He realizado indagaciones
sobre el punto del asado en La Argentina. me proponía saber cuándo se
desarrolló el gusto socialmente constituido por las carnes sobre cocidas en el
real saber entender de la codificación francesa que hoy se ha transformado en
idea hegemónica en los asados de Occidente. El resultado fue la publicación de
tres artículos en El Recopilador de sabores entrañables.
Las imágenes pertenecen al autor
El uso de la parrilla fue
una explicación para señalar el origen de este gusto. Sin embargo, como se verá
abajo, abandoné esa idea; pero siempre me quedó la intriga, ahora tangencial,
acerca de cuándo fue que los criollos adoptamos ese artefacto para hacer
nuestros asados
I Sumario de los hallazgos sobre el origen de
nuestras preferencias
Por supuesto que, con el
rictus de rebeldía a las modas que me caracteriza, me propuse la defensa del
gusto que caracteriza al colectivo social al que pertenezco, los argentinos, que
va a contra mano de la codificación francesa. Claro que lo hice sin rechazar,
por cierto, la riqueza que muchos acumulan con el cultivo de un capital
cultural propio, basándose en búsquedas personales e intercambios fructíferos.
Yo mismo he probado las carnes asadas de otra manera y la verdad es que no las
rechazo ni me desagradan. Es más, me gusta bastante comer algunos cortes, por
ejemplo las entrañas, hechos vuelta y vuelta que es como quedan sangrantes.
Me sumergí en los textos
del pasado con la finalidad de encontrar indicios al respecto en las
preferencias de los gauchos para encontrar allí el origen de nuestro gusto,
sabiendo de antemano que la derrota era segura. Había leído bastante y sabía
que estos paisanos errantes y sin conchabo permanente y los trabajadores
rurales, básicamente lo carreros, preferían, por lo general, las carnes poco
asadas.
El primer artículo de la
serie lo dediqué a los textos que iban desde el siglo XVII hasta principio del
XIX que daban testimonio homogéneo de esa preferencia. Luego los confronté con
los escritos de finales de ese último siglo, donde ya se percibían síntomas de
una ruptura. (1)
Una receta publicada en
1891 por Juana Manuela Gorriti, todavía refiere la preferencia por las carnes
jugosas, casi crudas, y la asignación de este gusto a los gauchos. (2) Pero un
relato de Elías Carpena que habla de los reseros que traían animales a Buenos
Aires a principios del siglo XX, ya nos dice otra cosa. Los reseros comían, en
la Casa Vieja, unos churrascos asados a fuego lento sobre una parrilla por el
Negro Palomeque. (3) Obviamente, una cocción a fuego lento admite una morosidad
que, en las prácticas de nuestros días, lleva a la sobre cocción. ¿Era el uso
de la parrilla el responsable del cambio? La idea no vino sola, me la sugirió
un texto de la Dra. Patricia Aguirre.
Los gauchos no usaban
parrilla, usaban asadores, muchas veces improvisados, pero asadores al fin. La receta
de churrasco que publica Gorriti, no requiere ni de asadores, el churrasco se
cocina directamente apoyado sobre un colchón de brasas vivas. La Dra. Aguirre
sostiene que los inmigrantes son los responsables de acostar el asado, de
reemplazar los asadores por la parrilla. (4) Con la imagen del Negro Palomeque
cocinando los churrascos a fuego lento sobre una parrilla, creí ver en esa
transformación operada por los inmigrantes, el punto de inflexión en el gusto. Sin
embargo, luego de tener esta hipótesis largo tiempo en consideración, me
pareció insuficiente darle todo el crédito a tanos y gallegos, de modo que
decidí seguir buscando por otros lados.
Así exploré otras
hipótesis. Una de mis favoritas fue la de una prescripción sanitaria. El
sistema de salud podría haber influido en sobre la cocción del asado de
diversos modos: la prescripción médica, la bajada de línea a través del sistema
educativo o de las recetas publicadas por las ecónomas de la primera mitad del
siglo XX. De modo que dediqué mi segundo artículo a explorar estas hipótesis. (5)
La lectura entusiasta de
manual de Higiene para la educación secundaria del profesor Adolfo Dembo, pronto
me llevó a un nuevo desaliento, reconociendo alguna influencia del tema, pero
abandonando la exclusividad de esta nueva hipótesis. Efectivamente, el autor
incita a sobre cocer la carne de cerdo para evitar la triquinosis; pero informa
que para evitar la taenia saginata, basta con cocinar las carnes de vaca de
modo tal que el interior llegue a la temperatura de 50° C. El resultado de esta
operación es que la carne llega al punto que los franceses denominan sangrante
(extremadamente crudo para el paladar criollo actual). (6)
Llegué a la conclusión de
que el gusto argentino por la sobre cocción de asado obedecía a múltiples
factores: a la oportunidad de una cocción morosa en asadores con el gaucho
transformado en peón rural sedentario, a la mejora de la calidad de las carnes,
por supuesto también al gusto de los inmigrantes por el uso de la parrilla y a una
exagerada adhesión a las ideas de una cocina saludable, exacerbando la
interpretación en la prescripción médica y en la bajada de línea del sistema educativo.
