I Revolución o restauración
Hay una tendencia actual que promete
revolucionar la alimentación humana. Esta revolución se sostiene en una firme
restauración de ideas gastronómicas olvidadas o, por lo menos relegadas al desván
de los trastos viejos. ¿Estoy planteando una paradoja? No, estoy dando cuenta
de una constante en la historia del ser humano desde que el primer homínido
generó el primer acto cultural que lo diferenció del comportamiento animal.
El ser humano nunca abandonó la inclusión de fermentados
en su dieta, pero los relegó casi enteramente a los que se obtienen de
prácticas industriales. De este modo, preferimos comprar un frasco de aceitunas
en salmuera en el supermercado a intentar prepararlas en casa.
Las restauraciones de las que hablo nunca son
puras, siempre recuperan los aspectos positivos de la etapa intermedia. Hacer
factura de cerdo supone, en nuestros días, y para la sociedad urbana, no sólo
una búsqueda de viejas técnicas que han dejado de practicarse en la familia por
años, sino también la observación de muchas prácticas de seguridad e higiene
desarrolladas por la industria. Hoy, por ejemplo, nosotros, los que lo
intentamos, no preparamos conservas sin esterilizar los frascos que nos
permitirán guardarlas.
Esta dialéctica supone poner en juego tanto las
habilidades manuales que habrá que aprender, como las reflexiones intelectuales
que nos permitan iluminar el camino para el reencuentro con lo que estamos
deseando… así se construyó esta historia particular en la que Aldo
Barberis-Rusca pudo reencontrarse con un deseo, recuperar el sabor de los
tomates fermentados de su abuela Clara. (1)
II Los tomates de doña
Agustina
Mi abuela también hacía salsa de tomates
fermentados hace sesenta años en su chacra en el Partido de Nueve de Julio
(Provincia de Buenos Aires). No recuerdo haberla visto como la preparaba, pero
sí recuerdo cuando abría alguna de las botellas en que la conservaba para
usarla en una comida.
Por ejemplo, cuando hacía una de sus “pizzas”
en la cocina económica en invierno y no había tomates frescos en la huerta.
Buscaba una de las botellas de aceite de litro y medio que tenía con el tomate
en la despensa, cortaba el precinto de piolín que ella misma había hecho en el
verano y la descorchaba. Una pequeña efusión gaseosa parecía indicarle que el
tomate fermentado estaba en buenas condiciones.
Cuando me interesé en ellos, tuve que recurrir
a tía Chocha para que me pasara la receta. Mientras escribía las notas que luego
publiqué, pude verificar que la práctica de fermentar tomates estaba muy
difundida en las áreas rurales rioplatenses y que la idea no respondía a una
receta única. Sí, sí, siempre hubo varios modos de fermentar tomates. Por
ejemplo, en ese mismo artículo, publiqué el enlace a un reportaje que le
hiciera la televisión pública neerlandesa a José Pepe Mujica. Allí el
presidente uruguayo da a probar al periodista tomates fermentados por él.
Adicionalmente expone su receta. Por cierto, diferente a la de mi abuela. (2)
Aún no he intentado la receta de doña Agustina.
Tía Chocha sí, volvió a hacerla. Pero ya no la guardó en esos botellones
imposibles de conseguir, sino en frascos de distintos productos industriales
que se tomó el trabajo de esterilizar. (3)
III Los tomates de doña Clara
Aldo tuvo más suerte que yo, vio a su abuela
hacer tomates fermentados. También conserva registro de su sabor incomparable,
por varias razones. Entre otras, doña Clara no restringía su uso al de una
salsa, preparaba la conserva en la ciudad y su uso era, para Aldo, algo
cotidiano, no una rareza de vacaciones.
