Tengo ante mí una copia de la Carta
del restaurante Albamonte de Sarmiento 651 del año 1950. Es una verdadera joya.
Debo el hallazgo a generosidad de Aldo Barberis Rusca que compartió una copia
digital del original de su propiedad con los miembros del grupo Buena Morfa
Social Club de la red social Facebook(1). Aldo explica de este modo que este
documento haya llegado a sus manos:
“Carta del restaurante Albamonte de los años 50 (antes de
1955 seguro).
”Mis viejos fueron a cenar para reconciliarse de alguna
pelea de novios como se puede apreciar en la primera página.
”Después de
cenar pueden haberse ido a bailar.”(2)
La Carta está
fechada en 1950, se ve claramente que lleva un epígrafe que reza “1950 – Año
del Libertador General San Martín”. Este documento puede darnos pistas de la
identidad del restaurante porteño y de la cocina porteña.
I El restaurante porteño
Hay un
restaurante típico de la ciudad con características propias en cuanto al
recetario que ofrece a sus clientes. Se fue conformando a lo largo del siglo XX
con una cierta evolución en sus cartas hasta llegar a la configuración
actual.
Para hablar
del origen de la restauración porteña, tenemos que empezar por el bodegón. No
tanto como diseño y manifestación de un tipo de restaurante, como por la propia
dinámica creativa en materia culinaria.
En el bodegón
confluyen la tradición criolla de las postas y pulperías suburbanas devenidas
en almacenes de barrio y las ideas y tradiciones que trajeron los inmigrantes
en sus atados. Lo cierto es que la urbe creció desmesuradamente en pocos años
y, como si se tratara de un sunami, un enjambre de construcciones de ladrillo
hicieron desaparecer el campo, pero no a aquellos viejos locales de encuentro
social y abastecimiento que quedaron en su interior transformados. Esa ola
desparramó también a los inmigrantes desde el conventillo primigenio por todo
el ámbito urbano. De modo que ese nuevo escenario, receptor de tradiciones
diversas, favoreció el encuentro y la fusión de ideas, hábitos y costumbres.
Los nuevos
almacenes seguían teniendo despacho de bebidas, discretamente separados por el
decoro, de la provisión de bastimentos. Estos “bares” empezaron a ofrecer
algunas comidas elementales para acompañar la bebida. A veces eran simples
antipastos vespertinos o de mediodía dominguero que acompañaban el vermout que
los hombres tomaban ante de ocupar su sitio en la mesa familiar.
Con
el tiempo, y aquí sigo a Pietro Sorba(3), algunos de ellos crecieron como
restaurantes; ofreciendo un repertorio de platos sencillos, caseros, abundantes
y sustanciosos para el mediodía de los trabajadores en el barrio o para los
hombres solitarios que lloraban el amor lejano sobre un vaso de bon vin(4).
Esos platos eran, básicamente de origen criollo, español e italiano, y
recogieron alguna que otra influencia cuya dinámica me cuesta identificar por
afuera de la idea de una moda, como es el caso de las cervecerías
alemanas.
Volviendo a
mis ideas, lo que destaca en el bodegón es la dinámica en la construcción del
recetario. Si observamos con detenimiento veremos una constante fusión que
trabaja sobre un frenético intercambio de ideas gastronómicas, donde nuevas
presencias y tendencias son deglutidas con voracidad y asimiladas al caldo
común. Es precisamente esta dinámica la que informa el funcionamiento del
restaurante porteño, en el que el bodegón constituye una subclase muy
claramente identificable.
En algún
momento que no puedo precisar, hubo una búsqueda de refinamiento. Se
concibieron restaurantes que, en el esquema descripto, intentaron ofrecer un
recetario de platos más elaborados, algunos incluso con cierta sofisticación.
¿Dónde abrevaron los restauradores para lograr este salto de calidad? Sumaron
la tradición culinaria francesa apreciada por la burguesía argentina y ensayada
en los grandes hoteles de Buenos Aires. La cocina internacional que ofrecen los
hoteles de todo el mundo desde mediados del siglo XIX se asienta en la matriz
académica de la alta cocina francesa.
