Por José Fernández Erro y Mario Aiscurri
Lunes 24/07/2006
José, querido amigo:
Estoy de vacaciones, pero sumergido en el trabajo. Acabo de
terminar con las correcciones de la Tribu..., finalmente intervino una correctora
de la editorial, antropóloga ella, que me ayudó a uniformar el estilo, sobre
todo en las trascripciones testimoniales. Tus comentarios, los de Alejandro
Cataruzza y, obviamente, los de los testigos han contribuido en no poca medida
para que el libro sea lo que es: lo mejor que pude escribir a esta altura de mi
vida sobre el tema. En lo que a vos toca, quiero agradecerte el trabajo que te
tomaste.
Con
Haydée pensamos pasarnos algunos días en Salta para la primavera (si es que
esto que estamos viviendo puede ser denominado invierno y no nos desorienta con
respecto a la sucesión cíclica de las estaciones). Si tenés un poco de tiempo
¿podías darme algunas referencias sobre la ciudad? Qué sé yo, hoteles,
restaurantes, lugares de interés (recuerdo los comentarios de Marta y tuyo
sobre el museo indígena).
Quiero hacerme una escapada a Cafayate. ¿Qué debo saber por
anticipado? Digo, hoteles, medios de transporte, bodegas que pueden visitarse,
etc.
En
otro orden de cosas, estamos un poco vagos con nuestros encuentros, ¿que
tendríamos que hacer, por dónde retomar el hilo? Sí, sí, ya sé, en principio
por recuperar el hábito de las cartas, pero ¿qué más?
Te
tiro la inquietud, para ir pensando. Un abrazo, Mario.
Domingo
30/07/2006
Querido Mario:
Regreso
del Brasil y me hago un tiempo para contestar tu carta. También yo
estoy
muy atareado y sin vacaciones a la vista. Hice un viaje rápido a Salvador da
Bahia y he pescado algunas imágenes en el mar verde:
Estaré con su mar en suave diálogo
que va del verde al gris, del gris al verde
y del verde a los barcos de la noche
que son lentas estrellas
navegantes.
Ahora
estoy preparando un curso que tengo que dar en Venezuela a partir del 10 de
agosto. Sin embargo, coincido en que hay que retomar los encuentros.
No hay mucho que pensar en este aspecto y es sólo cuestión de
poner fecha y concertar voluntades. Yo también estoy bastante disperso y
aislado. Los días pasan y, sin que haya ninguna razón o desavenencia, la
distancia se vuelve sostenida. Es la vieja historia de la amistad en un mundo
tan poco hecho a ella como el que nos toca. Perseveremos y aupémonos unos a
otros.
Con
respecto a Salta, mucho y nada puedo decirte. Es cuestión de andarla y verla.
No
quiero caer en un hábito que detesto y es tan usual en nuestro medio.
Cuando
vas a viajar a un lado viene un tío y te dice: andá a tal lado, no dejes de
comer en tal otro, si no probás el vino tal sos poco menos que un tonto,
levantate a las seis de la mañana para ver amanecer en el cerro... Y resulta
que a uno se le antoja ver amanecer de vuelta de una guitarreada o,
simplemente, dormir hasta el mediodía, sin ser por eso mejor o peor viajero.
Hecha esta salvedad, te pasaré algunos datos que sólo son "mis
datos", mis coordenadas personales para andar por la Salta que siempre me
convoca y a la que llamo desde hace muchísimos años Saltadentro.
Cuando
llego a Salta, lo primero que hago es callejear. Subo al San Bernardo caminando
porque detesto el teleférico (horrible nombre si los hay). Saludo a mis amigos
en sus respectivas estatuas: Don Sanca, Castilla, Jaime. Doy vueltas a la plaza
que en los últimos años ha crecido mucho en belleza, asemejándose a las
europeas... Eso, andar y ver:
Esta
es la ciudad. Yo la recuerdo. Casi nada ha cambiado si la miro con ojos
duraderos. Vuelan las palomas si la camino. Y el cerro sigue allí, verde y
humano, capitaneando gauchos, elevando zambas. Voy por Caseros hacia el origen.
Regreso a aquellos días de esperanza. Y me dejo acariciar por esta gente buena
que convida sus empanadas y ofrece su vino popular. Todo esto sucede en la
ciudad hecha a la medida de la belleza y la nostalgia.