El lector seguramente habrá leído el artículo
sobre la cocina de doña Clara en la sección “Cuaderno de bitácora del
Recopilador”. Allí se cuenta que cuando Aldo llegaba a casa de su abuela, casi
inmediatamente, Clara preguntaba si quería comer algo. Eran entonces que, ante
el menor gesto afirmativo, empezaba a sacar frascos con distintas “cositas”
como milanesas en escabeche, tomates fermentados y otras especialidades. (4)
Recuerda la magia que se producía, cuando
aparecía el frasco de Nescafé donde la abuela guarda los tomates. Los comía
sobre una rodaja de pan y queso, o simplemente de pan, y, si la ocasión era de
ir a comer, eran insuperables con cualquier carne, en especial, con milanesas.
Aldo recuerda
que:
“El ritual comenzaba en enero, cuando los tomates bajaban de precio y mi
abuela Clara volvía del Mercado Centenera, del que hoy solamente quedan los
puestos a la calle y el interior se convirtió en un estacionamiento, con el
changuito cargado con medio cajón de tomates perita; maduros, carnosos, bien
colorados.” (ver nota (1))
La abuela vivía en el Pasaje de las Garantías,
en el barrio de casitas que está cerca del Parque Chacabuco. Ni bien llegaba a
su casa, lavaba y cortaba los tomates en cuartos y los acomodaba por capas
sobre algunas fuentes. Después de colocar cada capa espolvoreaba con sal. “¿Cuánta
sal ponía? “Así, un poco” y ponía los dedos juntos para abajo y los movía como
espolvoreando.”
Las fuentes se acumulaban en toda la cocina (sobre
la mesada, la mesa de fórmica y hasta la máquina de coser Singer con la tapa
rebatida). A medida que los tomates drenaban líquido, los iba escurriendo.
Cuando el volumen mermaba, y lo permitía, pasaba los tomates a un gran colador
de aluminio que apoyaba sobre la boca de una olla. Para hacer presión sobre los
tomates, ponía un plato encima de ellos y agregaba el peso de una maceta sobre
el plato. “¿Cuánto tiempo los dejaba? “Hasta que pierden el agua” o “Hasta que
se va la sal” o “Hasta que el jugo sale colorado” o “Hasta que el jugo no sale
salado”.”
“Llegado el momento, al día siguiente, o al otro, o ¿al otro? Se
mezclaba el tomate que quedaba, casi una pasta rojo oscura, con ajos, albahaca,
aceite y se envasaba en frascos marrones de Nescafé, bien apretado para que no
quede nada de aire y cubiertos con un dedo de aceite. De la montaña de tomates
original quedaban unos tres o cuatro frascos que se conservaban en la heladera
meses.” (ver nota (1))
Así de sencillo era el procedimiento. Nada
malo puede ocurrir con practicarlo, pensó Aldo… y sin embargo.
IV Las búsquedas de Aldo
Aldo tuvo más suerte que yo, experimentó el
deseo irrefrenable de fermentar tomates con la receta de doña Clara; aunque, a
pesar de la sencillez y claridad del procedimiento, no siempre obtuvo los
mejores resultados… tuvo que seguir un largo camino para lograr lo que buscaba.
Según cuenta, los primeros intentos que
hicieron Irma, su madre, y él mismo, ocurrieron inmediatamente después de la
muerte de Clara en 1974. Todos esos intentos fracasaron. Los tomates se
llenaban de moho, o de hongos o de mosquitas durante el proceso de fermentación
o cuando ya estaban en el frasco. Aldo abandonó, entonces la empresa.
Por mucho tiempo consideró que la dificultad
debía estar en la calidad de los tomates y de la intervención genética a que
habían sido sometidos. Pienso que, de ser así, como suele ocurrir en otros
casos, Clara debió haber tenido ese problema las últimas veces que los hizo.
Pienso que la razón pudo haber sido otra, tal vez una cuestión ambiental. ¿Qué
condiciones tenía la cocina de Clara que las otras cocinas no tenían? Pienso
que debe haber sido algún cuidado que Clara ejercía sobre el proceso de
fermentación de manera inconsciente. Nada, nada, torpes especulaciones que no
llevan a ningún lado.
