12 a 14 de octubre de 2014
Enchiguada mi carguera
cerro abajo,
Yo, en ojotas,
tranco a tranco, y a la par,
por tabaco, yerba,
sal, y alguna pilcha,
por seguir gastando vida,
o por
durar.
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”)
I
Villa La Angostura siempre fue, para mí, tierra de paso, un pequeño poblado que
se despliega a ambos lado de la ruta que comunica San Martín de Los Andes con
San Carlos de Bariloche. Cuando planificamos este viaje con Haydée, pensamos
que este sitio se merecía una mayor atención. De modo que decidimos quedarnos
unos días allí.
Las imágenes son propiedad del autor
La
primera impresión que tuve fue la de una aldea provinciana y rústica. Una
avenida principal poblada de comercios y un despliegue hacia ambos lados que se
va desdibujando a las pocas cuadras... a poco recorrer y de conversar sobre
esta impresión con Haydée, advertí que esa imagen no respondía a la realidad.
Villa La Angostura es mucho más que esas calles que acompañan el trayecto
comercial, hay un desarrollo de barrios desperdigados pero dispuestos con
cierta continuidad. Ya había tenido la imagen de Puerto Manzano cuando
estábamos llegando desde Bariloche. Luego vimos que había otros barrios
similares en otras direcciones.
El
conjunto es una villa bastante desconcentrada habitada por quince mil almas en
forma permanente. De modo que, de aldea, bastante poco y de provinciana, sólo la siesta. La Ruta Nacional
N° 40 la atraviesa como a tantos otros pueblos a lo largo de su recorrido (lo
he visto en Cafayate, en San Martín de Los Andes e, incluso, San Carlos de
Bariloche) y se constituye, por algunas cuadras, en la calle principal con el
nombre oficial de Avenida de los Arrayanes. En sus veredas, se disponen un gran
número de galerías a cielo abierto de cuidado diseño que obedece, como luego supe,
a una norma urbana que le da homogeneidad. Allí se encuentran todos los
negocios que los turistas necesitan para satisfacer su demanda tanto de
productos regionales como de aquéllos necesarios para la vida diaria. Una
importante cantidad de restaurantes completan un paisaje atractivo para el
visitante que recorre esta avenida sabiendo que duerme la siesta, pero que
brilla por la noche hasta altas horas.
Por
algunos comentarios supe que la norma urbana es muy estricta, que hasta hace
poco sólo se podían construir edificios de madera, pero que ahora podían tener
una proporción de piedra en la construcción. De modo que los grandes edificios
y hoteles de muchas estrellas están en los barrios desconcentrados como, por
ejemplo, Puerto Manzano el Lago Correntoso donde la norma no es aplicable.
A
poco que nos fuimos quedando, que anduvimos las calles de la Villa, que
observamos cómo se disponen esos barrios desconcentrados, advertimos que ese
tono aldeano que percibí de entrada encierran un aire de exclusividad que se
advierte tanto en los negocios de la avenida Arrayanes, como en los hoteles de
Puerto Manzano y en la residencia del El Messidor.
Ese
aire insufla la aparente modestia y rusticidad constructiva en el centro de la
villa. La hostería Verena's Haus donde nos alojamos no es ajena a este clima.
El edificio construido enteramente de madera, de acuerdo con la norma vigente
en el momento en que se levantó, se dispone en dos plantas que contienen apenas
seis habitaciones. Se accede por una calle consolidada con ripio, como todas
las calles de Villa La Angostura que sólo tiene pavimentadas las avenidas. En
su interior, todo es un conjunto de cuidados detalles en los visillos, el
mobiliario, la vajilla... Por cierto, la atención dispensada por el encargado
lleva la altura del buen gusto que reina en el ambiente.
II
A lo largo de todo nuestro andar nos topamos con el carácter invariablemente
afable que exhiben muchos patagónicos (estoy tentado a establecer una regla
general al respecto). Podría hacer una larga lista de las personas con que
hemos tenido contacto por alguna razón. Todas ellas disfrutaban de su atributo
de charla amable y larguera... conserjes de hoteles, mozos de restaurantes,
guías de turismo... todos, incluso el agente de seguridad del Hotel Llao Llao
que estuvo más de diez minutos para explicarnos, con léxico policial y morosa
charla patagónica, que sí, que podíamos estacionar el auto allí y recorrer los
jardines del establecimiento y tomar todas las fotos que quisiéramos.
Sólo
registro, en estas notas, las personas que contaron historias que me pareció
oportuno rescatar y difundir; pero no quiero olvidarme de los 5 minutos que
charlé con la muchacha de tez aindiada que cuidaba los baños en Quila Quina. En
esos 5 minutos pude construir una imagen nítida de los inviernos cuando son
crudos en ese lugar en el mundo.
