sábado, 9 de enero de 2016

Cocina con pimentón de Payogasta

1 y 2 de mayo de 2015
I Un almuerzo muy rico
Llegamos a este bello rincón del Valle Calchaquí porque los amigos de Sala de Payogasta nos invitaron a participar de estas jornadas gastronómicas en la Ruta del vino. El cultivo, secado y molienda del pimentón y su uso en la cocina es el tema convocante.
 
Las imágenes pertenecen al autor 
Las jornadas consistieron en diversos encuentros en torno de la mesa y en andaduras por las fincas cercanas. No hay una planificación severa de las actividades, sino un curso que fluye mansamente como el Río Calchaquí que discurre a pocos centenares de metros de donde estamos.
Casi sin proponernos, el almuerzo sirvió de punto de partida. Allí uno de los responsables de la Sala, Julio Ruíz de los Llanos (que además es productor local de pimentón) nos fue introduciendo en el tema en suave oleadas.
Por él nos enteramos que la producción de pimentón es tardía en el Valle. Según su relato, comienza a cultivarse el pimiento del que se obtiene en la década de los cuarenta del siglo XX. Era necesario satisfacer la demanda de la ciudad de Buenos Aires, desabastecida como consecuencia de la crisis del sector productivo en España a partir de la Guerra Civil. Buenos Aires había sido el principal destino de las exportaciones españolas de pimentón y el mercado era muy interesante como para dejarlo sin ese producto.
El relato coincide con la impresión que me causaron los hallazgos que hice en mis búsquedas en recetarios argentinos y españoles del siglo XIX. Ellas me permitieron considerar la hipótesis de que, así como el ají molido bien puede representar una tradición prehispánica, el pimentón, tal y como lo conocemos, es un desarrollo europeo, y muy probablemente español. Los recetarios de ese origen que consulté(1) contienen una gran cantidad de recetas en las que se utiliza este producto. En el primer recetario americano publicado en Buenos Aires que llegó a nuestros días, recopilado por Juana Manuela Gorriti(2) y publicado en 1890, su presencia es escasa. En cambio, en el Recetario de la familia Flores(3), su presencia en muy significativa. Esta colección está contenida en una libreta manuscrita fechada en 1891. En ella están anotadas dos direcciones de calles de Buenos Aires. Estos datos y la presencia de una receta de filloas da una pista muy importante para ensayar la hipótesis que asigna la condición de inmigrante gallega de la autora.      
Julio lleva su charla a otros temas igualmente interesantes. En el Valle se utilizó primero la variedad conocida como pimiento calahorra con semillas traídas desde España. Luego se la reemplazó por una variedad originaria de los Estado Unidos que da un fruto más carnoso del que se puede obtener una mayor cantidad de producto en la molienda. En la actualidad, y a partir de esta variedad, las semillas se obtienen a partir de un procedimiento técnico que permite seleccionar los mejores frutos para obtenerlas.
Finalmente, Julio nos explica que es el Código Alimentario Nacional quien define qué es y qué no es el pimentón y establece las tres clases que se pueden obtener en el mercado (extra, seleccionado y común). Sostengo en la charla que el pimentón extra del Departamento de Cachi en general, y el de Payogasta (una de sus principales localidades) en particular, posee condiciones organolépticas que les permite competir con los mejores productos españoles (baso mis opiniones, y lo aclaro en esas circunstancias, en las comprobaciones realizadas por algunos amigos cocineros).
Las actividades siguieron después de la siesta; pero quiero introducir un comentario marginal. En Buenos Aires, usamos la palabra “ají” para denominar a todas las variedades, pocas por cierto, de Capsicum annuum que utilizamos (morrón, calahorra, ajíes para conservar en vinagre, putaparió, etc.) y, aunque podemos intuir a qué se refiere, no usamos la palabra pimiento. En Salta, llaman pimientos a las variedades dulces y ají a las picantes.  
II El pimentón bien de cerca
Por la tarde, conducidos por Julio, fuimos a la cancha de secado de los pimientos. Estábamos dispuestos a seguir el hilo de la charla que nos ofreció durante el almuerzo, pero el camino nos deparó una sorpresa: el edificio que se usa como depósito y administración.     
Se trata de una vieja casona de casi cien años que ha dejado de usarse como vivienda desde mucho tiempo atrás. Está construía con materiales y técnicas vallistas (paredes de adobe y techos de cañas), pero tiene un diseño extraño: una planta cuadrada sin patio interior, un techo a cuatro aguas y un edificio en el fondo, separado del principal, que ofició como cocina en el tiempo en que la vivienda estuvo habitada. En el frente se pueden ver pinturas que aún se conservan muy bien. Algunas de ellas eran figurativas, pero, curiosamente, sus imágenes no evocan la vida rural del Valle Calchaquí. La construcción se encuentra en un estado tal que podría restaurarse a partir de una  intervención razonablemente sencilla.
