Sumario
de la Parte II: Artículo de Jeff Tobin – Construcción culinaria
de la nacionalidad – Caso francés: capital cultural – Caso
Norteamericano: la Doctrina Monroe y comerse al otro – Caso
argentino: la cocina femenina y el asado.
La
construcción culinaria de la nacionalidad (Jeff Tobin):(1)
Un
yanqui que nos mira y nos admira y declara su vocación de ser
porteño. Es antropólogo y cocinero, reside en Los Ángeles y está
casado con una argentina. Los datos no son menores debido a que
realiza investigaciones sobre gastronomía en USA y en Argentina, en
este punto le ha resultado valioso el ejercicio del oficio de jefe de
cocina en varios restaurantes y su vinculación con la intimidad de
los hogares argentinos. Siempre he ensayado la idea de que el
científico social (y en historia esto me parece particularmente
cierto) puede conocer mejor el objeto de estudio si se sitúa dentro
de él. Nunca tuve fundamentos teóricos para esgrimir en favor de
esta impresión, pero las reflexiones de Michael Hart y Antonio Negri
sobre el desarrollo inmanente del pensamiento me dejaron serenamente
satisfecho... y la lectura de este texto de Jeff Tobin, también.(2)
Aportes
y argumentos:
La primera declaración del texto es que el autor preferiría cocinar
para los espectadores antes que pronunciar una conferencia porque
desearía que no hubiera un contraste entre la comida y el gusto y
las charlas académicas y el desarrollo del conocimiento. Se propone
reconectar el sabor con el saber, sobre todo porque entiende que
cuando una persona cocina está produciendo conocimiento. A partir de
esta declaración que no es un simple recurso retórico, expone sus
análisis sobre la cocina francesa, estadounidense y argentina.
Primer
Plato (a la Francesa).
Tobin toma como punto de partida un aforismo de Brillat-Savarin que
reza: “Dime que comes, y te diré quién eres”(a)
y de los desarrollos que a partir de él hicieran Roland
Barthes(b)(c)
y Pierre Bourdieu(d).
Barthes
sostiene que el aforismo de marras contiene la originalidad de
concebir el gusto como un hecho social, conectando los diferentes
gustos con las diferencias de ingresos de las personas. Pero esta
socialización no supone una relación simplista. Lo que le gusta
comer a un sector social está relacionado con la educación
gastronómica. Esa educación sirve principalmente a la reproducción
social que nos entrena para desempeñar determinados trabajos y para
preferir las comidas que los que comparten determinadas tareas pueden
costear (por ejemplo, a los obreros franceses les gusta comer terrine
de campagne, en tanto que los aristócratas prefieren la terrine de
foie gras).(b)
En Mitologías,
el autor francés introduce una nueva categoría, la del gusto
nacional. Hay algunos platos que atraviesan todas las clases sociales
y representan el gusto de una nación (v. g., para los franceses,
ese papel lo cumple la costeleta con papas fritas).(c)
Tobin
sostiene que puede trazarse una línea directa entre Brillat-Savarin,
los textos citados de Barthes y el de Pierre Bourdieu. Éste propone
la idea de que el gusto está socialmente condicionado, es más, que
cada clase social crea categorías para el gusto a partir de las
cuales se identifica e identifica a las otras clases. El gusto es, de
este modo, un indicador de quiénes somos. Este indicador no se
restringe a la observación de los sociólogos. Todos usamos esas
categorías para definir nuestro lugar en la sociedad (por ejemplo,
cuando un obrero come un determinado plato está afirmando para sí y
para los demás que es un obrero). En este marco, Bourdieu presta
atención a la práctica y a la voluntad en el estudio del gusto.