En
Villa La Angostura, el charlante destacado fue Mario Miranda, un joven
colombiano que administra la hostería donde nos alojamos. Lo asiste en la
atención de la casa, y también en la charla placentera, su esposa Pamela
(auténtica nyc (nacida y criada) de La Angostura). A través de Mario pude
conocer bastante de la vida de la Villa y de las normas que regulan el tejido
urbano, de la gastronomía del lugar y de muchas otras cuestiones locales... y
también de aspectos importantes de su vida que arrancó hace poco más de 30 años
en la ciudad de Barranquilla, en la costa caribeña de Colombia. Mario no sólo
es un eximio anfitrión, también es un excelente cocinero. Nos recomendó buenos
restaurantes y no ofreció platos deliciosos cuando decidimos cenar en la
hostería. En otro artículo he registrado cómo los azares de una vida aventurera
han enriquecido de experiencia su vocación gastronómica... también he
recopilado sus recetas favoritas.
III
Una recorrida por las calles de Villa La Angostura y por las del puerto nos dio
señas de qué podíamos encontrar en ellas en materia gastronómica. En varias
oportunidades me paré en la entrada de los restaurantes para leer el contenido
de sus cartas. En una de las galerías de la Avenida Arrayanes, di con una
librería importante. Allí pedí información sobre la existencia de recetarios
locales y me ofrecieron, y compré, el de Jesús Fernández (La cocina del Fin
del Mundo). Este libro y nuestro concurso en distintos restaurantes y bares
me orientaron significativamente en mis reflexiones sobre los sonidos del
silencio en la cocina patagónica. He expuesto mis conclusiones en otros artículos, de modo que aquí me limitaré a una descripción de lo afable.
En
primer lugar, descubrimos lo que luego comprobaríamos a lo largo del camino.
Cada localidad tiene sus propias cervezas artesanales. De modo que en cada bar
o restaurante se pueden encontrar junto a las cervezas de El Bolsón, las de una
afamada marca mexicana y las que se fabrican en Gran Canaria y 12 de Octubre de
la ciudad de Quilmes, las que cada pueblo produce. En el caso de Villa La
Angostura, dimos con tres marcas que se venden embotelladas (Australis, Bauhaus
y Epulafquen). Todas ellas ofrecen un portafolio variado de productos,
destacándose en las cervezas de estilo belga e inglés. En el bar Ruta 40
probamos algunas variedades de cerveza Australis de barril (incluso era muy
buena, una cerveza tipo lager que bebimos con placer). No soy un conocedor en
la materia, pero muchas de las que probamos nos parecieron un refugio, una zona
de desfrute y de belleza, frente a la chatura industrial de Corona y Quilmes.
Debo decir que comimos en buenos sitios en Villa
La Angostura. Quiero destacar uno que nos recomendó Mario. El restaurante Viejos Tiempos en el puerto. La oferta gastronómica es sencilla, no se
diferencia demasiado del modelo de restaurante patagónico (distintas versiones
de trucha, guiso de lentejas, carnes, pastas y ensaladas); pero hay algunas
cosas que lo distinguen... Está ubicado en un lugar apacible y maravilloso, un
caserío que oficia de puerto con magras instalaciones ad hoc, algunas oficinas
públicas, un conjunto apreciable de casas, bastante lujosas por cierto, y unos
pocos restaurantes y negocios de productos artesanales. Releo y acuerdo con los
atributos que ya indiqué sobre ese lugar, sí, sí, apacible y maravilloso, allí
mismo, en ese barrio, muy cerquita se levanta la residencia de El Messidor. El
lugar no es poco para valorar Viejos Tiempos, pero hay que agregarle una
equilibrada ambientación vintage y, lo más importante, una atención maravillosa
y una excelente maestría culinaria en los platos que llegaron a nuestra
mesa.
IV
En el puerto decidimos tomar una excursión al bosque de arrayanes en la Península
de Quetrihué. Tomamos el catamarán que recorre las bahías del Lago Nahuel Huapi
sobre la costa norte, por donde trascurre la Ruta Nacional N° 40 cuando,
serpeando incesantemente busca llegar a Villa La Angostura.
Como
arrimándonos a nuestro viaje, decidimos visitar previamente los “edificios
históricos” que nos habían recomendado en la oficina de información turística:
la capilla de Nuestra Señora de la Asunción y la residencia de El Messidor.
Ambos edificios fueron diseñados y construidos por el arquitecto Alejandro
Bustillo, como muchísimos otros que se encuentran diseminados en los parques
nacionales de la Patagonia. La capilla fue construida en 1936 para uso público
en el Parque Nacional Nahuel Huapi que había sido creado recientemente. La
residencia fue construida en 1942 para la señora Sara Madero de Demaría Salas,
a la sazón prima del arquitecto y de su hermano Exequiel. La finca fue
adquirida por el Gobierno de la Provincia del Neuquén en 1964, cumpliendo,
desde entonces, el papel de residencia veraniega del Gobernador.
En
el caso de la capilla, pudimos acceder a su interior, es pequeña y bella y
posee hermosos vitrales y una imagen de la escuela cuzqueña de fines del siglo
XVIII que oficia de retablo. Para llegar hasta el Messidor, tuvimos que tomar
por el acceso a un centro turístico del Instituto de Seguridad Social de
Neuquén. Sobre este camino se abre, a la izquierda, la entrada a la residencia.