Mi
segunda tarea es entrar a cuanto boliche puedo. Tengo mis preferidos: la
vinería
de López en Leguizamón al 1500; el Modelo en la calle España, de la Catedral
hacia el oeste; la digna gastronomía de Gervasio, en Balcarce al 800; la comida
andina de José Balcarce, en Mitre y Necochea. Aunque parezca paradójico, hay
dos cosas difíciles de hallar en Salta para quienes estamos acostumbrados a las
buenas: la guitarra y la empanada. No son buenas las famosas peñas de la
Balcarce y sólo la Casona del Molino, por Caseros al fondo, me ha dado
satisfacciones. Hay que tener suerte y tratar de ir el viernes o el sábado. A
veces no pasa nada y a veces pasa. Cuando fuimos con Miguel volvimos de día,
pero ir con alguien que guitarrea es una ventaja muy grande.
Con
respecto a las empanadas, hoy por hoy no me atrevo a jugarme por ningún sitio.
No sé cómo estará lo de Topeto Díaz, en la 20 de Febrero entre Urquiza y Entre
Ríos, porque no he ido en los últimos viajes. Hay un boliche en la recova oeste
de la plaza 9 de Julio, casi junto al excelente museo de alta montaña, donde
son dignas. Pero recomendables, sólo las de Paco Cuéllar en la panadería de
Alfredo, en San Lorenzo, sobre la avenida Juan Carlos Dávalos, subida principal
a la quebrada, cerca de donde trabajaba La Gaucha. Da gusto sentarse en la
galería y dar cuenta de varias docenas acompañadas de un sencillo torrontés en
jarra. Cuidado con la tornatranca del torrontés porque da mucho dolor de
cabeza.
Aunque ando viviendo muy de tejas abajo, trato de no dejar de
pasar a saludar al Señor y a la Virgen del Milagro. Esta, la del Milagro, es la
auténtica madre de los salteños.
A
Cafayate me voy con El Indio. De Alemanía al sur la tierra es un lujo
ensangrentado:
Tan de sangre es la tierra, tan de ocaso
y tan de soledad y despedida,
que si paso, al pasar pasa la vida
desangrada en la tarde con su paso.
Me quisiera quedar bebiendo el vaso
de vino que este valle me convida,
tinto de atardecer, tinto de herida,
y tinto de Castilla y Garcilaso.
El camino va arriba y entra al tajo
que fue labrando el agua en el roquedo
para poder hacer su travesía.
La estación desolada queda abajo:
ya sin tren, ya conmigo que me quedo,
esperará la muerte Alemanía.
No
me ha ido muy bien comiendo en Cafayate, salvo en El Divisadero, donde una
gente muy humilde vende sus empanadas y sus humitas bajo los árboles.
Subiendo
allí, da gusto llegarse a la bodega de Mounier y, como su nombre lo indica,
contemplar el valle azul desde lo alto...
Un abrazo, José.
Buenos
Aires, 25 de octubre de 2006
José, querido amigo:
Aquí
estoy de vuelta de nuestra querida Salta. No hice nada... ni caminos, ni
calles, ni cerros, ni quebradas... Dejé que ellos me hicieran a mí y me dajaran
dulces marcas indelebles. De tus recomendaciones, sólo seguía pie juntillas la
primera: andar las calles, subir al cerro y entrar a probar suerte en cualquier
boliche con resultados que alcanzaron a sorprenderme.
La ciudad ha crecido mucho. Dejó de ser ese pequeño pañuelo que
apenas alcanzaba a superar en dimensiones a algunas de las ciudades de nuestra
pampa húmeda, para pasar a ser una gran capital de provincia con una city
nerviosa y acelerada en los ritmos de bancos y comercios... Eso sí, a tres cuadras
de la plaza 9 de Julio, la siesta sigue siendo señora (no sé como haré para
volver a acostumbrarme a no dormirla). Desgrano algunas impresiones de mi viaje
en los próximos párrafos. Tendrás que perdonarme si abuso de los tiempos
verbales perfectos, adquirí ese modismo con la siesta, las empanadas y las
jarras de vino regional.
Lo
primero que me ha sorprendido de la ciudad fue la presencia italiana con la que
no contaba. El auto que nos ha llevado desde el aeropuerto, torció por Santiago
del Estero con el fin de alcanzar nuestro destino sobre la calle Deán Funes.