El
gusto es la práctica con la que nos gusta identificarnos, esta
práctica determina una fuerte limitación para acceder al gusto de
otra clase social. Así, por ejemplo el acceso al dinero ganado en el
juego, no le permite al obrero cambiar su gusto. Sin embargo, si bien
la voluntad de cambio está sumamente restringida por la formación
de esa identificación de base, Bourdieu le presta especial atención
al autodidacta que vocacionalmente se forma en el acceso al gusto de
otra clase social. Pero la ansiedad del autodidacta por ubicarse
correctamente en la nueva clasificación, denuncia la propia
arbitrariedad de este acceso al gusto. La intensidad con que se aboca
a desarrollar el sentido correcto le hace perder el derecho a acceder
a la clase que tiene ese gusto. Lo más notable, concluye, es que el
autodidacta ignora el derecho a ser ignorante en algunos aspectos del
gusto al que se pretende acceder. Sin embargo, el acceso del
autodidacta al gusto de otra clase enriquece, en materia
gastronómica, su capital cultural.
Segundo
Plato (a la Yanqui):
Bourdieu distingue entre capital cultural heredado y capital cultural
adquirido. Considera, como ya se expresó que la capacidad que tienen
la práctica y la voluntad para incrementar ese capital es
restringida. Tobin sostiene que esto es así en Francia donde la
movilidad social es muy restringida.
En
los Estados Unidos, con mayor capacidad para la movilidad social, la
práctica y la voluntad son percibidas con menores restricciones. El
modelo de la teatralidad, por ejemplo, acepta que las categorías de
género sexual, y por extensión las de raza y etnicidad, pueden
ponerse o quitarse como si fueran una prenda de vestir. Hay, en esta
teoría, un fortalecimiento de la noción de auto-invención que los
yaquis tienen en su concepción cultural constitutiva, presente, por
ejemplo, en la admiración por el “self made man”. El modelo de
la teatralidad fue desarrollado por Judith Butler y Eve Sedgwick;
pero quien lo llevó a los análisis culinarios fue Bell Hooks (una
feminista Afro-Americana).(e)
Sostiene
la autora que los miembros de la clase blanca y privilegiada de los
Estados Unidos suelen re-inventarse gastronómicamente, afirmando su
poder comiendo al otro. Los restaurantes étnicos tienen éxito en
ese país porque permiten a sus clientes blancos jugar a ser otro
(negro, chino, mexicano, etc.). No sólo comen al otro, dice Hooks,
sino que lo hacen deliberadamente (por ejemplo, la exhibición del
arte de comer con los palillos con la maestría de los japoneses o de
comer con tanto nivel de picante como lo hacen los mexicanos son
evidencias de esta actitud consciente que señala la autora).
Bourdieu considera que los restaurantes étnicos juegan un papel
significativo en París. En París saber comer cous cous o sushi
implica acumular capital cultural. En los Estados Unidos, ello
implica pertenecer, temporariamente, al grupo étnico que se ha
decidido tener en el plato. Tobin sugiere que la teatralidad
gastronómica estadounidense expresa la prepotencia yanqui (es la
variante gastronómica de la Doctrina Monroe), es decir, la manera en
que se come se relaciona con el imperialismo anglo-americano. “Para
nosotros comer al otro sustituye al conocerlo.”
Tercer
Plato (a la Argentina):
El autor le asigna importancia a los libros de cocina en la
construcción de la identidad nacional. En ese sentido, La Argentina
tiene dos cocinas nacionales. Una fundada en los libros de cocina, la
otra, aunque con alguna excepciones, no. La primera es relativamente
inclusiva y preeminentemente femenina. La otra, el asado, es
exclusiva y masculina.
Para
valorar el significado de los libros de cocina en la construcción de
la nacionalidad, utiliza los aportes del antropólogo hindú-americano
Arjun Appadurai.(f)
El autor citado sostiene que los libros de cocina funcionaron en La
India como los grandes diarios nacionales, construyendo la idea de
nacionalidad en el colectivo social que se reconoce en una identidad
única a partir de encontrarse incluido en sus páginas. Todas las
áreas geográficas y culturales que se encuentran representadas con
alguna receta entre las tapas de un libro de cocina tienden a ser
identificadas con la Nación por las amas de casa de clase
profesional que los consultan. Para Appadurai, por otra parte, esos
libros de cocina tienen una serie de atributos que comparte,
“parecieron pertenecer a la literatura del exilio, de la nostalgia
y de la pérdida”.
