El barrio de Mataderos no sólo se extiende por muchas manzanas, además posee una abigarrada
disposición de rincones diversos, un laberinto de tiempo y espacio que encierra
miles de historias en sus inesperados recovecos. Para hacer inteligible su
geografía, debemos referirnos a la cruz formada por las avenidas Juan Bautista
Alberdi y Lisandro de la
Torre. En el noroeste de esta cruz está el barrio Naón en el
que vive una clase media acomodada integrada por profesionales, comerciantes y
empresarios industriales. En el suroeste, el mítico barrio Los Perales y, más
allá, fuera de los límites estrictos fijados en la ordenanza municipal, se
despliega la Villa
15, conocida como Ciudad Oculta o, simplemente, como La Oculta (más cercana a
Mataderos que a Villa Lugano).
Programa de los carnavales de 1975 (propiedad de Claudia Calvo)
Yo me crié en
el suroeste, en el sector conocido como Nueva Chicago. Es larga la historia,
casi una leyenda, del origen de ese nombre. Está vinculada con la idea original
de mercado de haciendas y matadero que fue tomada del diseño de un macelo
existente en la ciudad de Chicago, en los Estados Unidos. De modo que, en las
últimas décadas del siglo XIX, ya se hablaba de los mataderos de Nuevo Chicago
y, por extensión, se fue dando ese nombre a las casas que empezaron a
aventurarse, a fines del siglo XIX, frente a la fachada que se estaba erigiendo
sobre la Avenida
Lisandro de la
Torre (se conservan afiches de 1901 de la inmobiliaria de
Publio Massini encargada del remate de los lotes del barrio naciente, en ellos
se habla del barrio de Nuevo Chicago).(1)
Claudia se
crió en sureste de Mataderos. Su padre, apasionado hincha del Culb Atlético
Nueva Chicago, disfrutaba de esas calles de tierra que apenas insinuadas en la
realidad, aunque fervientemente profesadas como arterias vitales en los planos
municipales. Claudia no se hallaba plenamente a gusto en ellas porque tenía
reacciones alérgicas como consecuencia del aire viciado por las industrias
locales que agregaban valor a las carnes que se comercializaban en el Mercado
de Hacienda y se faenaban en el Frigorífico Nacional. Las casa de los vecinos
se elevaban pertinazmente entre los edificios que trataban vísceras para
producir tripas para los embutidos e hilos de cirugía, las curtiembres que
alimentaban la industria del calzado y la marroquinería que también se
desplegaban por el barrio y los frigoríficos que producían chacinados no se
caracterizaban precisamente por su vocación de protección del medio ambiente en
los años sesenta. Era una época temprana para la ecología.
A pocas
cuadras del barrio industrial, el Parque Avellaneda se erigía como un pulmón
necesario que devolvía a los vecinos, cuando el viento era propicio, la
esperanza de un tiempo mejor.
Guillermo
Saccomano, se crió en ese mismo rincón de la ciudad. ¿Cómo era ese rincón? Lo
cuenta en su novela El Pibe.(2)
"En las mañanas de
invierno, los camiones de hacienda estacionan en la avenida Directorio
enfilados hacia el frigorífico Lisandro de la Torre. En la negrura de
las jaulas el ganado se mueve nervioso presintiendo su destino de corral y
matadero. Si un animal se cae en el interior de la jaula, entre los cuerpos y
las patas, los mugidos y los golpes, la bosta salpica fuera del camión. En esas
mañanas de invierno, cuando vamos al colegio, no hay que pasar cerca de los
camiones. Una salpicadura puede enchastrarte el guardapolvo blanco y
almidonado.
"Cruzando Directorio
hacia el norte, empieza el empedrado, a diferencia de nuestras calles, que
son de tierra y tienen zanjas. De aquel lado, se es más de clase media que acá,
apenas una cuadra más al sur, donde el hedor del ganado, la pestilencia de las
curtiembres y el agua estancada de las zanjas enrarecen el aire, que todavía es
de campo. Acá, la clase media decae en un proletariado peronista con ínfulas de
pequeña burguesía."