Ya en la cancha, Julio nos explicó cómo se eligen los frutos que habrán de cortarse de la planta, cómo se disponen para su secado y cómo se los clasifica para obtener los distintos tipos de pimentón (extra, seleccionado y común). Este año se pudo cosechar hasta bien avanzado el otoño porque no hubo heladas (aclaró que las heladas afectan la producción en la planta, pero no el secado).   
Nos volvemos al hotel con una idea muy clara de la producción de este maravilloso condimento... Atardecía y debíamos prepararnos para el primer fogón dedicado a la cocina con pimentón... Nos recogimos un poco y luego  nos reunimos en el patio para disfrutar de la siguiente actividad.   
III Primer fogón: Sopa nacional argentina y chacina
La noche es conmovedora en el patio de Sala de Payogasta. Es casi luna llena, pero el estrellerío es impresionante. Al este y al oeste se perciben las siluetas fantasmales de los cerros. El fuego arde en el fogón atizado por Eduardo Vilte desde que el atardecer consumó el declive del sol por detrás del Nevado de Cachi. Pronto a ese fuego alimentará dos pequeños fogones elevados sobre los que los cocineros oficiarán maravillas.             
Eduardo Vilte es un charcutero de notable capacidad técnica y refinado arte. Tiene su negocio en la ciudad de Salta (Cutsi, Fiambres de excelencia) en la calle Lamadrid al 1200. Ha traído fiambres notables. Una mortadela de sabores únicos y chorizos frescos y secos, entre los que se destaca un cantimpalo hecho con carne de cabra local. Su talento se desarrolla y expresa gracias a que posee un valor que difícilmente se encuentre en muchas personas en nuestros días: una enorme vocación de aprendizaje. En este fogón, le tocó asistir a los otros cocineros en el manejo de los fuegos y deleitarnos con algunos ejemplares de chorizo fresco llevados por él mismo a la parrilla. 
Alejandro Alonso con un importante equipo de asistentes, dispuso de unos de los fogones para elaborar un dulce de pimiento y pimentón que conformaría, en una amable confluencia con el queso de cabra elaborado en las cocinas de la Sala, el postre del fogón siguiente. 
Todo fue un ir y venir y un bullicio en el que participamos todos los asistentes. Allí hablamos de las múltiples posibilidades de la cocina con pimentón. La presencia de varios asistentes que provenían de la Provincia  de Tucumán (conocedores, por cierto, de las comidas típicas de su terruño) nos permitió comparar costumbres entre dos provincias cercanas, pero dueñas de particularidades destacable.
La noche transcurrió amable y golosa. El vino de Viñas de Payogastá la entonó de templados cariños (esa noche, el alma sola de Pajarito pudo calmar su sed)... Pero la estrella de la noche se estaba espesando mansamente en el otro fogón, el Frangollo de Carmen.
Carmen Ruiz de los Llanos es una talentosa cocinera profesional, pero su vocación artística se despliega en múltiples actividades en el centro cultural La Ventolera Espacio de Arte (O'higgins y Mitre, Ciudad de Salta).    
Su homenaje al pimentón de Payogasta consistió en preparar un plato tradicional del Valle, una sopa de frangollo. El frangollo es un maíz pisado que tiene una molienda mucho más pronunciada que la que se usa para hacer un locro, pero que no alcanza el refinamiento propio de la harina (me recordó el maíz molido para las gallinas en la chacra de mis abuelos en 12 de Octubre, partido de 9 de Julio).
La sopa que se hace con este producto también es conocida con el nombre de frangollo. Carmen dice que en algún lugar oyó que llamaban a este plato “Sopa nacional argentina”. Julio Ruíz de lo Llano lamentó que no tuviéramos charqui a disposición porque el frangollo en sus formas más tradicionales lo lleva. Para servir el frangollo, Carmen preparó una salsa similar a la que se usa para acompañar un locro (cebolla sofrita en grasa con el agregado de pimentón sobre el final para evitar que se queme). Se conoce, en general, esta preparación como grasita colorada o salsita colorada (en el supuesto de que se prepare con aceite); pero en el Valle Calchaquí se la denomina “Grasa fréida” (agrego el tilde con una finalidad didáctica para observar correctamente la acentuación). Generalmente la tiene preparada y se le agrega cebollita de verdeo picada cuando se la va a utilizar... y así fue.
Lo cierto es que por las noches, la temperatura baja bastante en el Valle, y esa sopa nos dio la vida, como se suele decir en España. Estaba buenísima. Todos repetimos, empezando por los tucumanos que desconocían este plato porque no se prepara en su región (eran de Famaillá). El plato gustó mucho porque Carmen puso en él todo su talento profesional y su amor por la tierra... Nunca sabré cuánto y cuánto de cada uno de estos dos ingredientes, pero alimento una razonable sospecha.    