Desde estas
coordenadas históricas, a lo largo del siglo XX, en especial después del primer
tercio, se fue desarrollando en Buenos Aires un tipo de restaurante que siguió
el ritmo de evolución social y cultural de la clase media urbana. Este
restaurante ha tenido y tiene expresiones en para los distintos estratos socio
culturales de la clase media, desde los más refinados del centros hasta los
bodegones de barrio. Heredaron la dinámica del bodegón y la pretensión de
refinamiento afrancesado de la alta burguesía nacional. En los últimos veinte
años, el último término se fue desdibujando; pero la dinámica voraz siguió
incorporando novedades que ya describiré al recetario (v. g., muchos
restaurantes porteños ofrecen hoy variantes de sushi y preparaciones al wok).
II Los capítulos
en la carta del restaurante porteño
Como toda
construcción ecléctica, se pueden distinguir acápites diferenciados en el
recetario que estamos considerando. La presencia de casi todos ellos en la
carta de un determinado restaurante le confiere su identidad. Cuando hablo de
capítulos no me refiero al orden en que los platos están dispuestos en la
carta, sino a una clasificación conceptual que podemos ensayar a partir de su
lectura.
Las cartas
difieren en el orden en que ellos se presentan e incluso suele haber
reiteraciones porque, según sea el criterio de clases que se ha adoptado, un
determinado plato puede encajar en más de una de ellas. Propongo una
clasificación que sea útil para leer casi todas las cartas y no una en
particular.
En sus formas
más tradicionales podemos reconocer los siguientes capítulos básicos: fiambres,
antipastos o entradas; parrilla (carne y achuras grilladas); pastas; pescados y
mariscos; minutas y postres. Es opcional que haya un capítulo de platos de
cuchara (básicamente pucheros, guisos y estofados). En el formato temprano del
restaurante porteño, las pizzas estaban excluidas.
Con el correr
de los años se han ido incorporando nuevos capítulos opcionales: en los años
setenta, empanadas y locros y, en los noventa, cocciones al wok, ensaladas y
sushi. También se ha abierto una puerta a las pizzas que ingresaron en el
restaurante porteño a través de la parrilla o el horno metálico de gas.
De modo que
podemos identificar como restaurante porteño a aquellos que exhiban en sus
cartas platos correspondientes a 5 ó 6 de las categorías tradicionales. En este
esquema es necesario reconocer por lo menos tres sub clases, a saber:
bodegones, restaurantes de medio pelo y restaurantes de copete, por llamarlos
con un término en desuso que nos indica el nivel de sectores sociales
acomodados de la burguesía porteña que asiste a ellos.
Los bodegones
están asociados a un estilo tradicional. Se caracterizan por tener una carta
corta donde mandan los fiambres, las minutas y los postres caseros. Los
pescados y mariscos se limitan al antipasto (rabas, cornalitos fritos, etc.).
Suelen contar con un capítulo de pastas y otro de platos de cuchara (pucheros,
guisos y estofado). Las carnes grilladas o al horno no están ausentes, pero la
oferta suele ser limitada. La parrillada suburbana, con chorizos, morcillas y
achuras asadas al carbón está excluida de estos establecimientos. Estamos en
presencia de un resurgimiento de este estilo de restaurante en Buenos Aires,
siendo muy valorados los que abrieron sus puertas en la primera mitad del siglo
XX. Mis favoritos son El Obrero, El Hispano y Spiagge di Napoli.
Frente al
estilo de restaurante popular que denota el bodegón con su mantelería de papel
de estraza o plástico, el restaurante burgués hace alarde de alta cocina,
afrancesamiento y buen servicio. Mantelería impecable de hilo blanco, vajillas
y cubiertos de estilo y mozos de impecable presencia son su sello distinción.
