Por José Fernández Erro
(Nota de El Recopilador de sabores:
debo a la amable constancia de José, quien soportó estoicamente la densidad de
mis textos, los siguientes apuntes que fueron elaborados al compás de su
lectura. Es por ello, que he decidido publicarlos, con el consentimiento del
autor, conservando la estructura de capítulos de mis artículos. M. A.)
Introducción
Estas son notas al pie de los artículos
publicados por Mario Aiscurri sobre la cocina de los Valles Calchaquíes. Por
tratarse de una tierra viñatera, di en llamarlas notas al pie de la vid.
Escribir notas al pie tiene su riesgo y atrevimiento. El riesgo es que,
escritas al paso de la lectura del texto original, pueden perder el hilo
temático que pertenece a éste. El atrevimiento es querer superponer lo propio a
lo ya hecho. Por eso, mis notas no pretenden ser los racimos fecundos que
Aiscurri ya ha vendimiado sino apenas la melesca que queda tras la cosecha.
Solo pretendí hacer con ellas un patero de entrecasa para celebrar la alegría
de comer y beber entre amigos.
Las imágenes fueron tomadas de El Recopilador de sabores
Fue importante el papel de las
peñas, con el éxito y la difusión del folklore, en la introducción de la comida
regional norteña en Buenos Aires. La empanada más ofrecida no era la salteña y
hasta diría que la papa y la cebolla de verdeo no satisfacían el gusto local.
Recién en 1969, cuando Los Fronterizos y Los Chalchaleros estaban en lo más
alto de la fama y durante mi primer viaje a Salta, pude ponerme de novio con la
empanada salteña en lo de Ignacio, desaparecido boliche de la calle España,
Siempre hablando de lo que sucedía en Buenos Aires, el locro era la comida de
rigor en las peñas durante los meses de invierno y a éste y las empanadas
habría que agregar las humitas, los tamales y el quesillo con miel de caña.
Como maridaje, ya dentro de la década del 70,
lograron singular éxito el torrontés Etchart Privado, como vino fino, y
los vinos salteños de damajuana de Etchart, Michel Torino y Domingo Hermanos,
como vino popular de los asados. La carbonada, en cambio, nunca tuvo demasiada
aceptación. Tan grande fue el éxito de la comida regional norteña que se
difundieron los restaurantes especializados, de los cuales el más famoso fue
uno llamado Quitaucho que llegó a tener varias sucursales. La cocina regional
creció al margen de la cocina de lujo o de autor (no había tantos autores en
ese tiempo) o, en todo caso, a través de recetarios, empezando por el libro de
la Petrona (no olvidemos que era santiagueña) y siguiendo por un sinnúmero de
libritos, entre los que recuerdo con especial cariño el de Margarita Palacios
(oriunda de la Santa María que menciona Aiscurri al comienzo).
En relación a la difusión de la
cocina nacional con firma, no debería olvidarse el aporte de Mallmann, cuando
vino de vuelta de sus veleidades francesas en busca de su infancia patagónica.
Si hablamos de la cocina de autor en el norte argentino, Salta no es de mis
sitios preferidos. Doxandabarat ha hecho una propuesta creativa con Osadía, usando productos regionales,
pero la ha instalado en un ambiente frío de descuidada atención. Al menos esa
es mi impresión tras varias visitas, acaso por un mal entendimiento entre lo
barroco de los platos y lo muy posmoderno del ambiente. José Balcarce, que contra lo que alguien podría suponer no queda en
la calle Balcarce sino en Mitre y Necochea, es otro restaurante que ha llevado
con dignidad la tan vapuleada cocina andina a lo largo de los años aunque con
bastantes altibajos. En Jujuy he encontrado mejor gastronomía de autor que en
Salta: Sergio Latorre en El manantial del
silencio purmamarqueño, Garo Iurincic en su frustrada experiencia tilcareña
o Los Morteros, también en
Purmamarca, creación de Gloria Diez Peña quien según tengo entendido ahora anda
por Maimará.
