Roxana Migliore es mi cuñada. Su
madre, Susana Bartolotti, nació en Cetraro provincia de Cosenza,
Calabria. Su padre, Ignacio Migliore, nació en Modica a 15 km de
Ragusa, en Sicilia. En las fiestas de fin de año, era una costumbre
encontrarnos y compartir la comida que cada familia llevaba. Roxana,
por ejemplo, preparaba un vitel toné delicioso, con poderosas
alcaparras navegando el untuoso mar de salsa de atún. Susana, en
cambio, llevaba una ensalada de morrones asados y algo que seducía a
todos sin contemplación, la scaccia siciliana.
Para reconquistar esos sabores,
pasamos una tarde maravillosa en casa de los Migliore. Me sentí muy
feliz de asistir al rescate de un puñado de recetas del sur de
Italia, de Calabria, algunas, otras de Sicilia, las más de ambas
regiones.
Por mucho tiempo, tuve un libro de
cabecera de cocina italiana y ya lo he confesado en otros artículos.
Su autora, Miranda Alberti, sostiene que tanto el vitel toné como la
ensalada de morrones asados (Miranda los denomina pimientos
marinados) pertenecen a la tradición culinaria piamontesa.(1) ¿Cómo
es esto?, me pregunté en alguna oportunidad. Sé bien que las
tradiciones gastronómicas no son cubículos cerrados, sé que el
intercambio, sobre todo a partir de las migraciones y de la profusión
de los medios de comunicación, es constante. Buscando orientación,
le pregunté a Roxana por su especialidad. Cuando ella quiso
participar en la elaboración de las comidas de las fiestas, eligió
un plato, el vitel toné, y buscó una receta, de modo que en este
caso, su aporte no dependía de aprendizajes previos en la cocina
materna. En cuanto a la ensalada de morrones, ya he explicado en otra
parte que fue uno de los platos que se incorporó a la cocina
argentina a través del asado, por lo que jamás me pregunté por su
procedencia, sólo me llamaba la atención que los preparaba una
mujer italiana.
Susana quema los morrones de un
modo habitual en la hornalla, el horno o en la parrilla, según el
fuego que tenga disponible. Pero lo que era verdaderamente llamativo
en su ensalada, era la prolijidad del corte de los morrones. Los
parrilleros suelen ser más rústicos en la presentación del plato,
pelan el morrón quemado y lo presentan en grandes trozos irregulares
al que apenas le agregan ajo picado desprolijamente, sal y aceite.
Algunos asadores, también combinan los morrones con otra ensalada
que lleva tomates y cebollas asadas, casi a la manera de la
escalivada catalana. En la Cervecería López de la Avenida Álvarez
Thomas, los morrones son asados en el horno sobre miga de pan. Allí
la presentación es prolija, el morrón lo sirven casi entero.
Susana, reitero, asa los morrones de manera rústica y el
refinamiento lo ejerce en la presentación: tiras prolijas y ajo en
proporción adecuada y picado de modo casi invisible.
Ignacio es un nombre poco común
en Italia, su apellido materno es Falco, lo que permite conjeturar
una larga tradición española en la familia que puede remontarse
incluso al siglo XV o XVI. A pesar de ello, Ignacio es enteramente
siciliano. Su defensa de una tierra orgullosa de haber accedido a la
civilización greco romana mucho antes que el Piamonte y la Lombardía
es ostensible. Hace 62 años que vive en La Argentina (aún conserva
el acento italiano y algunas expresiones idiomáticas). La charla me
lleva a confirmar otra impresión que tengo sobre la evolución
constante de las tradiciones gastronómicas, no sólo en América,
sino también en los lugares de origen. Le pregunto si en su niñez o
juventud comía caponata. Admitió desconocer la existencia de ese
plato que en los recetarios disponibles parece ser la comida insignia
de Sicilia.
