Compro
las verduras de la semana en el mercadito que tienen doña Emiliana y
don Julio, su marido, cerca de la Avenida Elcano en Colegiales. ¿Cómo
los conocí? Cuando me harté de comprar verduras malas en los
supermercados del barrio, probé en varios lugares, hasta que llegué
a éste. Doña Emiliana se provee de mercaderías de calidad y puede
competir, en ese sentido, hasta con los muy pintados puestos del
mercado de Juramento y Ciudad de La Paz... y ojo que éstos son muy
buenos.
Pero, además, doña Emiliana y don Julio tienen una ventaja
comparativa importante, son bolivianos.
Las imágenes pertenecen al autor
No
sé cómo sería este barrio hace 50 años porque yo me crié en la
otra punta de la Ciudad. En el mío, en Mataderos, la calle vivía
una algarabía en la que “tanos” y “gallegos”, y “turcos”
y “rusos” también, compartían la escolaridad de los pibes y las
nostalgias de sus tierras lejanas. Los “tanos” de mi barrio, por
ejemplo, tenían tres especialidades y una afición: contratistas y
albañiles, comerciantes de pescados frescos y productores y
comerciantes de verduras y hortalizas... ¿y la afición? Il bell
canto, la ópera y las canzonetas.
Los
años pasaron y las colectividades de inmigrantes fueron
transfiriendo algunas actividades las unas a las otras. No hay como
los chinos para el comercio de pescado fresco, no hay como los
paraguayos y los bolivianos para la construcción y no hay como estos
últimos para la producción y comercialización de verduras y
hortalizas. Hay novedades, claro está, el locoto, por ejemplo,
reemplaza al ajicito de la mala palabra. Las diferencias no parecen
ir mucho más allá de allí y de los cambios que las modas de
consumo impusieron, y sin embargo...
Lo
cierto es que, en el mercadito, doña Emiliana oficia de gerente
general y don Julio se encarga de la carnicería y de la logística
que incluye un servicio de delivery, bastante particular por cierto,
y el transporte, en el vehículo familiar, de los productos desde el
mercados mayorista en el que se proveen hasta el local en
donde los venden.
Ofrecen toda clase de frutas, verduras
y hortalizas, en especial, las que sus propios paisanos producen en
el Gran Buenos Aires.
Colabora
en todas las actividades el joven Matías, hijo del matrimonio, que
es muy atento, afable y diligente y comparte el sistema de envíos a
domicilio con su padre. Pero, cuando le toca a don Julio, prefiere no
hacerme esperar y me acompaña de regreso a casa con los bultos a
cuestas. Lo más interesante es que suele utilizar el trayecto de
unas pocas cuadras para contarme episodios de su vida en Bolivia,
ocurridos, por cierto, hace ya bastantes años. En una de esas
charlas, contó que doña Emiliana era una gran cocinera. Esta
referencia despertó mi interés y provocó algunas charlas y
reflexiones sobre los platos de la cocina boliviana y sobre los
productos que se ofrecen en el mercado boliviano de Liniers. Las
charlas fueron incluyendo a doña Emiliana que solía pasarme
fragmentos de recetas, y a Matías que me recomendó los mejores
restaurantes bolivianos de ese
barrio (para él, Charo) y los mejores platos que podía comer en
ellos (Chicharrón
y Sopa de maní).
De
modo que, una tarde, me fui con mi anotador y le pedí algunas
recetas a doña Emiliana. Esa tarde estaba su nieta, una joven
veinteañera a quien agradaba en mi interés por la cocina boliviana,
pero desconfiaba de mi capacidad para reproducir las recetas con
solvencia. Pensé, entonces, que tal vez tendría razón... pero,
después, cuando las practiqué, las hice con aceptable solvencia.
Le
pregunté a doña Emiliana dónde había aprendido a cocinar. Nació
en Betanzos, Departamento de Potosí, a unos 45 km de esta ciudad, en
una familia de muchos hermanos y escasos recursos. A los diez años
decidió colaborar con la economía familiar y, contra la voluntad de
su madre, comenzó a cuidar un niño de una familia del pueblo. Allí
dio sus primeros pasos en la cocina, aprendiendo a preparar los
platos del altiplano boliviano. Emiliana confiesa que tuvo que dejar
la escuela primaria en 2° grado y que sólo aprendió a leer bien
cuando vino a Buenos Aires porque empezó a leer el diario todos los
días.
A
los 14 años, dejó Betanzos y se empleó en la casa de una familia
pudiente en La Paz, donde aprendió repostería y las
preparaciones
de
la
cocina burguesa boliviana, académica y afrancesada. Disgustada por
el trato y los modos de relación que establecía su patrona, se
desvinculó de esa familia y se vino a La Argentina a los 16 años.
Aquí empezó
a trabajar
por cuenta propia y hace casi treinta años que vende verduras y
hortalizas
en distintos lugares del barrio de Belgrano. Hace 10 años que se
instaló en Colegiales a pocas cuadras de Belgrano R.
Las
charlas sobre la cocina boliviana, dije, me incitaron a pedirle las
recetas porque tengo un vivo interés, desde hace algún tiempo, por
esa cocina que también se practica en el sur del Perú, el norte de
Chile y en las estribaciones más elevadas de la cordillera en las
provincias de Catamarca, Salta y Jujuy de La Argentina, en un espacio
algo más extenso de que lo que alguna vez fue el Territorio Nacional
de Los Andes cuya capital era San Antonio de los Cobres.