Tobin
ha observado que, en La Argentina, los libros de cocina (escritos
mayoritariamente por y para mujeres) contribuyeron poco a la
formación de la identidad nacional, especialmente cuando se los
compara con el asado. Su análisis se centra en los dos recetarios
más famosos, Cocina
ecléctica
de Juana Manuela Gorriti y El
libro de doña Petrona
de Petrona C. de Gandulfo.
El
libro de Gorriti no se constituye en la representación culinaria de
la nacionalidad argentina, sino en la de una comunidad de mujeres
latinoamericanas. Refleja, por otra parte, la propia vida de Juana
Manuela que nació en Salta y vivió en Bolivia, Lima y Buenos Aires,
lugares desde donde provienen casi todas las recetas. Las piezas de
la colección son representativas, en general, de los lugares de
residencia de las mujeres que se las enviaron (muchas, incluso se
identifican con esos lugares en el nombre, v. g., “sopa limeña”).
Sin embargo, algunas contienen un subtexto migratorio y nostálgico
(v. g., el “puchero limeño” que fue enviada por una mujer
residente en Buenos Aires). En síntesis, el libro contribuye a la
constitución de una comunidad femenina, sudamericana y de clase
alta, lo que se contrapone a una construcción nacional. Este es el
punto en que difiero con Tobin como analizo abajo, en “Crítica”.
El
libro de doña Petrona
refleja los cambios ocurridos en la sociedad argentina desde 1890
(año de publicación de Cocina
ecléctica).
Representa el surgimiento de la clase media, su primera edición es
de la década de los años treinta. Este libro ha sido muy popular
(“Hasta el día de hoy no conozco casa en La Argentina que no
cuente con una copia”). Reúne tanto recetas de la denominada alta
cocina como recetas regionales argentinas. No es un libro
nacionalista en sentido estricto, las referencias a la nacionalidad
son escasas; pero es un libro innegablemente argentino. Esta
condición no es una construcción deliberada, sino un hecho dado. De
modo que, las referencias a la identidad son indirectas.
Según
los conocimientos que el autor declara poseer, los libros de cocina
explícitamente nacionalistas aparecieron en La Argentina sólo en
los años recientes. Realiza una lista de 4 libros notables publicado
entre 1990 y 1991 (los incluí en la “Apoyatura erudita”). En la
lista no aparecen los libros de Juan Carlos Martelli y Beatriz
Spinosa; pero su inclusión no invalidaría el concepto debido a que
El
gran libro de la cocina argentina
es de 1985 y El
libro de la cocina criolla
de 1991. En los libros que menciona encuentra una deliberada
invocación de la identidad criolla. Escrito mayoritariamente por
mujeres, fueron construidos como colecciones de recetas provenientes
de las provincias argentinas, generando un mapa culinario del país.
La
otra tradición culinaria argentina es el asado. Figura poco en los
recetarios (v. g., en 8 de las 211 receta de Cocina
ecléctica
y sólo en 3 de las más de 800 de El
libro de doña Petrona).
La bibliografía específica publicada es breve. Se inicia en 1991
con el libro de Raúl Mirad (Manual
del asador argentino).
En 1997 se publicaron dos libros más (no los cita). Todos los libros
publicados fueron escritos por hombres. Mirad sostiene en el prólogo
que antes de 1991 no era necesario escribir sobre el tema porque
todos los hombres sabían cómo hacer asado. Tobin ensaya que hay en
estos libros una nostalgia de la masculinidad perdida. El porteño
sueña, dice, con recuperar la identidad masculina idealizada,
asociada al campo (tanto a la imagen del estanciero como a la del
gaucho), que se ha perdido en la ciudad con el desarrollo de la clase
media.
El
autor ha observado que La Argentina cuenta con una cocina rica y
variada, pero que sólo el asado, hecho por varones, acapara el
status de comida nacional a pesar de que los recetarios, escritos por
mujeres para mujeres, rescatan explícitamente muchas recetas
nacionales. “Este desequilibrio genérico-sexual me ha impactado.