Los fiambres están más asociados al concepto de entrada que al de picada. Las
pastas suelen contener rellenos y salsas sofisticadas. La alta cocina se
asegura en los capítulos de carnes en pescados una presencia sofisticada. El
Carré de cerdo con ciruelas y manzanas, el Lomo a la pimienta con papas a la
crema y los Riñones a la maitre de hotel son ejemplos claros de su recetario.
El capítulo de minutas sucumbe frente a la sofisticación en la elaboración de
los platos; aunque en los últimos años del siglo XX, al influencia de la
nouvelle cuisinne, hizo que los platos perdieran pesadez y su elaboración fuera
más próxima a la técnica de la minuta (fuegos fuertes y cocciones breves,
guarniciones de verduras saltadas y salsas obtenidas de rápidas reducciones).
Sin embargo, esto no supone un regreso a las minutas tradicionales, sin un
despegue hacia la cocina de autor. Finalmente, observo que los postres dejaron
de ser empalagosos y pesados. La máxima expresión actual de estos locales la
podemos encontrar en Tomo I y Oviedo. El primero hace alarde de su oferta de
cocina porteña, el segundo viró hacia el destino señalado por la moda de la
cocina mediterránea, pero no ha dejado de ser lo que era (en todo caso, lo que
era se conserva casi inalterable en el restaurante Magritte de Villa Urquiza
que fue su sucursal durante muchos años).
En el medio de
estas propuestas, existe una amplia gama de restaurantes que atienden dos
finalidades: ser el lugar de encuentro social en los centros comerciales a
cielo abierto barriales y ser sitio para el almuerzo de oficinistas y empleados
de comercio, tanto en el Centro de la ciudad como en los barrios. En los años
noventa adquirieron una imagen característica, y se homogeneizaron detrás de la
denominación pizza-café. La oferta gastronómica de estos establecimientos se
sostiene sobre la base de la cafetería, la sandwichería y las masas finas
característicos de los cafés y confiterías más antiguos. En los años noventa se
sumaron a esa base los capítulos de pastas, pizza, minutas, carnes grilladas y
empanadas. Algunos de ellos se atrevieron con el sushi (v. g., Federico en la
Avenida de Mayo), las cocciones al wok (por ejemplo, los locales de Plaza del
Carmen), los platos vegetarianos o “saludables” con ensaladas y tartas livianas
(v. g., Il Barista de la calle Florida). Las tartas dulces son su principal
oferta en postres (el lemonn pie y cuadrados de chocolate son paradigmáticos en
estos locales). Como consecuencia de esta trasformación, muchas pizzerías
tradicionales viraron hacia este modelo.
El dinámica
devoradora del restaurante porteño impactó también sobre los establecimientos
tradicionales de cocina española (en las “tascas” no falta la denominación de
calameretis para los txipirones, las Milanesas y hasta el Vitel toné y el
Tiramisu) e italiana (en las “cantinas” no faltan Rabas, Tortillas a la
española y Paellas). Esto cambió un poco en los locales que se instalaron a
partir de los años noventa, pero no en los viejos restaurantes de ese estilo
que aún persisten.
III La Carta del
restaurante Albamonte de 1950 como documento histórico
Antes que nada
es necesario aclarar que estamos hablando del restaurante que tenían los
hermanos Albamonte en la calle Sarmiento 651 (datos que extraigo de la Carta).
El establecimiento no tiene ninguna relación con el que existe hoy en día en el
barrio de Chacarita. Este Albamonte, sito en la Avenida Corrientes 6735, según
nos cuenta Pietro Sorba, fue abierto por Antonio Iannone en 1958. En ese año,
Iannone se había quedado sin trabajo después de cerrar el restaurante en el que
trabajaba(5).
El documento,
la Carta de Albamonte de 1950, tiene datos fundamentales: el año en que se
usaba, la dirección de establecimiento, el apellido de los dueños. Si
tuviéramos acceso a un número significativos de cartas con estas
características, no sólo podríamos contar con los elementos básicos para
apuntar una historia de la restauración porteña, sino también asegurar la más
evasiva precisión sobre las piezas del recetario. Por ejemplo, cuando
analicemos el contenido de la carta notaremos dos ausencias que tienen un
significado diverso. Albamonte no ofrecía ni Revuelto gramajo, ni Milanesas a
napolitana.
