sábado, 20 de junio de 2015

Buenos Aires y los arrabales de Ítaca (...no pude evitarlo: cuarta parte)

8 de julio de 2014
Con mi caminata por el centro comercial a cielo abierto de la calle Avellaneda completé un recorrido por los barrios de San Telmo, Belgrano, Colegiales, Mataderos y Liniers, poniendo énfasis en los rincones de la ciudad en que las nuevas colectividades de inmigrantes adquieren visibilidad, por su actividad y por su oferta gastronómica.
 Las imágenes pertenecen al autor
Sólo me había quedado pendiente una exploración por los restaurantes peruanos del barrio del Abasto. Pero como sólo se trataba de locales de restauración, los iba a incluir en un artículo en el que reúno algunas notas sobre los establecimientos de esos barrios a los que fui ex profeso y por afuera de mis recorridos “turísticos”.
Pero el barrio terminó imponiéndome su historia y me obligó a acometer un nuevo capítulo, el cuarto, de las notas en las que registré mi intento de mirar como extranjero mi propia tierra... volví a la guía de Constatino Cavafis y a dejarme sorprender en una caminata que hice por el barrio real de 2014... y en otra por el barrio también verdadero de los recuerdos que me llevaron a una cálida noche de diciembre de 1971.
VII El subte me deja en la estación Carlos Gardel. Tiene salida directa hacia el interior del centro comercial que se aloja desde hace más de veinte años en el imponente edificio que fuera la sede del mercado de abastos de la ciudad. Ese viejo mercado fue trasladado a la localidad bonaerense de Tapiales hace más de treinta y cinco años, constituyéndose en el actual Mercado Central. Pero la memoria colectiva se cifra en el obstinamiento, reconociendo que en el viejo edificio de Corrientes y Tomás Manuel de Anchorena es el centro del barrio que llama El Abasto sin que este nombre, como otros, tenga consagración en las ordenanzas municipales y en la leyes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Bajé del subte, ingresé al hall del viejo edificio y salí al barrio por la puerta que da a la calle Anchorena. Un corto pasaje, ahora peatonal, cae perpendicular sobre esta calle y frente a esa puerta. Se llama Carlos Gardel. La imagen de Carlitos, el Morocho del Abasto, lo preside. Un negocio en la esquina ofrece recuerdos de Buenos Aires y del gran cantor nacional... el pasaje nos invita a recorrer el barrio.
Salgo a la calle Jean Jeaures y camino hacia el pasaje Zelaya. En la vereda de enfrente, hay una casa añosa... un cartel nos anuncia que ese es el Museo Casa de Carlos Gardel. En su interior, vemos una vivienda de clase media pudiente. No puede haber sido la casa en la que Gardel se crió. Efectivamente no lo es. Es una casa que compró para que habitara su madre cuando ya era famoso más allá de las fronteras argentinas.
La memoria popular conserva la identidad entre ese barrio y ese gran artista nacional. Otro gran artista, esta vez contemporáneo, Marino Santa María pone en evidencia esa identidad. Marino que ha hecho grandes obras de arte plástico callejero en la ciudad, despliega aquí todo su talento a lo largo de las tres cuadras del pasaje Zelaya, y en una alguna escapadita por Anchorena. Allí pueden verse sus estampas con la imagen de Gardel y la de la letra y música de sus tangos y canciones.
Pero la identidad del barrio no se limita al Gardel de ayer y la casa de su vieja, al Gardel de hoy y las intervenciones de Marino y al Gardel de mañana que imaginamos tan eterno como el agua y el aire. Fue el centro de una febril actividad comercial de venta mayorista de frutas y verduras y el escenario que Lucas Demare eligió para en su película Mercado de Abasto estrenada en 1955. Tita Merello y Pepe Arias se lucen en ella, ofreciendo un retrato realista de la actividad de vendedores y changarines que parecen bailar con la música de Lucio Demare.