Ambos están felices recordando
sabores y describiendo detalles de recetas y preparaciones que
configuran su propia tradición familiar. Si bien sólo Susana
cocina, Ignacio, no sólo opina con criterio sobre las técnicas,
sino que es el responsable de conseguir muchos de los productos
necesarios para las distintas recetas (por ejemplo, las maravillosas
alcaparras con que Roxana prepara su vitel toné). Hace muchos años,
la familia frecuentaba a un hermano de Ignacio que vivía en Mendoza.
De allí volvían con una fuerte provisión de productos que servían
al sostenimiento de esa tradición culinaria (por ejemplo, las
aceitunas sin curar).
En una carrera paradójica, la
charla comenzó en torno de las dietas y de los alimentos más
desagradables a la hora de comer: el hígado, los riñones, los
sesos, en fin, los pollos de criadero. Un pollo, dice don Ignacio,
había que esperarlo un año en el corral para llevarlo a la
cacerola, ahora se los puede comer con tres meses de vida Es tanto el
alimento artificial, recargado de hormonas, que el aspecto baboso que
tiene la carne es desagradable de sólo mirarla. Una vez compramos un
pollo, dice, y tenía gusto a pescado. Insiste con que el hígado no
le gusta. En Italia comíamos hígado de cerdo envuelto en la telita.
Ante mi pregunta, Susana que también recuerda esa preparación, dice
que esa telita se llamaba velo. Durante la charla imagino que se
refieren a peritoneo que, cuando se trata del cordero, los franceses
denominan crepinette. Ya en casa confirmo la existencia de esa receta
que en italiano se denomina “fegato de maiale in velo”. Ese plato
sí le gustaba, pero en La Argentina, concluye don Ignacio, es
imposible conseguir el velo porque lo destinan a usos industriales.
La charla fluye con naturalidad y
afecto. Susana hace alarde de sus condiciones técnicas y del placer
que le produce elaborar las comidas más complejas. Recuerda, por
ejemplo, que la semana anterior amasó una pasta especial. Sin
embargo, no puede recordar el nombre de esta pasta y se limita a
explicar que es como hacer ñoquis con masa de harina y que su
elaboración plantea una placentera dificultad. Descubro que habla de
cazzarilles.
Recorren luego la preceptiva para
la preparación de algunas conservas. Don Ignacio explica cómo se
prepara una salsa de tomate. Susana interviene con algunas
aclaraciones. El procedimiento es muy sencillo: se hierven tomates
maduros, se los procesa con un pasatutto para triturarlos y sacarles
la piel, se los vuelve a cocinar, esta vez con sal y se los seca al
sol, en un bol o en una fuente grande, durante una semana. Luego, se
lo guarda en envases cerámicos o de vidrio. Imagino que el resultado
debe ser una suerte de extracto de tomate
A su vez, el procedimiento para
secar tomates enteros es el siguiente: hay que elegir tomates bien
maduros, preferentemente redondos; cortarlos al medio, agregarles sal
y ponerlos a secar al sol. Cuando están secos, se blanquean en agua
hirviendo para desalarlos. Se vuelven a poner al sol. Cuando vuelven
a estar secos (tienen que estar muy tiernos como para que se los
pueda comer sin dificultad), se toma cada tomate y se lo pliega por
la mitad, agregándole una hojita de albahaca dentro del pliegue. Se
los condimentan con pimienta recién molida. Se guardan en un frasco
con aceite de oliva. En una semana están listos para ser consumidos.
Susana sostiene que son muy ricos en una ensalada con cebollita de
verdeo picada.
Ambas preparaciones son
impracticables en casa, no tengo suficiente sol, ni capacidad para
cuidar los productos expuestos de los arrebatos de la fauna del
barrio (aves y felinos) y de las inestabilidades del tiempo en el
verano porteño. Pero a veces compro tomates secos muy frescos, tan
tiernos que se pueden comer sin más, y cuando los guardo en un
frasco, en unos días se secan demasiado. Esta receta me da una buena
idea para conservarlos en esas ocasiones.