IV Sabor a Buenos Aires por Conexión Abierta
En la mañana del 2 de mayo, luego del desayuno presidido por la presencia permanente del Nevado de Cachi que nos acompañaba a través de los ventanales, nos dirigimos con Alejandro Alonso a la administración del hotel.
Desde hace un par de años, tengo un micro que se llama Sabor a Buenos Aires, en el magazine Buenos Aires y sus Amigos que tiene el periodista Luis Fiorentini los sábados de 9 a 12 hs., a través de la emisora Conexión Abierta de la UAI (Universidad Abierta Interamericana). Yo intervengo los sábados impares de cada mes alrededor de las 10:30 hs.(4) 
Luis me llamó para que expusiera una crónica de lo que estábamos viviendo en Payogasta. Realicé una pequeña introducción y dialogó largamente con Alejandro sobre temas vinculados con la producción de pimentón en el Alto Valle Calchaquí.
V Visita a la bodega          
Antes del almuerzo, hicimos una visita a la bodega Viñas de Payogasta que está integrada al hotel. La construcción (obviamente de paredes de adobe y techo de cañas) contiene toda la tecnología necesaria para producir los excelentes vinos que los viajeros pueden beber en el hotel y el restaurante (ojo, también pueden llevarse algunas botellitas, si lo desean).
Obtienen allí, a partir de viñedos propios, un vino de corte (50% malbec, 35% merlot y 15% tannat), levemente maderizado (sólo el tannat reposa un años en bordelesas de roble de 4 uso). Este tratamiento permite obtener un vino expresivo, fresco y, por cierto, elegante que se bebe con facilidad por el delicado equilibrio que ostenta. La producción es pequeña (4000 litros por años).
También se produce allí un excelente mistela, licor que se elabora a lo largo de todo el Valle (en nuestro viaje anterior probamos uno del Departamento de San Carlos). El mistela de Viñas de Payogasta es un corte de 60% torrontés y 40% de sauvignon blanc. Este último le da una frescura tal que acompaña perfectamente cualquier postre que combine dulces locales con el queso de cabra de Sala de Payogasta.
VI Segundo fogón: estofado de aguja, más chacina y dulce de pimientos
El segundo fogón me hizo ocupar el papel de co-protagonista. Eduardo Vilte iba a preparar unos chorizos explicando las recetas al público y yo tendría que preparar un estofado de aguja inspirado en una vieja fórmula que tomé del recetario de la familia Flores (manuscrito de 1891). La cena culminaría con el prometido queso de cabra y dulce de pimiento.          
Eduardo, un maestro con las recetas y las preparaciones que todos disfrutamos. El chorizo fresco debe esperarse un día por lo menos para llevarlo a la parrilla, dijo, argumentando que no tendríamos el mejor resultado. No le dimos ese tiempo (no quiero imaginarme como estaría entonces, si lo hubiésemos comido al día siguiente).
Como buen asador se guardó, para que compartiéramos, el riñón del cordero que utilizó para preparar la chacina de marras. Lo colocamos junto con los chorizos que se estaban asando. Uno de los asistentes, un francés oriundo de Normandía, preguntó con picardía si eso también era un chorizo. Tuvimos que confesarle la verdad, asignarle el papel de conocedor, y compartir con él el riñón asado, marinado brevemente en vino blanco. 
Las charlas sobre el pimentón y su uso en la cocina se alternaron con la explicación de la particularidad de la receta que empecé a preparar a renglón seguido. Una de las asistentes, salteña ella, no podía creer que agregar canela al estofado mejorara su gusto. Después de la comida, comentó que empezaría a usar canela en comidas saladas.
El resultado del estofado fue bastante razonable. Lo servimos con pasta seca corta (mostacholes) y le agregamos un toque de argentinidad al rociar cada plato con queso rallado.
Cocinar a fuego abierto fue una experiencia emotiva que me conectó con las vacaciones de mi infancia en que veía a mi abuela manipular la cocina económica en su chacra a 30 km de la ciudad de 9 de Julio y con alguna experiencia juvenil de campamentos. Lamentablemente no dispongo de la capacidad de equipamiento necesaria para hacerlo más seguido.
Debo agradecer a los amigos de Sala de Payogasta por los momentos vividos en ese fin de semana que me conectaron con personas maravillosas y me permitieron verificar en concreto la calidad de un producto verdaderamente notable. 
Notas y referencias:
(1) 1867, Moyano, Guillermo, El cocinero español y la perfecta cocinera, Málaga, Librería de Francisco de Moya.
1892, S/A, El cocinero práctico, Madrid, Saturnino Calleja, 12° edición.
(2) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890. leído en  http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011.
(3) 1891, Recetario de la familia Flores, leído el 24 de mayo de 2014en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2014/05/el-recetario-de-la-familia-flores.html.
(4) El programa se puede escuchar en http://www.conexionabierta.com.ar/.