/.../. Dado que las labores culinarias se asocian con las mujeres, no
debiera sorprendernos que la cocina sea una práctica subestimada, ni
que dentro del campo culinario la contribución femenina sea
subestimada”(pp. 39-40).
Postre
(a la feminista):
finalmente, Tobin revaloriza las tareas culinarias con una
reivindicación feminista. Para ello recurre a Claude Lévi-Strauss.
Este antropólogo francés sostiene que la cocina es un sistema de
pensamiento que sigue los principios fundamentales que siguen otros
sistemas categóricos (v. g., la oposición crudo-cocido, es similar,
desde el punto de vista del pensamiento a la que forma el par
naturaleza-cultura). Desde este punto de vista, la cocina es una
actividad intelectual. La cocina y los sistemas de parentesco son los
mejores ejemplos de lo que Lévi-Strauss denominó “ciencia de lo
concreto”. Estas formas de pensamiento no satisfacen las
necesidades materiales, sino las intelectuales.(g)
Muy
pocos intelectuales han seguido estas ideas. Entre los que lo han
hecho, la mayoría son mujeres. Tobin reseña los aportes de tres de
ellas: Luce Giard(h),
María Lugones(i)
y Lisa Heldke(j).
Las tres coinciden en desarrollar sus argumentaciones a partir de la
idea de la cocina como una forma de pensamiento. Luce Giard sostiene
que, aunque las personas juzgan que cocinar es una tarea monótona,
repetitiva y carente de imaginación, para cocinar es necesario poner
en juego una serie de elementos que configuran una inteligencia
sutil, a saber: memoria múltiple, mente programadora, percepción
sensorial, ingenuidad creativa y mini estrategias alternativas. Para
Lugones, la cocina es el mejor medio para entender las nociones de
identidad y raza. En paralelo, Heldke utiliza la cocina como
herramienta de investigación etnográfica.
Tobin,
siguiendo a Heldke, concluye que “Cocinar usualmente se considera
como una labor manual y femenina, mientras que investigar
etnográficamente suele considerarse como una labor mental y
masculina. La idea de investigación culinaria que estoy proponiendo
desestabiliza la inequidad de estas relaciones. Privilegiar el
trabajo obrero y femenino, usualmente considerados como de menor
jerarquía, conduce a la comprensión de elementos claves del trabajo
mental adscripto a las clases altas y de género masculino.” (pp.
43-44)
Apoyatura
erudita:
se trascriben a continuación las citas de interés rescatadas del
texto en dos tramos: primero, las referenciadas que apoyan los
aportes y argumentos significativos, ordenadas con letras. Por otro
lado, aquéllos textos que están vinculados con la gastronomía
argentina, ordenados por año de edición. En el caso particular del
presente artículo, las referencias editoriales de los libros
listados están expuestas en las ediciones que el autor consultó,
generalmente en idioma originario o en inglés. Agrego, entre
paréntesis en cada caso, algunas ediciones en castellano que he
encontrado, especialmente en aquellos casos en que la obra no resulte
conocida.
(a)
1972, Brillat-Savarin, Jean Anthelme, The
Physiology of Taste, or Metitations on Transcendental Gastronomy,
Nueva York, Alfred A. Knopf.
(b)
1972, Barthes, Roland, Mythologies,
Nueva York, Hill and Wang.
(c)
1973, Barthes, Roland, “Reading Brillat-Savarin”, en On
Sing,
compilado por Marshall Blonsky, pag. 61-75, Baltimore, The de Johns
Hopkins University Press. (en
idioma castellano, el texto es listado en la tabla de contenidos de
1987, Barthes, Roland, El
susurro del lenguaje,
Paidós Ibérica, consultado el 3 de Diciembre de 2012 en
http://www.tematika.com/libros/enciclopedias__diccionarios__linguistica—12/linguistica--3/en_general--1/el_susurro_del_lenguaje--68551.htm#indCont).