Esta respuesta no cierra definitivamente el tema, apenas si da una somera
imagen de lo acaecido y, desde luego, abre algunas nuevas preguntas puntuales
que habrá que seguir indagando.
Concluí mis artículos con
una reivindicación del gusto argentino a partir de las reflexiones que escuché
de un valenciano que había recorrido nuestro país a lo largo de 40 días. Su
periplo había culminado en la casa de un amigo suyo en la ciudad de Córdoba de
la Nueva Andalucía. El hombre no podía entender cómo era que una carne tan
cocida, resultaba tan tierna. (7)
II Emilio Daireaux y su Vida y Costumbres del
Plata.
Acabo de leer
el libro de Emilio Daireaux mencionado en el epígrafe. El texto me devuelve a
la primera hipótesis, aunque de manera tangencial. He descartado que fuera sólo
el uso de la parrilla la causa de la sobre cocción de las carnes en el asado
argentino; pero sigue pendiente la idea de qué tienen que ver los inmigrantes
con el cambio tecnológico en nuestro asado. Esto significa preguntarme también
por lo que hicieron mis abuelos, claro está.
Debo a una interpretación
incorrecta de una referencia de Patricia Aguirre, mi acceso al libro de Emilio
Daireaux. El texto que leí mal es el siguiente:
“Para 1888, el puchero
(una mezcolanza “abundante y burguesa” de carne, legumbres y verdura) era el
plato cotidiano debido a su costo. Pero el preferido en la escala de valoración
era el asado, de carne vacuna y cuarto trasero (Daireaux, 1888: II, 75). Más
atrás le siguen las empanadas y la carbonada (todos platos a base de carne,
porque su precio conspiraba contra la adopción de otros patrones alimentarios).
Los inmigrantes, acostumbrados a lo que hoy llamaríamos “dieta mediterránea”
(que ellos consideraban dieta de la escasez) rápidamente la abandonaron a favor
del régimen carnívoro de los porteños. Es más, fueron los inmigrantes los que
“inventan” el asado horizontal (grillado) como se estila hoy día, a diferencia
del asado gaucho, que era vertical “a la cruz”.” (8)
Dos errores hay en el
texto. Uno de la Dra. Aguirre que equivoca la página de donde toma las
referencias (la cita correcta es: Daireaux, 1888. I, 176-178) y el otro mío que
interpreté que la mencionada referencia a la parrilla alcanzaba a todo el
contenido del párrafo transcripto.
Leí íntegramente los dos
volúmenes y, obviamente, no encontré una relación directa de lo que buscaba, es
decir, que el autor describiera la escena en que los inmigrantes reemplazan el
espetón por la parrilla… y sin embargo, algo hay en el libro que no nos deja
con las manos vacías.
III Emilio Daireaux y la aparición de la parrillada
Tal vez tengamos que
imaginarnos un proceso más complejo que el simple cambio de herramientas para
asar, por ejemplo, que hubo un pasaje del costillar o del capón asado en
espetón a la parrillada con tira de asado, embutidos y achuras.
Quiero rescatar tres fragmentos de la obra de
Emilio Daireaux que me parecen de interés en este tema. El primero da cuenta de
las costumbres alimentarias del paisanaje rural. Hacia fines del siglo XIX, el
fogón y los asadores siguen siendo dominantes en los ranchos de los humildes de
la provincia de Buenos Aires. En la escena que el autor nos pinta con precisión
impresionista, vemos cómo se prepara un capón cuyo único aderezo es un poco de
salmuera. Veamos:
“En el campo, en la cabaña del pastor, reúnense todos alrededor
del hogar, cualquiera que sea la estación. Este hogar no es metafórico; es una
hoguera siempre encendida ó siempre mantenida lo mismo en verano como en
invierno. El brasero, hecho con estiércol de ovejas, humea en medio de la pieza
que sirve á la vez de cocina y de lugar de reunión. Á la hora en que terminan
los trabajos de los pastores, cuando llega la noche, todo el personal se reúne,
todos se ponen en cuclillas alrededor del hogar junto al cual se alza pendiente
de una barra de hierro un cuarto de buey ó de carnero ya lamido por la llama;
cuando llega la hora de darle la última mano, se coloca el asador sobre la
ardiente brasa; el encargado de este interesante trabajo toma, en un vaso, agua
y sal y va vertiendo esta mezcla, gota a gota sobre la carne que chisporrotea.