Sopa de frangollo de Carmen Ruiz de los Llanos

Este es un plato típico del Alto Valle Calchaquí que tiene mala prensa en la restauración y en los recetarios regionales por razones que ignoro. Estoy dispuesto a cruzar lanzas por él y no precisamente porque se trate de una causa perdida. He comido esta sopa preparada por Carmen en los fogones del patio de Sala de Payogasta y puedo afirmar que estamos frente a un plato tan notable como la sopa de maní de Elba Rodríguez. 
 Las imágenes pertenecen al autor
Tal vez haya un problema con el nombre. La palabra frangollo designa por igual en el Valle a un tipo de molienda de maíz blanco (más fino que el maíz pisado que se usa para hacer el locro, pero mucho más grueso que una harina) y a la sopa que se prepara con él. Si consultamos el mataburros de la que fija, limpia y da esplendor, vemos que le asigna el significado “granos quebrantados de cereales y legumbres”, en primera acepción. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, en segunda acepción, nos dice que frangollo es una “cosa hecha deprisa y mal”(1).
De modo que, en mi humilde opinión, habría que buscar un nombre para incluirlo en la carta de los restaurantes que permita una interpelación incitante y atractiva al viajero.
Mientras Carmen preparaba su frangollo, explicando la receta, comentó que  había leído alguna vez, no recordaba donde, que ese plato había sido designado como “sopa nacional argentina”. No he podido encontrar esa nominación, pero la idea puede funcionar. Imagino podría tener, por ejemplo, este nombre: “Sopa salteña (frangollo de maíz blanco, zapallo, panceta, charqui)”(2). Un hispano parlante que busca platos locales en los viajes que realiza, puede estar más interesado en tomar una sopa que en enfrentarse con un plato hecho de prisa y mal.   
Carmen es cocinera profesional y reparte esta condición con sus tareas de gestión administrativa y de
técnica en iluminación en el Centro Cultural La Ventolera de la ciudad de Salta. Cocinó este plato con solvencia magistral. Es muy difícil que un plato tradicional conserve su sabor a cocina casera en manos de un cocinero que tiene formación académica. Carmen lo logró. Intuyo que la razón de su éxito de esa noche residió en llevar el Valle en la sangre, su familia reside allí desde el siglo XVII.
Lo dije, el plato estaba exquisito. Sin embargo, Julio, el padre de la cocinera sostuvo que, para ser un frangollo auténtico debía llevar, además de la carne fresca, un buen trozo de charqui (la receta de Gonzalo Doxandabarat que publicó Pietro Sorba, lo lleva; pero no encontré este plato en la carta de Osadía, su restaurante en Salta)(3).     
Pasemos a la receta que Carmen nos comparte con generosidad(4).
Sopa de frangollo
Fuente (fecha)
Carmen Ruiz de los Llanos (2014)
Ingredientes
Frangollo     1/2 kg.
Costilla        1/2 kg.
Zapallo        1 kg.
Cebolla        2 grandes.
Panceta        250 gr (opcional).
Grasa pella  200 gr.
Pimienta.
Comino.
Sal.
Pimentón de Payogasta.
Preparación
Sopa:
1.- Limpiar el frangollo y dejar en remojo de una a dos horas antes.
2.- Picar las cebollas en brunoise, reservar 1/2 para la salsita (Grasa freida).
3.- En una olla caliente agregar 100 gr de grasa y freír las cebollas, agregar las carnes, el frangollo y cubrir con agua hasta doblar el volumen.
4.- Agregar el zapallo con cascara en gajos y dejar hervir un par de minutos. Retirar, pelar y volver a incorporar a la sopa.
5.- Mezclar constantemente para que no se pegue, condimentar y cocinar de una a una hora y media, hasta que tome la consistencia deseada.
Grasa freida:
6.- Derretir 100 gr de grasa y freír la cebolla reservada, sacar del fuego y condimentar con abundante pimentón.
Presentación:
7.- Servir sobre la sopa para dar color y sabor. Se puede acompañar con cebollita verde picada.      
Comentarios
1.- El plato puede ser una sopa o un guiso según la consistencia que el cocinero quiera darle. La diferencia se consigue con la cantidad de agua que se utiliza.
2.- “Grasa freida” no es más que la denominación vallista de la Grasita colorada que se usa para condimentar el locro. Carmen la sirvió sobre cada plato y luego agregó la cebollita de verdeo picada, esto es, sin mezclarla previamente en la salsa.
3.- La Grasa freida preparada con pimentón de Payogasta no tiene contra, es de campeonato, como dicen los españoles.    
Una última reflexión, Julio Ruiz de los Llanos disfrutó de la sopa hecha por su hija (su crítica, iba dirigida a la ortodoxia de la receta y no al resultado oficiado por Carmen).
Por otra parte, manifestó que pretendía la valoración de este plato por tratarse de una preparación representativa de la cocina vallista. Pero, además, le atrae su sabor y su textura. En ese sentido, contó una anécdota personal de sumo interés. En su infancia, no conocía esta sopa porque su familia la consideraba comida de pobres, hecha generalmente a los apurones. Adulto ya, se la dieron a probar en una casa de familia en la ciudad de Salta. Sintió que su paladar descubría algo verdaderamente importante. Desde entonces es un enamorado de este plato.
Notas y bibliografía:
(1) Leído el 13 de junio de 2015 en http://lema.rae.es/drae/?val=frangollo
(2) Encontré esta denominación en el blog “Gourmet Salta”. Leído en 13 de junio de 2015 en http://gourmetsalta.blogspot.com.ar/2011/05/receta-de-frangollo-sopa-saltena.html.
(3) 2012, Sorba, Pietro, Nueva cocina argentina, 31 cocineros, 224 recetas, Buenos Aires, Planeta, pp. 112 y ss.