Otro tanto ocurre, me refiero a la
dificultad práctica, con el curado de las aceitunas recién
cosechadas (la temporada es de septiembre y octubre y en el mercado
de Juramento y Ciudad de La Paz se consiguen). El procedimiento
consiste en: secarlas al sol con sal durante varios días; cuando ya
están, hay que blanquearlas en agua hirviendo para desalarlas. Se
las conserva en frasco de vidrio con aceite, orégano, semillas de
hinojos y ají molido. Hay otro procedimiento, que se usa para las
aceitunas verdes scacciatas. Consiste en aplastar las aceitunas para
romperlas; blanquearlas en agua hirviendo y dejarlas enfriar en el
agua. El procedimiento se repite tantos días como sean necesarios
para quitarles el amargor, cuidando de cambiar el agua cada vez que
se las blanquea. Finalmente se lava las aceitunas y se las
condimentar con sal entrefina, semillas de hinojo, ajo picado y
morrón rojo picado. Deben consumirse enseguida porque se conservan
poco tiempo.
La charla discurre en vías
marginales, ataca el tema de las recomendaciones contenidas en dietas
para bajar de peso, mientras, en el nudo central de la conversación,
se disfruta con cada descripción detallada de estas exquisiteces del
sur de Italia. Ahora que escribo, pienso. ¡Qué fuerte es la presión
mediática para imponer los gustos de la industria alimentaria sobre
estas tradiciones! ¿No sería más interesante que quienes difunden
las dietas con el sincero afán de promover la salud, tuvieran en
cuenta la importancia que la identidad cultural, el saberse uno mismo
en cualquier lugar del mundo, tiene para generar ese equilibrio que
llamamos salud? Pero para ello, los médicos y los nutricionistas
tendrían que tener una formación académica específica que no
tienen.
Pero en el momento en que disfruté
de la charla en la cocina de los Migliore, estos pensamientos no me
asaltaban, sólo me demoraba en el disfrute del encuentro, mientras
esperaba la oportunidad de recibir las recetas que fui a buscar: la
scaccia y las olivas scacciatas. Entre tanto escuchaba y registraba
detalles. Las semillas de hinojo, con su gustito anisado, parecen ser
uno de los liet motiv de esta cocina. No está mal.
La charla continuó después de
repasar las recetas de la scaccia y las aceitunas negra scacciatas.
La última receta fue la de la longaniza calabresa. Esta conserva
tiene un carnet de identidad en el nombre. Sin embargo, no parece
restringirse a las fronteras regionales. Don Ignacio explica la
importancia de la selección de la carne. Se hace con bondiola de
cerdo, pero ésta no debe pesar menos de un kilo y medio ni más de
un kilo con ochocientos gramos porque el sabor cambia, también
explica que hay que colgar las longanizas recién terminadas de un
gancho de carnicero en un lugar fresco y aireado por lo que hay que
tener en cuenta que debe disponerse de un trozo adicional del piolín
con el que se atan los extremos.
Para Susana, después de unos días
de preparadas, se las puede usar en comidas que incluyan un proceso
de cocción (ocurre lo mismo con los chorizos de tipo español que
hacía mi abuela Agustina). Pone dos ejemplos que suenan
interesantes: longanizas a la pomarola y longanizas al vino blanco.
Tal vez intente preparar esta receta...
La charla es sumamente
enriquecedora. Susana me insiste para que la llame cuando tenga
alguna duda. He preparado las recetas con buenos resultados, pero sin
lograr el sabor de la cocina de Susana porque hay algo que ella no
puede transferirme, la sabiduría que encierran sus manos.
Notas y bibliografía:
(1)
1993, Alberti, Miranda; Italia
(Cocinas del mundo),
León, Editorial Everest.
Gracias, Ana y Blanca, por el comentario. Prometo una visita.
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