudios realizó sobre la obra que
fuimos a ver. Ese libro que compramos en la librería Biblos, propiedad del
investigador azuleño Alberto Sarramone, nos anticipaba la monumentalidad que nos
proponíamos a contemplar en unos minutos. (2)
Temí, mientras
andábamos por la calle Necochea, que la expectativa formada fuera demasiado
grande. Lo cierto es que iba por la vereda de la derecha en el sentido del
tránsito, de modo que sólo me topé con el portal de cementerio al llegar a la
esquina misma de la calle Sarmiento. El impacto fue brusco, nutritivo. Por un
instante, mi alma conmovida se dedicó a la contemplación de lo bello, casi
increíblemente arrobado. De pronto un impulso frenético me impulsó a tomar una
gran cantidad de fotografía. Tal vez intentaba capturar ese momento. Pero fue
en vano. Conservo esas vistas, pero nada dicen de mi sentimiento intenso,
profundo... inevitablemente fugaz. Nunca volveré a ver la imagen del ángel
Vengador que preside la fachada del cementerio con el mismo sentimiento.
Valió la pena
llegarnos hasta allí… dejó de importarme que ese monumento de más de 20 metros
de altura requiriera un mantenimiento que las personas responsables de ello no
le propinaron desde hace bastante tiempo.
Bastante
satisfechos completamos el circuito. La entrada del Parque Domingo Faustino
Sarmiento pone un marco de exaltado respeto de lo que uno puede encontrar si se
interna en esos jardines que diseñó el propio Carlos Thays. El edificio del matadero
municipal, con sus notables referencias casi escultóricas al oficio de los
matarifes y al valor sin causa de los cuchilleros, ya no cumple la función para
la que fue levantado, pero bien se puede usar para otros fines. Me han contado
que lo utilizan los productores avícolas y que allí hubo un festival de cervezas
artesanales hace algunas semanas. No pude verifica ninguna de las dos especies,
pero una mano de pintura, a cargo de quienes usan el lugar, vendría bien para
este edificio notable.
Las obras de
Salamone no tienen un grado de deterioro que impida que con un poco de esfuerzo
y constancia consigan que los veamos en todo su esplendor.
III ¿Qué es este delirio en el desierto?
Estos edificios
públicos y construcciones en plazas y paseos situados en la ciudad de Azul son
sólo una muestra de una obra extraordinaria compuestas por más de 65
intervenciones llevadas a cabo en el medio del desierto. Según cuentan los
especialistas, el caso más extremo lo representa la ciudad de Saldungaray, en donde
el pueblo mismo parece haber nacido de las obras que el gobierno de la
Provincia encargó al ingeniero arquitecto Francisco Salamone a fines de la
década de los años treinta del siglo pasado.
¿A quién se le
ocurrió esta “locura”? ¿Cuál fue la finalidad perseguida? ¿Por qué tardamos
tanto en valorar este conjunto? Muchas respuestas se encuentran en el ya
mencionado artículo del arquitecto Alberto Petrina quien sostiene que los
gobiernos de Justo (en la Nación) y Fresco (en la Provincia de Buenos Aires)
utilizaron la obra pública con la finalidad de sentar el precedente simbólico
de una idea de futuro para una Argentina moderna y jerárquicamente instituida.
Sin embargo, la adhesión
del gobernador Manuel Fresco al pensamiento fascista, los escándalos de
corrupción que rodearon a la administración del Presidente Agustín P. Justo y
la práctica constante del fraude electoral que realizaron ambos propiciaron
condiciones para que se negara valor a la obra pública monumental que se
realizó en la Provincia de Buenos Aires durante esos años. Ninguna fuerza
política emergente en La Argentina de los años cuarenta y cincuenta la asumió
como antecedente de sus propuestas y realizaciones. Esta lógica del relato político
relegó la obra de Salamone a la turbia oscuridad de la “Década Infame” (nombre
que le diera José Luis Torres y se refiere, claro está, a la sucesión de hechos
políticos escandalosos). (3) (4)
Comparto la idea
de Alberto Petrina sobre la Década Infame. A la sombra de esos hechos
condenables, se concibió La Argentina moderna y justa del siglo XX. Alberto
habla del esplendor de las artes, sumo el de una expansión de las ideas
políticas y literarias a la altura de la llamada Generación del Ochenta.
Eduardo Mallea, Scalabrini Ortíz, Ezequiel Martínez Estrada, entre otros grandes
pensadores que produjeron ensayos indispensables para pensar la nueva era que
se vislumbraba. Entre ellos, claro está, debemos incluir al propio José Luis
Torres.
Volviendo a las
preguntas, mi insolvencia me impide abundar en consideraciones técnicas sobre
la obra observada; pero quiero señalar, sólo a la manera de ensayo, que el
ideal de levantar ciudades en el desierto es muy anterior a las pretensiones
del gobernador Fresco y de sus ejecutores, Francisco Salomone y Alejandro
Bustillo.
¿El desierto? Si
transitamos hoy por las rutas que conducen a la ciudad de Azul (la nacionales 3
y 226 y las provinciales 51, 76 y 80), nos parece ver un vergel, un inmenso
oasis que ocupa millones de hectáreas (en primavera, la pampa es un verde
pañuelo). Sin embargo, un poco de imaginación puede conducirnos a ver el
desierto allí. Efectivamente, cuando el gobernador de la Provincia de Buenos Aires,
Juan Manuel de Rosas ordena levantar el fuerte San Serapio Mártir junto al
Callvú Leovú (Arroyo Azul), sólo se podía ver allí el arroyo y el desierto
parduzco.
