I
Para mi experiencia de viajero, Lisboa fue la puerta de Europa. En ese sentido,
las primeras imágenes de la ciudad que apunté en mi anotador, y publiqué más recientemente,(1)
están atravesadas por un carácter ingenuo que se expresa en atribuir a la
ciudad algunas características como si fueran originales de ella, cuando, en
realidad, son bastantes frecuentes en Europa. Tal el caso de la impresión que
me provocó la intrincada traza urbana del barrio de Alfama.
La imagen es propiedad del autor
Veamos como lo
escribí entonces:
“Intentamos una primera caminata por
Alfama. Pasamos por la catedral (el Sé) y volvemos a bajar. Queremos llegar a
la estación de trenes de Santa Apolonia
para ver si podemos ir a Sevilla por tren. Creo que hemos penetrado el corazón
del barrio del fado, pero sólo lo hemos rozado.
“En
esta caminata, elegimos almorzar, a nuestro regreso, en un restaurante de
Alfama que nos había sorprendido por sus aromas. Después de caminar mucho y
realizar nuestra infructuosa gestión en Santa Apolonia, decidimos que si
cruzábamos por Alfama, acortaríamos el camino al restaurante elegido. Craso
error. No damos con la esquina. Ahora, abandonado ya el propósito, llegamos al
corazón del barrio y al castillo de San Jorge. Nos ha costado un gran esfuerzo
porque todas las calles que tomábamos nos conducían hacia arriba y porque
creíamos estar caminando en otra dirección y porque... en fin, nos hemos
perdido entre las calles de Alfama...
“Intento poner orden en mi mente e intuir la racionalidad del
diseño urbano, pero no lo logro. Intento retener los nombres de las calles de
una esquina por lo menos, pero no lo logro. Es que no es tan sencillo porque se
trata de ruas, largos, travesas, escandinhas, becos, secas... Intento buscar en
el plano el sitio en donde estoy, pero no lo logro. Yo que caminando por sus
calle, pude entender, sin perderme, la estructura de Parque Chas, me encuentro
perdido en Alfama. Entonces me relajo y dejo que el barrio me conduzca a mí a través de las veredas que se abren a
cada paso hasta que, por fin, Alfama nos devuelve hacia la Plaza del Comercio,
donde almorzamos en la terraza de un
restaurante.”
Todavía
impactado con Lisboa, unos días después, me encontré en Sevilla, en el corazón
del barrio de Santa Cruz. Andar las callejas, descubrir las plazas, contemplar
las fachadas sumó descubrimientos y sorpresas. Estos recorridos me evocaban
inmediatas familiaridades... sin saber por qué, me sentía en Buenos Aires. ¿La
magia de los patios? ¿Las fachadas barrocas de los edificios que evocan el
pasado (ese tipo de fachadas es similar a lo que consideramos arquitectura
típicamente colonial en Buenos Aires)? … y, de pronto, me perdí en el laberinto
del barrio (parece mentira, pero hay muchos rincones del barrio de Santa Cruz
desde donde no se puede ver la Giralda). ¡Ah, no sólo se trataba del Alfama!
A
mi regreso, luego de andar ciudades, realicé algunas indagaciones personales y
esa impresión que tuve en Sevilla, comenzó a consolidarse: el laberinto de
Alfama o del barrio de Santa Cruz conforman la planta típica de los barrios
medievales de las ciudades europeas (por lo menos en los países que conozco,
Portugal, España y Francia) que han persistido en sus trazas urbanas. Aquellas
otras ciudades, en donde sus cascos históricos son más reciente, el diseño es
diferente. Sólo hay que cruzar el Gaudalquivir y acercarse al barrio de Triana,
para verlo. Las fachadas de las casas son similares, pero las calles de Triana,
tienden al paralelismo, conformando una cuadrícula. Ni hablar de ciudades, como
por ejemplo, Donosti / San Sebastián cuyo centro histórico se remonta a las
primeras décadas del siglo XIX.
Otra
revelación en torno del tema de las plantas urbanas tendría en Sevilla.
Recorriendo los monumentos arquitectónicos, accedí al edificio imponente del
Archivo de Indias. En las galerías de la planta superior, se exhibía una
exposición de planos de ciudades indianas fundadas en el siglo XVI. Emoción
grande tuve cuando, entre veinte planos, estaba el de San Juan de la Frontera
(una de nuestras 14 capitales históricas). Miré con detalle, los planos y
descubrí que un motivo se repetía en ellos. Todas las ciudades estaban
diseñadas sobre la base de un damero regular que podía sufrir leves modificaciones
ante la presencia de algún accidente físico (generalmente, el curso de un río).
