Gracias,
Carolina Rodríguez Mendoza
y Ernesto Oldenburg
(Hoy, diciembre de 2018, Ernesto y Carolina tienen su propio
emprendimiento gastronómico en Lobos, el restaurante de
puertas cerrada Doce Servilleta.
Allí se pueden comer las delicias descritas en este artículo.)
(Hoy, diciembre de 2018, Ernesto y Carolina tienen su propio
emprendimiento gastronómico en Lobos, el restaurante de
puertas cerrada Doce Servilleta.
Allí se pueden comer las delicias descritas en este artículo.)
Las
celebraciones centrales del Bicentenario de la Independencia no se destacaron
por su brillo ni por su carácter festivo… Pero la Patria es la Patria, el lugar
en donde uno nació y se crió, y es bueno celebrar el sentimiento de arraigo que
provocan estas circunstancias. Así se entendió y así se festejó en todos los
rincones del país.
Las imágenes pertenecen al autor
Fue
un fin de semana festivo que nos permitió retomar el viejo proyecto de visitar
la ciudad de Lobos. ¿Motivo de la elección? Los fuegos del restaurante Azul, en
el hotel Aguará, están a cargo de Ernesto Oldenburg, uno de los mejores
cocineros de Buenos Aires. Ernesto cuenta además con la complicidad de
Carolina, su esposa, que prepara panes irresistibles, postres y pasta rellenas exquisitas
que apoyan el lucimiento del cocinero.
La
ciudad prometía algunas cosas más como por ejemplo su inserción en plena Pampa
Húmeda. Si hay un paisaje que me relaja y me hace sentir bien dentro de mí
mismo, es la llanura. Contra lo que muchos piensan, no hay ciudades aburridas
en la región, y Lobos lo confirma. Además llevaba promesas de encontrarme con
antiquísimas pulperías y conocer el museo que hay en la casa natal de Juan
Domingo Perón.
En
museo se aloja en una casa más que centenaria, donde se conservan objetos que
pertenecieron a quien fuera tres veces presidente de los argentinos.
Independientemente de las historias de familia que se vivieron en ella y en la
otra casa, la que está en Roque Pérez, a pocos kilómetros de allí; acceder a
ese patio y a esas habitaciones te impone una invitación al silencio. Allí hay
cosas que evocan a una persona importante en la historia de nuestro país, una
persona que no vivió en vano…
Como si todo eso fuera poco, el
sábado 9 de Julio, tuvimos la oportunidad de disfrutar de los actos oficiales que
organizó la Municipalidad sobre la Avenida Alem frente a la estación de
ferrocarril. Amo esas fiestas cargadas de rituales solemnes. En ella, el pueblo
se muestra a sí mismo en un larguísimo desfile de instituciones civiles. Es
sorprendente ver la escasa proporción de público en relación con las multitudes
que desfilan… tal vez esa sea la parte más importante del ritual.
I
Ernesto Oldenburg sobre los fuegos de Azul
Haydée
y yo extrañamos a Ernesto y Carolina en Buenos Aires, extrañamos el 12
Servilletas, el apacible restaurante de puertas cerradas que tenían en el
barrio de Belgrano. Con Haydée íbamos con frecuencia. Volvíamos a casa siempre
satisfechos por el ambiente amable que se vivía durante la velada y por las
delicias de una cocina muy personal y cuidada.
La
carta del restaurante tiene una conformación ecléctica. El cocinero te ofrece
lo que a él le gusta. ¿Qué le gusta a Ernesto? Todo aquello que ha ido
recogiendo en su experiencia de vida. Es un hombre joven que ha recibido
múltiples influencias de sus padres, que ha vivido en Buenos Aires y en Lima y
que ha sabido aprovechar cada oportunidad que tuvo en materia culinaria, desde
los anticuchos que comía en las cercanías de los estadios de fútbol en Lima y
los choripanes de los almacenes rurales de la Provincia de Buenos Aires hasta
las refinadas degustaciones de vinos de las mejores bodegas argentinas y las
especialidades de tierras lejanas que le llegan por la sangre.
Si
soy explícito debo decir que la carta de Azul ofrece platos de la cocina de
Lima y Buenos Aires junto con recetas de tradiciones indias y nórdicas. El
cuidado en su tarea hace que Ernesto ofrezca sus mejores preparaciones sólo si
tiene acceso a productos de calidad. Por ejemplo, en 12 Servilletas preparaba
un Gravlax de claras sonoridades vikingas que le resulta muy difícil de ofrecer
en Lobos.
En
el almuerzo del sábado, nos preguntó qué queríamos comer. Haydée y yo, casi al
unísono respondimos lo que vos quieras… De este modo, recibimos Langostinos en salsa
de ají amarillo de entrada y, luego, le trajo a Haydée un Curry de pollo y a mí
un Lomo salteado como se come en Lima.
Debo
confesar que, intuitivamente, pienso que el fuerte de su cocina es la comida
peruana. Cuando se lo comento, Ernesto no me desmiente con palabras; pero sí
con hechos. No tengo como evaluar esos platos, sólo sé que me gustan mucho y se
destacan sobre la cocina peruana que habitualmente como en Buenos Aires. Sin
embargo, y para que se tenga una idea de sus capacidades, sí puedo hablar de
cómo oficia los platos de la cocina argentina.