Pocos años
después, en las últimas páginas de Civilización
i barbarie, Sarmiento sueña con que ese desierto se llenará de ciudades. Si
vemos un mapa de la Provincia de Buenos Aires, veremos que se ha erigido, desde
aquellos años lejanos al presente, una ciudad cada 50 kilómetros. Inconscientemente,
la historia de Azul parece confirmar ese sueño y el otro, el de los hombres que
nos dieron la independencia, de ver la integración de los indígenas a la Patria
común.
A diferencia de
Saldungaray, Azul, empezando a cumplir aquellos sueños, ya existía cuando
Francisco Salamone llegó a ella con su enorme vocación constructora. La
costanera del Azul, la Avenida Cipriano Catriel, conserva esa memoria de
integración… y también la de algunos hechos culturales mucho más recientes que
confirman un camino…
Notas
y referencias:
(1)
2011, Petrina. Alberto, “La estética de un orden. El marco político de la obra
de Francisco Salamone en la Provincia de Buenos Aires (1936-1940), en París
Bebito, Felicidad, Francisco Salamone en
la Provincia de Buenos Aires: obra y patrimonio 1936-1940, Mar del Plata,
Universidad Nacional de Mar del Plata, pag 67.
Para hacer
justicia con el autor, transcribo el párrafo completo del epígrafe: “En primer
lugar, claro está, debemos considerar esa perpetua y patológica tara nacional
que nos lleva a ignorar lo propio en beneficio de estar perfecta (y muchas
veces inútilmente) informados de lo ajeno. No es éste el espacio ni la
oportunidad para extendernos sobre el asunto, pero no puede dejar de
mencionarse, así como al pasar, que si Francia, Alemania o Estados Unidos
dispusiesen de un conjunto de obras como el producido en apenas cuatro años por
Salamone, hace décadas que habría explotado el tema ad nauseam y estarían enterados de ello hasta los esquimales y los
papúas. Y si nos parece desproporcionado comparar nuestros limitados recursos
académicos y propagandísticos con los de los países mencionados, hagámoslo con
un caso más próximo, como el mexicano, ya que nos provee de ejemplos
perfectamente equiparables: artistas como Luis Barragán o Frida Kahlo,
relativamente desconocidos por el gran público en su momento, y dueños de una
obra acotada e identificable por su estilo personalísimo, fueron convertidos
gracias al interés del Estado (y a una muy inteligente operación de marketing
cultural) en íconos de identidad nacional y éxito internacional.”
(2) 2011, París
Bebito, Felicidad, Op. Cit.
(3)
2011, Petrina. Alberto, Cit., pp. 55-69.
(4)
1945, Torres, José Luis, La Década Infame,
Buenos Aires, Editorial de Formación Patria.
(5)
1845, Sarmiento, domingo Faustino, Facundo,
Civilización i Barbarie, Buenos Aires, Catálogos, Colección Otras Voces,
2005.
Visiten ,Balcarce tiene las obras de Salomone bien cuidadas la antigua escuela fue la primera que construyó y se mantiene,igual,han pasado por ellamiles de alumnos.
ResponderEliminarGracias, Unknown, por sus comentarios.
EliminarBalcarce es otra perla de esta obra magnífica.
Que pena el estado en que se encuentra Azul. Hace varios años que no la visito pdro supe ir con gran asiduidad por alla y era hermosa. Cuidada un placer caminar por su centro o sus calles arboladas. Es injusto que los argentinos permanentemente cometamos el mismo herror, no conservar nuestro patrimonio cultural al contrario nos especializamos en destruirlo. Creo que esto esta relacionado con el sentido de PATRIA que lamentablemente no tenemos los argentinos y ese es el nudo inicial de todos nuestros problemas como pais y como ciudadanos.
ResponderEliminarGracias, Unknown, pro sus comentarios.
EliminarTodo empieza por empezar a tomar conciencia y participar activamente en la preservación del patrimonio común.
Mis bisabuelos eran de Azul,ciudad que añoro y visitó con frecuencia en estos últimos tres años.Con esto quiero hacer presente que conozco la obra de Salamone en esa ciudad. De hecho mis bisabuelos (Ricardo Garavaglia y Rosa Smith)vivían a escasos 50 metros del cementerio en la calle Necochea.Tengo un entrañable cariño por esa ciudad y también me produce una gran pena por la falta de interés de las autoridades municipales y por el cuidado del patrimonio cultural que representa la obra del Arq .Salamone.Pero quiero agregar un dato que aún y a mí consideración es mucho peor ver el completo abandono que sufre el interior del cementerio.Me permito no describir las cosas que vi en su interior raya lo macabro. Para cerrar agradezco que alguien también se.preocupara porla ciudad de Azul.Espero si las circunstancias me lo permiten,pasar nuevamente unos días de vacaciones, lugar al que mis hijos reclaman en volver por todo lo que disfrutan del camping y el balneario.
ResponderEliminarMuchas gracias, Unknown, por sus valiosos comentarios.
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