El
día 23 de marzo de 2014 estuve en la Feria de Mataderos.
Ya
he derrumbado el mito de la lejanía de Mataderos en los días
domingo y he mostrado cómo se llega hasta el barrio desde el perfume
de azares de los poetas (en Mataderos no hay balcones sin flores como
los viera Baldomero Fernández Moreno en el Centro de la Ciudad).
Las imágenes pertenecen al autor
Les
propuse que cuando vayan, entren en el Museo de Los Corrales antes de
recorrer la Feria. Ahora les propongo ver otros aspectos que perfilan
la identidad única de este barrio... Como la Feria es, además, un
lugar propicio para en el encuentro para distintos rincones de La
Argentina, les propongo también una recorrida por los puestos que
ofrecen aceites de oliva y vinos artesanales.
I
Sí, efectivamente, sólo en la imaginación colectiva el barrio de
Mataderos está lejos de los circuitos turísticos. La ingeniería
que ha hecho trascurrir a la línea A de Subtes hasta la Avenida
Sampedrito le ha devuelto una centralidad que le fue objetiva desde
que el tranvía 40 llevaba pasajeros desde el Mercado Nacional de
Haciendas hasta la misma boca del Subte en Primer Junta en las
primeras décadas del siglo XX.
¿En
qué consiste esta Feria de Mataderos que fue creada por Sara Vinocur
en 1986? ¿Qué es lo que la hace tan particular y única? La
información oficial se encuentra accediendo al sitio Web de la
Feria(1). Ella es explícita y minuciosa y me eximirá de largos
comentarios descriptivos, permitiendo que me dedique aquí a unas
pocas impresiones personales que son las que, creo, mostrarán lo
diferente.
Debo
decir, en primer lugar, que la recova sobre la que se recuesta la
Feria formaba parte del paisaje habitual de mi infancia. Los domingos
íbamos con mi tío hasta allí. En los bretes de hacienda que están
unos metros al sur de la misma, solíamos dar con algún acceso libre
a las pasarelas que recorren los corrales del mercado de haciendas.
Hoy, estos accesos están cerrados y no puedo transmitir las
aventuras de mi infancia a los menores de la familia. En mis
recuerdos de infancia, el edificio adquiría perfiles tenebrosos una
vez al año. En algunas oficinas había consultorios del Centro de
Salud N° 4 que dependía del Hospital Salaberry. Allí debíamos
cumplir con el cronograma anual de vacunaciones, en una época en la
que algunos pinchazos eran inevitables.
Pero
no eran los únicos hechos en que la recova estaba presente en mi
vida... Allí mismo, había un cine del que ya he hablado y al que
solíamos ir alguna tarde de fin de semana. Allí mismo, la avenida
Lisandro de La Torre era un lugar apropiado para las celebraciones de
las fiestas patrias, con banda de música militar y carreras de
sortijas. Allí mismo, nace la enorme Avenida de Los Corrales
(increíblemente ancha en los recuerdos) que era el lugar por el que,
cuando ya se había erradicado la tracción a sangre en la Ciudad,
seguían transitando hombres de a caballo... Sí, eran paisanos que
no gastaban bombachas de gaucho y alpargatas por seguir una moda o
por indicar su membrecía a algún centro tradicionalista; sino
porque esa era su ropa de trabajo y el caballo, su principal
herramienta.
De
modo que, cuando en 1986 se instaló la Feria, sólo tuvo para mí la
novedad de fijar, de establecer con firmeza, algo de aquello que
estábamos, y estamos en riesgo de perder: un estilo de vida que
sigue vigente. Desde entonces, y hasta el presente, he sentido un
verdadero orgullo cada vez que llevaba a alguien a la Feria y se
maravillaba con lo que veía.
¿Qué
hay en la Feria de Mataderos? El paisaje urbano tradicional del
barrio de Mataderos (la recova, el Museo, el bar Oviedo, etc.); una
Feria que combina distintos rubros de artesanías en general y de
artesanías criollas en particular (talabartería, cuchillería,
orfebrería, etc.), cocina regional argentina, productos alimenticios
artesanales y otros etcéteras. También hay espectáculos
artísticos y talleres de danza criolla y tango y, a veces, sólo a
veces, destrezas criollas a cargo de los centros tradicionalistas del
barrio. No es poco, ¿verdad?
II
El
barrio de Mataderos fue conocido inicialmente como barrio de Nuevo
Chicago. ¿Por qué? Porque el diseño del mercado de haciendas y
matadero que se desarrolló a fines del siglo XIX, y que fue
inaugurado a principios del XX, se inspiró en las instalaciones del
macelo de aquella ciudad norteamericana.