Imaginé influencias renacentistas en estos planos. Entonces, evoqué la imagen
de Lisboa y pude recordar la perfecta regularidad de la Lisboa Baixa,
reconstruida por el marqués de Pombal, luego del terremoto de 1755.
He
reflexionado mucho sobre esos planos. Ignoro, si antes de 1573, existían normas
para el diseño de las ciudades en América (de ese año son las ordenanzas de
Felipe II al respecto).(2) Lo cierto es que todos aquellos planos, aún los
anteriores a esa fecha, estaban dibujados a partir de la consabida cuadrícula.
¿Qué provocó que estos hombres escasamente letrados adoptaran este diseño de
claro cuño renacentista? No creo que todo se reduzca a obediencia y al apego al
cumplimiento normativo. No lo creo por dos razones. Por un lado, los
conquistadores españoles, y los hijos de la tierra más aún, por lo menos en el
Río de la Plata, carecían de un sentimiento que les permitiera valorar
positivamente el cumplimiento de la ley (así nos anoticia Juan Agustín García
en sus análisis tan agudos como desmañadamente sostenidos)(3). Por el otro, es
sabido que la ordenanza de Felipe II no se cumplía a pie juntillas.(4)
¿Cómo
veían estos hombres, que no eran precisamente unos humanistas, que debían
erigirse las ciudades? La adopción de la cuadrícula renacentista, cuando muchos
de ellos tenían experiencias urbanas disímiles, parace estar relacionada con el
espíritu de época que informó el espíritu de conquista, es decir, el renacimiento,
el humanismo y las utopías (Santo Tomás Moro publica Utopía en 1516). La
explicación es tan básica como satisfactoria, sobre todo si se tiene en cuenta
que muchos de estos hombres sabían jugar a la guerra sobre una mesada de 64
casilleros. Sin embargo, está dejando afuera algo importante: aquello que
estaba afuera de las ciudades. ¿Qué era eso? Simplemente, América.
Lo
cierto es que en 1536, se plantaron unos ranchos sobre la barranca. No hubo
primera fundación de Buenos Aires en sentido formal; pero sí la hubo como deseo
y destino. Crearon así una ciudad a la que sólo faltaba una cosa: la vereda de
enfrente.(5) Sin embargo, hubo que esperar casi cincuenta años para que un
vizcaíno terco, valiente, aunque un poco torpe se hiciera presente nuevamente
sobre la barranca y dibujara su cuadrícula perfecta, o casi perfecta. Mi amigo
y especialista en temas urbanos, el arquitecto Mario Sabugo cuenta como se
llevaba la ciudad del plano a la tierra, recurriendo a una vieja técnica de
generales romanos que consistía en pararse mirando al norte y extender los
brazos a los costados. Con ello de definía la traza principal, la calle que va
desde el oriente promisorio al occidente decadente.(6) En una charla personal,
después de haber leído sus escritos, Mario me contó que cierta torpeza del
capitán general provocó que la traza racionalmente concebida de la ciudad la
Trinidad (que es el nombre que Garay le diera) estuviera girada 5° sobre la
derecha.(7) Allí está Buenos Aires, desde 1580, desplegando su cuadrícula renacentista
entre el Parque Lezama y el Retiro.
II
¿Qué era América para aquellos hombres osados? Casi lo mismo que es para
nosotros: una tierra hospitalaria, un paisaje exuberante, un objeto de deseo
que se mira con temor y sin respeto.
Rodolfo
Gunter Kush da cuenta de lo impresionante de esa presencia:
“El sabor de vitalidad primaria y exuberancia
inagotable de los primeros días de la creación, que nunca logra definirse sino
en la circunstancia fortuita del vegetal, la mole rocosa o el espacio ilimitado,
es el que aqueja al paisaje americano.”(8)
América
ha sido siempre, como lo señala Alberto Buela, la tierra de lo hóspito.(9)
Recibió poblaciones de todo el orbe, alimentó a todos, protegió a todos; pero,
pero a pesar de ello, esa presencia del paisaje, esa exuberancia, no deja de
inquietar aún a los que tenemos erigido el hogar en ella. Ese paisaje, no tiene
norma, es una arbitrariedad controlada, dice Rodolfo Kush y yo digo que nos
atrae y nos seduce como una mujer que nos gusta y a su vez nos provoca temor.