(4) 2015, Ruiz de los Llanos, Carmen a Aiscurri, Mario, correo-e, Salta, 22 de mayo.

sábado, 2 de enero de 2016

Ciudad de Salta

24 y 25 de octubre de 2014
“Renace con emoción
el recuerdo de mi adiós
nostalgias de mis ríos,
del valle mío, ceibos en flor.
”Bajo tu cielo estaré,
Salta cuna de mi ser
como en aquellos tiempos,
cuando era chango, quiero volver
y sentir en el aire
aromas de albahacas pa'l carnaval.”
(Tames, Burgos, Moreno, “Recuerdos salteños”)
I Otra vez Salta.
El camino a Salta prometía excitantes aventuras. Antes de viajar, la sola idea de transitar la Cuesta del Obispo, daba un poco de temor, un temor único que permaneció en mi espíritu aún después de haber trepado el Abra del Infiernillo. Ocurre que las condiciones climáticas, en especial la frecuente presencia de una nube a ras del suelo, en la bajada hacia el Valle de Lerma adquieren ribetes legendarios en los relatos de los viajeros. Lo cierto fue que, finalmente, atravesamos ese paisaje maravilloso en un día soleado. El disfrute fue único, disipó este temor primitivo.
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Sobre el final de la Cuesta del Obispo, ya nos creíamos en el Valle, cuando aún debimos sortear la Quebrada de Escoipe. Un paisaje nuevo, un bosque subtropical más parecido a la yunga que a la aridez vallista y un nuevo disfrute en un camino verde que me trajo a la memoria los versos de Manuel J. Castilla.
Por fin, llegamos al Valle de Lerma ya en horas del mediodía. Yo venía con una obsesión. De manera que le propuse a Haydée, y ella consintió, que abandonáramos la ruta y transitáramos los 3 kilómetros que nos iban a dejar en la plaza de Chicoana.
Rápidamente identificamos un restaurante y nos dispusimos a almorzar. Quería yo comer tamales de chicoana en Chicoana... y lo conseguí.  La moza me recomendó que además probara los que estaban hechos con cabeza de vaca. Pedí uno y uno. El recomendado estaba bueno, pero el de charqui era sublime... Único, como las empanadas de El Portal en San Miguel de Tucumán y la humita en chala de Pepe en La Poma.

Le dije a la moza que habíamos ido al pueblo sólo a comer esos tamales y que el restaurante estaba muy lindo, muy bien puesto. En fin, un lugar agradable donde comer bien... Me respondió con una sonrisa “Chicoana también es muy linda más allá de sus tamales, por esos vale la pena venir.”        
  
II La ciudad de Salta renace con emoción frente a nuestros ojos.
Llegamos a la ciudad de Salta con las últimas imágenes de los bellos pueblos de la provincia que nos ofreció la plaza verde y florida de Chicoana (realmente vale la pena ir solo por ir).
Pero ya estábamos en la ciudad de Salta. Ha sido algo complicada nuestra estadía en ella. Bueno, en realidad estuvimos poco tiempo para dedicarle porque debimos ocuparnos bastante tiempo al auto, teníamos que dejarlo en condiciones para devolverlo. De todos modos, el tiempo nos alcanzó para ver el enorme crecimiento que ha tenido el área metropolitana. Sin ir más lejos, Cerrillos ya forma parte del Gran Salta.
También vimos cómo ha crecido el comercio en todos los niveles. Un sistema de peatonales se despliega desde la Plaza 9 de Julio hacia el sur y hacia el oeste llenas de locales comerciales. Llegan hasta la Avenida San Martín que se ha transformado, en el entorno del Mercado San Miguel, en un verdadero centro comercial a cielo abierto que se parece mucho al barrio porteño del Once. 
Es necesario reconocer lo obvio, el crecimiento tiene sus dificultades cuando no logra encajar en un orden. No nos gustó, por ejemplo, que en edificio colonial que linda con el Cabildo se haya instalado un McDonalds. Intuyendo este tipo de situaciones controvertidas, decidimos aprovechar la primera noche de nuestra estadía para asistir a las guitarreadas de la Casona del Molino. Allí disfrutamos de la música folklórica en grande con empanadas de charqui y papas fritas gratinadas con queso de Amblayo... ¡Ah! Y un buen torrontés del Valle Calchaquí.