De la literatura gastronómica regional
La literatura regional, no solo la
culinaria, tiene serios problemas desde hace muchos años. Quien anda buscando
poetas provincianos por todas partes sabe lo difícil que es hallar sus libros.
Ahora parece haber cierto reverdecimiento en Salta y han salido las obras de
algunos de ellos. Los problemas se agudizan cuando uno busca libros de historia
y si busca gastronomía la situación es crítica.
De los restaurantes populares
Al igual que con los de autor, para los
restaurantes populares sigue siendo mejor Jujuy. Merecen alabanza los pejerreyes
de La Ciénaga, el picante de gallina de Humahuaca y el guiso de cordero de
Iruya (que es Salta pero tiene costumbres muy jujeñas). Locros como los de
antes casi no los hay. Es bueno el de La
Casona del Molino en Salta.
Si hay un lugar donde no se debe preguntar
por un buen restaurante, ese es una oficina de turismo. En realidad, además de
pedir un mapa, poco se puede hacer en una oficina de turismo. A los buenos
lugares, más que por recomendación, se llega por instinto y búsqueda, con su
consecuente saga de intentos fallidos. En todo caso, cuando quiero una
recomendación, empiezo a estudiar la gente que anda por la calle y cuando veo
un gordito con cara de buen comedor y bebedor, le pregunto. Como hacedora de
buenas empanadas en Salta, además de La
Casona del Molino, que también las hace de carne, se mantiene en pie La Casa de Oro. En mi último viaje se me
dio por probar el restaurante de un hotel boutique consagrado al vino. Grueso
error: eran incomibles las empanadas descongeladas que trajeron. Perdieron un
cliente porque jamás me alojaré allí, cosa que en un principio había
considerado. Comí buenas empanadas tucumanas en un boliche cercano a la
estación de trenes de San Miguel, pero no sé si podría reencontrarlo porque me
llevó en auto gente del lugar. Por
cierto, se come bien en el restaurante frente a la plaza de Chicoana mientras
uno va recordando las hazañas de Luis Burela. De puro desconfiado, dudo que sea
Chicoana, un típico pueblo del valle de Lerma, la cuna del tamal de charqui. Es
un dato que habría que corroborar.
La gastronomía cacheña me parece la más
destacada de los Valles. Una gran experiencia fue La Candelaria de un Cherelo que se volvió a su Orán. Sobreviven, la
Hostería del ACA, Viracocha y Ashpamanta. Más recientemente, Catalino
ha hecho una interesante y elegante propuesta. No he tenido ocasión de caer
en la Sala de Payogasta, pero ya lo
haré. Siguiendo con las preferencias vallistas, agrego tres: La posada del Gobernador en Molinos, Terruño en la plaza de Cafayate y el
restaurante de la bodega Piatelli camino a Yacochuya.
Cabritos los hay por todos lados pero el
problema principal, como en el planeta, es el calentamiento global. Cuando está
hecho en cazuela, no pasa nada si lo sirven recalentado, pero hay que tener
suerte si se lo pide al horno o a la parrilla. Lo que recién hecho puede ser
glorioso, recalentado se vuelve charqui o goma.
Tamales y humitas también requieren suerte
y es mejor comerlos en lugares chicos, como tu experiencia de Chicoana o La
Poma. Suelen ser los viejos tamales y humitas populares de la adolescencia. En
los restaurantes de más movimiento, como los de Salta o Cafayate, saben
tenerlos congelados y no siempre los calientan bien.
La llama y la quínoa son dos antiguos
productos que han sido remozados y tienen mucho potencial para los creadores.
Esperemos que el ancestral cereal de los aymaras llegue lejos y que éstos no se
ofendan porque la gente de ahora guisa los animales que ellos consideraban
sagrados y no comían. Acabo de comer una muy buena guarnición de quínoa que
acompañaba a una trucha en el restaurante que tiene Rebaudino en Buenos
Aires.