Porque ¿es posible pensar realmente en una arbitrariedad controlada? Tantas
veces nos ocurre, en la vida cotidiana, que América se nos planta en frente con
todo su desenfado, con su atractivo irresistible y el temor que nos provoca la
posible inestabilidad de esa arbitrariedad que damos por supuesto sin ningún
fundamento...
En
fin, pienso en aquellos hombres, osados y valientes que eran atraídos por las
entrañas del continente y sufrieron las injurias del paisaje, de los ríos
enormes y caudalosos, de las selvas impenetrables, de las cordilleras
infranqueables, de las llanuras inconmensurables... porque allí, sobre la
barranca, don Pedro de Mendoza mandó levantar unos ranchitos entre el Río de la
Plata y las pampas argentinas. ¿Cómo estar tranquilos, si ni siquiera se podía
ver la otra orilla del río que era lo que se conocía y, además, no se sabía aún
hasta dónde llegaba la llanura?
He ido publicando testimonios sobre las hambrunas que sufrieronestos primitivos porteños entre 1536, en que se levantaron los primeros
ranchitos, y 1541, cuando Domingo Martínez de Irala ordena despoblar la futura ciudad. Cinco años de penurias, en el medio de una tierra feraz. El navegante
portugués Pero Lopes de Souza, por ejemplo, había recorrido el estuario del
Plata hacia 1531. En su diario deja constancia de cómo pudo alimentar a las
tripulaciones de sus navíos con la gran cantidad de animales obtenidos de la
caza y de la pesca.(10) Bartolomé García, un soldado que vino con Pedro de
Mendoza cuenta que mientras Pedro de Mendoza estuvo fondeado en el Puerto de
Santa María del Buen Ayre, él mismo cazaba los animales que el Adelantado
consumía. Cuando don Pedro decidió volver a España, Bartolomé se quedó en la
primitiva Buenos Aires, continuando con sus tareas de cacería para alimentar al
núcleo de pobladores.(11) ¿Qué ha estado pasando allí? ¿Por qué tantas
limitaciones para obtener los alimentos? ¿Se sentían acosados por los indios
salvajes, no tenían capacidades para defenderse mejor? Lo cierto es que lo
único permanente que aquellos hombres parecen haber vivido es el acoso
permanente, la sensación de que la tierra los rechazaba.
Otro
hombre injuriado por el paisaje americano fue Alvar Núñez Cabeza de Vaca, había
sufrido la exhuberancia de América con Hernando de Soto en la Florida y el
Golfo de México. En 1542, se dirige a Asunción atravesando la selva. En su
trayecto será el primer europeo en contemplar las Cataratas del Iguazú. ¿Por
qué eligió este camino, mientras mandaba a su hermano remontar el Paraná? ¿Por
qué el relato sólo se concentra en las angustias del viaje?
En 1982,
estuve en las Cataratas del Iguazú. El paisaje me resultó sobrecogedor y me
provocó una suerte de arrobo místico: la magnificencia del paisaje sólo puede
dar cuenta de la magnificencia del creador. Si yo sentía eso en pleno siglo
veinte, ¿qué no habría sentido Alvar Núñez, un hombre emergido de la cercana
Edad Media, en 1542? Me lo imaginé cruzando la selva, escuchando un sonido
inexplicable desde mucho antes de llegar e hincándose para celebrar al creador
frente a esa maravilla. Sin embargo, cuando leí el relato de Alvar Núñez, me
sentí decepcionado. Lo comparto ahora:
“/.../ E yendo por dicho río de Iguazú abajo
era la corriente de él tan grande, que corrían las canoas por él con mucha
furia, y esto causólo que muy cerca de donde se embarcó da el río un salto por
unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande
golpe que desde muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta
fuerza, sube en alto dos lanzas y más, por manera que fue necesario salir de
las canoas y sacallas del agua y llevarlas por tierra hasta pasar el salto, y a
fuerza de brazos las llevaron más de media legua, en que se pasaron muy grandes
trabajos; salvado aquel paso, volvieron a meter en el agua las dichas canoas y
proseguir su viaje/.../”(12)
¿Cómo
no va tener este hombre el más mínimo comentario místico? Hambrunas y angustias
para estos hombres osados y valientes y yo que esperaba un arrobo místico.