(d)
1984, Bourdieu, Pierre, Distinction:
A Social Critique of the Judgement of Taste,
Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press. (en idioma
castellano, ver arriba en la crítica al texto de Marcelo Álvarez).
(e)
2000, Hooks, Bell, “Eating the Other: desire and resistance”. En
The
Consumer Society Reader,
compilado por Juliet B. Schor y Douglas B. Holt, pp. 343-359, Nueva
York, Teh New Press. Edición
en castellano en Debate
feminista,
México D. F., 1996, volumen 13, pp. 17-38. La traducción es de
Mónica Mansour, consultado el 5 de Enero de 2012 en
http://www.debatefeminista.com/articulos.php?id_articulo=736&id_volumen=32).
(f)
1982, Appadurai, Arjun, “How to make a national cuisine:
cookbooks in contemporary India”, en Comparative
Study of Society and History,
vol. 30, N° 1, pp.3-24.
(g)
1997, Lévi-Strauss, Claude, “The Culinary Triangle”, en Food
and Culture: A Reade,
compilado por Carole Couniham y Penny Van Esterick, Nueva York,
Routledge (en castellano: “El triángulo culinario” en
Lévi-Strauss:
estructuralismo y dialéctica.
Berard Pingaud, Luc de Heusch y C. Lévi-Strauss, Paidós, Buenos
Aires, 1968.)
(h)
1998, Giard, Luce, “Doing-Cooking”, en The
Practice of Everyday Life,
traducido pot Timothy J. Tomasik, Minneapolis, University of
Minnesota Press, pp. 149-247
(i)
1994, Lugones, María, “Purity, Impurity, and Separation”, en
Signs,
Vol. 19, n° 2, pp. 458-479.
(j)
1992, Heldke, Lisa M., “Foodmaking as thoughtful practice”, en
Cooking,
Eating, Thinking: Transformative Philosophies of Food,
compilado por Deane W. Curtain y Lisa M. Heldke, Bloomington, Indiana
University Press, pp.203-229.
1890,
Gorriti, Juana Manuela, Cocina
Ecléctica,
Buenos Aires, Félix Lajouane.
1989,
Gandulfo, Petrona C. de, El
Libro de Doña Petrona: Recetas de Arte Culinario,
Buenos Aires, Sainte Claire Esditora, de. 79°.
1990,
Elichondo, Margarita, La
Comida Criolla: Memoria y Recetas,
Buenos Aires, Puntosur.
1990,
Magne, Claudia (productora), El
Gran Libro de la Cocina Argentina,
Buenos Aires, Emecé.
1991,
Berreteaga, Choly, La
Cocina de Nuestra Tierra,
Buenos Aires, Editorial Atlántida.
1991,
Mirad, Raúl, Manual
del Asador Argentino,
Montevideo, New Sisley.
1992,
Robles de Daher, Elvira, Platos
Típicos de la Cocina Argentina,
Buenos Aires, Puntosur.
Crítica:
Antes de avanzar en la crítica de los aportes de contenido, un
comentario sobre los aspectos formales del texto. Se trata de un buen
ejemplo de equilibrio entre erudición y amenidad. Las citas
consisten en la mención del autor sin abandonar el estilo coloquial
o la lectura de algún texto breve y la indicación entre paréntesis
del apellido del aludido, el año de publicación del texto y la
página. El lector puede recurrir a la bibliografía que se expone en
el final de la ponencia para completar la cita. En cuanto a la
dimensión de esta bibliografía, diría que es la estrictamente
necesaria, está compuesta solamente por textos citados en la
ponencia, sin que falte alguno. Hay una sola excepción, son algo
confusas las referencias a los textos de Roland Barthes vinculados
con la lectura de Brillat-Savarin.