Allí mismo, y poco antes de llegar, puede verse el edificio de Il Consolato. No
es poca cosa esa presencia, más cuando a los pocos minutos de instalados, hemos
decidido darnos una vuelta por el centro de la ciudad pasando por la iglesia de
San Francisco. Nunca me había preguntado por el origen de ese rojo garibaldino
que gasta la fachada. Una maravillosa visita guiada por espacios del convento
en que se exhiben algunos objetos de valor artístico e histórico que los
frailes han puesto a disposición de las visitas, me confirmó una percepción
inicial cuando vi la cúpula neoclásica, donde se ve claramente el gusto
italiano, y me permitió otra al salir, los cortinados a manera de telones
recogidos dispuestos en las arcadas que comunican el atrio con la puerta del
templo. Siempre he ensayado la idea de que la diferencia principal entre
españoles e italianos, reside en el carácter trágico que le asignan a la vida
los primeros, bien diferente al dramatismo con que la viven los segundos. Esos
cortinados casi me convencen de que mi juego de ideas asigna valores verdaderos
a la comparación (ma, soltanto scherzava).
Es
verdad que la plaza está muy linda y disfrutable desde las terrazas de los
bares
y restaurantes que avanzan sobre ella. Cansado del viaje y de buscar tu
recomendado El Modelo sobre la calle España (¿Será tal vez El Moderno?). Volví
sobre mis pasos e ingresé en un restaurante que me pareció muy lindo, sobre la
calle Mitre (luego supe que el boliche se llamaba, se llama, Cavas de Piedra).
Allí
probé mis primeras empanadas, regadas con torrontés de Mounier, y me parecieron
bastante buenas. Entonces me pregunté si yo era poco sabio en empanadas o vos,
demasiado exigente. También me pareció interesante la carta que combinaba
platos muy tradicionales con una selección de otros descriptos bajo el título
de “Cocina de alta montaña”. Se trata de propuestas muy modernas en su
concepción, desarrolladas con ingredientes andinos (carne de llama, quínoa,
maíz, papas y ajíes). Me pareció entender que lo de José Balcarce ofrecía algo
parecido, pero como a este restaurante fui el último mediodía que estuve en la
ciudad, no alcancé a conocerlo porque sólo abre de noche. En fin, a Haydée y a
mí nos encantó ese restaurante.
¡Ah, que sorpresa! Cuando, al día siguiente, busqué el Museo de
Arqueología de Alta Montaña y me di cuenta que el restaurante se disponía sobre
su medianera.
Es, Salta, una ciudad amable, casi podría incluirla entre mis
ciudades predilectas (con Mar del Plata, Oberá y Montevideo). Como en casi
todas partes he visto “caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra”. Pero hay una notable predominio de gentes “que
danzan o juegan... y no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta. Donde
hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca”. Allí está el Nano, por
ejemplo, que para ganarle a la vida, lustra con entusiasmos los zapatos de los
viajeros en la Plaza 9 de Julio. Sueña con que a su familia no le falte nada,
con que sus hermanos completen sus estudios y, él mismo, la secundaria y sueña
que tus zapatos luzcan lustrosos como nunca en tu vida.
En
sus múltiples contrastes, Salta hace gala de despliegue artístico e intelectual
que se expresa en sus museos. Está claro que un vicio profesional me conduce a
ver la vida en esas colecciones de cosas muertas. Con todo, creo que debe
destacarse el cuidado puesto en las instalaciones. Allí lo vivo y lo muerto se
resignifican y la vanguardia artísticas, si me permitís el arcaísmo, se amucha
con el célebre dibujo de Güemes que Schiafino hiciera hace más de cien años.
He
decidido subir al cerro por la escalinata. En el primer escalón, después de
rodear el monumento a Martín de Güemes, como bien conocés, aparece el edificio
moderno del Museo de Antropología de Salta. Me gustó ese edificio moderno en el
estilo de la modernidad de los años sesenta y setenta. Su enorme vidriera
captura la luz exterior como en una mágica boardilla de bohemia parisina. Los
objetos se presentan con claras exposiciones en un orden cronológico que no
elude la referencia a la actualidad de las comunidades aborígenes. La sala
dedicada a Santa Rosa de Tastil atrapa y el recorrido por el último corredor,
en que se presentan los alimentos americanos, ilustra sobre la sabiduría
culinaria de aquel rincón del planeta. Allí también se dice que la costumbre de
mascar coca es ancestral y saludable, que nada tiene que ver con el invento
europeo del clorhidrato de cocaína... a la vez que se insinúa que no es justo
que sólo la Coca Cola tenga derecho a uso legal de ese vegetal.
