El 14 de setiembre de 1926 nació Miguel
Brascó en la ciudad de Sastre en la Provincia de Santa Fe. Abogado, escritor,
periodista, lo conocemos como uno de los más importantes críticos eno
gastronómicos de La Argentina. Él prefería verse como poeta. Lamentablemente partió de este mundo el 10 de mayo de 2014.
Mónica Albirzú es una joven periodista y
cocinera que publicó el reportaje a Miguel Brascó del que tomo los fragmentos
que siguen y que dan cuenta de los recuerdos patagónicos del gastrónomo (en esa
época, vivía en un pequeño enclave comercial inglés en la Provincia de Santa
Cruz).(1)
La Patagonia en 1935
1) La colonia británica en Santa Cruz
“Inglés estudié en el Colegio Nacional de Santa
Fe a los 14 años, pero primero lo aprendí de chico, en Santa Cruz. Era un
inglés básico, para poder comer. Cuando eras invitado por un compañero de
escuela a su casa, a tomar el té por ejemplo, que era todo un ceremonial
importante, tenías que usar las palabras correctas. Estaba la madre presente y
vos le pedías el dulce, y la señora te miraba con ojos glaucos y hacía como que
no te escuchaba, y no te daban nada hasta que no decías “marmalade”. Las
inglesas de la Patagonia eran más inglesas que las de las Islas Británica, eran
de las que pronunciaban el “yes” y el “no” para adentro.
”/.../.
”Todos los días los barcos venían de
Inglaterra, de Liverpool, para llevarse la lana y los corderos que faenaban en
la Patagonia. La lana iba a los textileros de Manchester y los corderos a
Smithfield, en Londres, en el mercado decía “Argentinian lamb”. Se mandaban los
corderos Chill, que no eran congelados ni enfriados, sino que eran una cosa
intermedia. Eran envueltos con una especie de bolsa de tela de un punto muy
abierto, y luego enfriados. Así llegaban a Inglaterra. Ellos tenían el cordero
escocés, que es un gran cordero, pero en la Patagonia, el desarrollo del animal
era óptimo. La oveja es un bicho muy perezoso, come alrededor y anda poco; pero
en la Patagonia, que es una estepa de pastos ralos, tiene que caminar y en consecuencia se obtiene un animal magro,
sin mucha grasa, muy bueno. Por otro lado, entre el pasto natural de la estepa
patagónica hay mucho romero salvaje, entonces el cordero tiene sabor a romero.
”Entonces, los barcos llegaban de Liverpool a
cargar corderos y lanas y traían mercadería para la colonia inglesa: ropa,
comestibles... Nosotros comíamos manteca inglesa, miel de caña, chocolates; las
mentas como los after eighth eran comunes en mi infancia. El principal
aprovisionamiento de la zona venía de Inglaterra. No recibíamos prácticamente
nada de Buenos Aires.”
2) Sanz, el administrador de la estancia de bajos del Limay
”/.../ Además, mi padre tenía una estancia en
los bajos del Limay, como a trescientos kilómetros de donde vivíamos, a la que
se llegaba por tortuoso camino de huella. Íbamos muy poco. Algunas veces me
subía al camión que llevaba las provisiones y sabía que no iba a poder volver:
solía ocurrir que el camión no podía regresar por la nieve y te quedabas hasta
que cambiara el clima. Mi padre tenía un administrador catalán llamado Sanz ,
de esos con frente blanca por no sacarse nunca la boina. Recuerdo que una vez
me las ingenié para tomar el camión que iba a llevar las provisiones y me quedé
en la estancia bastante tiempo, junto al inexpresivo Sanz. Su menú, mañana,
tarde y noche, era puchero de capón magro, “escudella i carn d'olla”, y
“cigrons” (garbanzos) de lata con tripa (mondongo). Nunca me dijo de dónde
sacaba la tripa pero, habiendo yo probado el “hagáis” escocés (panza de oveja
rellena) en casa de los McQueevan, la coincidencia de los gustos no dejaba
lugar para la duda. /.../.”