En
referencia con el contenido, debo decir previamente que me resulta
difícil formular una crítica a esta ponencia porque, salvo la
lectura que hace de la obra de Juana Manuela Gorriti (comentario ut
retro), comparto muchas visiones y argumentaciones expuestas. Me
limitaré aquí a fijar mi posición sobre la divergencia que tengo
en relación con Cocina
ecléctica,
a exponer aquellos aspectos con los que más me identifico y a
destacar aquellas cuestiones que, como aportes significativos, abren
camino de investigación y pensamiento.
Las
ideas de Pierre Bourdieu acerca del autodidacta y la tendencia a
ignorar el derecho a ser ignorante, provocó en Tobin una serie de
reflexiones personales porque se sintió identificado con esa
posición frente al gusto. Refiere, de este modo algunas anédotas
en las que señala su esfuerzo por ser porteño haciendo buenos
asados, bailando tango e hinchando por Boca Juniors. Siente el peso y
el desafío que representa el acceso a estos tres campos de la
porteñidad y sus esfuerzos por cubrirlos con solvencia. Un porteño,
en cambio puede fallar en uno o varios de estos campos, sin que por
ello deje de ser porteño. En paralelo, es lo que a mí me ocurre
cada vez que pretendo acceder a la comprensión de las tradiciones
culinarias que recopilo. En este sentido, parto de lo propio, de la
recopilación de la cocina familiar. Allí me siento relajado y me
puedo dar el lujo de haber perdido algún detalle, aunque no siento,
por ello, que mis reflexiones tengan algún fallo. Pero cuando se
trata de acceder a un terreno al que no pertenezco más que
tangencialmente, la cosa cambia. Allí me pongo ansioso por hacer las
cosas bien. Un par de ejemplos, darán un poco de claridad. En mi
receta sobre el puchero, relato cómo intenté la ortodoxia de un
cocido madrileño y cómo mis hermanos me devolvieron al origen
porque ese había sido el sentido de la reunión. Estuve tenso,
ansioso, para lograr que la receta saliera perfecta, pero mis
hermanos sólo querían comer un puchero sencillo y dulzón, es
decir, con el gusto del que preparaba la Vieja. Cuando hago knisches
a partir de la receta que me pasó una amiga, tengo el cuidado de
estirar bien la masa, rellenarla prolijamente y cortar los bocados
con el canto de la mano. Ana María Shua en su maravilloso libro
sobre la cocina judía, se ríe del rictus contraído y severo que
esta obsesión provoca. Ella usa masa comprada y la estirada con el
palote. Dice que hasta la masa de pastelitos sirve para estos
propósitos; pero eso sí, aunque sólo salga un knische, el cierre
debe hacerse con el canto de la mano. Su ironía, pone en evidencia
mi ansiedad.(3)
El
concepto de capital cultural de Bourdieu le permite a Tobin
confrontar la mirada francesa con la norteamericana. Lo aplica al
despliegue de restaurantes étnicos en ambos países: mientras que en
Francia es visto como una oportunidad de aumentar el capital cultural
en materia gastronómica, en Estados Unidos se encuentra al servicio
de la vocación imperialista. Esta conceptualización me permite
ensayar dos ideas: 1) En La Argentina este despliegue de restaurantes
étnicos pareciera ser una moda basada en el mimetismo, en la
vocación permanente que tenemos los argentinos por copiar las
últimas tendencias sin que podamos acceder siempre a las claves
secretas de las misma (capital cultural, vocación imperialista,
según el caso). 2) En mi experiencia particular, la idea de aumentar
mi capital cultural gastronómico me seduce sobremanera, creo tener
esa actitud en mis búsquedas. Esa acumulación me parece una
interesante compensación a ignorar mi derecho a la ignorancia.
Sostiene
Tobin que Cocina
ecléctica
contribuye a la constitución de una comunidad femenina, sudamericana
y de clase alta, lo que se contrapone a una construcción nacional.
