18 a 22 de octubre de 2015
I Sobre las expectativas y la Ciudad Eterna
Tal vez porque… peor, en realidad… Es que cuando uno se forma una
expectativa excesiva de un lugar, es casi seguro que no logra el deslumbramiento
esperado en el primer contacto. En el sentido inverso, noches atrás habíamos recorrido
las calles del centro de Catania navegando en una suerte de ensoñación. Lo
cierto es que todo fue llegar a Roma, instalarnos en el hotel y andar las
calles que me conducían al Coliseo con la premura de quien busca acceder a la
cumbre; pero ocurrió lo inesperado, no me deslumbró… Sí, el Coliseo no me
deslumbró.
Las imágenes pertencen al autor
A ver,
paremos un poco. Como estoy escribiendo esto mucho después de irnos de Roma,
quiero anticipar primero una idea de lo que me pareció la ciudad, para poner en
lugar exacto esa primera impresión que, por otra parte, no era compartida por
Haydée en lo absoluto. Roma es una ciudad fantástica en más de un sentido, pero
me limitaré a señalar sólo uno: esta capital dista mucho de ser una simple
monumentalidad muerta (como, en cierto sentido, me pareció Toledo), sus calles
están tan llenas de la vida de hoy, y de un estilo peculiar de vivirla, que
esos monumentos parecen jalones de un camino en el que se ha formado el
carácter romano. Prevenido sobre el insoportable caos de tránsito y la
explosiva y espontánea expresividad de los romanos, debo reconocer que sí me
deslumbró encontrarme con una ciudad apacible, con ciudadanos sensibles a los
requerimientos de los visitantes y un tránsito más que razonablemente ordenado.
Pero
esa tarde de domingo, el Coliseo no logró hacer vibrar mis cuerdas interiores
en lo más mínimo. Tal vez porque era domingo y las atracciones de la Domus
Aurea, por ejemplo, y el Coliseo mismo estaban inaccesibles al público. Tal vez
porque estábamos cansados. Tal vez porque hay una importante obra de
restauración del edificio que se está ejecutando en estos momentos.
De
modo que decidí tomarme las cosas con calma. Cinco días iba a ser poco para ver
Roma en profundidad y, si persistía en la talla inicial de mi expectativa, correría
el severo riesgo de no quedarme con nada después de pasar por la ciudad. En ese
momento, me propuse vivir Roma, como si no fuera Roma… les confieso que
resultó.
II Por el centro de Roma
Aplaqué mis ansiedades y pude disfrutar de nuestro periplo por el
centro de la urbe. Lo clásico: Piazza della Reppublica, Basílica de Santa María
de los Ángeles y de los Mártires, Piazza di Spagna, Piazza Navona, El Pantheon
y Fontana di Trevi.
No
voy a describir lo ya conocido, sino a dar unas pocas impresiones: En el centro
de la ciudad hay un paisaje urbano homogéneo bastante ecléctico de
construcciones barrocas, neoclásica, románticas. El tránsito es un poco ruidoso
en las grandes vías, pero muy calmo en el resto. Los comercios suponen modestas
intervenciones sobre las fachadas que no solucionan esa homogeneidad propia de
Roma. Apenas se distinguen sin marquesinas y decoraciones estridentes. Digo,
para poner un ejemplo, hay varios negocios de McDonald’s, pero uno no los ve a
simple vista; para encontrarlos hay que seguir pequeños carteles que los
anuncian. Roma es una ciudad apacible donde el sentido de la vista no se
irrita.
Tal
vez se entienda mejor con un caso. He querido encontrar cierta afinidad entre Piazza
Navona y la Plaza Mayor de Madrid; pero no me fue posible. Las terrazas de los
restaurantes en Piazza Navona no avanzan de manera indecorosa sobre el espacio
de tránsito del público, sus adyacencias no se encuentran infestadas de negocios
con chucherías para turistas. Piazza Navona en un lugar que invita a demorarse
en un recorrido amable, aunque el trajín de los visitantes la colme de
calurosas premuras.
En
fin, Roma es una ciudad tan bella como italiana. La vida se vive con ese dramatismo
juguetón que caracteriza a los pueblos de la península. La Fontana di Trevi
estaba rodeada por una empalizada vidriada, le están efectuando reparaciones.
Todo normal en una ciudad que cuida su patrimonio, excepto por la excesiva
cantidad de trabajadores que se ven en la zona. Pensado racionalmente no
podrían operar todos junto en el área reservada para ello. Su presencia se parece
más a una troupe de figurantes que acompañan el desfile de Radamés en Aída, o
el final del segundo acto de La Boheme, que una cuadrilla de delicados
curadores.
Esa recorrida me reconcilió con Roma…
sólo extrañé no haberme encontrado con el fantasma de Anita Ekberg.
III La
monumentalidad clásica
Los ritmos de nuestra estadía en esta ciudad que juzgo tan eterna
como el fuego y la tierra, fueron, por fortuna, cambiantes en intensidad e
intereses. Hubo el día en que quisimos absorber toda la información que
pudiéramos de los repositorios arqueológicos que se conservan de manera
desigual en cada esquina.