Pienso ahora que he sido injusto con Alvar Núñez porque he contemplado con
arrobo la caída de las grandes aguas protegido por la recta claridad de la
pasarela.
Hay
como una protección simbólica en el trazado del damero renacentista, hay
protección en ese papel que asigna un orden y un lugar para cada cosa., ¿cómo
no iban a pensar en introducir un poco del ruido y de la racionalidad de las
ciudades en este continente irracional e injurioso?
Con los siglos, la ciudad indiana, se derramó arbitrariamente
sobre América. La exuberancia sigue allí en las afueras de la ciudad, y en los
adentros también, y nosotros seguimos apostando a la racionalidad de la
cuadrícula renacentista: insistimos en trazar las calles y pavimentarlas, en
ponerles nombre y darles sentido de circulación y agregar semáforos que no
siempre respetamos porque América asecha desde las sombras en algunos barrios
de la ciudad.
III
Este cortejo de seducción y miedo entre América y la ciudad indiana se expresa
de muchos modos en la vida cotidiana y en las actividades artística y culturales.
América puja por hacerse un lugar en la ciudad y, cuando lo consigue, alguna
reacción intenta neutralizar esa presencia. Nos pasa con nuestra manera de
hacer música, con nuestra manera de vivir el fútbol, con nuestra manera de
entender lo criollo, con nuestra manera de entender lo europeo y con muchas
cosas más. Deseamos la exuberancia y la tememos. Quiero dedicar unos párrafos a
un tema en donde este juego se ve con claridad: el carácter de nuestra cocina
nacional.
Si
hay un lugar en donde la exuberancia del paisaje americano se muestra con
claridad es, precisamente en la cocina nacional argentina. No conozco lo
suficiente de la comida Americana en general y, por ello, no voy a establecer
una regla general, aunque la pienso, y sólo diré que si hay un rasgo que
distingue la cocina argentina, que le confiere identidad, es, precisamente, la
exuberancia. Haré una revista a algunos ejemplos para que se vea qué es lo que
quiero decir.
Empecemos
por nuestra comida nacional: el asado. Las proporciones de carne que se
ingieren en un asado son verdaderamente notables. ¿Sólo carne? No hay una buena
parrillada si no hay por lo menos dos tipos de carne, dos achuras, chorizo y
morcilla. Para un asado familiar se calcula que el total de productos cárnicos
debe acceder a 500 g por persona. El cálculo se realiza de este modo porque se
sabe que las mujeres comen menos.
Pero
el asado no es un buen ejemplo porque es casi todo lo contrario a la cocina de
todos los días. Tomemos el recetario de doña Petrona que fue, por muchos años,
el paradigma del ideal de la cocina diaria de los argentinos. La exuberancia es
señora en todas sus recetas, en las cantidades de manteca, crema y demás
ingredientes que podemos considerar excesivos. Es más, doña Petrona tiene una
receta de “Flan de dulce de leche” en donde el dulce se va preparando en el
interior del flan.(13) Sí, sí, las recetas de doña Petrona son
exuberantes.
Muchos
ejemplos podría citar de platos y productos que vencieron la tentación
sucumbiendo en los brazos de América. Ni hablar de su presencia en la
churrasqueada de los gauchos desde por lo menos fines del siglo XVI, pero
también los platos que vinieron en las valijas de los inmigrantes. La bagna
cauda piamontesa es un ejemplo claro. ¿De qué otra manera se podría explicar su
transformación de una salsa sencilla, aunque contundente, para acompañar
verduras en un caldo denso que relega las verduras a un papel secundario?
Obviamente he consultado recetas originales(14) y publicado la receta oficial
de la familia Boero de la ciudad de Sastre en la Provincia de Santa Fe.(15) La
transformación, la americanización del plato, camino de la exuberancia es
verdaderamente notable.
Dirán
que todas estas son impresiones subjetivas de mi persona y tendrán razón. Por
ello, le daré la palabra a un extranjero que vino a vivir a La Argentina siendo
grande. Se trata de Pietro Sorba, un crítico gastronómico importante de nuestro
medio.
En
los últimos años publicó una serie de guías de restaurantes ordenadas
temáticamente. He escrito una reseña crítica sobre su contenido, pero me veo
necesitado de volver a ellas. A los efectos de incorporar su voz, transcribiré
un par de fragmentos de las introducciones a sus guías sobre las parrillas y
las pizzerías de Buenos Aires.