Esta permitido recorrer los jardines, rodeando el chalet, pero sin detener el vehículo. Me llamó la atención que
en el sector más alejado del lago, dentro de la misma propiedad, se despliegan
unos invernaderos frente a cuyo acceso se lee un cartel que anuncia que allí
hay una huerta orgánica.
El
recorrido por el Lago nos fue introduciendo en distintos recovecos de la costa.
Desde el agua pudimos ver El Messidor, e imaginar la vista sobre el lago que la
residencia posee. En una de las bahías hay una serie de casas privadas, allí se
construyó el primer barrio cerrado de La Argentina, en otra se pueden ver las
magníficas construcciones de Puerto Manzano. Lo dicho, la pequeña aldea,
rústica y apacible, despliega su desarrollo urbano con un aire de exclusividad
que se respira en todos lados.
Llegamos
al bosque de arrayanes e hicimos una recorrida por él. Hay magia en esos
árboles, mejor dicho, arbustos que son largamente centenarios (los hay de más
de cuatro cientos años de vida) y que se muestran con un color canela que es único. Hemos visto
arrayanes en otros lugares de nuestro viaje, pero nunca en una concentración
tal, verdaderamente impresionante. El paseo está muy bien concebido. Hay un
circuito de pasarelas que permiten una caminata de unos 20 minutos y desemboca
en una casa de té construida en un estilo alpino que refuerza la magia del
lugar. Pero también hay un sendero que, a los largo de 13 km devuelve a los
viajeros al puerto de la Villa. Este
sendero se puede recorrer a pie o en bicicleta.
La
verdad es que la excursión valió la pena. El recorrido total llevó como tres
horas, más de dos de ellas las insumió el viaje de ida con su recorrido por las
caletas y de regreso en línea recta al puerto. El tiempo fue más que suficiente
como para que la guía contara, con agradable charla patagónica, una serie de
historias que suscitaron mi interés.
La guía de nuestro
catamarán aprovechó la morosidad del recorrido para describir lo que veíamos recurriendo
a un colorido anecdotario. Durante mucho tiempo tuve un prejuicio
desvalorizador del estilo literario del que hacen gala los guías de turismo.
Poca sustancia, poco apego a los profundos entramados históricos, escasa
belleza poética, superficialidad y falta de compromiso. Sin embargo, pensando
bien la cosa, es a partir de esos atributos que los guías consiguen concitar la
atención del público sin pronunciar discursos que puedan irritar o crear
situaciones conflictivas, tensas. Pienso hoy que esa superficialidad tiene su
belleza en la complicidad que logra quien habla a personas que están
descansando del trajín cotidiano y de las pequeñas angustias y grandes
ansiedades que él suele provocar. Sé que estoy descubriendo la pólvora, pero no
quiero dejar de subrayar esto porque decidí escuchar a nuestra anfitriona
virgen de asombro y descansar en los relatos superficiales... y sin embargo, lo
que dijo...
Mientras veíamos pasar la residencia de El
Messidor, las casas suntuosas de las bahías y los grandes edificios del hotel
internacional de Puerto Manzano, nuestra guía contó la historia de la
residencia y reveló que el primer barrio cerrado de La República Argentina se
levantó precisamente allí, en las cercanías de la Villa, en 1955. No diré que
el relato me atormentó, pero sí que una rápida sucesión de imágenes conmovió mi
mente. Recordé la foto de Carlos Pellegrini recorriendo la rambla de la
exclusivísima ciudad de Mar del Plata, recordé imágenes de la misma ciudad
aturdida por el turismo social impulsado desde aproximadamente 1935 e imaginé a
los sectores más elitistas de la burguesía argentina buscando un lugar donde
recuperar el ambiente de exclusividad.
Con clara vocación didáctica, dijo nuestra
huésped que El Messidor había sido construido por Alejandro Bustillo y preguntó
si sabíamos quién había sido. Yo recordé el Banco de la Nación Argentina, el
casino de Mar del Plata, el hotel Llao Llao, el centro cívico de San Carlos de
Bariloche... pero nada dije... Alguien se apresuró y comentó que era el nombre
de una avenida importante en Bariloche y la guía replicó que no, que la avenida
llevaba el nombre de Exequiel Bustillo. Exequiel está injustamente olvidado aseguró.
Era el hermano de Alejandro y durante muchos años Director Nacional de Parques
Nacionales, es más, fue el primer Director Nacional. ¿Cómo, me dije, Alejandro construyó todos los
edificios que pudimos ver y muchos más en los parques nacionales cuando su
hermano, el injustamente olvidado Exequiel, era el Director Nacional? Por
suerte, en ese momento, todavía no sabía que la dueña de El Messidor, Sara
Madero, era prima de los hermanos...
Luego vino la paz del bosque, el disfrute de
nuestra estadía en el puerto, el regreso a la Villa y la maravillosa trucha a
la alcaparra que Mario Miranda cocinó para nuestra cena.
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