Nuestra
pretensión era vana, claro está, tener un conocimiento acabado de Roma con la
inconmensurable información disponible era un sueño imposible. Además
llevábamos ya otras experiencias en las que el cansancio agotó nuestra capacidad
de recibir más información. Sabíamos, además, que los primeros sitios que
viéramos cada jornada nos iban a impactar más que los últimos. Pero de todas
maneras fuimos a buscar lo imposible con la anticipada sensación de que lo
mejor estaría más en aquello que pudiéramos ver en una impresión sensible que
en lo que estuviera al alcance de un intento de comprensión erudita.
De
ese modo, nos habían impresionado, en la jornada anterior, la belleza
eternamente renacentista de la Basílica de Santa María de los Ángeles y de los
Mártires que encierra joyas del arte actual sin que una sola idea colocada por
Miguel Ángel pudiera conmoverse. Hoy nos tocaba empezar por Trajano, por su Mercado,
su Foro y su Columna.
El
conjunto es impactante y asible porque es homogéneo y está referido a un
período claramente delimitado en el tiempo (Trajano ejerció el imperio sobre
Roma en los primeros años del Siglo II de nuestra era). Esa circunstancia y la
fresca sensación de la mañana hicieron del edificio del Mercado un objeto
sumamente atractivo a nuestra atención. Estar en un centro comercial del Siglo
II nos invitó a imaginar que, en aquellos años, Roma debió ser una sociedad
consumista importante. La idea se refuerza, si pensamos que el Coliseo que
también poseía una gran cantidad de comercios, ya existía cuando comenzó la construcción
del Mercado.
El
conjunto está muy bien conservado y la restauración pareciera ser, en la
modesta percepción de este neófito, bastante respetuosa. Es fácil imaginar lo
que falta esas paredes de ladrillos: el tapizadas de mármoles suntuosos. Desde una
balconada interna, pueden verse los restos del Foro, sin mayor intervención que
el despeje de los restos de las áreas construidas, y la Columna. Veo este
monumento como la expresión fálica de un hombre poderoso, tanto por su forma
como por el relato de su vida expuesto en el muy conocido bajo relieve con
forma de espiral que lo recubre. Estábamos viendo algo familiar, algo que se
conoce desde antes de estar en Roma y, sin embargo, es impactante, incluso para
Haydée que ya había recorrido ese sitio en otra oportunidad. Se me ocurrieron
algunas metáforas, entre risueñas y procaces, cuando observé que la punta de la
torre había sido reemplazada por una imagen de San Pedro.
Luego
del Mercado hicimos una larga caminata que nos llevó a recorrer la Via de i Fori
Imperiali, la Plaza del Campidoglio, el Altar de la Patria, para regresar a la
Via de i Fori Imperiali, buscando el acceso al Foro Romano. Andando por esta
avenida se ve el Coliseo en todo su esplendor… y yo no quise ni imaginarme entonces
qué es lo que fue destruido para construir la calle moderna.
El
contraste del Foro Romano que se despliega al pie del Palatino con el área de
las construcciones de Trajano es evidente. El Foro carece de homogeneidad, dos
mil años de construcciones y reconstrucciones acumuladas en edificios que
tienen diversos grados de conservación y restauración. Dos horas de recorrido
apenas si nos dejan una imagen pobre de los dramas humanos que allí se
vivieron. Tengo vivo el recuerdo del Arco de Septimio Severo, las columnas
supérstites (si se me permite el abuso de animismo) del templo de Saturno, la
reconstrucción de la planta de la Casa de las Vestales… pero lo demás se me ha
perdido de la memoria, salvo la imagen de una columna conmemorativa, solitaria
y ajena al conjunto, que hizo construir Justiniano en el Siglo VII y el Templo
de Antonino y Faustina que fuera convertido en una iglesia que exhibe un remate
enteramente barroco en la fachada. Disfruté mucho de esa caminata y me
recomiendo volver con más lecturas previas y la previsión de recorridos
parciales precisos.
Finalmente
decidimos almorzar y darle la revancha al Coliseo. Volvíamos al espacio
homogéneo cuando ingresamos en él, un edificio único y bastante bien
conservado. Pero siguió sin gustarme. Veo una reconstrucción en marcha que
quién sabe a dónde llevará, veo un conjunto que me resulta ininteligible (v.
g., la construcción originaria parece ser de ladrillos revestidos con piedras
y, sin embargo, veo piedras en la parte superior de las tribunas), veo negocios
de venta de chucherías para turistas en sus pasillos interiores.
Ahora
que escribo estas notas creo tener una idea de por qué no me gustó. Cuando
recorrimos el Mercado de Trajano había una exposición de indumentaria contemporánea
que a Haydée le encantó. Yo disfruté de esa intervención soportada sobre el
buen gusto que reina hoy en Italia. El Mercado ha sido restaurado más
recientemente que la última intervención sobre el Coliseo y admite estas
intervenciones sin que su valor patrimonial se vea cuestionado… Tal vez, la que
está en marcha, esté pensada de manera que ocurra lo mismo con el Coliseo ¿quién
te dice, no?