No me parece que el hecho de que sea de clase alta se contraponga
necesariamente con una cocina nacional, podríamos pensarlo incluso
en términos de bonapartismo; pero ésta es sólo una cuestión de
perspectiva. Donde sí me parece que Tobin le erra al vizcachazo es
en la dimensión de la nacionalidad, o mejor dicho, de la identidad
nacional. En mi opinión, Gorriti representa la línea de pensamiento
de la Revolución de la Independencia según los planteos de San
Martín y Bolívar. No me voy a detener demasiado, pero voy a indicar
que la declaración de Independencia en San Miguel del Tucumán (en
Julio de 1816) tuvo una dimensión sudamericana. El acta habla de las
“Provincias Unidas en Sud América” y no de las “Provincias
Unidas del Río de la Plata”, como se usó cuando la idea de
nacionalidad se restringió a una decena de subregiones separadas.(4)
Ese espíritu de unidad nacional de las ex colonias españolas se
mantiene en el presente, pero fue particularmente fuerte en Lima. En
las últimas décadas del siglo XIX, las burguesías provincianas,
generalmente asociadas a intereses económicos británicos, alentaron
la visión contraria, es allí donde por ejemplo, con el diario de
Mitre, se erigió la Nación Argentina como algo escindido de la
Hispanoamérica. Perú fue víctima de este nuevo nacionalismo,
sufriendo la pérdida de Arica en manos de la burguesía provinciana
chilena. En el libro de Juana Manuela Gorriti, puede verse ese
nacionalismo sudamericano que ella compartía con sus amigos y amigas
en las tertulias literarias limeñas. Es cierto que la autora tuvo
una posición privilegiada, porque Salta, donde ella nació, tiene,
aún en el siglo XXI, cierta impronta de influencia limeña. Cocina
Ecléctica
es un libro nacionalista, es el libro de una apuesta política al
nacionalismo hispanoamericano.(5)
En ese marco, tampoco hay en él una nostalgia de migrantes o de
funcionarios poscoloniales. Es un libro que mira al futuro,
identificando lo que ha desaparecido a la vista: los elementos que
configuran la verdadera identidad culinaria nacional. Tobin no puede
percibir esta dimensión de la nacionalidad.
Es
muy interesante su análisis sobre los argentinos y las técnicas del
asado. Esa idea de la nostalgia de la masculinidad perdida merece una
atención y un desarrollo específico porque la conclusión a la que
arriba Tobin (la clase media urbana desplaza el ideal de la vida
rural) me parece insuficiente. Apresuradamente me pregunto, por
ejemplo, cuánto tuvo que ver la dictadura, la desaparición forzada
de personas y la derrota de Malvinas en esta pérdida... ¿por qué
nunca hubo “Padres de Plaza de Mayo”?.
También
me parece interesante la observación de que sólo el asado acapara
el estatus de cocina nacional. ¿Será esto lo que nos impide
reconocer que nuestra cocina tiene identidad propia como sostiene,
por ejemplo, Derek Foster?(6).
A partir de esa observación, ensaya una interpretación machista de
nuestra gastronomía (la subestimación de la cocina está
relacionada con la subestimación de las mujeres); pero no menciona
el fenómeno más reciente de los hombres cocineros. No da cuenta del
fenómeno y, por ende no lo explica, no lo relaciona con las
nostalgia de la masculinidad perdida. Ensayo una interpretación con
otra pregunta apresurada: ¿hay, en este fenómeno, una nostalgia de
la femineidad perdida, debido al cambio del papel de la mujer en la
sociedad?
Sobre
el final de la exposición uno de sus aportes más interesantes:
rescatar la idea de “ciencia de lo concreto” que Claude
Lévi-Strauss ve en las tradiciones culinarias y en los sistemas de
parentesco.
Bibliografía
y fuentes citadas por mí en la crítica:
(1)
2005 Tobin, Jeff, “Patrimonializaciones gatronómicas: La
contrucción culinaria de la nacionalidad” en AAVV, La
cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio
gastronómico,
Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp.
26-46.
(2)
2000, Negri, Antonio y Hardt, Michael, Imperio,
Buenos Aires, Paidós, 2002.
(3)
1993, Shua, Ana María, Risas
y emociones de la cocina judía,
Buenos Aires, Emecé, pp 50-51.