Dice Sorba
en su guía sobre las parrillas:
“El segundo episodio se remonta a cuando llegué
por primera vez a Buenos Aires. Si mal no recuerdo, era el año 1988. Siempre
curioso y atento a todo lo relacionado con la comida, recordé en esa ocasión
algunos relatos de mi padre y de mi querido tío Piero que visitaron la
Argentina varias veces en los años cincuenta del siglo pasado. Los dos, además
de hablarme de la extensión de Buenos Aires y de las luces de la avenida
Corrientes, nunca omitían algún comentario asombroso sobre los bistecconi
(churrascazos) que comían en los restaurantes de la ciudad. Siempre pensaba:
“¿serán cuentos de marineros?” Empecé a preguntar a los amigos porteños con los
que estaba relacionado donde podía ir a comer una buena carne. Los dos nombres
más recurrentes entre mis interlocutores eran las parrillas Las Tejas y La
Cabaña. Sin dudarlo fui a los dos lugares y quedé totalmente sacudido
emocionalmente. Nunca había imaginado y visto semejantes situaciones. En Las
Tejas, que ya no existe más y, si mal no recuerd, estaba en la avenida Córdoba
y Palestina, quedé impactado por la inmensidad del lugar, por su enorme
parrilla a la vista cargada de humeantes piezas de carne y colocada justo al
lado de la puerta de entrada, y por el baby beef que mis amigos pidieron
para mí sin que yo lo supiera. Jamás en mi vida había visto una porción de
carne de ese tamaño y de ese aspecto tan atractivo servida en mi plato. La
devoré frenéticamente pensando que no iba a llegar al final. Pero llegué. No lo
podía creer. Nunca había experimentado esa textura inimitable y ese sabor
intenso, casi adictivo. Estaba tan entusiasmado que me comí también toda la
grasa. No dejé nada en el plato.”(16)
En
relación con la pizza porteña, sostiene Sorba:
“Y volviendo a las diferencias (ha estado
describiendo las diferencias entre la pizza porteña y la pizza napolitana en
relación con el levado de la masa, la salsa de tomate y los hornos en que se
cocina), ni hablar del queso: muzzarella local y, en algunos pocos casos, queso
fresco, en el modelo argentino. Muzzarella fiordilatte o de búfala, en el
italiano. Esto en cuanto a calidad y variedad. La cantidad es otro asunto. Muy
serio. Los argentinos, que aman y usan el queso por doquier, hasta con el
pescado, inundan la pizza de muzzarella. El queso tiene que chorrear. Hilar.
Desbordar. Cuanto más, mejor. Es sinónimo de calidad. La cantidad normalmente
utilizada duplica prácticamente el peso de la masa. En una pizza grande, la
masa llega normalmente a los doscientos cincuenta gramos y el queso roza los
quinientos. Los tanos en esto son mucho más cautelosos y, admitámoslo,
equilibrados. Prefieren armonizar los sabores y las texturas. Aquí, el exceso
de queso, que además es mucho más grasoso que el italiano, entierra todo sin
piedad. Aquí se elige al sabor más fuerte. Más dominante. Quizás también este
aspecto explique el uso de salsas bien fortachonas. Esta exuberancia de
ingredientes es la responsable de la diferente forma en la que argentinos e
italianos encaran la ingesta de la pizza.”(17)
Llegado a este punto, me pregunto ¿cuál es la cuadrícula
renacentista que oponemos, en nuestros días, a esa tentación que enfrentarnos
la contundencia de un plato de comida criolla? Si tengo que responder casi sin
pensar, diría que las dietas. Pero no la dieta que nos conduce a comer de forma
equilibrada, sino las otras, las caprichosas, las que subrayan datos y señalan
prohibiciones. No la que nos dice que es saludable apartar buena parte de la
grasa cuando comemos jamón crudo; sino la que nos dice que no hay mejor jamón
crudo que el que no tiene grasa o que no hay mejor vino que el que no tiene
alcohol. Pero hay algo más, algo nos ha venido apartando de América desde hace
muchos años.
