20
de junio de 2012
Llegar
a Buenos Aires cuando es de noche, y esta vez ha sido de noche desde muy
temprano, es un espectáculo maravilloso. Vistas desde el avión, las luces de la
ciudad se pierden en el horizonte.
Las imágenes son propiedad del autor
Venimos
compartiendo el viaje con un par de mujeres. Una de ellas es uruguaya, pero
hace muchísimos años que vive en España. Cuando salimos de Barajas, su acento
era inconfundiblemente español. Pero sobrevolando Colonia del Sacramento, y
llegando a Buenos Aires, su acento oriental se ha tornado igualmente
inconfundible. La otra es española. Viene por primera vez a La Argentina, pero
no tendrá oportunidad de conocer Buenos Aires porque embarcará, en el mismo
aeropuerto Ministro Pistarini, sobre un servicio de ómnibus que la conducirá
directamente a su destino, la ciudad de Rosario, la bella ciudad de Rosario. Se
asoma por la ventanilla del avión y no puede creer lo que está viendo, esa
pampa interminable de luces urbanas.
Con
Haydée llegamos aturdidos, conmovidos, movilizados por tanta andadura, por
tantas experiencias. Hemos disfrutado del paisaje de ciudades maravillosas, de
la comida en buenos restaurantes, de las experiencias vividas... pero, por
sobre todo, de los vínculos afectivos, de los encuentros con la familia y con
los amigos en Italia, Francia y España.
¿Cómo
será aterrizar nuevamente en la patria? Llegamos a casa como a las diez de la noche y decidimos ir a comer a
Elcano Grill, ese restaurante amable que queda a pocas cuadras de casa. Yo aún
llevaba en las papilas el recuerdo de tantas delicias. El cordero en París, el
hígado a la veneciana del restaurante
cerca de la plaza San Marco, la pasta en la casa de Renzo en Cesarolo, los
manjares de Jean Louis en Ille sur Tet, las ostras de Cancale y el cordero
presalé del Mont Saint Michel con que nos recibió Osvaldo en Saint Maló, los
pinchos y la merluza en salsa verde de Txomin en Donostia, las anchoas en
Bilbao y las sardinas en Vitoria Gasteiz, el bacalao a la riojana en casa de
Sonia, la carcamusa en el Zocodover de Toledo, el rabo de Toro junto a las
murallas de Ávila. Ahora estaba en Buenos Aires evocando el vértigo de aromas y
sabores regados con muy buenos vinos. Vinos de Borgoña y Burdeos, vinos de
Sancerre y Córcega, vinos de la Valpolicella, vinos de Rioja y Ribera del
Duero.
Pedimos
una entraña grillada con papas fritas a la provenzal (a nuestra provenzal de
ajo y perejil picado) y malbec bien criollo. ¡Guau... qué sorpresa, qué sabor
único e irrepetible! Estaba de vuelta en casa y los sentía en ese plato, en ese
sabor único, tan nuestro.
Después
de este reencuentro, ¿sería capaz de reflejar en algunas notas apuradas lo
mejor de nuestra experiencia de viaje? ¿Sería capaz de dejar en claro la
emoción que me produjo estar junto a la tumba de Antonio Machado en Collioure,
caminar sobre las arenas de Omaha Beach, entrar en la capilla construida sobre
la estancia en que nació Santa Teresa de Ávila, recorrer los senderos de la
Plaza 2 de Mayo en el barrio madrileño de Malasaña?
¿Sería
capaz de explicar el sabor inexplicable de ese bocado de entraña grillada a la
manera criolla en el restaurante Elcano Grill de Buenos Aires?
Al final . . .
ResponderEliminar¿Pudiste describir los sabores paladeados en Elcano Gril?
¿Es un lugar para recomendar?
Por favor, no nos dejes con el deseo de saber el final de esta historia.
Un abrazo.
El es restaurante del barrio. No tiene pretensiones de alta cocina. Pero, se come muy bien y te atienden muy bien...
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