sábado, 4 de agosto de 2018

El cazador de avestruces (1887)


Los textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Vida y Costumbres en El Plata de Emilio Daireaux que publicó Felix Lajouane (1) en 1888 (2). El ejemplar que consulté pertenece a la primera edición en castellano (hubo una anterior en idioma francés). La obra se compone de dos tomos. El primero lleva el título “La sociedad argentina” y el segundo, “Industrias y productos”. El Prefacio contiene sendas cartas de Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca con opiniones y comentarios sobre la edición francesa.

Emilio Honorio Daireaux nació en Río de Janerio en 1846 y falleció en París en 1916. Se recibió de abogado en la capital francesa y revalidó su título en Buenos Aires, donde ejerció la profesión durante más de 10 años. El autor afirma que el libro fue escrito para los países extranjeros con la finalidad de dar a conocer La República Argentina en ellos. Por su parte, la dedicatoria reza: “A mis hijos. Para darles a conocer y hacerles amar el país de su madre, donde nacieron”. El autor se radicó en Francia con su familia a fines del siglo XIX, aunque conservó propiedades en la Provincia de Buenos Aires cerca de la ciudad que lleva su nombre. Algunos de sus hijos se afincaron en La Argentina, administrando esos bienes.
Los fragmentos que se transcriben a continuación pertenecen al segundo tomo. Describe la manera de cazar ñandúes y el aprovechamiento que los gauchos hacen de sus plumas y el desperdicio que hacen de su carne. También describe el descuido del terreno en lleva a cabo su cacería, en el que, en ciertas oportunidades, provoca incendios para lograr su cometido.
El cazador de avestruces
“Otro enemigo del criador de ganado en tierras vírgenes es el cazador de avestruces, á veces hay que mantenerlo á distancia, cosa difícil, pues su número forma legión. ¿Quién es el gaucho, que sabiendo que hay avestruces en algún lugar cercano, puede resistir al deseo de apoderarse de ellos? ¿Cuantas no son las ventajas que esta caza le procura? Partir á caballo á todo escape, tras del veloz animal, que á la vez corre y vuela, cuyas alas lo empujan y sostienen, á un mismo tiempo; que vuela rasando la tierra, que hace los quites más inesperados, y que en fin es fácil cogerlo cuando se cansa, lanzándole ese proyectil de dos bolas, que hemos descrito, bolas que los envuelven, lo derriban y lo mantienen inmóvil.
”El cazador de avestruz hace poco caso a la vida de esta ave, y por lo regular desperdicia su carne; se contenta con arrancar sus plumas y corta la extremidad del ala para asarla.
”Mucho menos caso hace del suelo en que se halla y de los intereses que representa.
”Cuando el avestruz se escapa y se esconde en un matorral, de donde los lebreles negros del gaucho no pueden desalojarlo fácilmente, éste saca en el acto la cajita de cerillas, que lleva siempre en el bolsillo todo campesino, y prende fuego á las hierbas. Pronto el fuego se propaga; las chispas que se desprenden de las plantas secas arrastradas por el viento multiplican las hogueras, y el avestruz, acosado por las llamas, vése forzado á abandonar su escondite; entonces prosigue la caza, sin cuidarse el cazador del incendio inmenso que es obra de su mano. Las llamas se propagan; el ganado que se halla diseminado en la pampa se espanta, y echa á correr en todas direcciones; pronto se ve amenazada la casita del pastor y no hay sino un medio de contener el mal: aislar el incendio y suprimir todo lo que pueda darle pábulo, en el mayor espacio posible. Hay que recurrir, con frecuencia, a medios heroicos, como el formar un contra-incendio, combatiendo así las llamas por medio de otras llamas; mas si el peligro es tal, que no es dable emplear este medio, entonces hay que luchar con el fuego, ahogarlo y contenerlo. Para esto se sirven los pastores de los único que tienen á mano, á saber, de pieles y cueros; ha habido algunos que al verse en la pampa acosados por el fuego, han llegado hasta sacrificar el caballo en que iban montados, lo han degollado, arrastrando por el suelo sus carnes palpitantes, para detener la marcha del incendio: sabemos que este medio, oportunamente empelado, ha salvado la vida á dos personas.
”El propietario que resuelve quemar sus campos para mejorarlos, procede con gran cautela y no quema sino trechos reducidos.” (3)
Notas y Bibliografía: 
(1) Prestigioso editor francés que publicaría, entre otras obra el libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti que vio la estampa en 1891.
(2) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane.
(3) Ídem, tomo II, pp. 230-231.


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