El tema quedó archivado en la mente de Aldo
por años. Hasta que una moda incipiente le reavivó el interés.
Empezó a interesarse por las elaboraciones
fermentadas, como el kimchi, el yogurt y el chucrut. Entonces descubrió, casi
como si no lo supiera, que todo puede fermentarse, incluso los tomates.
Efectivamente, llegar al mismo punto desde una perspectiva teórica fue un
verdadero descubrimiento. Eso es, se dijo, la receta de los tomates de Clara
empezaba igual que la receta de chucrut, entonces habría que seguir el mismo
procedimiento que se usa para transformar el repollo en chucrut.
La idea le pareció genial, pero su aplicación directa no dio los
resultados esperados hasta que realizó el gran descubrimiento. Pero, dejemos
que Aldo mismo emita su informe:
“Compré un kilo de tomates bajo la compasiva
mirada de mi esposa que pensaba; “otro kilo de tomates a la basura”, les puse
los reglamentarios 20 gr de sal, dejé que larguen líquido y puse todo en la
chucrutera de @straussceramicas y a los dos días… Desastre! Un hongo blanco,
feo cubría toda la superficie. Levadura Kham, dijeron los expertos, no es
tóxica pero tirá todo.
”¿Qué falló, pensé, en qué fallé? Fácil, el
tomate tiene mucha azúcar, por lo tanto el agua del tomate tiene mucha azúcar
que al contacto con el aire se contamina antes de que el tomate comience a
fermentar. ¿La solución? Sacar toda el agua posible.
”La cara de mi esposa cuando llegué con el otro
kilo de tomates ya no fue tan condescendiente, pero no me amedrenté; volví a
cortar en cuartos, mezclar con sal al 2% y drené el agua durante 24 hs en la
heladera.
”Largó bocha de líquido pero el resultado era
para mí aún demasiado mórbido, tenía que sacar más agua pero temía que hiciera
moho. La solución fue envolver la masa de tomates en un lienzo y escurrir,
apretar, estrujar, apachurrar hasta que… comenzó a salir líquido colorado, y ya
no era salado. O al menos no tan salado
”La masa resultante resultó bastante seca, compacta, opaca y pesaba
exactamente 500 gr; había perdido un 50% de su peso.”
El lector se preguntará de dónde sacó nuestro
amigos las pistas para resolver el tema, de dónde sacó tanto conocimiento
técnico. Simplemente de sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias
Exactas de la UBA. Esos conocimientos le permitieron recuperar un sabor que su
abuela lograba casi con naturalidad. Cómo lograba Clara que los tomates
fermentaran sin desarrollar moho, jamás lo sabremos, pero sí podemos saber cómo
es que Aldo lo logra.
Personalmente creo que es hora de reescribir
la historia. Cuando no recibimos la transmisión literal, boca a boca, y
sensorial, con gestos y percepciones, de los saberes emergentes de la sabiduría
popular: podremos recurrir al conocimiento, si es que estamos bien orientados,
para restaurar lo que la vida cotidiana, agitada y confusa, de nuestros días
relega al olvido.
Tal vez debamos abandonar el viejo refrán que
reza “o que natura nun da, Salamanca nun presta” por “lo que la cultura de
masas pierde, la UBA da las herramientas para recuperarlo”. (4)
Tomates fermentados |
|
Fuente (fecha) |
Aldo Barberis-Rusca (2022) |
Ingredientes |
Tomates perita maduros, carnosos y bien colorados. Sal 2% del peso total del tomate. Ajo a gusto. Hojas de albahaca a gusto. Aceite de oliva c/n. |
Preparación |
1.- Lavar bien los tomates. 2.- Quitarles el cabito y cortarlos en cuartos. 3.- Salar y envolverlos en un lienzo. 4.- Colocarlos dentro de un recipiente que permita el drenado
del líquido (ver comentarios 1.-). 5.- Llevarlos a la heladera y esperar varios días, el tiempo
que sea necesario, hasta que el líquido drenado sea rojo. 6.- Estrujar los tomates varias veces al día para favorecer el
drenaje. 7.- Mezclar los tomates con dientes de ajo y hojas de albahaca.
