sábado, 11 de febrero de 2017

Posta de Villavicencio (1826)

Los textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro de F. B. Head que publicó Hyspamérica en cuidada edición en 1986(1). Sin embargo, a pesar del cuidado señalado, y a diferencia de otros volúmenes de la Biblioteca Argentina de Historia y Política de la mencionada editorial, éste carece de referencias sobre la edición original que se tomó para la traducción Carlos A. Aldao. Los comentarios sobre la vida y la obra de Head, los he tomado del texto de la contra tapa que también carece de referencias.
Francis Bond Head era un ingeniero militar que fue designado en 1825 como gerente para la Argentina de la Río de La Plata Mining Company, una de las dos empresas que se constituyeron para explotar las riquezas de Famatina. En 1826, cuando el proyecto naufragó, regresó a Inglaterra. Ese mismo año, publicó sus impresiones sobre la Argentina y Chile.
Posta de Villavicencio, aguas termales
“La posta Villavicencio, que parece tan respetable en todos los mapas de América, actualmente se compone de un rancho solitario sin ventana, con un cuero vacuno a guisa de puerta y escasísimo techo. Como la noche era fría, preferí dormir en la cocina junto al fogón, dejando que las mulas hicieran lo que quisieran y se fueran donde su fantasía las llevase. Tomé por almohada un cráneo de caballo, de los que sirven para sentarse en Sudamérica, y, envolviéndome en el pocho, me sumergí en el sueño. Cuando desperté, antes del alba, encontré a dos peones y a uno de mis compañeros dormidos junto al fogón, mientras que un gran perro roncaba a mis espaldas.
”Grité al capataz, que vino restregándose los ojos, y le dije que fuese a buscar las mulas; pero uno de los hombres dijo que el peón ya había ido. Nuestros hombres también se levantaron, preparando un poco de sopa y, como empezó a alborear y las mulas no aparecían, resolvía encaminarme a los baños, distantes una milla. Seguí la senda hasta dar con un sitio rodeado de cerros que parecían imposibles de trepar, aun gateando; no obstante di con un pasaje cortado en la roca y trepando llegué de repente a un lugarcito en que estaban las ruinas de dos o tres ranchos y tres o cuatro carpas.
”Ranchos y carpas estaban atestados de gente y fue completamente inesperado el descubrimiento de veinte o treinta prójimos en sitio tan apartado. Habían venido de largas distancias para bañarse, y muchos, según supe después, eran gentes muy respetables. Como no tenía tiempo que perder y querría bañarme, pregunté a un hombre que esperaba fuera de la carpa dónde estaban los baños. Con la indiferencia e indolencia usuales en el país, no me contestó, limitándose a señalarme con el mentón algunas paredes pequeñas que se levantaban junto a él, de dos o tres pies de alto, construidas con piedras sueltas y en ruinas. También yo estaba cerca; así, me quité la chaqueta y el cinto de pistolas y me adelanté, pero no creyendo que fuesen los baños, miré al hombre y le pregunté si eran allí. Hizo con la cabeza signo usual de “sí”, y me encaminé a las paredes donde con asombro encontré un agujero poco mayor que un ataúd donde estaba acostada una mujer. Viendo que allí no había lugar para mí, inspeccioné el terreno y encontré oro agujero a unas diez yardas arriba de la dama, y otro a igual distancia, debajo de ella. Como el agua corría de uno al otro, pensé que bien podía la parte del lobo, siendo cordero, y en consecuencia, remonté la corriente y me metí en el baño superior. Encontré el agua muy caliente y agradable y sin preocuparme de su análisis bebí un poco en el manantial y sintiendo que había hecho un buen ensayo, salí para regresar. Al pasar los ranchos y carpas miré adentro; estaban llenos de hombres, mujeres y niños de toda edad y mezclados de modo inadmisibles en nuestros balnearios ingleses; pero, en los  Andes, las costumbres e ideas son diferentes y si una dama tiene reumatismo no ve nada malo en curárselo en las aguas de Villavicencio.
”Así que regresé a la posta hallé todas las mulas ensilladas; después de tomar un poco de sopa y comer un pedazo de cuadril de guanaco, salí para Uspallata, donde nos proponíamos pasar la noche.
”El camino, dejando Villavicencio, inmediatamente toma una quebrada, que es uno de los pasos más lindos de la cordillera. /.../”(2)
Notas y Bibliografía: 
(1) 1986, Head, F. B., Las pampas y los Andes, Buenos Aires, Hyspamérica.
(2) Ídem, pag. 88-90.



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