(4)
1968, Pérez Amuchástegui, A. J., “El Congreso, la Logia y la
unidad continental”, en Gibelli, Nicolás J. (director
responsable), Crónica
Histórica Argentina,
Tomo 2, Buenos Aires, Editorial Codex, pp. 2.LVII-2.LXIV.
(5)
2010,
Ferreira, Rocío, “Cartografías pan/americanas en Cocina
Ecléctica
(1890) de Juana Manuela Gorriti”, De Paul University,
http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/13372/1/ASN_13_14_10.pdf,
leído el 28 de octubre de 2010
(6)
2001, Foster, Dereck, El
gaucho gourmet,
Buenos Aires, emecé.
soy una de las raras mujeres que sabe hacer asado y bueno
ResponderEliminarbeso
Gracias, Cantares, por tu comentario.
EliminarSi ponemos en diálogo ambas maneras de entender las cosas (la masculina y la femenina, quiero decir), si son cada vez más las mujeres que se animan con el asado, si somos cada vez más los hombres que nos metemos en la cocina; nos va a resultar más fácil acceder a una vida mejor.
Te felicito por hacer punta.
Hola Mario, es un excelente artículo. Me quedé pensando en que uno devora al otro, figurativamente hablando, nunca lo había visto desde ese punto de vista. Los norteamericanos (al menos de CA que son los que conozco) consumen comida mexicana por costumbre, hay muchos restaurants mexicanos en el Sur, pero si el restaurant no es de cadena, entonces se ve como algo exótico. Lo mismo sucede con los restaurants japoneses, etc. El resto, es fast food. Hacia el Norte, las preferencias son italianas, thai y japonesas. O sea, depende de dónde vivas consumís una u otra especialidad. En San Francisco, por ejemplo, hay pocos restaurantes mexicanos, pero muchos thai. Lo que a la larga genera el hábito. Ví hace unos cuantos años ya, el program El Gourmet, en Bs As, y la chef mexicana contaba que un norteamericano fue a quejarse con ella en una fiesta porque la comida no era lo suficientemente picante (y grasosa), allí explicó que la comida tex mex, o sea la del trabajador inmigrante es la que se conoce como mexicana pero es una versión distinta no aceptable en los altos círculos. Un beso,
ResponderEliminarGracias, Mir, por tus comentarios, en especial por los datos de interés que aportás.
EliminarLa conferencia que fue objeto de mi reseña es muy rica en conceptos. Me parece el autor contrapone tres estilos de enfrentarse con la comida (norteamericano, francés y argentino).
Con todo, te confieso que lo que más me gustó del texto fue la reivindicación de la argentinidad de la cocina de doña Petrona y del flan de dulce de leche. Pero los argentinos no podemos ver esa maravilla (me refiero al libro de doña Petrona), ni rescatar la cocina nacional como valiosa.
El último libro de Pietro Sorba sobre la nueva cocina argentina, contiene un epígrafe que reza: "Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino" (Borges, Luna de enfrente, 1925). Tal vez esta sea una explicación, no tenemos que proponernos ser argentinos porque ya lo somos (Tobin que se propone ser argentino da cuenta de ello).
Sin embargo, hay algunos que no sólo eluden la defensa de lo argentino (y no me refiero a un nacionalismo político, sino a sentirse feliz con lo que uno es), sino que la cuestionan y se desgarran las vestiduras por este modo de ser, como si con este gesto pudieran eludir su condición.
Creo que, como en todas las cosas, todo es cuestión de medida y tenemos que disfrutar de ser como somos a la vez de tener una autocrítica saludable que nos permita ser mejores.
En fin, cosas que se le van ocurriendo a uno.
Hola Podría jurar que visitado tu blog antes, pero después de navegar a través de él leyendo
ResponderEliminaralgunos artículos me di cuenta de que es nuevo para mí.
De todos modos, estoy encantado de haberme topado con
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de vez en cuando!
Feel free to visit my web blog ... Anti envejecimiento
Gracias, Anónimo, por su comentario.
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