Me
dispongo a andar por Lisandro de la Torre desde la Avenida
Directorio. Voy sobre la vereda del Parque Juan B. Alberdi (con su
anfiteatro casi invisible) hacia la calle Tandil. A poco de marchar,
se abre una entrada pavimentada que se interna unos dos cientos
metros hacia el Mercado. Un arco nos anuncia que allí están las
instalaciones del polideportivo del Club Atlético Nueva Chicago.
Sobre la otra vereda y ya cruzando la siguiente esquina, la de la
calle Tandil, se ven las instalaciones del Club Social Chicago
inaugurado en 1905. Casi desde allí se despliegan los puestos de la
Feria. ¿Qué actitud tienen estas instituciones durante los
domingos?
El
Club Social Chicago está abierto y ofrece comidas (asado, pastas y
pizza) y organiza bailes tropicales en sus instalaciones. En los años
treinta del siglo pasado, según cuenta mi tía María Antonia, en
esta institución se realizaban muchas actividades de conservación
de la tradiciones gauchas que son las misma que hoy se concentran en
la Feria(2). La situación actual es decepcionante. Hasta hace
algunos años se podía disfrutar allí de comidas típicas y de una
peña de tango y folklore. Pero hoy están estas bailantas tropicales
que distorsionan y afean las actividades que se llevan adelante en la
Feria.
Por
su parte, el
Club Atlético Nueva Chicago permanece cerrado. Es verdad que
Mataderos y ese club parecen ser una única identidad indisoluble. Es
verdad, también, que todas las calles que entornan la Feria están
llenas de murales con los colores verde y negro de esta institución
que fue fundado en 1911 y que, desde entonces, participa en las
principales categorías del fútbol argentino. Pero eso no alcanza...
La
Feria es mucho más que un “negocio” institucional, es el lugar
en dónde se puede percibir la expresión genuina de un barrio que
existe y conserva su identidad. No veo la razón por la que estas
instituciones no acompañan las fiestas domingueras que allí se
desarrollan.
III
He recomendado visitar en el Museo Criollo de los Corrales antes de
recorrer la feria y hablé de algunas cosas de valor histórico que
pueden encontrar en sus salas. Pero hay algo que puede pasar
inadvertido, si no le prestamos la debida atención. En el Museo se
exhiben unas “medialunas” desjarretadoras.
Se
trata de una hoz que lleva el estilete para la empuñadura en el
centro de su curva. Los paisanos ensartaban en él una caña tacuara
que era sujetada con tientos de cuero. Un par de estas piezas, con su
tacuara y sus tientos, se ve en el museo, en la sala destinada a la
producción pecuaria argentina. Las pampas argentinas estaban llenas
de ganado vacuno cimarrón que se había criado libremente a partir
del siglo XVI. Durante el siglo XVIII, estos animales de vida
silvestre eran sacrificados indiscriminadamente con el único objeto
extraer los cueros, dejando que la carne del animal se pudriera en un
despilfarro que hoy nos parecería insólito. Estas medialunas eran
la herramienta adecuada para cortar los jarretes de los novillos de
ese ganado en las cacerías que los paisanos llevaban a cabo. Esos
cueros era “exportados”, muchas veces de contrabando,
constituyeron la primera fuente de riqueza rural en la llanura.
Pero
cuando las vi por primera vez, vino a mi mente el Cielo de Tupamaros
que compusiera hace más de cincuenta años Osiris Rodríguez
Castillo... desde entonces fue que, sin ningún fundamento, imagino
que también era una de las armas de los gauchos-soldados de José
Artigas (…y sacate el sombrero cuando lo digas)... Es que la
canción dice: “El cielo de los matreros / miren que oscuro que
está... / Bien haiga las medialunas / que lo andan por alumbar...”.
Tal vez, la moneda uruguaya de 5 pesos que se acuñó en 1975 en
conmemoración del sesquicentenario de la independencia de la Banda
Oriental, alimentó mi imaginación en ese sentido... es pura
imaginación, lo que no es imaginación es la claridad con que se
explica su uso en el Museo.
IV
Me dedico a recorrer los puestos que ofrecen vinos caseros o
artesanales y aceites de oliva. Son varios.
La
oferta de aceites de oliva deja bastante que desear, salvo un caso,
no hay indicación de la fecha de elaboración del producto que es
indispensable para identificar la durabilidad del mismo. Tampoco hay
indicación del nivel de acidez que es fundamental para tener
noticias de su pureza y calidad. Las referencias de origen se limitan
a las provincias productoras. Conversando con un vendedor que me
aseguraba el carácter artesanal de su producto, terminó confesando
que compraba el aceite a granel a unos amigos en la Provincia de San
Juan y que él mismo lo fraccionaba con su marca en Buenos Aires.
De
modo que no pude identificar a los productores entre los comerciantes
que ofrecen este aceite cuya calidad y origen no puede evaluarse
debidamente desde la información que suministran las etiquetas.