3) Frutos del mar
“/.../. El mar también tenía su atractivo. Se
formaban rías y las mareas de esas rías eran de catorce metros y con las
bajantes uno tenía todo un territorio que normalmente estaba debajo del mar con
mejillones, langostinos y todo tipo de animales que íbamos a recolectar... Eran
excursiones cautelosas, era importante calcular bien el tiempo porque la marea
podía volver a subir. Nos ocurrió una sola vez, y no hubo otra porque las
paternidades se enteraron. El subprefecto, me acuerdo, se llamaba Gallardo. Un
buchón.”
4) El vínculo con el vino y las comidas en la
infancia
“Bebo vino desde los seis
años y no tendría ocho cuando ya sazonaba mis propias coteletas de capón. Mi
generación tomó vino desde la más tierna infancia. Fue la venturosa
consecuencia de que en Argentina no se vendiese aún la Coca Cola. Nuestros
padres nos servían en la copa un dedo de vino y diez de soda; si era verano,
con hielo. La proporción de tinto iba creciendo con la edad. De esta manera
todos entrábamos en la simple habitualidad del vino. A los veinte ya sabíamos
lo que se debe saber para tomar vino con propiedad y sapiencia: que para
servirlo en la copa debemos descorchar antes la botella.
”En casa había unas pautas
gastronómicas muy simples. Mi familia era de clase media, mi padre era médico
hijo de inmigrantes catalanes. Se comía bien pero eran platos de un sabor
promedio, sin demasiado ingenio. Por otro lado en esa época no había mucho para
elegir en la Patagonia, la imaginación no se podía aplicar tanto. Había
cordero, que era el capó (castrado) de quince kilos, carne más sabrosa que la
de oveja pero sin la delicadeza del lechal de siete u ocho kilos. Y también
había muy buenos pescados de mar, inclusive róbalo, que después en Buenos Aires
se puso de super moda con el nombre de merluza negra.
”Por otro lado, había
pocas verduras, no porque no se pudieran cultivar. Las estancias que tenían
huertas, tenían todas las verduras posibles, y las que no eran tan posibles se
cultivaban en invernaderos y listo. En la Argentina la gente es muy perezosa en
términos de trabajar la tierra, así que las huertas no abundaban.”
5) La cocina de su madre
“/.../. Mi madre me introdujo en el aprecio de
la música y la poesía. Gabriel Fauré, Maurice Ravel, Debussy, Charles Alkan.
Tenía un espíritu sensible, creativo. Recitaba poemas de Rubén Darío, José
Asunción Silva, Manuel Ugarte, Evaristo Carriego, Francis Jammes. Yo los
aprendí y recordé toda mi vida.
”/.../.
”Mi madre era sensible y
delicada pero entrerriana y perezosa. De manera que en casa generalmente
cocinaban unas oriundas de Chiloé, mucho más imaginativas que las domésticas
locales en el esquema de los aderezos. Yo me pasaba mucho tiempo en la cocina, viéndolas
trabajar y haciendo otras cosas. Ellas me enseñaron esas otras cosas y, ya que
estaban, a cocinar. De entonces viene mi efecto por el ají rocoto, la malagueta
y el wasabi en las áreas del comer sabroso. /.../.”
Notas y Bibliografía:
(1) 2008, Albirzú, Mónica, Una charla
con Miguel Brascó, Buenos Aires, Capital Intelectual.
(2) Ídem, pp. 15-20.
Muy buen artículo! Gracias por el recuerdo de Brascó!
ResponderEliminarGracias a vos, Alejandro, por dejar este comentario.
EliminarExcelente artículo Mario...ya me dieron ganas de comprar el libro
ResponderEliminarGracias, Horacio, siempre es un gusto tener noticias tuyas.
EliminarSu infancia transcurrió en Puerto Santa Cruz? Soy de esa localidad y quiero confirmar ese dato. Muchas gracias
ResponderEliminarGracias, Unknown de Puerto Santa Cruz, por su comentario.
EliminarCarezco de información adicional. Los párrafos transcriptos pertenecen al libro que contiene el reportaje de Mónica Albirzú.