Hay una receta
de Huevos a lo gramajo en la edición de 1940 del libro de Jacinta Benavento, de
modo que la datación más tardía de la creación de Arturo Gramajo (h) es fines
de los años treinta(6). Pero no podemos saber cuando el plato fue adoptado
masivamente en los restaurantes. En relación con las Milanesas a la napolitana,
la carta de Albamonte permite una datación temprana, aunque provisoria, de este
plato no anterior a mediados de los años cincuenta. Como puede verse, cuanta
ayuda nos proporcionaría contar con otras cartas para dilucidar estos asuntos.
IV Presencias y ausencias en el Carta de Albamonte de 1950
Formalmente se ve, en este documento que, sobre
un formulario impreso que contiene una serie de platos, hay una oferta de otros
que están manuscritos (algunos en espacios en blanco destinados a ello, otros
encimados en rincones arbitrariamente seleccionados). Se ve, además, un
sinnúmero de reiteraciones. Podría decir sin eufemismos que se trata de una
carta algo caótica. Sin embargo, a pesar que nos se respeta estrictamente, el
formulario impreso dispone una clara delimitación de secciones, a saber:
Fiambres, Pescados y mariscos, Platos del día, Sopas, Entradas, Menú económico,
Parrilla, Minutas, Helados, Ensaladas, Quesos, Postres y Frutas. En otra hoja
hay una carta de vinos que no voy a tener en cuenta en este artículo.
Dos cuestiones impresionan en una primera
mirada. Por un lado, el capítulo de Entradas es una colección ecléctica y
confusa de platos: algunos son entradas, otros podrían ser principales e,
incluso, hay guarniciones optativas para acompañar otros platos (supongo que el
volumen del plato debió justificar su inclusión en esta categoría). Por otro
lado, la simple presencia de un capítulo de quesos propone la idea de una
intención de refinamiento afrancesado. Entre los quesos que se ofrecen, hay
varios de origen italiano, pero se trata de los que pueden encontrarse en el
consumo habitual de los hogares (quartirolo, muzarella y provolone); pero hay
otros menos habituales como el roquefort y el camembert.
Veamos ahora qué hay y que falta siguiendo
nuestro esquema de capítulos conceptuales.
En materia de fiambres y entradas, se
encuentran varios clásicos del recetario porteño: Vitel Tonné, Salpicón de ave,
Tomates rellenos de atún, Matambre casero. Hay otros que no se encuentran en
los restaurantes de la ciudad de nuestros días, como Cima de ternera, Sesos a
la romana y Caracoles a la Luciana (es difícil saber de qué se trata). No se encuentra,
como ya lo he apuntado y analizado arriba, que la Carta ofrezca Revuelto
gramajo.
En cuanto a la parrilla, la Carta no realiza ninguna afirmación
acerca del combustible utilizado en la de cocción (¿parrilla al carbón, grilla
de gas?); pero se encuentran todos los componentes de la parrillada suburbana,
es decir, carnes (vaca, cordero, cerdo y pollo), chorizos, morcillas y achuras.
No hay oferta de empanadas.
Las
pastas están incluidas en diversos capítulos de la Carta. Se destacan los
Ravioles caseros y los Vermicelli (escrito de este modo). Ambas propuestas
están salseadas al jugo. No hay estofados, ni tucos (ni hablar de las
albóndigas que presumo ausentes, tal vez, por su mala reputación). Estimo que
es lícito admitir que el “jugo” consiste en una salsa liviana de tomates
similar a la que hoy se denomina, no sin capricho, “filetto”. Como única
alternativa al “jugo”, en el capítulo Minutas, se encuentra impresa la oferta
de Vermicelli con mejillones. Manuscrito encima de la misma sección, se lee que
ese día también había Vermicelli con almejas.