Me
fui del edificio prometiéndome volver, si tuviera la oportunidad. Pero para
ello deben ocurrir dos cosas: el gobierno, terminar las obras en marcha y yo,
ir preparado con lecturas previas acerca de la estructura y las condiciones funcionales
del edificio.
Con
esas venturas y desventuras de viajero inquieto, esa misma noche, terminé
reconociendo que Roma es Roma y que, cuando estás en ella, no tenés que pensar
demasiado en el próximo viaje y tenés que disfrutar de lo que viví en ella sin
sentimiento de pérdida o frustración. Esa misma noche, tuvimos un digno
espectáculo en el que la ciudad mostró su extraordinaria vitalidad latina.
Parábamos
en el B&B Bacci de Roma sobre la Via di Porta Maggiore a media cuadra de la
Viale Manzoni. Solíamos cenar sobre esta última porque en ella se deplegaba una
suerte de polo gastronómico muy interesante (en otro artículo lo describo). Esa
noche, después de intensas caminatas, intentamos relajarnos comiendo algo en el
Ristorante Padellacio 2. Nos sorprendió la gran cantidad de público que había.
Nos sorprendió también que casi no había turistas. Hasta que vi por la tele que
un par de equipos entraban en una cancha de fútbol y pude comprender. Era un
partido por la Champion Lige que transmitían en directo desde Munich. Sí,
jugaba el Bayern Leverkusen contra… ni más ni menos que La Roma.
No
había turistas, sino vecinos del barrio que fueron a ver el partido allí, todos
tifosi de La Roma, bueno, eso creo… si había alguno de La Lazio, bien calladito
que estaba. Entonces le dije Haydée que disfrutáramos del espectáculo, que Roma
era una ciudad bellísima, que ofrece muchas cosas de interés sin necesidad de
tener que andar siempre con un libro de historia bajo el brazo. Esa noche
comimos con felicidad, aunque no fuera el mejor restaurante de la ciudad.
IV Más allá del Tíber
Hubo un
día en que quisimos andar relajados por la Roma que se extiende del otro lado
del río. Andar sin almanaque en la cabeza nos ayudó bastante. Era miércoles y
no recordábamos nada de lo que allí ocurría los miércoles… sólo queríamos recorrer
el Vaticano y el Trastevere con la condición de no hacer ninguna cola para
entrar en ningún sitio.
Llegamos
al Vaticano y no pudimos entrar en la plaza porque estaba cerrada. Tampoco pudimos
enterarnos inmediatamente del porqué (lo único desagradable en Italia es la
actitud de los uniformados). Luego supimos que ese es el día, como todos los
miércoles, estaba reservado para las audiencias públicas del Papa. Como
carecíamos de reservas, seguimos nuestro camino disfrutando de la bella Via de
la Consiliazione y, como había cola para acceder al Castel Sant’Angelo, aunque
no era demasiado larga, también seguimos de largo.
Disfrutamos,
entonces de una bella y apacible caminata por el Trastevere. Almorzamos en un
excelente restaurante. En rigor, el restaurante no era nada del otro mundo,
pero la simpatía del Maestro de Sala nos ganó de entrada y disfrutamos de una
buena mesa. En Roma, rápidamente se adquiere la sensación de que es imposible
comer mal en algún restaurante, en unos mejor que en otros, pero nunca mal. La
cocina romana es sencilla y, por ello, de ejecución difícil. Sin embargo, los
cocineros se las ingenian para salir siempre airosos. Volvimos caminado a
nuestro B&B, cruzando el río por la Isola Tiberina, bella y apacible, y
andando, en un pequeño rodeo, por la Via del Circo Massimo hasta llegar a la
estación de subte.
Roma
nos había dado tanto en estos días que decidimos cenar la última noche de
nuestra estadía en la ya conocida, por nosotros, claro está, Taverna Italiana
sobre la Viale Alessandro Manzoni.
V Últimas imágenes vividas en una ciudad
apacible
Dedicamos nuestras últimas horas en Roma a una apacible caminata
por la Colina Palatina. No sé por qué, o tal vez sí, la música de Ottorino
Respighi vibraba entre mis sentimientos como inevitable telón de fondo.
El conjunto arqueológico vuelve a mostrarse heterogéneo y
abigarrado como en el Foro Romano. Sin embargo, los parques que se insinúan
entre los distintos componentes, permiten una recorrida apacible... o será que
tal vez ya estamos amoldados a esta ciudad y preferimos recorrerla con la única
guía de los sentidos, dejando la mente en divagante suspensión. Con todo, de
tanto en tanto, alguna construcción nos llamaba la atención y leíamos las
infografías.
El día acompañaba, se parecía a unos de esos días perfectos del
otoño de Buenos Aires… y nosotros comenzábamos a disfrutar de todo lo que Roma
nos ha dado en estos días… de todo lo que Italia nos ha dado en estos días. Nos
vamos a Francia con la mente henchida de recuerdos italianos y el alma vibrando
como una sinfonía.
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