Por la mañana siguiente, mientras continuábamos con nuestra dedicación al vehículo, decidimos llegarnos hasta el museo de Antropología al pie del Cerro San Bernardo. Ya lo conocíamos, lo habíamos visitado en 2006; pero con la experiencia del viaje, aprovechamos muy bien la colección expuesta y las infografías que, con cuidado didáctico, nos informan sobre el poblamiento de la Provincia de Salta desde las épocas más primitivas hasta la conquista española. El museo es una construcción modernista que fue inaugurada en 1974. La ubicación en la ciudad y el aprovechamiento de la luz natural hacen de él un lugar muy disfrutable con independencia del interés científico por los objetos expuestos. Sin embargo, el deterioro del edificio, lo afea de manera significativa. Nos aseguraron que a fines de octubre, el museo se cerraba por cuatro meses con la finalidad de realizar las refacciones necesarias. Espero que así sea y que, cuando vuelva a Salta quede satisfecho con visitarlo.
Está claro que, en esos dos días, no nos dedicamos a una esmerada recorrida gastronómica por la ciudad. Pero lo que comimos dejó bastante que desear. A la Casona del Molino fuimos a escuchar música, aunque las empanadas no desentonaron, no constituyeron el objetivo de nuestra visita. Fuimos a la Cava del Madero frente a la Plaza 9 de Julio. En 2006, nos había impresionado muy bien su propuesta gastronómica de cocina novo andina, sostenida por un buen servicio y una carta de vinos interesante. Hoy está en decadencia, comí una carne de llama que no estaba demasiado mal, pero no era destacable. No pudimos tomar un vino digno (los mejores blancos estaban en un estante soportando el calor del ambiente y me sirvieron uno que estaba viejo y pasado y que tuve que devolver). Ni hablar del deterioro del local. El único lugar interesante fue el Café de Antes, donde pudimos almorzar en un local agradable (una vieja esquina de almacén muy parecida al local en donde se encuentra la pizzería Grappa de Buenos Aires). Pero, claro, no ofrecía comida regional. Comí una pasta excelente.               
III Visitas a la hora del té.
Un compromiso familiar nos llevó a la casa del ingeniero Daniel Fernández y de su esposa Elsa en la tarde del sábado. Daniel es cuñado de Haydée. Siempre me han gustado estos encuentros que otras personas consideran la consagración del tedio y la melancolía. No sé, algo de la infancia deben movilizar en ellos.   
Pero, además, este no fue un encuentro común. Daniel y Elsa son tucumanos, pero por cuestiones de trabajo viven en la ciudad de Salta desde hace muchos años.
Rápidamente descubrí en la charla con Daniel de que se trata de un hombre sabio. Trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Su trabajo lo ha llevado a recorrer constantemente la Provincia de modo que sus conocimientos académicos se intersectan con su conocimiento del terreno, es decir, de la tierra y de los actores en la producción y comercialización de productos agropecuarios.
En la charla hablamos, entre otras cosas, de los vinos y los pimentones del Valle Calchaquí. Hablamos de cuestiones genéticas, culturales y comerciales. Hablamos y hablamos, hasta que en un determinado momento  yo no hacía otra cosa que preguntar. Por supuesto que la charla y el intercambio por correo electrónico que mantuvimos después aportaron mucha información para el artículo sobre la gastronomía del Valle Calchaquí que publico aparte. Pero lo más interesante de todo es que esa charla, la fina sensibilidad de Elsa y la condición de grandes anfitriones que ambos exhibieron hicieron de esa visita familiar una tarde memorable.

Buenos Aires, el regreso

27 de octubre de 2014
“Buenos Aires la reina del Plata,
Buenos Aires mi tierra querida;
Escucha mi canción
que con ella va mi vida.

”En mis horas de fiebre y orgía,
Harto ya de placer y locura,
En ti pienso Patria mía
Para calmar mi amargura.”

(Romero, Manuel, “Buenos Aires la reina del Plata”)
En 2012, cuando volvimos de Europa con Haydée, lo sentí como una bendición. Habíamos hecho un gran viaje, visitado lugares bellísimos, comido manjares exquisitos, compartido momentos memorables con seres queridos; pero aún recuerdo vivamente la sensación que experimenté cuando llegamos a casa y fuimos a comer una entraña grillada a un restaurante del barrio... Es que, en Europa están las fuentes que informan nuestro ser, nuestra inefable manera de vivir; pero, como decía alguien, Argentina es el hogar.     
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En este viaje al Valle Calchaquí, sin embargo, la sensación fue diferente. Visitamos lugares bellísimos, puede más modestos, pero bellísimos, hemos comido excelentes platos, puede que no hayan sido tan excelsos pero exquisitos, compartimos momentos memorables con seres queridos; pero no tuve necesidad de comer un churrasco para reencontrarme con algo que me faltaba. Es más, cuando volví al trajín laboral, sentí que este viaje había sido demasiado breve y que me hubiese gustado disfrutar de algunos días más en el Valle Calchaquí.
No sé cómo explicar la diferencia en mis sentimientos, tampoco hemos buscado explicarlo con Haydée... simplemente fue así... Argentina es el hogar.         


