Hay algunas recetas con historias mínimas que no están relacionadas con el cocinero, sino con el
comensal. Mi amigo Christian Sampedro me invitó a comer a su casa. Allí cocinó
una tortilla hecha con un huevo de ñandú… sin presentirlo, le dio un momento
culminante a una historia de deseos que he alimentado por más de cincuenta
años. Ésta es, pues, una historia mínima personal que completa este recorrido
por un puñado de recetas únicas seleccionadas no por la originalidad de su
fórmula, sino por los rituales de comensalidad que las incluyen.
La imagen pertenece al autor
Vayamos al caso puntual. Imagino
que tendría unos 10 años. Estoy seguro que era por ahí porque esa es la etapa
de la vida en donde la exploración y la ciencia positiva se dan la mano para
mostrarnos un mundo luminoso, racional y comprensible que, cuando crecemos,
deja de existir. Lo cierto es que fuimos, en visita didáctica de la escuela
primaria, al museo de Ciencias Naturales de la Ciudad de Buenos Aires. En una
de las vitrinas, había un huevo de ñandú petrificado por su exposición a aguas
minerales naturales en la cordillera mendocina. Ese huevo estuvo años en esa
vitrina… y, tal vez, sigue estando allí.
La visión me impresionó.
No tanto por el resultado de los procesos químicos que le dieron la dureza de
una piedra; sino por el tamaño del huevo.
Por ese mismo tiempo, leí
algo sobre los huevos de ñandú en el Manual del Alumno que usábamos en
la escuela (el famoso manual Kapelusz). El texto afirmaba que ese huevo
equivalía a 10 huevos de gallina. ¡Guau! No pude más que forjarme un sueño
imposible, ¡qué grande sería comerse uno de esos fritos, acompañado con
abundancia de pan francés!
¿Un sueño imposible?,
dije… y sí, cuando una madre le dice a su hijo que ese deseo no va, lo
transforma en un imposible… Debo confesarlo, mi madre era pro sopa y anti huevo
frito. De modo que, entonces, me ganó la contrariedad, pero no la resignación.
En la adolescencia, los
sueños adormecidos reviven, los deseos reverdecen y explotan bajo la forma
granos en la cara, de manos torpes y de inquietas esperanzas… ¿¡Cómo contarles
que me pasó cuando, a los trece años, cayó en mis manos un ejemplar de Una
excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla!?
Un maestro, Mansilla,
trasformó mi deseo de comerme un huevo frito de ñandú, en una tortilla. Un
genio, mi madre no era anti tortilla de papas. El deseo reverdecido me acompañó
por años, sobre todo cuando releía el libro, como ocurrió varias veces para
rescatar fragmentos que pudiera publicar en El Recopilador de sabores,
hace ya relativamente poco tiempo.
Comprenderán entonces la
satisfacción de Christián por haberme agasajado con un plato con el que
esperaba sorprenderme, cuando pude contar mi historia mínima. La sonrisa
socarrona que esbozaron con cuidadosa satisfacción Haydée y Camila me dieron la
certeza de estar viviendo una noche inolvidable… Es verdad, los hombres somos
todos iguales… un plato de comida nos puede… y si no, vean lo que le ocurrió a
pobre Esaú por un plato irresistible de lentejas.
Les paso la receta de
Christian (el huevo lo consiguió en un puesto callejero sobre la ruta, en
Dolores, a poco de abandonar la autovía 2 en dirección de la costa atlántica)
y, después, el texto de Mansilla para que alimenten su propio deseo.
Tortilla con huevo de
ñandú
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Fuente (fecha)
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Christian Sampedro (2016)
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Ingredientes
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1 huevo de ñandú.
500 g de papas.
Sal.
Aceite para freír.
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Preparación
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1.-
Pelar las papas, cortarlas longitudinalmente en dos. Cortar cada parte en
lonchas de 3 a 4mm de ancho.
2.-
Calentar aceite abundante en una sartén profunda.
3.-
Freír las papas tapadas hasta que tomen un poco de color.
4.-
Entre tanto, romper el huevo y batirlo un poco, no demasiado, en un perol.
5.-
Salar el huevo.
6.-
Cuando las papas están listas, retirarlas de la sartén con una espumadera y
llevarlas al perol inmediatamente.
7.-
Mezclar y dejar reposar pos 15 minutos.
8.-
volcar la mezcla en una sartén sobre el fuego con una película de aceite (no
debe estar muy caliente).
9.-
Cuando se percibe que la tortilla ha ganado consistencia en el piso de la
sartén, proceder a darla vuelta utilizando un plato grande.
10.-
Dejar que se cocine y servir inmediatamente de hecha.
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Lucio V. Mansilla Una excursión a los indios ranqueles, capítulo 1, fragmentos
“No sé dónde te hallas, ni dónde te
encontrará esta carta y las que le seguirán, si Dios me da vida y salud.
”Hace bastante tiempo que ignoro tu
paradero, que nada sé de ti; y sólo porque el corazón me dice que vives, creo
que continúas tu peregrinación por este mundo, y no pierdo la esperanza de
comer contigo, a la sombra de un viejo y carcomido algarrobo, o entre las pajas
al borde de una laguna, o en la costa de un arroyo, un churrasco de
guanaco, o de gama, o de yegua, o de gato montés, o una picana de
avestruz, boleado por mí, que siempre me ha parecido la más sabrosa.