No
te diré mucho más sobre los museos de arte (el de arte contemporáneo y el de
bellas artes, montado en una vieja casona salteña) que lo dicho arriba, ni de
la corrección del museo del Cabildo (este es una dependencia del gobierno
nacional), aunque no pude explicarme por qué no existe en él la más mínima
referencia al coronel Boedo quien forma parte de la negra lista de los
gobernadores asesinados por el General Lavalle.
Un párrafo aparte merece el Museo de Arqueología de Alta Montaña,
el la calle Mitre, frente a la plaza. Por supuesto que es un despliegue de
modernidad y cientificismo (éste es moderno en el estilo del 2000: vitrinas
climatizadas, medios audiovisuales y el montaje minimalista sobre un edificio
decimonónico). Sobrecoge encontrarse con la mismísima Reina del Cerro en el
rincón de una de las galerías. Pero, aunque el montaje colabora notablemente
(un pedido de respetuoso silencio al entrar en la sala, una vitrina apartada y
sólo visible de manera casi individual), lo que verdaderamente sobrecoge es la
vitalidad del gesto del dolor de la niña frente a la muerte inevitable que ha
quedado conservado para los tiempos. Decime, si al contemplarla, no sentís en
la intimidad de tu corazón que la vida y la muerte se resignifican más allá de
las teorías científicas que manipulamos filósofos e historiadores.
Salta
es también una oportunidad de encontrar vida en la vida. ¿Qué cómo es esto?
Quiero decir, ¿qué es la vida en Salta? Es la fe en el Señor del Milagro, es la
música, el vino y las empanadas, es la ciudad febril de los que en ella
trabajan, es la sed de conocerla de los viajeros. Decías en la tuya que es muy
difícil encontrar guitarreadas y buenas empanadas en esa ciudad. Me consta más
lo primero que lo segundo.
Te
cuento que intenté dos cosas con respecto a los boliches, a saber: hacer mi
propia búsqueda y seguir tus recomendaciones. Me fue mejor con lo primero que
con lo segundo. Encontré algo más que dignas empanadas en el boliche que está
al lado del Museo de Arqueología de Alta Montaña. Eso ya lo he comentado
arriba. Además encontré otros boliches, una parrilla frente al parque en San
Martín y Catamarca (se llama La Rinconada). Ofrece una humita deliciosa. Otra
parrilla en la calle Balcarce a 800 (creo que se llama La Leñita) donde comí
carne muy bien asada. En todas, las empanadas se dejan comer, pero guardan
distancias de las de la Cava. Sin embargo, en Belgrano y Zuviría hay un
boliche, un bar con las trazas de tantos que hay en Buenos Aires, se suelen
ofrecer sandwiches y minutas. Allí, la sorpresa fue que comí unas empanadas muy
buenas.
Sí,
es difícil encontrar buenas guitarreadas. Tuvimos la fallida experiencia de
concurrir a una de esas “peñas” de la calle Balcarce con un espectáculo
variopinto y decadente. Claro está que hubo un par de números muy interesantes:
un dúo de guitarreros muy bueno cuyo nombre no recuerdo, un cuarteto de bellas
voces femeninas (creo que se llamaban Las cerrillanas) y un ventrílocuo
notable. Pero completaban la función la adocenada combinación de bailarines de
tango espectáculo con malambeadores histéricos. Estaba allí con unos amigos y
les recordé un viejo episodio de Inodoro Pereyra en el que el Renegáu
intervenía en un espectáculo de estas trazas con unas boleadoras luminosas. No
he acabado de mencionar esa hazaña que accedió al proscenio uno vestido de
paisano portando sendas antorchas en sus manos, las que eran reboliadas
mientras zapateaba en una mezcla de malambo, cueca chilena y flamenco.
Al día siguiente, tuve la fortuna de releer tu carta y asociar lo
que ella dice con las recomendaciones de un amigo mío porteño que me encontré
paseando con su cuñado salteño por la calle España. Fue así que di con la
Casona del Molino, donde mucho del espíritu que buscaba logra recuperarse.
Envidio que hayas estado allí con Miguel Albrecht y su guitarra. No me quedé
con las ganas aunque me fui tempranito porque a la madrugada tenía que montarme
en El Indio, rumbo a Cafayate.
Al
día siguiente ya no era la ciudad de Salta la que estaba servida sobre la mesa
de un apetito viajero. La visita a Cafayate es bella desde Alemanía, más o
menos donde comienza la Quebrada de las Conchas, hasta el Divisadero, desde
donde el Valle de Cafayate se ve en toda su dimensión. El viaje me deparó otra
impresión, para mí sorprendente: la gran extensión del Valle de Lerma que
imaginaba mucho más pequeño.