De la música en los restaurantes y en las radios del camino
Más allá de que, para bien o para mal, se
suelen ambientar algunos restaurantes, lo de la música criolla da para largo y
es otro asunto. A modo de resumen, diré que el comentario de Aiscurri es
acertado pero parcial. En Salta se escucha bastante folklore, de entrecasa, en
algunos sitios más apartados o en las calles, dividiéndose las aguas entre los
seguidores de Los Nocheros y los del Chaqueño Palavecino. Cada salteño, en el
fondo, sigue siendo un guitarrero y considero válido el dicho que escuché una
vez a uno de los Teruel: Si en todas
partes billetera mata galán, en Salta guitarra mata billetera. Lo que no
quita, que la cumbia haga estragos. Son cosas de nuestra cultura popular.
Aunque a veces subterráneo, como en el Puente del Diablo de La Poma, el río de
la canción criolla sigue corriendo en nuestra tierra. La Casona del Molino es un buen ejemplo. Tengo a cuestas muchas
noches en ella, algunas gloriosa y otras aburridas. Hay que tener en cuenta que
funciona como caidero y los guitarreros de veras caen después de medianoche.
De la interpretación de la cocina
Aiscurri encabeza un capítulo con esta
cita de Marcelo Ávarez: Farb y Armelagos definen una “cocina” como una estructura que
incluye cuatro elementos: 1) un limitado número de alimentos seleccionados de
entre los que ofrece el medio (por capacidad de acceso y utilización de
energía); 2) el modo característico de preparar esos alimentos (cortados,
asados, cocidos, hervidos, fritos, etc.); 3) el principio o los principios de
condimentación tradicional del alimento base de cada conjunto social; y 4) la
adopción de un conjunto de reglas relativas al “status” simbólico de los
alimentos, el número de comidas diarias, que los alimentos se consuman
individualmente o en grupo, etc. Las cocinas, así consideradas, pueden tener
varias dimensiones (étnica, nacional y/o regional, etc.).
La
verdad es que esta cita me suena difícil y poco clara. Ya que este es el año de
Santa Teresa, por qué no escribir sencillo como ella. Escribe como habla, decía de la santa Dámaso Alonso, y viceversa,
cuando uno habla con un abulense parece que estuviera leyéndola. Una buena
cocina necesita tres cosas: ingrediente, oficio y sabiduría. Lo del ingrediente
se resume con el dicho: no saldrá de tu
olla nada mejor de lo que pongas en ella (que lo he visto en muchos lados
por lo que no creo que sea de autoría de Santi Santamaría). El oficio es lo que
diferencia un cocinero profesional de un aficionado como uno. La sabiduría es
lo que se hereda en la casa y se aprende andando y viendo. Después, a modo de
sal o de pimienta, está el talento creador que el cocinero agregue a esas tres
cosas, ya en los dominios del arte, como quien pinta un cuadro o escribe un
poema. Así de simple.
De los productos consagrados
Respeto la obsesión de Aiscurri porque
sobre gustos no hay nada escrito pero, habiendo tantas y tan buenas carnes
frescas de norte a sur de la Argentina, ¿para qué obsesionarse con una carne de
emergencia, modo de conservación que tenían los viajeros cuando no existía la
heladera?
En lo de los vinos, conociendo
a Guarany e Isella, no creo que lo de macho sin dueño aluda al torrontés. Más
bien lo veo referido a esos tintos peleones de la juventud, muy alcahuetes
ellos porque dejaban los labios moradísimos. Gracias a Dios, el mapa del vino
salteño se extiende y cambia año a año. En cada viaje se descubre uno nuevo y
cada vez son más las marcas y terruños. Con el crecimiento también viene la
desigual calidad, muchas veces sesgada por la comercialización, y en este terreno
se mueve uno, sin perder el norte del Norte que es beber y cantar. Dentro del
panorama descrito, me place que los tintos vayan ganando su lugar aunque sea en
desmedro del afamado torrontés.