Guillermo
Sacomano se referencia con la esquina de Directorio y Corvalán. Claudia, en
Fonrouge y Rodó, es decir, en donde ya había empezado el empedrado. Los que
somos de Mataderos, y tenemos menos de sesenta años, permeables al aprendizaje
de los idiomas extranjeros, la llamamos Fonrush, pero nuestros viejos hablaban
siempre de la calle Fonrouje.
Claudia
estudió y, siendo ya una profesional, se fue del barrio. Pero al barrio siempre
se vuelve. El retorno, el eterno retorno al origen, era promovido, en
principio, por las visitas al núcleo familiar más cercano. Esto fue así hasta
que los mayores ya no estuvieron... y, después de un período oscuro de
distancias inexplicables que sumó varias décadas, el reencuentro de los primos que
vaya a saber por qué estuvieron tan lejos. Tal vez, sólo tal vez, ocurre que el
hacerse un lugar en la vida, cuando la decisión fue irse del barrio, demanda un
gran flujo de energías que se restan a otros surcos.
Bragado y Olíden, cerca del centro comercial de la Av. Juan B. Alberdi, era
el barrio de la infancia de Geno Díaz. Escritor, humorista y dibujante notable.
Ha registrado sus recuerdos sobre los bailes en el Club José Hernández.(3) La consulta de sus textos es insoslayable para
quien desee encontrarse ese centro emotiva de la vida de Mataderos. También lo
es el testimonio de Claudia. Ella recuerda los carnavales en el José Hernández
a principios de los años setenta. Conserva, incluso, un programa. Ya no
concurrían aquellas orquestas de tango que exigían a Geno y a su barra
prolongadas prácticas antes de salir a la pista. En el programa que Claudia
conserva, se anuncia que iban a actuar Sabú, alegre y vital entonces, y Sui
Generis con un Charly García joven, pecoso y flaco.
Conocí
a Claudia en el ambiente altamente profesionalizado de la Auditoría General
de la Ciudad
de Buenos Aires hace casi diez años ya. Yo vivían entonces en las puertas de
Mataderos, Claudia en Boedo.
Hace
podo, tentado de mostrar mis primeros apuntes de recopilación de recetas, elegí
a un grupo de amigos y allegados para que su lectura y comentarios me
permitieran medir el tono de lo que estaba escribiendo. En algunos, la
respuesta fue indiferente, en otros entusiasta. Claudia, por ejemplo, a fines
de junio de 2011, me envió un correo-e en que me expresa que le gustó mi “libro
de recetas y recuerdos”. Desplegó algunos de ellos: en su sasa también se comía
puchero tres veces por semana y a las empanadas les ponían pasas de uva que
ella retiraba.
Su
padre cocinaba y, en su recuerdo, trataba siempre de preparar comidas calóricas
que a ella le gustaran, como por ejemplo revuelto gramajo y torrejas. En su
casa siempre había embutidos y la especialidad de su padre era el lechón asado
al que adobaba con distientas especias y condimentos. Claudia manifiesta que
nunca probó un lechón tan rico como aquellos. Su madre preparaba una berenjenas
en escabeche que ella nunca pudo igualar y preparaba el relleno de los ravioles
con seso y espinaca.
Con
todo hay un recuerdo que sobresale entre los demás. Sus abuelos maternos eran
italianos y su tía abuerla Erminia, cuando visitaba su casa, llevaba crispeles,
unos bocadillos fritos que llevaban harina y pasas de uva. Cuando se murió la
tía Erminia, su madre siguió con la receta. Entusiasmada por la evocación,
promete conseguirla y prepararlos, aunque sea una sola vez porque, a pesar de
que ahora come muchos vegetales y no frecuenta las frituras, vale la pena
recuperar esos sabores.