He
escrito hace algunos meses sobre el churrasco argentino al que debiera llamar
con mayor propiedad churrasco rioplatense, pero rioplatense en serio, es decir
incluyendo Rio Grande do Sul. He rescatado la receta de Mercedes Torino dePardo que publicó Juana Manuela Gorriti y traté de vincularla con América.(18)
¿Qué propone esta mujer? Simplemente, ejecutar con maestría lo que conforma la
auténtica tradición americana del churrasco (la carne cocida directamente sobre
las brasas). Pero que ha ocurrido, a pesar de que Mercedes nos lo advierte, la
parrilla, ese maravilloso invento que nos trajeron los ingleses en la segunda
mitad del Siglo XIX ha creado una nueva manera de preparar este plato. Sin que
resulte paradójico, este invento ha logrado domar al churrasco americano,
imprimiendo la cuadrícula renacentista por ambas caras de la carne.
No
digo que esté mal, del intercambio se siguen tomando ideas buenas; pero la
receta de doña Mercedes me parece insuperable porque busca hacer crecer el buen
gusto y el refinamiento de nuestra propia experiencia. No digo todos los días,
pero sí con frecuencia, no estaría mal hacer unos churrascos de esta manera, a
ser posible sobre brasas de caldén.
Notas y
referencias:
(1)
“Impresiones de Lisboa (2007)”, leído en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/10/impresiones-de-lisboa-2007.html, el 22 de octubre de 2012.
(2)
2005, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCABA), Buenos Aires
paisaje cultural, leído el 22 de octubre de 2012 en http://www.buenosaires.gov.ar/areas/cultura/paisaje/.
(3)
1900, García, Juan Agustín, La ciudad indiana, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1986, 1° edición de 1900, pp. 22.
(4)
2005, GCABA, Op. Cit., leído el 22 de octubre de 2012 en http://www.buenosaires.gov.ar/areas/cultura/paisaje/02_capitulo2.pdf.
(5)
1929, Borges, Jorge Luis, “Fundación mítica de Buenos Aires”, en Cuaderno
San Martín (1929), en Obra Poética, Buenos Aires, Emecé, 1987, pp.
89.
(6)
2010, Sabugo, Mario, “Febo asoma, ya sus rayos” en Buenos Ayres, leído
en http://serdebuenosayres.blogspot.com.ar/2010/09/febo-asoma-ya-sus-rayos.html, el 22 de octubre de 2012.
(7)
(c. 2003) charla personal con el arquitecto Mario Sabugo.
(8)
1953, Kusch, Rodolfo, La seducción de la barbarie, en Obras completas,
Rosario, Fundación Ross, 2010, Tomo I, pp. 26.
(9)
2008, Buela, Alberto, “El tiempo americano”, en Agenda de Reflexión,
leído en http://www.agendadereflexion.com.ar/2008/04/14/433-el-tiempo-americano/, leído el 23 de octubre de 2012.
(10)
1531, Lopes de Souza, Pero, Diario de navegación, en 1959, Busaniche,
José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Buenos
Aires, Hyspamérica, 1986, pp 24-28.
(11) Publicado en Cartas de Indias,
Madrid, 1877, en idem, pp. 43.
(12)
1542, Núñez Cabeza de Vaca, Alvar, Naufragios y Hernández, Pedro, Comentarios
de Alvar Núñez, en idem pp.32-33.
(13)
1934, Gandulfo, Petrona C. de, El libro de doña Petrona, Buenos Aires,
1958, edición 52°, pp. 516.
(14)
1993, Alberti, Miranda, Italia (Cocinas del mundo), León, Editorial
Everest, pp. 122 y S/D, Buccolo, Antonio (autor del prefacio), La grande
cucina piamontese, Cuneo, Editrice Artistica Piamontese, pp. 134.
(15)
Ver en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/02/bagna-cauda.html, leído el 26 de octubre de 2012.
(16)
2009, Sorba, Pietro, Parrillas de Buenos Aires, Buenos Aires, Planeta,
2° edición, 2011, pp. 9-10.
(17)
2010, Sorba, Pietro, Pizzerías de Buenos Aires, Buenos Aires, Planeta,
pp. 11.
(18)
1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix
Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890. leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011.
Hola Mario, muy interesante tu post de hoy, aunque debo retarte que no hay más fotos de Lisboa!!!! Acá estoy comentándole a mi esposo de tu post y ambos disentimos con respecto a la calidad de Las Tejas (que no sabíamos que había cerrado). Que el churrasco sea grande no significa que la carne sea la mejor, mi marido dice que uno de los lugares de Puerto Madero es superior, no recuerda el nombre. Y entre los precios más accesibles, nuestro restaurant preferido era La Porteña de San Isidro. Hemos ido a un par de steak houses en California que te digo, no tienen nada que envidiarle a nuestros churrascos, eso sí, no sirven asado. Con respecto al asado, te interesará saber que no importa cuántas achuras o cortes ofrezcas, por ejemplo, a los obreros de construcción. Sólo comerán asado de grandes huesos y chorizos, el resto, lo dejan sin probar, he compartido muchos asados de obra, con lo cual, diría que a Doña Petrona se le olvidó que el asado es cultural, y el contenido depende de quién lo consuma.
