19 a 20 de noviembre de 2015
Habíamos pasado
unos días maravillosos en Andalucía. Tierra de sol en la que el desierto
africano se insinúa en las apacibles volutas del arte del Califato y la voz quebrada de los cataores flamencos. Tocaba emprender la marcha hacia la otra
España, la del señorío cristiano. Nuestro destino era La Rioja donde el corazón
castellano balbuceó, hace ya más de mil años, sus primeras modulaciones en el
idioma seco y austero que hablamos.
Las imágenes pertenecen al autor
Pero el camino
era largo y decidimos pasar una noche en Ciudad Real. Era sólo una parada en el
camino, en una ciudad que a priori no nos ofrecía demasiado atractivo; pero
también era la oportunidad de conocer algo más de Castilla la Mancha.
Sin embargo,
como nos ocurre invariablemente cuando Haydée y yo decidimos hacer una parada
de esta naturaleza, nos quedamos con gusto a poco y esperamos volver por allí a
buscar los que pudimos entrever, pero no alcanzamos a disfrutar. En este viaje
nos pasó con Perigueux y su mercado, ahora nos volvió a pasar con Ciudad Real,
donde nos había conducido nuestro prejuicio con escasa expectativa.
¿Qué atractivo
tiene este pueblo, una de las capitales de provincia más pequeña de toda
España? Como ciudad, aparentemente poco; pero como provincia…
Rápidamente la
recorrimos luego de almorzar. Un edificio municipal racionalista en el que
manda el hormigón, pero que evoca antiguas ideas arquitectónicas medievales; la
Catedral cuyo estilo gótico se ve influido y matizado por el tiempo que demandó
su construcción; un carrillón instalado recientemente que ofrece un espectáculo
quijotesco.
Era
la hora de la siesta y casi todo estaba cerrado, de modo que decidimos no
seguir buscando otros sitios. Pensamos que era tiempo para que nosotros también
nos dedicáramos a la siesta. Sobre el atardecer iríamos nuevamente a la plaza,
a la hora del carrillón, mientras hacíamos tiempo para ir al Museo del Quijote
en el Parque Gasset… Cuando de pronto, casi enfrente de la Catedral, vimos un
museo que estaba abierto. ¿A la hora de la siesta? Sí, abierto.
Entramos con
avidez, y la sorpresa fue mayúscula. Recorrimos con detenimiento cada una de
las salas del Museo Municipal Manuel López Villaseñor. No conozco demasiado
acerca de la pintura y sus técnicas y estilos; pero puedo asegurar que, en esa
hora en que la ciudad dormía, Haydée y yo nos sentimos conmovidos por varios
cuadros del pintor local que había trascendido la provincia, pintando el mundo.
Teníamos el museo casi para nosotros solos y disfrutamos de esa ventana a una
de las grandes expresiones del arte plástico del siglo XX.
Ciudad Real
empezaba a darnos lo que ni siquiera nos había prometido.
Fuimos a ver el
espectáculo del carrillón en la Plaza Mayor. Una obra de relojería de
construcción muy reciente (fue inaugurado en 2005). Está dispuesto sobre los
restos de un edifico muy antiguo que fue expropiado por los Reyes Católicos y
destinado al Ayuntamiento (funcionó como tal hasta la mitad del siglo XIX). El
espectáculo es lindo. Lo presenciamos sentados en las terrazas de un bar,
bebiéndonos unos tercios de cerveza. El otoño avanzado aún no se presentaba
frío.
Completamos
nuestra recorrida, yendo al Museo del Quijote que, más que un museo es un
excelente centro de interpretación. El dispositivo ofrece una sala dedicada a
las maquinarias de teatro del Siglo de Oro de las letras españolas y otra en la
que se reconstruye, en muestra audiovisual, una imprenta de fines del siglo XVI
y principios del siguiente. Algunas salas, con exposiciones ocasionales,
completan el museo.
Salimos del
espectáculo imbuidos en el espíritu cervantino. Tanto que me incitó a realizar
una pregunta un tanto atrevida… ¿Por qué Ciudad Real se adueñó del Quijote, por
qué se asumió a sí misma como ese rincón olvidable de La Mancha? La respuesta
de uno de los guías fue un tanto inesperada. Nos dijo que hay pasajes de la
novela que identifican edificios o personajes históricos de algunos pueblos que
rodean la tan pequeña como justificadamente orgullosa capital provincial.
Recuerdo que me
habló del pueblo en que él mismo había nacido, y aún vivía, y de un dintel que
hay en una vieja casa que coincide con las descripciones de Cervantes. He
olvidado el nombre del pueblo, porque apuramos la salida porque no teníamos
demasiado tiempo ya. Entonces cobramos conciencia de que no tendríamos previsto
el tiempo necesario para hacer lo debido en Ciudad Real.
Partimos hacia
La Rioja por la mañana, bien temprano, llevando en la mente la idea de una
próxima vez en Ciudad Real... Aunque no habrá segunda vez, sin antes haber
leído la historia del Ingenioso Hidalgo…
Hermoso relato y sorprendente descubrimiento.
ResponderEliminarGracias, Oscar, por tu comentario.
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