Esta carta maravillosa despertó tentaciones frente a las
que estaba dispuesto a sucumbir: probar los crispeles que Claudia se prometía
cocinar y conversar con ella sobre qué es lo que cocina desde que se fue de
Mataderos.
Casi
un mes después, un lunes, Clau se apareció en el trabajo con una bolsa de papel
que me entregó sigilosamente. Eran crispeles. No resistí la tentación y probé
uno, una delicia. Se había pasado la tarde del domingo haciendo crispeles.
Súbitamente se me ocurrió buscar la receta en la internet y dimos con un video
en el que Donato De Santis. Esta receta
era diferente a la de la tía Erminia, pero evidentemente se trataba de
la misma preparación.
Cuando
el ajetreo laboral lo permitió, pudimos charlar tranquilamente sobre sus
recuerdos del barrio, sobre el reencuentro familiar con sus primos y sobre como
había evolucionado su modo de comer y cocinar desde que se fue de Mataderos y
de esa mezcla de cocina popular española e italiana que acompañaron su
infancia. Pero ya se trata de otras historias.
Notas
y bibliografía:
(1)
1998, Vecchio, Ofelio, Recorriendo Mataderos, Buenos Aires, edición del
autor, tomo I, pp. 105-106. Leído también el 13 de diciembre de 2011 en http://www.nuevachicago.com/Historia/mercado.html.
(2) 2006,
Saccomano, Guillermo, El pibe, Buenos Aires, Planeta, pp. 13
(3) 1982,
Díaz, Geno, La
Cueva del Chancho,
Buenos Aires, Galerna, pp. 34-40.
Es un hermoso post. Porqué no le agregas algunas fotos del barrio? Adoro las fotos urbanas. Resulta que El Matadero de Echeverría lo leí por primera vez hace tres años y me encantó )Más vale tarde que nunca). Bueno, a Sergio Denis también lo escuchaba para los bailes de carnaval, hasta que fui totalmente influenciada por la música inglesa....Un abrazo,
ResponderEliminarGracias, Mir, por tus comentarios.
EliminarPertenezco a la generación que valora más la palabra escrita que las imágenes, por eso es que me vas a ver parco para publicar fotografías.
Me has hecho viajar en el tiempo. El libro de Vecchio estuvo a mano en mi biblioteca, desempolvándolo cada vez que había que dar una clase alusiva al barrio.Los olores y los mugidos eran familiares sobre todo cuando había humedad y viento del sector. Telier y Alberdi hoy no son la misma cosa que ayer. Los carnavales en el José Hernándes...
ResponderEliminarPrgunto¿Tu foto del perfil es la del bar de Av. de los Corrales y J.León Suarez?
Mis saludos para vos
Gracias, Norma, por tus comentarios.
EliminarNo sé si podré contestarte bien. Recién terminó el partido contra Chacarita Juniors y Nueva Chicago ascendió a la "B" Nacional.
Sí, la foto es de esa esquina. El bar se llama "155" porque allí tenía su terminal la línea 155 de colectivos (sigue parando allí, pero su nuevo número es 180 y tiene su terminal en el Partido de La Matanza).
Hace unos días pasé por ahí y lo habían pintado. Gracias a Dios no lo arruinaron. Está a poco más de dos cuadras de tu escuela.
En ese bar intenté aprender a jugar al billar, hace algunos años.
Te mando un beso.
Si claro, cómo no saberlo!Recuerdo que a fines del 70, pasé de noche y estaban filmando en su interior una película.
EliminarSaludos y hasta tu próximo relato
QUÉ LINDOS RECUERDOS MARIO, GRACIAS POR COMPARTIRLOS. UN BESO
ResponderEliminarGracias, Pamela, por tus comentarios.
EliminarEs lindo recordar las cosas lindas, sobre todo por que te ayuda a recortar los recuerdos amargos de la vida.
Además es lindo traer al presente esa energía positiva. Eso es lo bueno de una receta con la que podés agasajar, en el presente, a las personas que querés.
Bonitos recuerdos gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias, Tripas y embutidos, por tus comentarios.
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