En
materia de pescados y mariscos, la oferta es tan completa como en el caso de la
parrilla. Destaco la fuerte presencia del pejerrey bajo el nombre de Gran
paraná. Aparecen preparaciones clásicas del recetario porteño como Besugo a la
vasca, Mejillones a la provenzal y Cazuela de Mariscos. No hay Paella, pero hay
Arroz a la valenciana como plato diferente del Arroz con mariscos que también
se ofrece. ¿Podemos conjeturar que, como sigue ocurriendo en algunos bodegones,
el Arroz a la valenciana llevaba pollo en lugar de frutos de mar?
El
capítulo de minutas ofrece algunos datos interesantes, más por las ausencias
que por los platos que están presentes. Ya señalé la ausencia de la Milanesa a
la napolitana y di una explicación que juzgo plausible. Tampoco hay Costillas
de cerdo a la riojana, Mollejas o Escalopes al verdeo o al marsala y Lomo a la
pimienta con papas a la crema. Creo que a todos estos platos les cabe las
generales que apliqué a las Milanesas a la napolitana. Es decir, su aparición
en el recetario es tardía con relación a la oferta de Albamonte de 1950.
Pero
hay además otro caso notable, la ausencia de la Suprema de pollo a la maryland.
Sin embargo, y sin forzar demasiado la imaginación encontramos algo parecido en
la carta, Suprema de pollo c/crema de choclo. El Pollo a la Maryland es una
receta originaria de ese Estado de la Unión en el siglo XIX. He encontrado
múltiples versiones, entre las que se encuentra una receta de Auguste Escoffier.
Algunas llevan, ya desde antiguos tiempos era todavía un plato local
norteamericano, el pollo apanado y otras no, algunas incluyen la banana frita y
otras no. La crema de choclo está presente en casi todos ellos. En Buenos
Aires, bajo el nombre de Suprema de pollo a la Maryland se ofrece versión
criolla de ese plato estabilizado en un conjunto de guarniciones que lo
acompañan, lo que le da tipicidad (el pollo es suprema apanada y lleva huevo
frito, panceta frita, papas paille, la consabida banana frita y la crema de
choclo soportada sobre una delicada bechamel). Hay receta anteriores a la carta
que venimos considerando como el Pollo a la maryland publicado por Teófila
Benavento en 1940(7) o la Suprema de pollo a la maryland de doña Petrona en la
edición del mismo año(8). De modo que debemos aceptar que el plato ausente y el
presente en la carta, si no son uno y el mismo, son parientes cercanos y
descendientes directos del ya transnacionalizado Maryland chicken.
Sin
embargo, hay algo que despista a algunos autores, la presencia singular de la
banana frita en esta Suprema(9); pero hay otro plato de la restauración porteña
que se ha perdido hace algún tiempo, que también la lleva, el Arroz a la cubana
que encontramos unas líneas más abajo en la misma carta de Albamonte.
En
los postres, hay una oferta de clásicos (Panqueques, Manzana asada, Flan, Sopa
inglesa y Budín), pero faltan otros platos de la misma catadura (v. g., Budín
de pan). No hay Tarantela (¿demasiado asociada a las cantinas?), ni hay Natillas
(¿demasiado asociada a las tascas?). En este último caso, es probable que se
trate de un postre más reciente que debe su prestigio a sus hermanos de origen
francés (Creme Brulée) y catalán. Estimo que la incorporación del Tiramisu al
recetario es igualmente tardía.
Ahora
bien, hay dos propuestas de la Carta que me llaman la atención, uno por su
presencia y otro por su ausencia. La Carta ofrece Pizza de ricotta, ¿Será la
Torta de ricotta que hoy conocemos? Muy probablemente. En la Carta está ausente
el Panqueque de manzanas.
Dereck Foster decía que había un postre argentino que no encontró
en ninguno de los 38 países que conoció en su vida: el Panqueque de manzana
quemado al ruhm(10). Busco y busco, pero no está en la carta y, sin embargo...
