sábado, 6 de septiembre de 2014

Villa La Angostura

12 a 14 de octubre de 2014
Enchiguada mi carguera 
cerro abajo, 
Yo, en ojotas, 
tranco a tranco, y a la par, 
por tabaco, yerba, 
sal, y alguna pilcha, 
por seguir gastando vida, 
o por durar. 
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”) 
I Villa La Angostura siempre fue, para mí, tierra de paso, un pequeño poblado que se despliega a ambos lado de la ruta que comunica San Martín de Los Andes con San Carlos de Bariloche. Cuando planificamos este viaje con Haydée, pensamos que este sitio se merecía una mayor atención. De modo que decidimos quedarnos unos días allí.
 
Las imágenes son propiedad del autor

La primera impresión que tuve fue la de una aldea provinciana y rústica. Una avenida principal poblada de comercios y un despliegue hacia ambos lados que se va desdibujando a las pocas cuadras... a poco recorrer y de conversar sobre esta impresión con Haydée, advertí que esa imagen no respondía a la realidad. Villa La Angostura es mucho más que esas calles que acompañan el trayecto comercial, hay un desarrollo de barrios desperdigados pero dispuestos con cierta continuidad. Ya había tenido la imagen de Puerto Manzano cuando estábamos llegando desde Bariloche. Luego vimos que había otros barrios similares en otras direcciones.
El conjunto es una villa bastante desconcentrada habitada por quince mil almas en forma permanente. De modo que, de aldea, bastante poco y de  provinciana, sólo la siesta. La Ruta Nacional N° 40 la atraviesa como a tantos otros pueblos a lo largo de su recorrido (lo he visto en Cafayate, en San Martín de Los Andes e, incluso, San Carlos de Bariloche) y se constituye, por algunas cuadras, en la calle principal con el nombre oficial de Avenida de los Arrayanes. En sus veredas, se disponen un gran número de galerías a cielo abierto de cuidado diseño que obedece, como luego supe, a una norma urbana que le da homogeneidad. Allí se encuentran todos los negocios que los turistas necesitan para satisfacer su demanda tanto de productos regionales como de aquéllos necesarios para la vida diaria. Una importante cantidad de restaurantes completan un paisaje atractivo para el visitante que recorre esta avenida sabiendo que duerme la siesta, pero que brilla por la noche hasta altas horas.
Por algunos comentarios supe que la norma urbana es muy estricta, que hasta hace poco sólo se podían construir edificios de madera, pero que ahora podían tener una proporción de piedra en la construcción. De modo que los grandes edificios y hoteles de muchas estrellas están en los barrios desconcentrados como, por ejemplo, Puerto Manzano el Lago Correntoso donde la norma no es aplicable.   
A poco que nos fuimos quedando, que anduvimos las calles de la Villa, que observamos cómo se disponen esos barrios desconcentrados, advertimos que ese tono aldeano que percibí de entrada encierran un aire de exclusividad que se advierte tanto en los negocios de la avenida Arrayanes, como en los hoteles de Puerto Manzano y en la residencia del El Messidor.
Ese aire insufla la aparente modestia y rusticidad constructiva en el centro de la villa. La hostería Verena's Haus donde nos alojamos no es ajena a este clima. El edificio construido enteramente de madera, de acuerdo con la norma vigente en el momento en que se levantó, se dispone en dos plantas que contienen apenas seis habitaciones. Se accede por una calle consolidada con ripio, como todas las calles de Villa La Angostura que sólo tiene pavimentadas las avenidas. En su interior, todo es un conjunto de cuidados detalles en los visillos, el mobiliario, la vajilla... Por cierto, la atención dispensada por el encargado lleva la altura del buen gusto que reina en el ambiente.
II A lo largo de todo nuestro andar nos topamos con el carácter invariablemente afable que exhiben muchos patagónicos (estoy tentado a establecer una regla general al respecto). Podría hacer una larga lista de las personas con que hemos tenido contacto por alguna razón. Todas ellas disfrutaban de su atributo de charla amable y larguera... conserjes de hoteles, mozos de restaurantes, guías de turismo... todos, incluso el agente de seguridad del Hotel Llao Llao que estuvo más de diez minutos para explicarnos, con léxico policial y morosa charla patagónica, que sí, que podíamos estacionar el auto allí y recorrer los jardines del establecimiento y tomar todas las fotos que quisiéramos.
Sólo registro, en estas notas, las personas que contaron historias que me pareció oportuno rescatar y difundir; pero no quiero olvidarme de los 5 minutos que charlé con la muchacha de tez aindiada que cuidaba los baños en Quila Quina. En esos 5 minutos pude construir una imagen nítida de los inviernos cuando son crudos en ese lugar en el mundo.