Ese movimiento, esa concentración de trabajadores, generó un polo gastronómico. Los bodegones que allí originaron y crecieron eran denominados cantinas, como en La Boca, porque la mayoría de los parroquianos eran de origen italiano. Con los años, esas cantinas adquirieron fama de buenos restaurantes. Gracias a la centralidad que les daba la Avenida y a esa fama fueron frecuentados por familias de clase media, como en La Boca, formando parte del circuito de las atracciones de la noche porteña de los fines de semana. En una de estas cantinas hicimos la cena de despedida con mis compañeros de la escuela secundaria en diciembre de 1971.
Con el cierre del mercado, las cantinas fueron desapareciendo; pero hay una que pervive en la esquina de Billinghust y Lavalle, Pierino. El local está presidido por dos fotografía, la del padre Pío y la de Astor Piazzolla. Pierino en persona te sugiere, como antipasto, las especialidades italianas que están mejor en el día, mientras te cuenta anécdotas de cuando el local era frecuentado por Astor, su amigo.
Luego vino el shopping y el polo gastronómico se reconstruyó, pero los restaurantes actuales no son italianos, sino peruanos. Ignoro las razones que explican su concentración en la zona, pero vale la pena disfrutarlos.
VIII El día que anduve de recorrida por el barrio, iba con una lista de estos restaurantes peruanos. La construí a partir de una búsqueda por la Internet. La mayor concentración de locales está en la calle Agüero entre Valentín Gómez y Tucumán; aunque también los hay por Tomás Manuel de Anchorena y por la Avenida Corrientes. Juntando comentarios de aquí y de allá, y sorteando el destino a través del mágico ta-te-tí, elegí comer en dos de ellos, Mamani, en Agüero y Lavalle al 700, y Carlitos, sobre la Avenida Corrientes entre Jean Jeaurés y Ecuador.
Mamani tiene las paredes pintadas en paños diferenciados de colores nítidos y estridentes que no se combinan en gamas o contrastes convencionales, como en muchos otros restaurantes peruanos y bolivianos que he conocido. Sin embargo, a diferencia de estos, el mobiliario lo asemeja más a una decoración ecléctica (v. g., mesas de madera con manteles individuales negros). El local es muy amplio y luminoso y la atención es dedicada al punto de servirte de orientación en tus elecciones. La carta es larguísima y está dividida en capítulos (entradas, comida criolla, comida chaufa, pescados, etc.). Probé un ceviche de lenguado delicioso y lo acompañé con chicha morada (su dulzura compensó claramente la acidez del plato). La porción es enorme, por esta razón es un restaurante para ir con amigos. Era un martes al mediodía y no había una gran cantidad de parroquianos. Supongo que la concurrencia debe ser muy importante durante las noches y los fines de semana.
En contraste, comí unas papas a la huancaína en Carlitos. La ambientación respeta el estilo de los restaurantes peruanos que ya conocía (excluyo aquellos a los fui, pero tienen o han tenido pretensiones de alta cocina, como Pozo Santo y La Rosa Náutica). Las paredes pintadas de colores que no observan una combinación clásica y las mesas con manteles de tela sobre los que se dispone un mantel transparente de plástico... Todo un estilo.
El local es mediano y las mesas están muy cerca unas de otras. Ese martes al mediodía estaba lleno de bote a bote. Por esta razón, la atención no fue tan diligente como en Mamani, sin dejar de ser buena, por cierto. Las papas no eran muy buenas (responsabilidad de la oferta de nuestras verdulerías, no de la dedicación de los peruanos a la restauración), pero la salsa huancaína estaba deliciosa. Tengo que volver y probar algún plato más enjundioso como para evaluar la calidad. Sin embargo, lo que me atrapó del lugar fue la calidad de los comensales que, en su mayoría, eran peruanos trabajadores. Sentí que estaba en un lugar genuino como me ocurrió en Miriam en Liniers y en Singul Bongul en la calle Morón en el barrio comercial de los coreanos en Flores.
A diferencia de las culinarias boliviana y coreana, la cocina peruana no es novedosa para mí. Sin embargo, no puedo considerarme un conocedor. De modo que el Abasto es un lugar más que interesante para explorarla en toda su riqueza.
Notas y referencias:


(1) Cavafis, Constantino, Ítaca, leído el 27 de junio de 2014 en http://www.pixelteca.com/rapsodas/kavafis/itaca.html.

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