Es la extrema unción de este festín de pastores. Apenas dada, levántase el
asador, se sirve el asado y cada uno va cortando su parte que con su pan se
come si es que lo tiene. No hay más jerarquía que la del apetito en este festín
más bien patriarcal que democrático. Jóvenes y viejos, extranjeros y criollos
apagarán de este modo el hambre primitiva si no prefieren acostarse sin cenar.
Por lo demás no debemos calumniar el asado de la pampa. El origen del
combustible, que es preferible olvidar, el medio primitivo empleado para
salarlo y cortarlo no le quita nada de su sabor, y no echan á perder su fino
gusto de carne medio salvaje.”
Esta pintura incita a Daireaux a reflexionar sobre
el uso de la mesa en la estancia familiar, asignándole un papel de civilizador de
la agreste barbarie de los campesinos de las pampas argentinas.
“No es con este manjar (se refiere al asado con cuero) ni mucho
menos con su hogar hospitalario, pero primitivo y digno de un país primitivo,
que se civilizará la pampa, sino por medio de la mesa, cuyo valor no se
comprende bien hasta que se ve á los hombres vivir sin ella. La mesa en torno
de la cual se sienta la familia, y que se supone ha de estar rodeada de sillas,
es incompatible con el brasero de humo acre; la luz que se colocará sobre dicha
mesa, esparciendo sobre la familia su débil claridad, permitirá que se vean
unos a otros los convivientes, gracias á ella, podrán leer algún día! Ella es
la que arrancará al campesino de esa especie de amodorramiento en que le
mantiene el humo de la cocina, que tiene que aspirar todo el año, que busca con
interés, porque junto a la hoguera encuentra siempre dispuesto el mate, que le ayuda a pasar largas horas
en ociosidad, con el estómago adormecido, y sostiene sus fuerzas sin
alimentarlas ni desarrollarlas. La mesa, con todo lo que ella significa, cegará
el ancho foso que la pobreza de la vida de la pampa ha abierto entre el
habitante de las ciudades y el del campo.” (10)
A lo largo de todo el
libro, sorprende el contraste de lo que el autor observa en las cocinas de la
campaña, aún dominadas por la tradición cultural hispano criolla; con lo que ve
en la ciudad en la que aparecen los nuevos signos de los tiempos en que los
inmigrantes van haciendo sus aportes a los nuevos personajes de la cultura que,
en homenaje a Xul Solar, propongo denominar neo criolla. Daireaux ya no se
detendrá en describir al baqueano o al rastreador, sino que mostrará al tano
verdulero y al vasco lechero; ya no pondrá la mira en el gaucho holgazán y
guitarrero, sino el atorrante que duerme en los caños que se estivaban en el
puerto, esperando a ser utilizados en la construcción del sistema de aguas
corrientes.
En esta nueva ciudad se
producen intercambios entre ambas tradiciones, la criolla de la llanura y la de
los inmigrantes que llegaron a poblarla. En 1887, en el puerto, el lugar ideal
para estos intercambios, el abogado francés comienza a dar cuenta de los
primeros signos de la nueva realidad socio cultural.
En ese sentido, con los
cambios a la vista, no debiera haber sorprendido a nadie, pues, la aparición,
en los suburbios porteños, del asado a la parrilla que termina comiéndose sobre
una mesa… y sin embargo, sorprendió. Esa aparición inesperada fue recibida con
la sensación angustiante que atribuyó inestabilidad en los valores culturales
de progreso indefinido y civilización, creando torpes mitologías acerca de la
asombrosa costumbre de estos neo criollos de proveerse de leña para sus asados
a partir del desmantelamiento de sus propias viviendas.
Una fotografía conservada
por el Archivo General de la Nación, bastante difundida en las redes sociales
en los últimos meses, pone encarnadura y anclaje temporal al asunto. En ella se
ve a un grupo de hombres vestidos de cocineros de fonda en el interior de un
rancho de chapas (no de barro, como lo construían los viejos paisanos de la
llanura; sino de chapa, como construyeron su primeras viviendas los inmigrantes
italianos). El piso es de tierra (¿habrían agotado la provisión de parquet
haciendo asados antes de que llegara el fotógrafo?) y, apoyada en él, se ve una
enorme parrilla sobre la que se cocinaban chorizos y achuras a las brasas (ni
capones, ni costillares). ¡Guau! Pero, ¿a que no sabe de cuando es la foto?…
No, se equivocó… es de 1942.
