8
de marzo de 2010
UNO
¿Qué tiene
Garzón, qué me puso evocador?
Las imágenes son propiedad del autor
Es temprano,
el sol empieza a asomarse en los interiores de la casa en José Ignacio. Tomo
mate solo y, como es obvio, pienso con libertad. Evoco otros viajes, unos pocos
misterios develados detrás de cada búsqueda, muchos más por develar en los
viajes que vendrán... pienso y sueño con ello... y evocando a Macedonio, me veo
soñando con el mate en la mano y me digo que es verdad que no todo es vigilia,
la de los ojos abiertos...
...así,
ahora, frente a esta hoja en blanco evoco descubrimientos e intuyo arcanos aún
inaccesibles.
Un viaje es
siempre una odisea, una búsqueda incesante. Sí, sí, ya lo sé Odiseo sólo busca
el camino de regreso a casa. Así se puso a prueba frente al canto irresistible
y atroz de las sirenas. Enfrentarse a lo siniestro es una prueba dura, pero tal
vez haya algo peor... ¿qué decir de la apacible hospitalidad de Circe?
Cuando se
viaja, uno busca muchas veces un camino de regreso a casa... ¿es esa búsqueda
lo importante... o tal vez lo sea lo que encuentra en el camino sin buscar, lo
que se encuentra por el solo hecho de caminar? Busqué en Lisboa el desolado
recuerdo del terremoto de 1755 y la grandeza imperial de antaño en las naves de
la iglesia del Carmo; pero el mayor placer me lo dio toparme con esa placita
donde el tranvía 12 se separa del 28. Está muy bueno ese lugar para sentarse a
tomar mate en los bancos que están en la sombrita de unos árboles acogedores. Busqué
un papel con las primeras letras del idioma castellano en San Millán de la
Cogolla; pero encontré el aire fresco que se respira en el claustro del Cister
de Cañas que te hace olvidar que afuera el verano abrasa. Busqué la
impresionante altura que el ingeniero Eiffel soñó para ornar una fiesta en
París, pero encontré el diseño místico, y misterioso, de esa ciudad en un plano
para turistas.
Encontrar
es lo que amo en los viajes, encontrar lo que busco o encontrar lo que
simplemente encuentro... mientras que el regreso a casa se demora
inevitablemente.
Ayer a la
mañana, frente a la plaza de Garzón, me encontré con la imagen de 12 de
Octubre, en la Provincia de Buenos Aires, y de todas mis vacaciones de la
infancia.
Pero no
fuimos a Garzón a evocar los duraznos bien maduros que se ponían a refrescar en
un balde con agua profunda extraída con la bomba; ni el desayuno con ese enorme
tazón de café con leche recién ordeñada, esos trozos de galleta trincha untados
con manteca casera y las rodajas de chorizo chacarero que mi abuela hacía vaya
a saber desde qué sabiduría ancestral.
Fuimos a
Garzón a disfrutar de la placentera estancia en el restaurante que allí puso
Francis Malmann.
¿Comimos
bien? La verdad es que no. No a la altura de lo que fuimos a buscar. Esperaba
encontrar un lugar maravilloso y lo tuvimos. Esperaba una atención sabia y
esmerada, sólo fue esmerada, dentro de una inexplicable morosidad. Esperaba una
comida única, irrepetible, inolvidable, pero sólo fue buena a secas. Esperaba
una carta de vinos interesante, sólo fue escueta y despareja con unas pocas
botellas sorprendentes. Esperaba precios elevados, pero razonables, y encontré
precios fuera de toda proporción.
De
Garzón me llevé el hallazgo de una botella de vinho verde que hizo las delicias
de Haydée, la evocación de los veranos en 12 de Octubre, la placidez del salón
del restaurante y nada más. Es muy poco para el nombre Francis Malmann.
DOS
Hoy fue un
día de caminatas. Es fácil salirse de José Ignacio a poco de caminar por la
arena. Por la mañana subimos hacia Rocha por la playa. En los mapas la laguna
de Garzón que es límite entre los dos departamentos, comienza a unos seis
kilómetros, tal vez, un poco más, del faro de José Ignacio. Intentamos
alcanzarla, pero la arena de conchilla dificulta la marcha y regresamos antes
de conseguirlo.
Por la tarde
tomamos hacia el sur. Todas las mañanas vemos barcazas de pescadores fondeadas
a menos de un kilómetro de la costa. ¿Proveen la pesca del día a los
restaurantes de la zona? Casi al atardecer, a poco de salir de la vista del
faro, dimos con los paradores donde la pesca se fracciona y vende.
Las barcazas
subidas a la playa, un olor nauseabundo, presencia de ratas y desperdicios
orgánicos: todo un puerto de pescadores. Cuando uno mira por televisión estos
maravillosos puertos en tierras más lejanas tiene la suerte de ver todo bello
porque los aromas no son captados por las cámaras y porque los camarógrafos y
los editores elijen las vistas. Pero estos puertos de pescadores no deben
diferir mucho entre sí y la pesca del día, seguramente, es puesta a salvo con
rapidez y solvencia.
Detrás del
pequeño puerto se levantan enormes viviendas (tal vez las más caras del lugar).
Es curioso que José Ignacio, paraíso de la burguesía argentina, objeto de
inversiones millonarias y de construcciones portentosas, conserve aún ese aire
de aldea de pescadores que percibí desde el primer día de nuestra estancia en
el lugar.
¡¡¡ Hermosa descripción de esta experiencia !!!
ResponderEliminarFui percibiendo las sensaciones que relatabas como si estuviera viviéndolas.
Lamento la decepción habida cuenta del ideal que tenés de Francis el que, espero, sólo la consideres como un accidente y no como declinación del gran maestro.
Un abrazo.
Atribuyo de deficiencia al agotamiento del personal sobre el fin de la temporada. Incluso, es probable que no estuviera la dotación completa de la cocina.
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