ResponderEliminarHoy te dejé en mi blog una conserva de guayabas en vino tinto.
Feliz Domigo!
Gracias Miriam, por tus comentarios:
EliminarSe me ocurren varias cosas... a ver, ¿qué puedo ir diciendo?
En primer lugar, te cuento que Lisboa me encanta... y esa placita en Alfama es ideal para pasarse toda una tarde tomando mate y chamuyando de giladas. Pero, como mi propósito era llegar hasta el churrasco, decidí limitarme en las fotos que iba a poner... las otras te las debo.
Comparto que La Tejas no era la mejor parrilla de Buenos Aires. Personalmente, siempre me gustó hacer el asado en casa o, en su defecto, comer en El Mirasol (Almagro, Barrio Norte y Puerto Madero), La Cabrera (Palermo) o Ramona (Lomas del Mirador). Pero había decidido darle la palabra a don Pietro que hablaba de la exuberancia y no de la calidad (por supuesto que sé que tenés muchos asados de obra y muy buen gusto en la cocina lo que justifica tu afirmación acerca de las condiciones culturales en que se da cada tipo de asado).
En cuanto a los norteamericanos y su relación con la carne, no me cabe duda lo que decís. Siempre me fastidió la prepotencia de los yanquis, pero también siempre les he reconocido que hay en ellos un rasgo que los rescata, al menos parcialmente, son tan americanos como nosotros y sus carnes grilladas deben ser tan exuberantes como las nuestras.
Doña Petrona casi nada tiene que ver con los asados, por eso tuve que buscar la exuberancia americana en alguna receta y la encontré, según mi entender, en ese postre que imagino de su entera invención.
No me atraen demasiado las recetas dulces, pero esta idea de usar ese agua de guayaba que hiciste como una salsa para carnes, casi como si se tratar de un chutney americano, es atractiva y merece ser seguida... allí mostraste tu costado exuberante de criolla americana porque las guayabas, guauuu... las guayabas.
Gracias Mario, muy acertado tu comentario. Como ves, sigo experimentando. Y no creas que los yankees son orgullosos de sus carnes, cuando me preguntan de dónde soy y digo Buenos Aires (reconocen más la ciudad que el país) en seguida hacen comentarios de nuestras carnes y la bella ciudad. Tenemos una gran fama de asadores, de eso no hay duda. Pero, recuerdo una vez, compré en Coto de Urquiza unos churrascos divinos que no podía ni pincharlos luego, no pudimos comerlos. Obviamente fui a quejarme y me dijeron porqué no los había traído, lo cual, luego de la cocción resultaba ridículo. Guardé el licuado de guayaba en el freezer, a ver qué sale! Un abrazo,
ResponderEliminarMyriam (ahora sí, creo haberlo escrito bien):
EliminarHay de todo en la viña del Señor. Me crié en Mataderos... y allí también puede ocurrir que te vendan carne incomible; pero, por lo general...
En cuanto a los yanquees, mi comentario iba dirigido a que ejercen la exuberancia americana en sus ingestas de carne. Según me han dicho, hay restaurantes que llegan a ofrecer sus famosos bifes con lomo (les llaman teebone, o algo así, ¿no?) en una proporción desmesurada: 1 kg de peso por unidad.
Un comentario final. Me cansa un poco ese las desvalorizaciones de lo propio que hacen muchos argentinos. En lo poco que he viajado, siento que nos quieren y nos aprecian más que lo que hacemos nosotros mismos con nosotros. Me ha pasado en Italia, sobre todo en España, pero también Francia. Por eso no me extraña el comentario que reproducís.
Gracias, nuevamente, por tus comentarios.
Me gustó mucho éste blog.
ResponderEliminaryo tambien me crié con Dona Petrona y amo y extraño las mollejas de La cabrera. Besos
Gracias, Beatriz, por tus comentarios.
EliminarLa tarta de berenjenas de Deli en San Martín de Los Andes es un buen sucedáneo para los glotones carnívoros... y además, la vista del lago Lacar es insuperable.