”A propósito de avestruz, después de
haber recorrido la Europa y la América, de haber vivido como un marqués en
París y como un guaraní en el Paraguay; de haber comido mazamorra en el
Río de la Plata, charquicán en Chile, ostras en Nueva York, macarroni
en Nápoles, trufas en el Périgord, chipá en la Asunción, recuerdo
que una de las grandes aspiraciones de tu vida era comer una tortilla de huevos
de aquella ave pampeana en Nagüel Mapo, que quiere decir "Lugar del
Tigre".
”Los gustos se simplifican con el
tiempo, y un curioso fenómeno social se viene cumpliendo desde que el mundo es
mundo. El macrocosmo, o sea el hombre colectivo, vive inventando
placeres, manjares, necesidades, y el microcosmo, o sea el hombre
individual, pugnando por emanciparse de las tiranías de la moda y de la
civilización.
”A los veinticinco años, somos víctimas
de un sinnúmero de superfluidades. No tener guantes blancos, frescos como una
lechuga, es una gran contrariedad, y puede ser causa de que el mancebo más
cumplido pierda casamiento. ¡Cuántos dejaron de comer muchas veces, y
sacrificaron su estómago en aras del buen tono!
”A los cuarenta años, cuando el cierzo y
el hielo del invierno de la vida han comenzado a marchitar la tez y a blanquear
los cabellos, las necesidades crecen, y por un bote de cold cream, o por
un paquete de cosmético, ¿qué no se hace?
”Más tarde, todo es lo mismo; con
guantes o si guantes, con retoques o sin ellos, "la mona aunque se vista
de seda mona se queda".
”Lo más sencillo, lo más simple, lo más
inocente es lo mejor: nada de picantes, nada de trufas. El puchero es lo
único que no hace daño, que no indigesta, que no irrita.
”En otro orden de ideas, también se
verifica el fenómeno. Hay razas y naciones creadoras, razas y naciones
destructoras. Y, sin embargo, en el irresistible corso e ricorso de los
tiempos y de la humanidad, el mundo marcha; y una inquietud febril mece
incesantemente a los mortales de perspectiva en perspectiva, sin que el ideal
jamás muera.
”Pues, cortando aquí el exordio, te
diré, Santiago amigo, que te he ganado de mano.
”Supongo que no reñirás por esto
conmigo, dejándote dominar por un sentimiento de envidia.
”/…/.
”Es el caso que mi estrella militar me
ha deparado el mando de las fronteras de Córdoba, que eran la más asoladas por
los ranqueles.
”/…/.
”Últimamente celebré un tratado de paz
con ellos, que el Presidente aprobó, con cargo de someterlo al Congreso.
”/…/.
”Aprobado el tratado en esa forma,
surgieron ciertas dificultades relativas a su ejecución inmediata.
”Esta circunstancia por un lado, por
otro cierta inclinación a las correrías azarosas y lejanas; el deseo de ver con
mis propios ojos ese mundo que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y
costumbres, sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, e inspeccionar
yo mismo el terreno por donde alguna vez quizá tendrán que marchar las fuerzas
que están bajo mis órdenes -he ahí lo que me decidió no ha mucho y contra el
torrente de algunos hombres que se decían conocedores de los indios, a penetrar
hasta sus tolderías y a comer primero que tú en Nagüel Mapo una tortilla de
huevo de avestruz.
”Nuestro inolvidable amigo Emilio
Quevedo, solía decirme cuando vivíamos juntos en el Paraguay, vistiendo el
ligero traje de los criollos e imitándolos en cuanto nos lo permitían nuestra
sencillez y facultades imitativas: -¡Lucio, después de París, la Asunción! Yo
digo: -Santiago, después de una tortilla de huevos de gallina frescos, en el
Club del Progreso, una de avestruz en el toldo de mi compadre el cacique
Baigorrita.
”/…/.
”Al general Arredondo, mi jefe inmediato
entonces, le debo, querido Santiago, el placer inmenso de haber comido una
tortilla de huevos de avestruz en Nagüel Mapo, de haber tocado los extremos una
vez más. Si él me niega la licencia, me quedo con las ganas, y no te gano la
delantera.
”Siempre le agradeceré que haya tenido
conmigo esa deferencia, y que me manifestara que creía muy arriesgada mi
empresa, probándome así que mi suerte no le era indiferente. Sólo los que no
son amigos pueden conformarse con que otro muera estérilmente... y en la
oscuridad.
”/…/.”(1)
Notas y
bibliografía:
(1) 1870,
Mansilla, Lucio V., Una excursión a los indios ranqueles, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, Capítulo Biblioteca Argentina Fundamental Nº 18,
1967, tomo I, pp. 5-9.
Para mí la felicidad no es otra cosa que poder vivir - y sobre todo saber disfrutar - de estos pequeños grandes placeres que nos da la vida, poder alcanzar las vivencias que alguna vez quisimos tener y por algún motivo nos resultó imposible. También es un signo de expansión de la conciencia y de sabernos merecedores de aquello que alguna vez pensamos que no era para nosotros. A todo esto ... como sabe respecto de los huevos de gallina?
ResponderEliminarGracias, Diego, querido amigo, por tus comentarios que siempre resultan iluminadores.
EliminarNo es tanto en el sabor como en la textura donde está la diferencia.
A pesar de que Christian apenas si batió el huevo, esta tortilla parecía un soufflé, casi aterciopelado. Muy agradable de comer, por cierto.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSres.
ResponderEliminarMi nombre es Marta y estoy interesada en comprar huevos de ganso y ñandú con fines decorativos.
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