¿Qué es esto de Tortilla quemada al ruhm? Leo la receta de Panqueque de
manzanas de Ariel Rodríguez Palacios. Sí, el la llama Tortilla de manzanas(11).
¿Es un capricho de Rodríguez Palacios o se trataba de una sinonimia habitual?
Dudo un poco porque la carta dice “Tortilla quemada al rhum”.
En
un correo-e, Aldo Barberis-Rusca pone algo de claridad que rescato. Me cuenta
que su abuela hacía la Tortilla quemada al rhum; pero que ese postre nada tenía
que ver con los panqueques ni con las manzanas. De modo que la denominación
adoptada por Ariel llama a la confusión. Termino sin entender de dónde la tomó.
En relación con la Pizza de ricotta, Aldo confirma mi impresión, se trata de la
Torta de ricotta que conocemos hoy. Su tía Nené hacía esa torta, pero la
llamaba Pizza de ricotta. Muchas pizzerías tradicionales la siguen
preparando(12).
Como
puede apreciarse, este documento que publicó Aldo confirma la identidad de un
restaurante típico porteño e incita a la investigación acerca de cómo se fue
desarrollando su recetario y a buscar certezas sobre probabilidades y
estimaciones.
Notas y Referencias:
(2) 2015,
Baberis Rusca, Aldo, https://www.facebook.com/photo.php?fbid=776166885763958&set=o.290663407620192&type=3&theater, leído el 22
de enero de 2015, editado el 7 de enero.
(3) 2008,
Sorba, Pietro, Bodegones de Buenos Aires, Buenos Aires, Planeta, 3°
edición, 2009, pp. 9-13.
(4) 1941,
Castillo, Cátulo y Piana, Sebastián, Tinta roja, leído el 25 de enero de
2015 en http://www.todotango.com/musica/tema/323/Tinta-roja/.
(5) 2008,
Sorba, Pietro, Op. Cit., pp. 16-17.
(6) 1894, Benavento, Teófila, La perfecta cocinera
argentina, Buenos Aires, s/pie de imprenta, edición de 1940, pp. 150-151.
(7) 1984,
ídem, pag. 285.
(8) 1934, Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona,
Buenos Aires, 1940, edición 11°, pp. 202-203.
(9) 2011,
Caride Bartrons, Horacio, “Noche suprema”, publicado el 23 de agosto de 2011 en
http://saboogle.blogspot.com.ar/2011/08/noche-suprema.html,
leído el 11 de febrero de 2015.
(10) 2011, msena, “Milanesa napolitana, ¿invento argentino?
(reportaje a Dereck Foster)”, en http://dixit.guiaoleo.com.ar/milanesanapolitana/ (leído el 25 de enero de 2015).
(11)
2014, leído el 25 de enero de 2015 en http://unykacocina.blogspot.com.ar/2014/08/panqueque-tortilla-de-manzana-al-rhum.html .
(12)
2015-agosto, Barberis-Rusca, Aldo a Aiscurri, Mario, correo-e.
Excelente tu artículo y el análisis de la carta de Albamonte.
ResponderEliminarSumo dos comentarios: los caracoles a la Luciana. Se hacían en mi casa y además hasta su desaparición era parte de la carta de la muy famosa Cantina de David (restaurante porteño) de la esquina de Jorge Newbery y Córdoba. Son caracoles de tierra, de los que salen después de las lluvias copiosas con una salsa muy abundante parecida a un sofrito clásico pero más picante.
En cuanto a la tortilla quemada al rhum, todavía es parte de la carta de algunos restaurantes porteños. La diferencia con el panqueque de manzanas consiste en que no lleva manzanas (obvio) y además no se hace con la receta de panqueques, se elabora con huevo como si fuera un panqueque (puro huevo) pero sin sal ni pimienta, dulce, con azúcar y luego se lo quema al rhum.
salu2
Gracias, Héctor, por tus comentarios siempre enriquecedores.
EliminarEn casa, comíamos caracoles hechos a la manera riojana (sofrito de cebolla y morrón al que se le agrega tomate y condimenta con moderación).