Parece obvio, pero las
achuras y los chorizos no pueden cocinarse en un asador. De modo que esta nueva
preferencia que nos da un repertorio de productos asados que hoy llamamos
parrillada, debió exigir el nuevo instrumento que ya se usaba en los hogares
porteños con otras finalidades. Hay un texto, una instantánea sobre un objeto
intrascendente que Emilio Darieaux nos deja, que considero enlaza todos los
elementos aislados:
“Aquellos de estos holgazanes con patente y renta (se refiere a la
horda de mendigos formada por “negros, mulatos, indios, viejos soldados
estropeados” que reciben ayuda de la caridad pública los días sábados) que
durante la semana tienen que buscar algún suplemento de subsidios, van al
mercado, después de la hora de la venta, á eso de las diez, y hacen amplia
provisión de pedazos de carne de desecho y hachuras. En otro tiempo les
pertenecían de hecho los despojos de los mataderos, pero estos despojos que los
indígenas desdeñan, son buscados por los extranjeros y ahora se venden” (12)
Casi sin darse
cuenta, el autor está dando testimonio del pasaje del asado criollo a la
parrillada neo criolla. Ambos, el libro y la foto nos, permiten inferir que
este milagro de horizontalizar el asado, de civilizarlo, se operó en los
suburbios de la ciudad de Buenos Aires, en humildes rancheríos de chapa en
donde el nuevo mestizaje cultural se estaba produciendo. Podemos imaginar esa
fonda, en los barrios marginales poblados por italianos pobres, tal vez peones
golondrina, que se hacinaban en los barrios que hoy conocemos como la Villa 31,
cerca del puerto, o en la Villa 21-24, cerca de los arrabales del progresista
barrio de Barracas, en La Boca misma, donde se multiplicaban los conventillos. Este
arco de sesenta años entre ambas obras nos da el tiempo en que la trasformación
se produjo.
La cocina de
fusión emergente de la cultura neo criolla se expresó de manera contundente en
la parrillada, atacada en ritmo de dos por cuatro por comensales que ingerías
alimentos nutritivos y baratos… Debió ser en los suburbios cercanos al centro,
porque a tres leguas de allí, en lo que luego sería el barrio de Mataderos, el
Negro Palomeque había adoptado la parrilla, pero la usaba para asar churrascos,
imagino que los gauchos devenidos en reseros aún no tenían las achuras entre
sus preferencias. (13)
Notas
y bibliografía:
(1) Leído
en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2016/01/el-punto-del-asado-criollo-give-my.html,
el 19 de octubre de 2017.
(2) 1890,
Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix Lajouane
Editor (Librairie Générale), 1890. leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el
4 de noviembre de 2011.
(3) 1982, Carpena, Elías, Cuentos
de resero, Buenos Aires, Plus Ultra, pp. 39-40, 50, 115.
(4) 2010, Aguirre, Patricia, “Comida, cocina y consecuencias: la
alimentación en Buenos Aires”, Torrado, Susana (Comp.), Población y Bienestar. Una historia social del siglo XX, Buenos
Aires, EDHASA, Tomo 2, pp. 468-503. Se puede acceder a una separata de este
texto en la internet, leído el 19 de octubre de 2017 file:///C:/Users/Windows%2010/Google%20Drive/A%20recetas%20restaurantes%20y%20vinos/Recetas/005.-%20Crítica/002.-%20Libros%20gastronomía/2010.-%20Aguirre-bicentenario-comida-cocina-comensales.pdf,
pag 6.
(5) Leído
en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2016/03/el-punto-del-asado-criollo-la-culpa-la.html,
el 19 de octubre de 2017.
(6) 1958,
Dembo, Adolfo, Curso de Zoología, Buenos Aires, Cesarini Hnos. Editores,
pag. 30.
(7) Leído
en http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2016/03/el-punto-del-asado-criollo-un-aguante.html,
el 19 de octubre de 2017.
(8) 2010,
Aguirre, Patricia, Cit.
(9) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos
Aires, Feliz Lajouane, pag. 179.
(10) Ídem, pag. 180.
(11) Archivo General de la
Nación, número de inventario 330443.
(12) 1888, Daireaux, Emilio,
Op. Cit, pag. 164.
(13) 1982, Carpena, Elías, Cit.
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