En Villa La Angostura, el charlante destacado fue Mario Miranda, un joven colombiano que administra la hostería donde nos alojamos. Lo asiste en la atención de la casa, y también en la charla placentera, su esposa Pamela (auténtica nyc (nacida y criada) de La Angostura). A través de Mario pude conocer bastante de la vida de la Villa y de las normas que regulan el tejido urbano, de la gastronomía del lugar y de muchas otras cuestiones locales... y también de aspectos importantes de su vida que arrancó hace poco más de 30 años en la ciudad de Barranquilla, en la costa caribeña de Colombia. Mario no sólo es un eximio anfitrión, también es un excelente cocinero. Nos recomendó buenos restaurantes y no ofreció platos deliciosos cuando decidimos cenar en la hostería. En otro artículo he registrado cómo los azares de una vida aventurera han enriquecido de experiencia su vocación gastronómica... también he recopilado sus recetas favoritas.
III Una recorrida por las calles de Villa La Angostura y por las del puerto nos dio señas de qué podíamos encontrar en ellas en materia gastronómica. En varias oportunidades me paré en la entrada de los restaurantes para leer el contenido de sus cartas. En una de las galerías de la Avenida Arrayanes, di con una librería importante. Allí pedí información sobre la existencia de recetarios locales y me ofrecieron, y compré, el de Jesús Fernández (La cocina del Fin del Mundo). Este libro y nuestro concurso en distintos restaurantes y bares me orientaron significativamente en mis reflexiones sobre los sonidos del silencio en la cocina patagónica. He expuesto mis conclusiones en otros artículos, de modo que aquí me limitaré a una descripción de lo afable.
En primer lugar, descubrimos lo que luego comprobaríamos a lo largo del camino. Cada localidad tiene sus propias cervezas artesanales. De modo que en cada bar o restaurante se pueden encontrar junto a las cervezas de El Bolsón, las de una afamada marca mexicana y las que se fabrican en Gran Canaria y 12 de Octubre de la ciudad de Quilmes, las que cada pueblo produce. En el caso de Villa La Angostura, dimos con tres marcas que se venden embotelladas (Australis, Bauhaus y Epulafquen). Todas ellas ofrecen un portafolio variado de productos, destacándose en las cervezas de estilo belga e inglés. En el bar Ruta 40 probamos algunas variedades de cerveza Australis de barril (incluso era muy buena, una cerveza tipo lager que bebimos con placer). No soy un conocedor en la materia, pero muchas de las que probamos nos parecieron un refugio, una zona de desfrute y de belleza, frente a la chatura industrial de Corona y Quilmes.
Debo decir que comimos en buenos sitios en Villa La Angostura. Quiero destacar uno que nos recomendó Mario. El restaurante Viejos Tiempos en el puerto. La oferta gastronómica es sencilla, no se diferencia demasiado del modelo de restaurante patagónico (distintas versiones de trucha, guiso de lentejas, carnes, pastas y ensaladas); pero hay algunas cosas que lo distinguen... Está ubicado en un lugar apacible y maravilloso, un caserío que oficia de puerto con magras instalaciones ad hoc, algunas oficinas públicas, un conjunto apreciable de casas, bastante lujosas por cierto, y unos pocos restaurantes y negocios de productos artesanales. Releo y acuerdo con los atributos que ya indiqué sobre ese lugar, sí, sí, apacible y maravilloso, allí mismo, en ese barrio, muy cerquita se levanta la residencia de El Messidor. El lugar no es poco para valorar Viejos Tiempos, pero hay que agregarle una equilibrada ambientación vintage y, lo más importante, una atención maravillosa y una excelente maestría culinaria en los platos que llegaron a nuestra mesa.  
IV En el puerto decidimos tomar una excursión al bosque de arrayanes en la Península de Quetrihué. Tomamos el catamarán que recorre las bahías del Lago Nahuel Huapi sobre la costa norte, por donde trascurre la Ruta Nacional N° 40 cuando, serpeando incesantemente busca llegar a Villa La Angostura.
Como arrimándonos a nuestro viaje, decidimos visitar previamente los “edificios históricos” que nos habían recomendado en la oficina de información turística: la capilla de Nuestra Señora de la Asunción y la residencia de El Messidor. Ambos edificios fueron diseñados y construidos por el arquitecto Alejandro Bustillo, como muchísimos otros que se encuentran diseminados en los parques nacionales de la Patagonia. La capilla fue construida en 1936 para uso público en el Parque Nacional Nahuel Huapi que había sido creado recientemente. La residencia fue construida en 1942 para la señora Sara Madero de Demaría Salas, a la sazón prima del arquitecto y de su hermano Exequiel. La finca fue adquirida por el Gobierno de la Provincia del Neuquén en 1964, cumpliendo, desde entonces, el papel de residencia veraniega del Gobernador.