Tu
poema describe maravillosamente el paisaje de la Quebrada. Ya en la ciudad de
Cafayate, hubo poco por recorrer porque nos sorprendió la hora de la siesta.
De bodegas, recorrí las instalaciones de Domingo Hermanos y no
pude acceder a Mounier porque los domingos está cerrada. Lo que verdaderamente
me sorprendió de la ciudad viñatera fue el desarrollo de arte plástico y las
artesanías. No de las piezas de una industria falsamente artesanal, sino piezas
únicas de artesanos que firman sus trabajos.
El
último día, por la tarde, todo fue el disfrute de tomar una pinta de cerveza
Salta tirada (ni extraordinaria, ni desechable) en las terrazas de la Plaza 9
de Julio y macerar todo lo vivido para traerlo a Buenos Aires como un tesoro
preciado. No me quedaron cosas pendientes en Salta más que el deseo de volver y
volver a Cafayate, tal vez a través de Cachi y Molinos.
Un abrazo, Mario.
Viernes
27/10/2006
Querido Mario:
Veo que aprovecharon intensamente los días en Salta y la
experiencia dará para más de un intercambio dialogal y cancionero sobre pagos
tan amados. Por ahora me limitaré a responder algunos aspectos puntuales de tu
carta.
Salta
ha crecido y crece. La expansión periférica es notable. Se ve, además,
que
hay un buen pasar, inusual en otras ciudades del país. Basta con darse una
vuelta por el mercado o por esa especie de Once que es la San Martín, para
percibir que hay distribución de la riqueza entre los pobres.
Los
italianos anduvieron por Salta e influyeron en su arquitectura. Que la impronta
de la ciudad sea el estilo colonial no significa exclusividad. Tampoco faltan
los apellidos italianos en su poesía y folklore: Luzzatto, Botelli, Cresceri,
Isella...
El boliche que mencionás es, efectivamente, El Moderno, aunque
nada tenga de moderno. Mío fue el error. De Cavas de Piedra te daba yo
referencias en mi carta: "hay un boliche en la recova oeste de la plaza 9
de Julio, casi junto al excelente museo de alta montaña, donde son
dignas". Quedaba así a salvo la dignidad de sus empanadas. Tal vez sea
cierto que soy demasiado exigente en la materia. No conozco el bar de Belgrano
y Zuviría y ya iré a probarlas en mi próximo viaje, si Dios quiere en diciembre.
Poco
más puedo agregar del museo de alta montaña y del misterio que rodea a sus
momias. Apenas este poema que escribí después de mi visita:
La
niña del rayo
Déjenme descansar
bajo la nieve,
rodeada de silencio,
infinitamente sola
en la encrucijada de
los siglos.
Como en un quipus
anudado con olvido
contaré los breves
días de mi vida,
porque fui niña
elegida por el inca,
paloma adormecida por
la chicha
y muerte
incomprensible.
No quiero que me
alejen del Llullaillaco
para responder las
preguntas
de la abajeña gente.
El dios que como rayo
desciende de los
cielos de la puna
quema mi costado de
niña herida.
Esto soy:
un punto,
una apacheta de carne
y hueso
por donde pasan los
caminantes
en busca de su origen
divino.
No me quiten,
entonces,
de mi altísima querencia.
Yendo
ahora a los venideros encuentros, estaría muy bien ir a Antares, con nuestras
respectivas mujeres. El dueño de casa ha dado su aprobación para el cordero del
próximo fin de semana. Tendría que ser el domingo, porque el dueño de casa
trabaja el sábado a la mañana.
Un abrazo. José.
Sábado
28/10/2006
José:
En
ambos casos digo que sí. Nos veremos en las horas propuestas de los días
establecidos en Antares, aunque quede tan lejos, y el Quilmes Oeste que, como
bien sabemos, queda en algún sitio entrañable de nuestros corazones. Con
respecto a Salta, ya hablaremos, pero te adelanto dos cosas, a saber: sí
recuerdo que me habías recomendado las dignas empanadas de Cavas, pero llegué
al boliche más por casualidad que por recomendación; con respecto a las preguntas
de los abajeños de tu poema, no sé si la niña del rayo está más segura en
Llullaillaco que en Salta.
¿No
te parece que es un buen tema para compartir unas cervezas?
Un
abrazo, Mario.
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