Tengo deudas con Amblayo porque nunca he
podido llegar debido a las dificultades camineras que plantea la cuesta de
Isonza. Siempre quise ir allí, desde mis primeras lecturas de Juan Carlos
Dávalos: Al lado de la fonda en que vivo,
de Indarte... Espero llegar algún día. Cuando Aiscurri habla de los quesos
de Amblayo, debería decir que se trata de los tradicionales quesos de cabra,
tan diferentes por ejemplo de los de Tafí y que no a todo el mundo gustan. Tres
son los que compiten en fama: los de Amblayo, La Poma y El Tonco. Unos y otros
llegan en forma indistinta al mercado de Salta o a los almacenes de Cachi. No
me alcanza el paladar para decir cuál prefiero, aunque por puro sentimiento me
quedo con el pomeño que, en el verano y acompañado de las habas del lugar, es
extraordinario. Hay un viejo muy simpático que los vende en el mercado de
Salta.
De los productos con identidad de origen
reconocida en Buenos Aires
Cabras de
Cafayate, los
quesos que hace el hijo de Palo Domingo, se envasan adecuadamente y los he
visto en Buenos Aires. Vale la pena visitar su fábrica con altos estándares de
producción en las afueras del pueblo. Los de Tafí no sé cómo se comercializan.
En cuanto a los quesos rústicos como los de Amblayo, he visto algunos de
procedencia dudosa en Liniers pero jamás me les animaría. Son quesos jóvenes y
supongo que bastante inestables sin los adecuados frío y frescura.
Si uno va a los Valles a fines
de marzo o principios de abril verá los pimientos secándose al sol que tan bien
pintó Miro Barraza. Pimentones los hay de varias calidades que, sin tener yo
los conocimientos de mi tocayo ingeniero, puedo distinguir a tientas. Alguna
vez me explicaron, precisamente en Payogasta, las diferencias en la selección y
la molienda, pero la verdad es que me he olvidado de esos tecnicismos. Cuando
voy a Salta, según el viaje, compro en este orden de prioridades: la Sala de
Payogasta, el almacén que está frente a la plaza de Cachi y el mercado de
Salta. Ocasionalmente compré uno excelente que vende el belga de la cerveza Me echó la burra en su hostería de San
Carlos. Más de una vez, comparando sabores con Paco, mi hijo cocinero de Sukaldea, hemos dicho que el pimentón
calchaquí nada tiene que envidiar al de Murcia. Creo que nuestros pimentones
tranquilamente pueden alcanzar la calidad de los españoles conservando su propia
personalidad. El problema, como explicó mi tocayo, está en la línea que va del
labriego al paquete. En España está perfectamente trazada para cualquiera de
sus productos: vino, pimentón, jamón, miel, azafrán, turrón y todo lo demás que
a uno se le ocurra, con sus matices de calidad y precio. Aquí, con la excepción
de los vinos, no.
Creo que es un delirio inventar una
máquina de hacer charqui cuando, siguiendo la línea de los párrafos
precedentes, podría traerse en tiempo y forma de sus lugares originarios. Me
parece que el clima debe influir mucho en su elaboración. Con respecto a lo que
le dijeron a Aiscurri en Almacén Secreto y Miriam, un consejo: no se crea todo
lo que le dicen. Sin saber hacerla ni querer aprenderla a hacer, pienso que el
principio de una buena crítica gastronómica, como el de cualquier ciencia, es
la desconfianza. Me parece que los cocineros y sus secuaces mienten más que los
pescadores.
De las DOC
Coincido en el uso de la razón para
implementar las DOCs. En primer lugar, no creo que se contrapongan con el
concepto de orgánico o biológico, que es harina de otro costal. En segundo
lugar, habría que ver qué es una DOCs. ¿Un concepto territorial o, como en los
vinos europeos, además una composición determinada? Un rioja no es un rioja
solo por ser de La Rioja. Lo mismo pasa
con un jabugo que además de ser de Jabugo tiene que ser de bellota. Finalmente,
empecemos por la calidad, eso que Aiscurri llama trazabilidad, y después
veamos. Lo de la creatividad del argentino aplicado a esto me parece que no
tiene nada que ver. Además, si el tango es producto de músicas diversas por la
creatividad argentina (en todo caso porteña o al menos urbana para no dejar
afuera a Rosario y Córdoba), muy creativos han de ser los chilenos con su
cueca, los brasileros con su samba o los mexicanos con sus boleros.