sábado, 26 de diciembre de 2015

Julio en Mar del Plata II: la misteriosa invención de los sorrentinos

Las leyendas han cumplidos funciones compensatorias a lo largo de las historias de la humanidad. A través de ellas, de sus relatos fantásticos, hiperbólicos, inverosímiles, los seres humanos hemos aprendido a disciplinar nuestros miedos en las sobremesas cálidas en el seno familiar. Con el tiempo se han ido transfigurando y han servido de apoyo para otras funciones como propagar ideas o vender productos. Pero en todas sus formas, tienen algo en común, su fondo de verdad. Este fondo casi nunca es heurístico, las leyendas prefieren esconder sentimientos y sensaciones antes que hechos realmente acaecidos.
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Para no quedarnos en un pasado de mitologías de estatura literaria, me limitaré a observar algunas leyendas urbanas clásicas de nuestro tiempo con la finalidad de desentrañas un misterio. Hoy, estos relatos se han multiplicado hasta el infinito a través de las magia de las herramientas de comunicación global que nos ofrece La Internet. Sin herramientas críticas, solemos “navegar” por ellas creyendo que ese océano virtual contiene toda la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Pero no nos damos cuenta de que, a través de varias décadas de profusa acumulación, nuestra confianza en la portentosa herramienta nos condujo al descuido de los anclajes de tiempo y espacio, vitales para determinar la veracidad de ciertas afirmaciones cuando de la reconstrucción de cadenas causales se trata.    
Las creaciones culinarias representan un caso especial de lo que vengo diciendo. Ya he escrito mucho sobre la dificultad de datar el origen de una determinada preparación o receta. En muy pocos casos es posible dar con un creador individual. Personalmente suelo contentarme con la idea de reconstruir recorridos de determinadas formas y técnicas culinarias, detectando transformaciones y nuevas soluciones en tiempos y espacios relativamente delimitados. La tarea sigue siendo bastante inasible, pero permite arribar a ciertas conclusiones algo más firmes. En ambos casos, las creaciones individuales o colectivas suelen estar rodeadas de esos relatos legendarios de los que vengo hablando, de modo que es necesario hacer un esfuerzo por separ la paja del trigo.
I El origen legendario de los sorrentinos en La Argentina  
Es 9 de julio. Estamos con Haydée en Mar del Plata. El frío nos condujo a un restaurante de pasta que no conocíamos (aunque su fama entre los marplatenses, como pudimos comprobar esa noche, es indudable). Nos sentamos a comer en Trattoria Napolitana Véspoli. En la carta nos encontramos con el lema “La Primera Sorretinería del País”. La incitación sobre este Recopilador fue inmediata. ¿Qué tendrá que ver este restaurante con la creación de esta pasta rellena que muchos reputan como argentina? Traté de no ser cargoso con mis preguntas, pero las pocas que hice obtuvieron respuestas elípticas... pero vayamos por partes, ¿qué sabía yo sobre el tema?
En primer lugar aclaremos de qué estamos hablando. Los sorrentinos son unos ravioles circulares cuyo relleno original sólo llevaba jamón cocido y queso mozzarella. Ese relleno ha evolucionado hacia formas muy sofisticadas (sorrentinos de centolla, de cordero braseado, etc.), pero a los efectos de nuestra indagación debemos limitarnos a esa primera fórmula.
La primera noticia que tuve acerca de su origen está registrada en el libro de Víctor Ego Ducrot quien sostiene que se trata de una adaptación de los ravioles oficiada en el restaurante El Sorrento que estaba en la esquina de Corrientes y Cerrito en Buenos Aires (ignoro si tiene algo que ver con el restaurante Sorrento actual que está ubicado en la Av. Corrientes entre Florida y Maipú)(1). He visto repetida esta historia en diversos sitios de  La Internet con el agregado de que la invención ocurrió en los años treinta y de que el cocinero que los ofició por primera vez era marplatense(2). Ducrot no aporta referencias para sostener su aserto. A su vez, el relato publicado en Vía Gourmet que tomo en el segundo caso, sostiene que se trata de una leyenda y la coloca junto con otra que le asigna a esta pasta un origen en la ciudad de Sorrento en el siglo XVIII. Este texto no sólo carece de referencias en relación con el origen de esas historias que he visto repetidas en otros Sitios, sino que carece de las específicas: no se puede reconocer un autor ni la fecha en que fue publicado en la Web.
Con la intriga a cuestas, consulté el libro de Oretta Zanini De Vita(3) y no encontré una pasta parecida en el sur de Italia. Los ravioles redondos que publica eran de otras regiones y ni su nombre, ni su relleno, tenían algo que ver con nuestros sorrentinos. 
Finalmente encontré un texto revelador y correctamente referenciado. En 2010, Nicolás Marchetti publicó un artículo muy interesante en el suplemento “Vos” de La Voz. El artículo recoge el testimonio Horacio Pérsico dueño de la fábrica de pastas Don Cayetano de la ciudad de Córdoba(4). Don Horacio cuenta “Mi padre llegó con su madre a la Argentina en 1927. Vivían en Mar del Plata y en 1968 los vendían en su restaurante. Eran como un sombrero relleno y lo llamaron ‘sorrentino’ en homenaje a su región”, cuenta con detalle Horacio.”
Marchetti ha consultado otras fuentes. Por ejemplo, Donato de Santis le ha dicho, vía correo-e, “Hasta donde yo sé, los sorrentinos en Italia no existen...  Existen unos ravioli di pesce alla sorrentina y otros similares, pero como sorrentinos no se los conoce. Es probable que haya sido un invento del Río de La Plata, debido a la gran inmigración de napolitanos”