En el caso de la capilla, pudimos acceder a su interior, es pequeña y bella y posee hermosos vitrales y una imagen de la escuela cuzqueña de fines del siglo XVIII que oficia de retablo. Para llegar hasta el Messidor, tuvimos que tomar por el acceso a un centro turístico del Instituto de Seguridad Social de Neuquén. Sobre este camino se abre, a la izquierda, la entrada a la residencia. Esta permitido recorrer los jardines, rodeando el chalet, pero sin  detener el vehículo. Me llamó la atención que en el sector más alejado del lago, dentro de la misma propiedad, se despliegan unos invernaderos frente a cuyo acceso se lee un cartel que anuncia que allí hay una huerta orgánica.  
El recorrido por el Lago nos fue introduciendo en distintos recovecos de la costa. Desde el agua pudimos ver El Messidor, e imaginar la vista sobre el lago que la residencia posee. En una de las bahías hay una serie de casas privadas, allí se construyó el primer barrio cerrado de La Argentina, en otra se pueden ver las magníficas construcciones de Puerto Manzano. Lo dicho, la pequeña aldea, rústica y apacible, despliega su desarrollo urbano con un aire de exclusividad que se respira en todos lados. 
Llegamos al bosque de arrayanes e hicimos una recorrida por él. Hay magia en esos árboles, mejor dicho, arbustos que son largamente centenarios (los hay de más de cuatro cientos años de vida) y que se muestran con un  color canela que es único. Hemos visto arrayanes en otros lugares de nuestro viaje, pero nunca en una concentración tal, verdaderamente impresionante. El paseo está muy bien concebido. Hay un circuito de pasarelas que permiten una caminata de unos 20 minutos y desemboca en una casa de té construida en un estilo alpino que refuerza la magia del lugar. Pero también hay un sendero que, a los largo de 13 km devuelve a los viajeros al puerto de la  Villa. Este sendero se puede recorrer a pie o en bicicleta.
La verdad es que la excursión valió la pena. El recorrido total llevó como tres horas, más de dos de ellas las insumió el viaje de ida con su recorrido por las caletas y de regreso en línea recta al puerto. El tiempo fue más que suficiente como para que la guía contara, con agradable charla patagónica, una serie de historias que suscitaron mi interés.
La guía de nuestro catamarán aprovechó la morosidad del recorrido para describir lo que veíamos recurriendo a un colorido anecdotario. Durante mucho tiempo tuve un prejuicio desvalorizador del estilo literario del que hacen gala los guías de turismo. Poca sustancia, poco apego a los profundos entramados históricos, escasa belleza poética, superficialidad y falta de compromiso. Sin embargo, pensando bien la cosa, es a partir de esos atributos que los guías consiguen concitar la atención del público sin pronunciar discursos que puedan irritar o crear situaciones conflictivas, tensas. Pienso hoy que esa superficialidad tiene su belleza en la complicidad que logra quien habla a personas que están descansando del trajín cotidiano y de las pequeñas angustias y grandes ansiedades que él suele provocar. Sé que estoy descubriendo la pólvora, pero no quiero dejar de subrayar esto porque decidí escuchar a nuestra anfitriona virgen de asombro y descansar en los relatos superficiales... y sin embargo, lo que dijo...
Mientras veíamos pasar la residencia de El Messidor, las casas suntuosas de las bahías y los grandes edificios del hotel internacional de Puerto Manzano, nuestra guía contó la historia de la residencia y reveló que el primer barrio cerrado de La República Argentina se levantó precisamente allí, en las cercanías de la Villa, en 1955. No diré que el relato me atormentó, pero sí que una rápida sucesión de imágenes conmovió mi mente. Recordé la foto de Carlos Pellegrini recorriendo la rambla de la exclusivísima ciudad de Mar del Plata, recordé imágenes de la misma ciudad aturdida por el turismo social impulsado desde aproximadamente 1935 e imaginé a los sectores más elitistas de la burguesía argentina buscando un lugar donde recuperar el ambiente de exclusividad.  
Con clara vocación didáctica, dijo nuestra huésped que El Messidor había sido construido por Alejandro Bustillo y preguntó si sabíamos quién había sido. Yo recordé el Banco de la Nación Argentina, el casino de Mar del Plata, el hotel Llao Llao, el centro cívico de San Carlos de Bariloche... pero nada dije... Alguien se apresuró y comentó que era el nombre de una avenida importante en Bariloche y la guía replicó que no, que la avenida llevaba el nombre de Exequiel Bustillo. Exequiel está injustamente olvidado aseguró. Era el hermano de Alejandro y durante muchos años Director Nacional de Parques Nacionales, es más, fue el primer Director Nacional.  ¿Cómo, me dije, Alejandro construyó todos los edificios que pudimos ver y muchos más en los parques nacionales cuando su hermano, el injustamente olvidado Exequiel, era el Director Nacional? Por suerte, en ese momento, todavía no sabía que la dueña de El Messidor, Sara Madero, era prima de los hermanos...
Luego vino la paz del bosque, el disfrute de nuestra estadía en el puerto, el regreso a la Villa y la maravillosa trucha a la alcaparra que Mario Miranda cocinó para nuestra cena.        

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