Incluso, uno de estos vendedores me aseguró que el aceite que él
vendía era tan suave como el aceite Lira... Para los que les gusta,
estará bien; pero para los fanáticos de los buenos aceites de
oliva, sobran las palabras.
Con
los vinos la suerte va un poco mejor. Se cumple con las normas. Las
etiquetas indican la bodega elaboradora y la procedencia del
producto, por lo general, Mendoza y San Juan. Que las bodegas sean
desconocidas en Buenos Aires, alienta la idea de que nos encontramos
frente a productos elaborados en baja escala. Los vinos son
mayoritariamente dulces. Hay una profusa cantidad de tintos dulces
que reciben la denominan de vinos pateros. De modo que estamos frente
a un tipo de producción regional muy reconocida en circuitos
alternativos de comercialización.
Como
mi interés no está en ese tipo de producciones artesanales, no me
dedique a verificar tal cualidad en los vinos que se ofrecían. Mi
búsqueda se concentró en los vinos caseros que se suelen producir
en el Gran Buenos Aires. El resultado fue magro, sólo un par de
casos, y uno de ellos en el rango de los vinos pateros.
Efectivamente
doña Olga tiene un puesto de vinos, dulces y otros productos de
diversas procedencias. El puesto se llama Vinos Artesanales.
Compramos un frasco de arrope de chañar originario de la Provincia
de Tucumán. Pero la estrella del puesto está en los vinos.
Compramos un par de botellas de (una de cabernet sauvignon y otra de
malbec). Los vinos los produce su marido, por auténtica afición, en
Avellaneda. Se denominan Vinos del Parque porque el matrimonio reside
en el barrio porteño de Villa del Parque. Poseen una bella etiqueta
hecha con una delgadísima pieza de corcho aglomerado.
He
probado en casa los vinos que compré y me han sorprendido. Hace unos
treinta años los vinos caseros eran excesivamente desequilibrados.
Generalmente muy ácidos, muy dulces o muy alcohólicos, a veces,
eran casi agrios e intomables. En la actualidad, hay quienes producen
vinos caseros muy tomables como lo que hace mi amigo Rubén Cirocco o
la señora Ani de Castagna. Los Vinos del Parque están en esa línea,
doña Olga me dice que los vinos están hechos con uvas de la cosecha
2013.
El
cabernet sauvignon es equilibrado y se deja tomar con facilidad. Sus
taninos dulzones y agradables carecen de aristas molestas por su
amargura o astringencia. Sólo tiene una leve punta de exceso de
alcohol de esas que solemos encontrar en algunos vinos salteños de
alta gama. Un poco de guarda en botella le daría estatura de gran
vino. El malbec está un poco desequilibrado. Tiene notas de
evolución que no permiten identificar las notas características de
la uva, los aromas a frutos secos tapan los de frutos rojas que
debiera tener.
Volví
a la Feria el 13 de abril de 2014 y conversé con doña Olga y le di
mi opinión sobre los vinos que había probado. Me aseguró que, para
la cosecha 2012, había sido al revés, estaba mejor el malbec que el
cabernet sauvignon. Probé un tercer vino que tiene que está hecho
con uva chinche de la costa. Es un vino tinto dulce y fiestero, pero
con un equilibrio que rara vez se encuentra en los vinos hechos con
estas uvas.
En
este un nuevo recorrido que hice descubrí el segundo puesto al que
hice referencia. Allí venden vinos de la costa. ¿De dónde? De la
costa del Río de la Plata que, entre Sarandí y Beriso, ha sido una
zona productora de vinos durante muchos años. Siempre fueron vinos
con las características de los vinos caseros porque eran producidos
por quinteros que vivían de las hortalizas. Como sus casas solían
tener parrales para la producción de uva de mesa, se dedican a hacer
estos vinos que nunca tuvieron un gran interés enológico. Sin
embargo, ni bien los productores se pongan a trabajar en serio, como
lo he comprobado, es probable que tengamos que revisar las ideas que
tenemos sobre ellos.
Lo
curioso es que el puesto pertenece al señor Claudio García Casal
que hace vinos con uvas mendocinas (de Villa Atuel) en la ciudad
bonaerense de Monte Grande (sí, como mi amigo Rubén Cirocco). Es
decir, no usa la uva de la costa. García Casal denomina patero y
artesanal a sus vinos. Compré un par de botellas de un tinto dulce
que cumple con las promesas de su etiqueta: taninos jóvenes, buena
fruta en boca, equilibrado y de gran personalidad. El productor
asegura que es un vino elaborado de modo natural, sin conservantes y
que es dulce como consecuencia de los azúcares residuales de la
propia uva. No siempre nos da por comer con un vino dulce, por tinto
que sea; pero éste se lleva muy bien con algunos platos bien secos y
algo picantes.
Notas
y referencias:
(2)
2005, Aiscurri, Mario, La
tribu de mi calle,
Buenos Aires, Catálogos.
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