Miguel Cané (h) (1851-1905) fue uno de los
escritores más destacados de la Generación del 80. Dirigente político y
diplomático argentino. En 1884 publicó dos libros: Juvenilia y En
viaje. En el primero, relata sus experiencias en el Colegio Nacional de
Buenos Aires cuando esta institución educativa tenía un internado de varones
(es también un homenaje a su maestro Amadeo Jacques). En el segundo, relata sus
experiencias diplomáticas en Colombia y Venezuela.
En el fragmento que se trascribe de Juvenilia,
describe la rudeza en la vida de los internos del Colegio Nacional en el
momento de la comida.(1)
Imagen (2)
“El segundo obstáculo insuperable fue la
comida, invariable, igual, constante. En los primeros tiempos, apenas
entrábamos al refectorio, un alumno trepaba a una especie de púlpito, y así que
atacábamos la sopa, comenzaba con voz gangosa a leernos una vida de santo, o
una biografía de la Galería Histórica Argentina, siendo para nosotros
obligatorio el silencio y, por tanto, el fastidio. No puedo vencer el deseo de
dar una idea sucinta del menú ; lo tengo fijo, grabado en el estómago y
el olfato. Dentro de un líquido incoloro, vago, misterioso, algo como aquellos
caldos precipitados que las brujas de la Edad Media hacían a medianoche al pie
de una horca con su racimo, para beberlo antes de ir al sabbat, navegaban
audazmente algunos largos y pálidos fideos. Un mes llevé estadística: había
atrapado tres en treinta días, y eso que estaba en excelentes relaciones con el
grande que servía, médico y diputado hoy, el Dr. Luis Eyzaguirre, uno de
los tipos más criollos, y uno de los corazones más bondadosos que he conocido
en mi vida.
“Luego, siempre flotando sobre la onda
incolora, pero siquiera en su elemento, venía un sábalo, el clásico sábalo que
muchas veces, contra nuestro interés positivo, había muerto con dos días de
anticipación.
“En seguida, carnero. Notad que no he
dicho cordero; carnero, carnero respetable, anciano, cortado en romboides y
polígonos desconocidos en el texto geométrico, huesosos, cubiertos de levísima
capa triturable, y reposando, por su peso específico, en el fondo del consabido
líquido, que para el caso se revestía de un color pardusco.
“Cuando Eyzaguirre hundía la cuchara en
aquel mar, clavábamos los ojos en la superficie, mientras hacíamos el tácito y
rápido cálculo sobre a quién tocaría el trozo saliente. De ahí amargas
decepciones y júbilos manifiestos.
“Hacía el papel de pieza de resistencia un
largo y escueto asado de costillas, cubierto de una capa venenosa impermeable
al diente. Habíamos corrido todo el día en el gimnasio, éramos sanos, los
firmes dientes estaban habituados a romper la cáscara del coco Y triturar el
confite de Córdoba, el sábalo había tenido un éxito de respeto, debido a su edad;
sin embargo, ¡jamás vencimos la córnea defensa paquidérmica del asado de tira!
“Cerraba la marcha, con una conmovedora
regularidad, ya un plato de arroz con leche, ya una fuente de orejones.
“La leche, en su estado normal, es un
elemento líquido: ¿por qué se llamaba aquello "arroz con leche"? Era
sólido, compacto, y las moléculas, estrechándose con violencia, le daban una
dureza de coraza. Si hubiéramos dado vuelta la fuente, la composición, fiel al
receptáculo, no se habría movido, dejando caer solo la versátil capa de
canela.
“En general, el color del orejón tira a un
dorado intenso, que se comunica al líquido que lo acompaña. Además, es un
manjar silencioso. Aquél, no sólo afectaba un tinte negro y opaco, sino que,
arenoso por naturaleza, sonaba al ser triturado.
“¡Luego al gimnasio, a correr, a hacer la
digestión!”
Notas y bibliografía:
(1) 1884, Cané, Miguel (1851-1905), Juvenilia, Capítulo II, leído el 11 de
setiembre de 2011 Proyecto Biblioteca Digital Argentina, http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/novela/juvenilia/juvenilia_02.html, (Fuente: Segunda edición,
Buenos Aires, 1901).
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