Por
ejemplo, sus Mollejas con cebolla de verdeo son una recreación excelente de un
plato tradicional de la cocina porteña. Ernesto reconstruye el plato y en lugar
de servir los filetes sumergidos en una salsa caldosa, como es habitual en los
restaurantes porteños preserva la identidad de los dos elementos que lo
componen: las mollejas crocantes y el verdeo crujiente.
También
es muy interesante su Trucha que sigue la receta tradicional que suele
denominarse a la manteca negra. Dos detalles que hacen de éste un plato único.
En primer lugar, no cocina el pescado en manteca sino en ghee, la parte más
refinada de la manteca que se obtiene mediante el proceso conocido como
clarificación. Acompaña la trucha con endivias grilladas y alcaparras que ha
saltado previamente.
También
es un maestro con las salsas que combina con las deliciosas pastas rellenas de
Carolina. En ese sentido, me encantaron los Sorrentinos en manteca de salvia.
El
gran problema en el restaurante Azul está en los panes de Carolina. Resultan
siempre irresistibles y uno tiene que complementar la comida con importantes
actividades físicas para evitar ponerse grueso de inmediato.
Evidentemente, la fortaleza de
Azul reside en el amor con que Carolina y Ernesto elaboran la comida y la
calidez que infunden en el servicio. Claro, están acostumbrados a un modelo de
restauración en el que los cocineros invitan a comer a los parroquianos a su
propia casa.
II
La Paz, almacén de ramos generales
Ya
en nuestra visita anterior a Lobos y al restaurante Azul, Carolina nos había
comentado de la existencia de numerosas pulperías y almacenes rurales en sitios
muy cercanos a Lobos. El tema despertó mi curiosidad, de modo que lo retomé en
cuanto tuve oportunidad. “El que sabe bien en el Pato, me dijo, en cuanto venga
le preguntamos.”
El
Pato Bermejo es el responsable de la administración del Hotel. Me lo habían
presentado a él, y también a su mujer, en nuestro viaje anterior. Es arquitecto
y es el responsable da cada detalle en el diseño, construcción y decoración del
edificio. Según me cuentan, se pasaba horas sentado en algún rincón de la obra
para ir observando el impacto de la luz en cada momento del día sobre los
distintos componentes del dispositivo edilicio. El hotel es una joya de diseño
y funcionalidad. Imagino, de puro atrevido nomás, que la resultante de su
trabajo refleja alguna influencia de la última etapa de Clorindo Testa.
Cuando
apareció este hombre de trato afable, sentí estar frente a una persona sensible,
afectuosa y hospitalaria. No sólo se percibe una dedicación al trato directo
con los pasajeros, sino también un excelente clima de trabajo en todo el
personal del hotel y el restaurante.
Allí
mismo, con entusiasmo inocultable, me dio las indicaciones para llegar hasta La
Paz, una de las pulperías más antiguas de la zona. Me explicó que los vecinos
la conocen como La Paz Grande para diferenciarla de otra que está a unos
kilómetros de allí que llaman La Paz Chica.
No
tuvimos tiempo para recorrer el conjunto que se encuentra perfectamente
señalizado, pero sí estuvimos un largo rato en La Paz Grande. Allí nos atendió
una mujer entrada en años que nos sirvió la cerveza que le pedimos mientras
respondía a nuestras preguntas. Se llama Mabel, pero todos la conocen como
Chola. Hace más de sesenta años que ella atiende el almacén. Abre todos los
días a las 10 de la mañana, interrumpe para la siesta y vuelve a abrir a las 5
de la tarde.
Nos
hizo recorrer distintas dependencias. En los fondos, funcionó una pulpería autorizada
por una disposición firmada de puño y letra por el Gobernador Juan Manuel de
Rosas en 1832. En el frente, está el local más importante que funciona como
almacén de ramos generales desde 1859. Entre los extremos, una serie de locales
en los que funcionaron, en distintas épocas, negocios y oficinas, algunos de
cuyos muebles, equipamiento y libros contables se conservan en razonable
estado.
Fue una oportunidad única de
sumergirse en el pasado… ¿En el pasado? No tanto… en las viejas estanterías se
exhiben productos para la venta (yerba, harina, harina de maíz, vino, artículos
de limpieza) que Chola comercia cotidianamente y que garantizan su sustento.
Nos
fuimos de Lobos con el deseo de volver y de andar un poco más la zona, llegar
hasta La Paz Chica, ir a la casa en que vivió Juan Domingo Perón en Roque
Pérez, hacernos una recorrida por Uribelarrea y celebrar la amistad con Ernesto
y Carolina.
Gracuas Mario por esta maravillosa crónica. Los esperamos siempre, nuevamente.
ResponderEliminarGracias a ustedes, Caro.
EliminarYa tendremos oportunidad de volver a vernos, en Lobos o también en Buenos Aires.
Una hermosura, maestro. Encantadora nota. Estamos en etapa de reconstrucción física, con Mora. Los primeros días de Marzo iremos.
ResponderEliminarGracias, Mario, por tus comentarios.
EliminarNo se van a arrepentir.
La cocina de Ernesto es sublime. Disfruté de dos cenas y tres almuerzos y volví a Buenos Aires más liviano y entero que si hubiese comido en casa.
Su crónica, Mario, es muy inspiradora. Muchas gracias.
ResponderEliminarSi Ud. sigue tratándome de Ud., yo haré lo mismo.
EliminarLe agradezco el comentario. Bien sabe cuánto aprecio sus palabras y conceptos, basados siempre ne buena información.