Por su lado, Tomasino (el propietario de la pizzería de Vélez Sársfield y Brasil), oriundo de Calabria, asegura que en el sur de Italia ya existían pastas parecidas, pero con otro nombre. “Los italianos inventaron todo”, subraya, sin dudar.
Por último: Sergio Minoliti, el chef de Piccola Italia. Él cuenta que que conoció a los sorrentinos cuando llegó a Córdoba hace 12 años. En fin. No se ponen de acuerdo.”
Don Tomasino, no aporta el nombre y las características de aquella pasta que menciona de modo que su testimonio resulta irrelevante. Se parece mucho a ciertas argumentaciones de inmigrantes o hijos de inmigrantes cuya mentalidad provinciana y colonial les impide concebir que los americanos seamos capaces de crear algo, es más, que algunos de sus paisanos puedan haber creado algo en América.     
De modo que, hasta aquí tenemos un ramillete de leyendas y un testimonio. Las primeras dan cuenta del origen incierto de esa pasta, pero el soporte crítico parece indicarnos que se trata de una creación argentina (así parecen indicarlo el libro de Oreta Zanini y los testimonios de Donato y Sergio Minoliti) cuyo origen estaría relacionado con la ciudad de Mar del Plata. El testimonio afirma que fue el padre de Horacio Pérsico su inventor. El relato de don Horacio tiene un único defecto, no nos trae la fecha de la creación y la única referencia temporal que da (1968) me parece muy tardía para ubicar allí el momento de la creación. Salvo por esta esta indicación, el testimonio es contundente y, aunque no podemos afirmar la verdad de la historia expuesta en él, nada nos permite afirmar que el testimonio sea falso.
De modo que, salvo que aparezca otro dato en Italia o en La Argentina que pudiera datar la existencia de esta pasta antes de 1930 para Italia o de 1968 para La Argentina, podemos presumir provisoriamente la referencia que registra Marchetti en su artículo es verdadera.
Y sin embargo...     
II Véspoli y la primera sorrentinería del país
Patricia Véspoli, sobrina de Argentino “Chiche” Véspoli, y su marido están a cargo del restaurante de la calle 3 de Febrero a media cuadra de la Av. Independencia desde que don Chiche falleció hace algunos años. El local evoca las viejas cantinas italianas que florecieron en Buenos Aires a mediados del siglo pasado... Aunque le falta un poco de música, logro imaginar la voz metálica de Pavarotti cantando Torna a Surriento.
¡Ah! Observo un  detalle de actualidad en el local, la cocina está abierta a las miradas de los muchos parroquianos que concurren diariamente.
Junto al mostrador de adicionista que ocupa Patricia cuelga, en un marco prolijo, un diploma otorgado por el Club de Leones de Sorrento a don Argentino a quien declara “Cittadino sorrentino d'altreoceano” y lo distingue porque representa la proyección de Sorrento en La Argentina por ser el “proprietario de “La Primera Sorrentinería del País”” que es el lema del restaurante, y que está escrito, en el diploma, entre comillas, con mayúsculas y en castellano. El documento está reproducido en la carta del restaurante y me llamó tanto la atención que conmovió mis conocimientos anteriores. Entonces me propuse recuperar la historia completa de boca de Patricia y de su marido.  
La charla con el matrimonio fue entrecortada porque estaban trabajando y yo no quería molestarlos. Me hablaron de 100 años en la vida de ese restaurante, primero como un puesto en la rambla, luego en un local importante a pocas cuadras de allí (Córdoba y 11 de Setiembre) y desde hace más de 40 años en la locación actual. Sus comentarios fuero elípticos, ya lo dije. La familia Véspoli llegó a La Argentina en la última década del siglo XIX. Me dijeron que tempranamente ofrecían sorrentinos a sus clientes en aquella instalación primitiva; pero no logré que profieran un contundente “Mengano Véspoli los inventó”.
No es mucho lo que obtuve, pero tampoco escaso. ¿Qué nos dice la declaración del Club de Leones? En primer lugar, el texto entre comillas y en castellano nos induce a pensar que no existen las sorrentinerías en aquella ciudad del sur de Italia. ¿Por qué utilizarían la forma de un nombre propio, y escrito en idioma extranjero, si el sustantivo común existiera y fuera de uso corriente? También nos dice que Mar del Plata y la familia Véspoli tuvieron que ver con la creación de esa pasta.    
Este documento, ¿pone en entredicho el relato de Horacio Pérsico? Sólo si se lo toma en sentido absoluto... Estamos muy cerca de encontrar el acta de nacimiento de los sorrentinos. Tenemos una razonable sospecha de que ello ocurrió en Mar del Plata; tenemos dos historias diferentes, pero que, por el estilo de exposición no parecen contradictorias en términos absolutos (una dice que un señor invento una comida, la otra que ese fue el primer restaurante en ofrecerla). Nos falta algo más para acceder al fondo de verdad de esta leyenda... me he propuesto buscarlo.
Notas y Referencias:
(1) 1998, Ducrot, Víctor Ego, Los sabores de la patria, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma. 2008, 2° edición corregida y aumentada, pp.129-130.
(3) 2009, Zanini De Vita, Oretta, Encyclopedia of pasta, Los Ángeles, University of California Press, pag. 200.

(4) 2010, Marchetti, Nicolás, “El misterio de los sorrentinos”, leído el 16 de julio de 2015 en http://vos.lavoz.com.ar/content/el-misterio-de-los-sorrentinos-0.