Prácticamente todas las músicas populares y más las vinculadas a los puertos
son producto de innumerables mezclas que se pierden en la noche de los tiempos.
Es muy loable el emprendimiento
de los Señores Alonso y Ruiz de los Llanos, pero nada diferente de la vieja
cocina criolla que conocimos de mozos y ahora sucumbe ante la masividad y el
consumismo. En los Valles la llaman economía de subsistencia. Me aclaraba una
vez un cacheño, precisamente amigo del Señor Ruiz de los Llanos, que el
concepto de subsistencia no significa pobreza o supervivencia, sino la
capacidad de alimentarse con los productos de la propia casa. Ni más ni menos
que lo que hacen Alonso y Ruiz de los Llanos. Ni más ni menos que lo que hacían
mis antepasados en Gorostiaga.
En un sitio de noches frescas
como el valle de Cachi, no veo por qué no pueda ofrecerse un locro o una
cazuela de cabrito en primavera o incluso en verano. Si la estacionalidad fuera
determinante, la fabada asturiana habría desaparecido. Además, hay unas mil
alternativas, en las que la quínoa y la llama que Aiscurri menciona bien
podrían participar. En lo de "Cocina de Salta" permítaseme al menos
ser escéptico. Que los salteños se pongan a cocinar como Dios manda y a cuidar
sus productos como lo hacen Alonso y Ruiz de los Llanos. Lo demás vendrá por
añadidura, como a la larga le vino al vino. ¿Quién iba pensar hace veinte o
treinta años que el vino salteño iba a estar posicionado donde está hoy?
En mi experiencia campesina,
los españoles e italianos que sabían facturar se han muerto y también lo han
hecho sus descendientes. Ya casi no queda gente en Gorostiaga que sepa hacer
buenos chorizos. En España e Italia la tradición productiva se mantuvo. Por
eso, si yo fuera descendiente de italianos y decidiera poner una fábrica de
chorizos, probablemente también viajaría a Italia para aprender. Esto no sería
una falla en la autoestima sino un rasgo de la creatividad que mencionaste más
arriba.
De los caminos por recorrer.
El camino a Amblayo sigue
siendo el mismo de cuando iba Juan Carlos Dávalos y sus productores de quesos,
que difícilmente tendrían aceptación masiva, los hacen en pequeña escala. Por
supuesto que sería muy bueno que esa comunidad fuera promovida con camino y
aporte de tecnología, pero su impacto productivo sería ínfimo comparado con las
posibilidades de los Valles o el Chaco salteños.
La Ruta del Vino es una buena iniciativa turística, nada original por
cierto porque rutas del vino las hay en todo el mundo. Necesitaría, eso sí,
algo más que poner carteles. De todos modos, lo que importa es la producción y
el crecimiento económico y social que ella genera, como se ve claramente en
Cafayate. A propósito, te cuento una anécdota. Cuando con mis escasos dieciocho
años llegué por primera vez a Cafayate con Manolo González, fuimos a visitar a
Rodolfo Bravo, arqueólogo autodidacta que tenía el museo aún mantenido por sus
herederos. Con entusiasmo le hablamos de la necesidad de
hacer buenos caminos para que la gente visitara los Valles, a lo que Don
Rodolfo respondió: - Los caminos están muy bien, pero lo más importante es
traer agua. Acto seguido nos explicó cómo podía aumentarse diez veces el área
viñatera de la zona. Cuando voy ahora a Cafayate y me acuerdo del Cafayate que
conocí en 1969 comprendo cuánta razón tenía Don Rodolfo.
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