Decía
también que la condición de boliviana, le daba un valor diferencial
a su comercio. Es que, en el
presente,
los bolivianos constituyen la colectividad de inmigrantes más
importantes en nuestro país. Esta condición hace que algunos
alimentos que antes no se conseguían en Buenos Aires, la mayoría de
ellos producidos en Jujuy y Salta, los tengamos a disposición ahora
porque forman parte del consumo habitual de estos paisanos. Mientras
doña Emiliana me da sus recetas de Picante de pollo, Sopade maní y Ensalada de pepinos y ricota, me va explicando cuál era el maní que había
que comprar y como podía usar en esa recetas el maíz blanco pelado
con el que se prepara el mote, o el chuño con el que preparan otros platos;
productos que, a la vez, me iba
mostrando, porque los tenía guardados para su consumo personal.
Un
día pregunté por la Mazamorra.
Don Julio me dijo que no había tal plato Bolivia. Matías agregó
que conoció la mazamorra en La Argentina. Don Julio preguntó de qué
se trataba. Expliqué que se hace con maíz pisado hervido y que se
le puede agregar leche y azúcar. Agregué que también se le llama
Api
en Salta. Don Julio me explica que Api
es, en Bolivia, otra cosa. Se trata de una bebida, hecha sobre la
base de maíz pisado hervido, al igual que la Mazamorra;
pero, en ella, se utiliza una proporción mayor de agua. La Mazamorra
argentina tiene que quedar como un guiso frío, caldoso; el Api
boliviano es una bebida. Percibí entonces que se trataba de
variaciones locales sobre una sobre una misma preparación regional
(algo similar a lo que ocurre con las empañadas salteñas en
relación con las cordobesas).
El
proceso de una recopilación de recetas lleva un tiempo de preguntas,
escrituras, practicas y correcciones. Durante
ese tiempo, había
probado Salteñas,
Charquicán
y Chicharrón
de cordero en los
restaurantes
Miriam y
Charo de
Liniers. Había ensayado la preparación de una Sopa
de maní con aceptable fortuna. Tentado estuve entonces de pedirle la
receta del
Api
boliviano a doña Emiliana para
completar la preparación,
pero elegí
otro camino...
Estaba
extasiado frente a los platos de esta cocina, como si estuviera a
punto de acceder a una revelación. Me sentí involucrado en una
experiencia única que, por un lado, se expresa rica en antiguas
tradiciones y originalidad, como cualquier culinaria étnica, como la
china, la francesa o la mexicana. Pero que, por el otro, la siento
como dueña de algo diferente. No sé, tal vez sea porque estas
recetas bolivianas son auténticamente sudamericanas, es decir, más
nuestras que las otras… ¿Nuestras? Sí, claro. El
poeta puntano Antonio Esteban
Agüero lo dicen así en su
celebrado
Digo
la Mazamorra, poema al que Peteco Carbajal agregó música:
“Hay
ciudades que ignoran su gusto americano
y
muchos que olvidaron su sabor argentino,
pero
ella es siempre lo que fue para el Inca:
nodriza
de los pobres en el páramo andino.”
Visto
de este modo, la cocina de doña Emiliana no sólo representa la
cocina local de Bolivia, sino también, en algún sentido, una parte
importante de la cocina argentina. Por eso es que cambié el rumbo en
un giro de 355 grados y preferí concluir esta recopilación
agregando la receta de Mazamorra de doña Petrona C. de Gandulfo. Tal
vez pueda homenajear de este modo a esta familia boliviana que no
sólo ha perseguido el sueño de una vida mejor en La Argentina, sino
que ha alimentado la realización de ese sueño, a la vez que
enriquecen a nuestro país, con su apuesta al trabajo duro y honesto.
Una deliciosa historia. Estaría bueno que doña Emiliana se anime a cocinar para nosotros y retratar el paso a paso de alguna de sus especialidades bolivianas. Como para que nosotros que sabemos tan poco de las delicias de aquél país nos hagamos un poquito más sabios. Gracias Mario!!
ResponderEliminarGracias, Diego, por tus comentarios.
EliminarLa idea es excelente.
Adhiero: hay que convencer a Emiliana para que nos comparta sus ricos conocimientos. Hermosa nota, gracias!
ResponderEliminarGracias, Adriana, por sus comentarios.
EliminarYa sabe que pienso que es una gran idea.
Hermosa reseña de la verdulería y sus propietarios . Comunidad muy respetada por su experiencia y atención en ese rubro en todo el país . Hermosa la coloratura de tus descripciones , Mario!.
ResponderEliminarGracias, Ene Elece, por tus comentarios:
EliminarComparto tus opiniones en relación con la colectividad boliviana.
Gracias a vos por tanto material lindo . Has tenido una genial idea hace años !! Y es parte de mis lecturas obligadas ( con gusto...) para acrecentar conocimientos en este rubro tan unificador como lo es la gastronomía .
EliminarAbrazo , Nora
Gracias.
Eliminargracias por tu nota Mario!! soy una agradecida a la colectividad boliviana por darnos la posibilidad de consumir productos de gran calidad y variedad!!
ResponderEliminarGracias, Clara, por tus comentarios que comparto.
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