Creo
con fervor en la idea de que toda creación cultural tiene su origen en una
práctica popular. Se trata de un acto de fe que no tiene más fundamento teórico
que una indiscriminada pasión por la lectura que he ejercido con profuso
desorden. Pero también se trata de un acto de fe sostenido en la apreciación de
la música y la poesía, en los viajes al corazón de la tierra y, por supuesto,
en la cocina.
Creo
con fervor en que toda creación popular tiene aspiración de refinamiento. Es
por eso que, cuando ciertas elites (a veces vinculadas con el poder económico
de la burguesía, a veces inspirada en las miserias de la bohemia de los
artistas libres) se adueñan de esas creaciones, aparece la oportunidad de dar
el salto al refinamiento. ¿Qué es el refinamiento? Simplemente pulir, limpiar y
dar esplendor a las creaciones del pueblo.
Ejemplos
hay muchos, empezando por Gonzalo de Berceo que decidió escribir sus versos en
“román paladino”, rechazando el latín que se usaba en la escritura y tomando el
idioma con que cantaban los juglares que eran considerados seres marginales por
los cortesanos europeos de la Baja Edad Media.
Andrés
Chazarreta se pasó la vida recopilando creaciones populares de Santiago de
Estero; pero fueron los hermanos Ávalos quienes iniciaron la huella para el
refinamiento de esas tradiciones cuyo punto culminante fue la obra de Chango
Farías Gómez. Borges buscó el refinamiento de la poesía porteña en Evaristo
Carriego, pero fue de su pluma y en la de Homero Manzi y de Leopoldo Marechal,
por sólo nombrar los que más me gustan, en donde se lograron las más altas
cumbres a esa tradición. El tango, ¿era música prostibularia? ¿Qué podemos
decir, entonces, de la música celestial de Astor Piazzolla y Osvaldo
Berlingieri?
Dos caminos hacia el extravío tiene esta dialéctica. La pretensión
de creación autónoma y formativa de los mass media (expresada en fórmulas
generalmente mediocres y chabacanas) y la adopción de un refinamiento ajeno (no
el diálogo con los logros de otras tradiciones, sino la adopción lisa y llana, omitiendo
lo propio). El primer camino conduce a la alienación y a la pérdida
inconsciente de la identidad cultural. El segundo conduce a la tilinguería y a
la pérdida consciente de la identidad cultural.
Por eso amo la gran proyección mundial de la cocina peruana. Los
grandes cocineros de ese origen tomaron una culinaria popular, abigarrada y
heterogénea, y no se preguntaron si era autóctona o no, y no se preguntaron si
tenían derecho o no a poner esos productos del pueblo en diálogo con los
aportes técnicos de otras culturas, y simplemente apostaron al refinamiento de
lo propio.
¿Por
qué no hacer lo mismo con la cocina argentina? ¿No lo hicimos con el tango
acaso? Nuestra cocina, ¿no se merece que los mejores cocineros que trabajan en nuestro
país la vayan reinventando día a día, buscando el refinamiento que tiene su
gran antecedente en la Cocina Ecléctica
de Juana Manuela Gorriti?
¿En
qué consiste este antecedente? Se trata de una mujer que escribía para la
burguesía con un tono que hoy llamaríamos nacional y popular, y, desde allí compuso
un recetario que promovía el refinamiento a partir de una recopilación de
recetas americanas que le proveyeron sus amigas que vivían en distintas
latitudes (Bolivia, Chile, Perú, La Argentina interior, etc.).
Observo
algunos hechos interesantes. Al principio eran arrestos individuales, ahora
parece que ya insinúan una tendencia. Están vinculados básicamente con el
rescate de productos autóctonos (por ejemplo, la quinoa o las carnes de llama y
yacaré) y las técnicas de culinarias (los ejemplos abundan: la cocción con
fuegos directos (leña y brasas) y los hornos de barro). Hay también un rescate
de los platos más tradicionales, en especial del interior del país.
Aún
falta recuperar el gusto por las preparaciones con la pesca de río y afianzar
la especificidad de los productos del Mar Argentino; aún falta rescatar las
carnes populares de la Patagonia Interior (choique, piche, chulengo); aún falta
rescatar... Aún falta reconocer la manera especial de hacer las cosas en La
Argentina (el carácter dulzón del puchero, la originalidad de la milanesa
napolitana, la textura de la pizza porteña, etc.). Aún falta procurar el
refinamiento, partiendo desde estos subrayados. Aún falta recopilar esta cocina
ecléctica y potenciarla, exhibiéndola al mundo en toda su identidad
diferenciada.
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