8.- Colocar los tomates ya mezclados dentro de frascos
esterilizados (ver comentarios 2.-), tratando de que no queden burbujas de
aire. 9.- Cubrirlos con aceite de oliva. 10.- Conservar los frascos en la heladera. 11.- Usarlos con moderación, si puede (comentarios 3.-), para
acompañar carnes y tostadas. |
Comentarios |
1.- Aldo usa una vasija de fermentación. Se trata de un
recipiente de cerámica que tiene un colador, también cerámico, en la parte
superior. Este colador es removible, lo que permite quitar periódicamente el
líquido drenado. Si no cuenta con este artefacto, puede crearlo, colocando un
colador sobre una olla. Sólo tiene que asegurarse de dos cosas: que no drene
líquido fuera de la olla, lo que suele ocasionar discusiones familiares, y
que el tomate envuelto en el lienzo no esté en contacto directo con el
líquido drenado. Este segundo método no permitirá sellar el recipiente
evitando el ingreso de aire, como ocurre con la “chucrutera”; pero, con los
debidos cuidados, puede resultar eficaz. 2.- Hay muchos métodos para esterilizar frascos. El más sencillo
consiste en colocarlos en una olla con agua y hacerlos hervir destapados por
treinta minutos. Para evitar que se rompan, los frascos deben estar llenos de
agua y asegurados con repasadores que los separan entre sí y los sujetan para
que no se muevan demasiado con la ebullición del agua. Las tapas, se pueden
esterilizar con alcohol. Una vez llenos y tapados, se los puede someter a un
baño maría con el mismo procedimiento (30 minutos de hervor, sujetados con
repasadores, etc.), pero ahora tapados. 3.- Si el sabor esperado, logra alcanzarse, será difícil que
pueda comer estos tomates con moderación y conservarlos por demasiado tiempo.
|
Los alimentos fermentados son, adicionalmente muy saludables.
El lector interesado en la restauración de técnicas, puede recurrir al “gurú”
en la materia, Sandor Katz. (5)
Notas y bibliografía:
(1) Los relatos sobre
las búsquedas de Aldo fueron tomados mayoritariamente, y si no se indica lo
contrario, de un comentario publicado por él en el Grupo de Facebook “Buena
morfa social club” del 21 de febrero de 2021, leído el 7 de febrero de 2022 en https://www.facebook.com/groups/buenamorfa/permalink/4043540498999112/.
(2) 2018, Aiscurri,
Mario, “Conserva de tomates fermentados. Parte I: la receta de doña Agustina”,
en El Recopilador de sabores entrañables,
leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2018/11/conserva-de-tomates-fermentados-de-dona.html
el 22 de febrero de 2022.
(3) 2018, Aiscurri,
Mario, “Conserva de tomates fermentados. Parte II: la receta de tía Chocha”, en
El Recopilador de sabores entrañables,
leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2021/09/conserva-de-tomates-fermentados-parte.html
el 22 de febrero de 2022.
(4) El lector no deberá
tomar literalmente la afirmación que contiene este párrafo. Es que así como
Salamanca no es la única universidad prestigiosa de España, la UBA no es la
única de La Argentina. Pero, como orgulloso egresado de esa casa de altos
estudios, me creí con derecho a fanfarronear un poco. De todos modos, la idea
de recurrir a los conocimientos científicos para cubrir la demanda de saberes
populares perdidos, me parece muy seductora.
(5) 2016, Katz, Sandor
Ellix, El arte de la fermentación,
Móstoles, Gaia Editores.
Me encantan tus notas y sobre todo, las recetas de la abuela Clara. Marcela (de Buena Morfa)
ResponderEliminarGracias, Marcela, por tus comentarios.
Eliminar